El grotesco universo del Mago de Cinecitt¨¤
La huella del cineasta Federico Fellini, que con su caricaturesco imaginario convirti¨® su apellido en adjetivo, pervive a los cien a?os de su nacimiento
El mejor homenaje que se le pudo rendir a Federico Fellini probablemente se realiz¨® en 2018 y lo cont¨® en este diario Carla Mascia: ¡°Fellini, con tres a?os, vio su primera pel¨ªcula: Maciste en el infierno, de Guido Brignone (1923). Las im¨¢genes amarillentas de mujeres voluptuosas proyectadas en la pantalla lo marcaron para siempre, convirtiendo al Fulgor en un elemento indisociable del imaginario felliniano como queda retratado en Amarcord (1973). Un lugar de culto que, tras numerosas reestructuraciones y 10 a?os de cierre, ha vuelto a la vida este a?o en el que se cumplen los 25 a?os de la muerte del director¡±. En ese cine de R¨ªmini, el Fulgor, comenz¨® todo, y la voluptuosidad alcanz¨® su cenit con la estanquera. Y si hubiera alguna duda sobre la sempiterna disyuntiva entre realidad y ficci¨®n, el guionista y realizador lo ten¨ªa claro: ¡°Todo arte es autobiogr¨¢fico. La censura es publicidad pagada por el Gobierno. Quisiera decirles, muchachos, que cada cual cuenta s¨®lo aquello que conoce¡±, claro que si conoce diversas materias, pues mejor para todos.
Fellini comenz¨® como dibujante y caricaturista, colabor¨® en la revista sat¨ªrica Marco Aurelio y siempre reconoci¨® la influencia de los dibujantes estadounidenses en su formaci¨®n adolescente: ¡°Es evidente que la lectura intensa de esas historias, en una edad en que las reacciones emotivas son tan inmediatas y frecuentes, condicion¨® mi gusto por la aventura, lo fant¨¢stico, lo grotesco y lo c¨®mico. En este sentido es posible encontrar una relaci¨®n profunda entre mis obras y los c¨®mics norteamericanos. De sus estilizaciones caricaturescas, de sus paisajes, de los personajes siluetados contra el horizonte me han quedado im¨¢genes felizmente chocantes, im¨¢genes que de vez en cuando vuelven a aflorar y cuyo recuerdo inconsciente ha condicionado el elemento figurativo y las tramas de mis pel¨ªculas¡±.
Despu¨¦s comenz¨® a escribir guiones para Rossellini, Lattuada o Germi, y ah¨ª est¨¢ Roma, ciudad abierta como bot¨®n de muestra. Hasta que codirigi¨® con Lattuada su primer largometraje, Luces de variedades (1950).
Su centenario se celebrar¨¢ en todas aquellas entidades y medios con algo de sensibilidad, pues hablamos de uno de los directores cinematogr¨¢ficos m¨¢s imaginativos y brillantes de la historia del cine, un personaje con altibajos en su relaci¨®n con la industria audiovisual, capaz de afirmar que ¡°el negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de f¨²tbol y de burdel¡± o que ¡°la televisi¨®n es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural¡±, por m¨¢s que recibiera en vida cuatro Oscar a la mejor pel¨ªcula extranjera y otro honor¨ªfico por toda su trayectoria; y que aport¨® a la televisi¨®n una joya, Prova d¡¯orchestra, o c¨®mo puede uno re¨ªrse de los t¨®picos sobre la disciplina alemana del director de la orquesta, de los sindicatos y del caos de la pol¨ªtica italiana sin que le tiemble la mano.
