Una reflexi¨®n sobre hombres p¨²blicos y mujeres de la calle
El espacio p¨²blico como escenario de la desigualdad y la injusticia democr¨¢tica
La conveniencia de prohibir o legalizar la prostituci¨®n ha provocado encendidos debates. Al margen de cu¨¢l sea el resultado legal de tales debates, lo cierto es que hay un tipo de prostituci¨®n que est¨¢ prohibida en casi todas las ciudades que es la que se ejerce en la calle, y por extensi¨®n, en descampados o carreteras, es decir, a la intemperie. Esas mujeres ¡ªtodav¨ªa m¨¢s en el caso de las transexuales¡ª son v¨ªctimas del acoso no solo de chulos y clientes, sino tambi¨¦n de una polic¨ªa que muchas veces tambi¨¦n las humilla y las sanciona en nombre de todo tipo de ordenanzas c¨ªvicas y, en Espa?a, de la Ley de Seguridad Ciudadana, la llamada ley mordaza. Curiosa forma esta de luchar contra la explotaci¨®n sexual, la de asediar y castigar a las explotadas.
En cualquier caso, los castigos a las prostitutas por ejercer su actividad en la calle dan a pensar que lo inaceptable no es que existan situaciones injustas, sino que se vean. El trato que reciben las prostitutas de calle advierte tambi¨¦n de cu¨¢n diferente es el derecho a la vida p¨²blica que disfrutan los hombres y que se niega o regatea a las mujeres.
Hace poco, en este mismo blog, recordaba que el h¨¦roe principal de la modernidad urbana es, sin duda, el transe¨²nte desconocido, un ser indeterminado que existe sin origen ni destino en ese colosal umbral que es la calle misma. Se trata del fl?neur al que Baudelaire elogi¨®, paseante ocioso que goza mezcl¨¢ndose con la multitud, viandante sin filiaci¨®n que se asimila a su vez a la figura no menos inconcreta del llamado hombre de la calle, cuerpo humano sin identidad ni atributos que circula con libertad, sin tener que brindar explicaciones, puesto que ejerce el derecho a definir su subjetividad aparte. El hombre de la calle se identifica, a su vez, con el protagonista del sistema pol¨ªtico democr¨¢tico-liberal: el ciudadano, ser soberano y aut¨®nomo depositario de derechos y deberes.
Me matizo a m¨ª mismo. El fl?neur baudeleriano dif¨ªcilmente podr¨ªa ser una fl?neuse, puesto que su h¨¢bitat natural ¨Cla calle¨C es un dominio usado con libertad solo por los hombres y controlado por ellos. Todo lo que se pudiera decir sobre el "hombre de la calle" no ser¨ªa aplicable a una "mujer de la calle" que, como se sabe, es algo bien distinto. Una mujer de la calle no es la versi¨®n en femenino del hombre de la calle, sino m¨¢s bien su inversi¨®n, su negatividad. Significa prostituta, situada en el estrato m¨¢s bajo de la jerarqu¨ªa moral de las conductas. No es casual que a su trabajo se le llame eufem¨ªsticamente ¡°hacer la calle¡± y a ellas, mujeres de las esquinas o peripat¨¦ticas. La literatura y el cine han hecho de ellas uno de sus personajes predilectos. Y la canci¨®n tambi¨¦n.
Una mujer de la calle es aquella que confirma las peores sospechas que pueden recaer sobre una mujer que ha sido vista sola, caminando por la calle, detenida en una esquina cualquiera. Es aquella a la que le tiene sin cuidado su reputaci¨®n, puesto que esta no puede sufrir ya un mayor deterioro. Es la puta callejera, en el escalaf¨®n profesional de las meretrices la que ocupa el pelda?o m¨¢s bajo, alguien cuya presencia supone una anomal¨ªa a corregir. Est¨¢ sola, ah¨ª, ante todos, y espera ser acompa?ada por ese hombre al que en cierto modo convoca con su soledad, puesto que se?ala un lugar vacante, que no es sino el del var¨®n que deber¨ªa naturalmente ir a su lado.
Lo mismo pasa con la noci¨®n de hombre p¨²blico. Es el pol¨ªtico o el profesional que desarrolla su actividad sometido a valoraci¨®n por parte de los dem¨¢s, de cuyo juicio depende. En cambio, para la RAE, mujer p¨²blica se aplica a una persona para la que el calificativo p¨²blica indica que es accesible a todos. No es que esa mujer est¨¦ en el espacio p¨²blico, sino que es parte de ¨¦l, definido precisamente a partir del principio de accesibilidad que en teor¨ªa lo rige. Lo contrario de una mujer p¨²blica es una mujer privada; no una mujer que disfruta de vida privada, sino que es propiedad de un hombre y accesible solo para ¨¦l.
Una mujer p¨²blica es tambi¨¦n, como todo el mundo sabe, una manera de designar a una prostituta.
El caso es que las normativas y las ordenanzas sarc¨¢sticamente llamadas ¡°c¨ªvicas¡± de casi todas las ciudades van en direcci¨®n contraria de lo que se supone que deber¨ªa ser el esfuerzo de las instituciones por asegurar lo que esas mujeres ¨Cen palabras de Margarita Carreras, una de sus portavoces y miembro del colectivo LICIT¨C quieren y necesitan desde el punto de vista de las no abolicionistas: acceso a los recursos de los que pueden beneficiarse las mujeres maltratadas, as¨ª como el cese de las vejaciones y maltratos procedentes de las propias instancias ¨Csanitarias, asistenciales, policiales¨C que deber¨ªan protegerlas, cobijo jur¨ªdico gratuito, tarjeta de residencia y de trabajo para las extranjeras, derechos laborales... Ese es el sentido de la tesis doctoral reciente de la antrop¨®loga Livia Motterle sobre el movimiento de las Prostitutas Indignadas en Barcelona.
Se habla pues de un ejemplo especialmente elocuente de la brutal asimetr¨ªa en la relaci¨®n de hombres y mujeres con la calle como espacio al mismo tiempo f¨ªsico y social. Si es un var¨®n, ese ser humano sin nombre que est¨¢ ah¨ª fuera es el rey de la creaci¨®n democr¨¢tica; si es una mujer, convoca sobre s¨ª todo el estigma y la indignidad del mundo. Esa extraordinaria distancia simb¨®lica delata la gran mentira del espacio p¨²blico, esa superstici¨®n que lo supone escenario natural de la igualdad y la justicia democr¨¢ticas.
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