Invadir¨¢n tu privacidad y te gustar¨¢
El capitalismo de la vigilancia avanza. La naturaleza humana se mercantiliza mediante la acumulaci¨®n de datos sobre nuestras vidas, advierte la psic¨®loga social Shoshana Zuboff
Un humano llegar¨¢ a una ciudad nueva. El m¨®vil le dir¨¢ a qu¨¦ bar debe ir. Cuando llegue, en la barra estar¨¢ su bebida preferida. Mirar¨¢ alrededor y la gente tendr¨¢ una renta y gustos similares. No es un escenario inimaginable. Las grandes compa?¨ªas sabr¨¢n con m¨¢s detalle qu¨¦ series, libros, comida y ocio hemos consumido: a qu¨¦ ritmo leemos, cu¨¢ntas veces vamos a ese bar o qui¨¦n es m¨¢s d¨®cil en casa. Con m¨¢s datos, m¨¢s capacidad de predicci¨®n.
El nuevo libro de la psic¨®loga social Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de la vigilancia, que publicar¨¢ Paid¨®s en espa?ol en 2020), es un gran manual para prever ese futuro. Su argumento central es que no sabemos ver el futuro porque somos malos al imaginarlo. Recurrimos a una distop¨ªa equivocada, 1984, de George Orwell, y a su Gran Hermano, que somete a la humanidad con rabia, violencia y represi¨®n. Pero es un error pensar que el futuro ser¨¢ as¨ª, cree Zuboff. Ella prefiere como modelo otra novela contempor¨¢nea a 1984. Walden dos, del psic¨®logo B. F. Skinner, trata sobre ingenier¨ªa social, menciona herramientas controladas por acopiadores de datos, pero en ella el control se ejerce de forma mucho m¨¢s suave y ligera. Y es que el futuro, seg¨²n Zuboff, ser¨¢ dist¨®pico, pero bastante discreto y amable. Trillones de datos individuales y cotidianos de millones de personas ser¨¢n detectados y agregados. El resultado ser¨¢n patrones parecidos al efecto de mirar por la ventanilla en un avi¨®n que despega. Las caras y las marcas de coches se pierden y los humanos se convierten en hormigas que siguen rutas fijas. Con la repetici¨®n de esos movimientos m¨¢s el uso de toda nuestra informaci¨®n en Internet, ser¨¢ posible afinar las predicciones. Nuestro razonamiento ir¨¢ perdiendo valor. Las infraestructuras que no ser¨¢n rentables, la gente que ser¨¢ pobre o la forma en la que vamos a organizar nuestra jubilaci¨®n ser¨¢n m¨¢s previsibles.
Hoy muchos defendemos que no es tan malo que las empresas sepan qu¨¦ compramos, qu¨¦ vemos en la tele o d¨®nde vamos en coche. Total, pensamos, no hacemos nada malo. Ese enfoque es un error, seg¨²n Jen King, directora de Privacidad del Consumidor en el Center for Internet and Society de la Universidad de Stanford. ¡°Hay al menos dos motivos para preocuparse¡±, opina. ¡°Uno, no se trata de hacer algo bueno o malo, sino de qu¨¦ te hace vulnerable. Dos, en muchos casos no sabr¨¢s si alguien ha aprovechado esa vulnerabilidad: a veces porque est¨¢s identificada como mujer y no ver¨¢s anuncios que discriminen a mujeres. A veces te ofrecer¨¢n algo m¨¢s caro que a otra persona¡±, explica. El segundo punto es clave: la falta de privacidad es usar informaci¨®n para aprovecharse de ti, no para revelar algo que quieres esconder.
Un modo de entender mejor este debate es cambiarlo de perspectiva. ¡°La privacidad es el modo equivocado de hablar de la recolecci¨®n generalizada de datos. El da?o no es individual sino colectivo. Es m¨¢s parecido a la contaminaci¨®n, todos sufrimos, y la lucha debe ser como el ambientalismo¡±, explica la periodista experta en privacidad Julia Angwin, en un podcast de la revista The Atlantic.