Cada cual puede tener su Fellini favorito ¡ªdesde Las noches de Cabiria, Boccaccio 70, Satyricon, Roma, Amarcord, Casanova o Ginger y Fred, entre otras¡ª, pero, sea cual fuera, todas responden a lo que ¨¦l mismo sentenci¨®: ¡°No hay un final. No existe un principio. Solamente existe una infinita pasi¨®n por la vida¡±. Ese es el gran denominador com¨²n de su filmograf¨ªa, una obra en la que surgen dos nombres propios esenciales: Giulietta Masina, su mujer desde 1943, con la que trabaj¨® en siete largometrajes y de la que dijo: ¡°Nuestro primer encuentro no lo recuerdo porque en realidad yo nac¨ª el d¨ªa que vi por primera vez a Giulietta¡±; y Nino Rota, el compositor de todas sus pel¨ªculas, desde la primera, El jeque blanco, de 1952, hasta la ya citada Prova d¡¯orchestra. ¡°Con Nino puedo pasarme d¨ªas enteros oy¨¦ndolo tocar el piano con el fin de precisar un motivo, de aclarar alguna frase musical que coincida lo m¨¢s exactamente posible con la emoci¨®n que deseo expresar en una secuencia¡±, escribi¨® el realizador en su d¨ªa.
Una frase define su filmograf¨ªa: ¡°No hay un final. Ni un principio. Solamente existe una infinita ?pasi¨®n por la vida¡±
Hay otros dos nombres clave en su vida y en su obra: Alberto Sordi y Mastroianni. La noche en que Fellini y Masina se casaron, fueron al teatro a ver a Alberto Sordi, quien les homenaje¨® ante el p¨²blico: ¡°Quiero presentarles a dos amigos artistas que hoy se casaron, Federico y Giulietta. Seguramente van a o¨ªr hablar de ellos¡±. Un visionario el Sordi que protagoniz¨® las dos primeras pel¨ªculas del de R¨ªmini: El jeque blanco y la inolvidable Los in¨²tiles, visi¨®n l¨²cida y tierna de una generaci¨®n desnortada de provincias con un Albertone genial, t¨ªmido en la calle y crecido en la casa familiar, capaz de desmadrarse en carnavales o de hacerle una peineta mientras les grita ¡°?trabajadores!¡± a unos currantes.
Los tiempos cambian, pero menos de lo que parece; basta comparar aquellos in¨²tiles de R¨ªmini de 1953 con los de Edimburgo de Trainspotting 46 a?os despu¨¦s.
?Y qu¨¦ decir de Mastroianni? Fue el guapo que hubiera querido ser Federico, su deseado alter ego, el que chapote¨® en la Fontana di Trevi con la voluptuosa Anita Ekberg y que catapult¨® mundialmente al realizador y al actor por La dolce vita (1960), la producci¨®n de Dino de Laurentis que hab¨ªa apostado inicialmente por Paul Newman para el papel de Marcello, algo que Fellini desoy¨® por la insistencia de Giulietta en favor de Mastroianni. Una vida dulce anatemizada por el Vaticano por obscena con el arzobispo de Mil¨¢n Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini (despu¨¦s Pablo VI) abanderando la repulsa, prohibida en varios pa¨ªses, incluida Espa?a, en la que tard¨® 21 a?os en estrenarse para regocijo tur¨ªstico de Perpi?¨¢n. Fellini defin¨ªa a la censura con una sola palabra: ¡°rid¨ªcula¡±, y la verdad es que no hac¨ªa falta m¨¢s.
Si hab¨ªa alguna duda sobre el t¨¢ndem Fellini-Mastroianni, tres a?os despu¨¦s realizar¨ªa Fellini, ocho y medio, esa especie de autobiograf¨ªa en la que los sue?os, las fantas¨ªas on¨ªricas, se convierten en la tabla de salvaci¨®n de un director en plena crisis creativa. ¡°Estaba convencido de que un filme tan personal, tan latino, de estructura psicol¨®gica tan precisa, condicionada por una cultura y una sociedad tan determinadas, no podr¨ªa ser comprendido por un p¨²blico estadounidense¡±, declar¨®. Tuvo un notable ¨¦xito y obtuvo el Oscar a la mejor pel¨ªcula extranjera en 1963. Nada que hacer como vidente.
Cien a?os ya de alguien que ha conseguido adjetivar su apellido para describir situaciones absurdas, y en eso solo Berlanga est¨¢ a su altura: R¨ªmini y Valencia unidas por el talento, el mar y ese sentido ir¨®nico y alegre de la vida de dos de sus hijos ilustres por m¨¢s que lo de ilustres a ellos les dar¨ªa grima.
¡°Soy un artesano que no tiene nada que decir¡±, concluye Federico, ¡°pero sabe c¨®mo decirlo¡±.
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