Sincron¨ªa diab¨®lica

HE AQU? UNA estaci¨®n de tren o de metro, da lo mismo; de Par¨ªs o Madrid, no nos importa ahora. Soy uno de esos cuerpos indiferenciados que esperan a Godot para matar el tiempo. Cuando observo a los viajeros del and¨¦n de enfrente, me descubro tambi¨¦n all¨ª, pues voy y vengo al mismo tiempo, igual que quienes me rodean. No hay otro and¨¦n, en fin, hay un espejo que nos reproduce milim¨¦tricamente. Y cuando el tren se retrasa, reconozco adem¨¢s a mi padre muerto acompa?ado de mi madre muerta, y he visto tambi¨¦n a mis hermanos. Me hacen gestos como invit¨¢ndome a atravesar las v¨ªas, para que cambie el sentido de la marcha, pero yo les digo telep¨¢ticamente que, si lo hiciera, acabar¨ªa tropezando con el espejo que las autoridades han colocado en medio para generar la ilusi¨®n de que hay dos direcciones. Y que, si me empe?ara en seguir adelante, no har¨ªa otra cosa que penetrar en mi reflejo, como Alicia, para extraviarme en ese otro lado del mundo donde la izquierda cae a la derecha y al rev¨¦s.

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Viaje alucinante

Pedir perd¨®n

A veces, me ensimismo y pienso en el ministro o la ministra de Transportes, pero tambi¨¦n en los Reyes de Espa?a y en sus hijas, d¨®nde estar¨¢n ahora, me pregunto, y qu¨¦ har¨¢n, mientras el metro se demora y los usuarios empezamos a mirar con impaciencia hacia la profundidad del agujero de gusano. Y entonces llegan los dos trenes a la vez, y cargan la mercanc¨ªa de forma simult¨¢nea y abandonan la estaci¨®n con una sincron¨ªa diab¨®lica, y decimos adi¨®s mentalmente a pap¨¢ y a mam¨¢ y a los hermanos, que salen del espejo por el lado derecho mientras que nosotros nos perdemos por el izquierdo.