Un banco negar¨¢ cr¨¦ditos, una empresa preferir¨¢ contratar a otro o no veremos anuncios de universidades, no porque Google nos lea el correo o hayamos dado 2.000 likes a cosas variadas, sino porque los datos de millones de personas como nosotros indican que somos m¨¢s proclives a ser de un modo. ¡°La vigilancia comercial puede resultar en discriminaci¨®n de precios, manipulaci¨®n, mal uso de informaci¨®n sensible¡±, subraya Calli A. Schoeder, abogada de privacidad de VeraSafe. Tu vida tender¨¢ en una direcci¨®n y ni te enterar¨¢s. Como la contaminaci¨®n: respirar¨¢s peor, pero no se ver¨¢, mirar¨¢s el cielo y ser¨¢ azul como siempre. La met¨¢fora del cambio clim¨¢tico sirve tambi¨¦n para distinguir a los responsables del sistema que describe Zuboff. ¡°Hay mucha presi¨®n para que el cambio dependa de los consumidores, que compren bombillas de bajo consumo o compensaci¨®n de carbono para sus billetes de avi¨®n¡±, dice Joris van Hoboken, profesor de la Vrije Universiteit de Bruselas. ¡°Ocurre algo similar en privacidad. Tienes que estar siempre pendiente de si tus datos pueden ser recogidos, o de las cookies. Pero el problema es m¨¢s estructural que individual¡±, a?ade.
La distop¨ªa resulta m¨¢s temible porque todo parecer¨¢ indoloro y, casi, deseado
Zuboff advierte de lo f¨¢cil que ser¨¢ en ese mundo promover cambios de comportamiento de millones de humanos con peque?os impulsos o incentivos. No har¨¢ falta un Gran Hermano que reprima y ordene, la violencia no ser¨¢ necesaria. La autonom¨ªa individual ser¨¢ una de las principales v¨ªctimas. Estar¨¢ limitada incluso la capacidad de portarse mal: a quien no pague la letra del coche no se le permitir¨¢ encenderlo, quien deba hacer r¨¦gimen no podr¨¢ abrir la nevera a ciertas horas. La distop¨ªa es m¨¢s temible porque todo parecer¨¢ indoloro y, casi, deseado. Ser¨¢ dif¨ªcil denunciar al ente que oprime porque ser¨¢ el ¡°sistema¡±, seg¨²n Zuboff, que ha escrito el libro hablando con docenas de ingenieros an¨®nimos en Silicon Valley, pero cuya obra es un trabajo denso. Su visi¨®n parece requerir de un complejo andamiaje te¨®rico.
El origen de este proceso socioecon¨®mico emerge, seg¨²n Zuboff, de un d¨ªa de abril de 2002 en la sede de Google. La compa?¨ªa hab¨ªa logrado un buscador magn¨ªfico, pero tras el fracaso de las puntocom en 2001, hab¨ªa preocupaci¨®n por el futuro financiero. Ese d¨ªa, una frase curiosa se convirti¨® en una de las b¨²squedas m¨¢s populares: ¡°Nombre de soltera de Carol Brady [un personaje de una comedia de los a?os setenta]¡±. Tanto inter¨¦s repentino se deb¨ªa a una pregunta del programa ?Qui¨¦n quiere ser millonario?, y los picos de b¨²squeda se correspond¨ªan con los husos horarios de EE UU: dos grandes (las dos costas) y el ¨²ltimo, diminuto, Haw¨¢i. ¡°Fue como probar un microscopio electr¨®nico por primera vez. Era un bar¨®metro momento a momento¡±, coment¨® el cofundador de Google, Sergey Brin. Zuboff considera aquella comprensi¨®n del poder predictivo de los datos como el peque?o boom inicial de la era de la vigilancia. El resto es historia: en 2016, el 89% de los beneficios de Alphabet (la casa madre de Google) proced¨ªan de anuncios personalizados. En 2017 Google era la segunda mayor empresa del mundo, detr¨¢s de Apple.
Las b¨²squedas por hora, el modo en que se escribe y los errores ortogr¨¢ficos dicen cosas de nuestras vidas y, cuando se agregan, trazan comportamientos que se pueden vender a anunciantes. Eso permite segmentar anuncios por perfiles de usuarios. Google solo necesit¨® seguir mejorando ese ¡°excedente de comportamiento¡±. Facebook perfeccion¨® el excedente social. Alexa y Amazon apuntaron a la voz y el interior de casa. La lista ya no parar¨¢.
El t¨®pico dice que cuando un servicio es gratis es porque ¡°t¨² eres el producto¡±. Zuboff sostiene que es mucho peor: somos el objeto del que se saca la materia prima, la mina de la que se extrae el oro. Pero el oro ya no somos nosotros, sino el producto agregado que se vende a los anunciantes: ¡°T¨² eres el cad¨¢ver abandonado. El producto deriva del excedente que es arrancado de tu vida¡±, escribe. El capitalismo industrial convirti¨® la naturaleza en mercanc¨ªa. Es el turno de la naturaleza humana. Eso no significa que la humanidad desaparezca, sino que, como la naturaleza, sea domesticada.
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