El coraje de Alpha en su camino hacia el refugio
Tras dejar su hogar con 14 a?os, un menor guineano llega a Espa?a. A¨²n sin pasaporte ni manera de demostrar su edad, solicita asilo pol¨ªtico
Si algo le ha mantenido en pie en medio de la incertidumbre y la espera han sido sus sue?os. De la historia de Alpha Sidy (Guinea Conakry, 2001) se advierte valent¨ªa y sufrimiento a partes iguales. Lo que antes le incomodaba recordar, lo cuenta ahora con pausa y soltura, repitiendo en ocasiones los cap¨ªtulos m¨¢s dif¨ªciles de su vida. Llegado a Espa?a a finales de 2017, rememora las personas que le han ayudado en su camino y reconoce que siente que aqu¨ª tiene una familia. De car¨¢cter amable y tranquilo, viste unas pulseras y un collar con los colores habituales de las banderas africanas que recuerdan sus or¨ªgenes.
Sidy abandon¨® su pa¨ªs siendo todav¨ªa un ni?o, ten¨ªa 14 a?os, y hu¨ªa de la violencia de su padre que le prohib¨ªa estudiar franc¨¦s. Apenas ten¨ªa recuerdo de su madre ya que desde la separaci¨®n de sus progenitores no hab¨ªa vuelto a verla. Conviv¨ªa con un padre duro y ferviente seguidor del Islam, y sus tres mujeres. Rechazaba que su hijo aprendiese otra cosa que no fuese el ¨¢rabe, pero Sidy sent¨ªa que hablar solamente ese idioma no le conven¨ªa. A veces trabajaba en las casas de sus vecinos para poder pagarse la escuela franc¨®fona porque su padre no siempre lo hac¨ªa. Cuenta, adem¨¢s, que le pegaba y le amenazaba, y que un d¨ªa, despu¨¦s de haber ido a conocer a su madre, este le reproch¨® haberla visitado se?alando que ella le hab¨ªa abandonado. ¡°T¨², mi madre, me da igual, es mi familia. Me fui a conocer, a saber qui¨¦n soy, a saber la verdad¡±, le contest¨® Sidy.
Su voz transmite tristeza al relatarlo y, por un momento, parece trasladarse al momento exacto en el que le espet¨® al padre: ¡°T¨² nunca me quieres¡±. Aquel mismo d¨ªa abandon¨® el hogar. Permaneci¨® escondido en casa de un vecino durante m¨¢s de dos meses hasta que su progenitor se enter¨®. El vecindario lo tem¨ªa, por lo que Sidy tuvo que marcharse para no acarrearles problemas. Sin saber a d¨®nde ir llam¨® a su primo y huyeron a Mal¨ª con el dinero que este ¨²ltimo hab¨ªa cogido a su madre. Con el carnet de la escuela como ¨²nico documento de identidad, Sidy consigui¨® entrar al pa¨ªs tras sobornar a la polic¨ªa fronteriza.
El camino es Argelia
Durmieron dos d¨ªas en una de las calles de Bamako, la capital, por miedo a que el dinero se acabase, hasta que conocieron a una chica maliense que los acogi¨® en su casa durante un mes. Desde su salida del pa¨ªs Sidy no mantuvo ning¨²n contacto con la familia, a diferencia de su primo que hablaba con su familia a menudo y que, presionado por los suyos, tuvo que regresar a Guinea Conakry. Sidy hab¨ªa conseguido trabajo en un locutorio como limpiador y volver a su tierra no era una opci¨®n. Permaneci¨® dos a?os en el pa¨ªs para despu¨¦s embarcarse en un nuevo viaje junto a otro compa?ero que le dijo que Argelia ¡°era un camino para llegar a Europa¡±.
Recorrieron los caminos de N¨ªger hasta alcanzar su destino. ¡°All¨ª la gente es muy dif¨ªcil; el desierto tampoco es f¨¢cil¡±, recalca. Estuvieron m¨¢s de seis meses en este pa¨ªs hasta que entraron a la ciudad marroqu¨ª de Oujda, en la frontera, para dos d¨ªas m¨¢s tarde dirigirse a Casablanca. Al tiempo, encontr¨® trabajo como camarero en una cafeter¨ªa, y su compa?ero de viaje fue a probar suerte a la frontera de Nador-Melilla. ¡°Yo ve¨ªa que la gente regresaba de la frontera muy mal. Les preguntaba de d¨®nde ven¨ªan y ellos me hablaban de que estaban buscando Boza. No conoc¨ªa esa palabra¡±, explica. ?Boza! es el grito de muchos inmigrantes al pisar suelo europeo, palabra que significa victoria o renacer en fula, idioma hablado en ?frica Occidental.
¡°Me fui una semana a Nador para ver el lugar y c¨®mo vive la gente¡±, recuerda. Se refiere a Melilla, que queda a los pies del monte Gurug¨². En el bosque que envuelve este enclave viven los inmigrantes antes de conseguir cruzar la valla que separa Marruecos de la ciudad aut¨®noma espa?ola. Si ¨¦l quer¨ªa lograrlo deb¨ªa de trabajar duro, as¨ª que retorn¨® a Casablanca para a los ocho meses volver al bosque con 700 euros ahorrados. Una vez all¨ª decidi¨® ir a Casiago, localidad marroqu¨ª a cuatro kil¨®metros de Ceuta. ¡°Me fui tres meses. La polic¨ªa pod¨ªa cogerte y pegarte. Intent¨¦ saltar la valla muchas veces. Tu vida corre peligro all¨ª¡±, concluye. Lo sabe por propia experiencia: Sidy enferm¨® a causa de las m¨²ltiples heridas que se hizo al intentar cruzar la valla. Su salud se agrav¨® hasta el punto de que tuvo que alojarse en casa de un amigo para poder recuperarse y empezar un tratamiento m¨¦dico. Se levanta la camiseta y ense?a las cicatrices de su cuerpo: son las marcas que le dejaron las concertinas.
Frontera mar
A los cuatro meses regres¨® al monte Gurug¨², recuperado de las heridas pero con los bolsillos vac¨ªos debido a los gastos m¨¦dicos, as¨ª que decidi¨® llamar a su madre para que le enviase dinero. Hac¨ªa dos a?os que no ten¨ªa noticias de ¨¦l. ¡°Era muy caro llamar a mi pa¨ªs. Ten¨ªa que elegir entre llamar a mi madre o buscar algo de comer¡±, subraya.
Ante la imposibilidad de que ella le pudiese enviar dinero, Sidy decidi¨® probar suerte cruzando el mar Mediterr¨¢neo, cambiando el Gurug¨² por el monte Bolingo. Dorm¨ªa en el bosque junto a otras personas y, al poco tiempo, empez¨® a trabajar construyendo la casa de un nigeriano que mandaba gente a Europa. Estuvo con ¨¦l un a?o y medio sin recibir una sola moneda, tan solo algo para comer. Y cuando ya hab¨ªa perdido la fe de poder cruzar el mar, la oportunidad lleg¨® de manos del chico nigeriano. ¡°En mi cabeza pensaba dos cosas: voy a llegar y conseguir mi sue?o, o voy a morir en el agua¡±. Sidy cogi¨® una patera no sin antes escuchar que, si regresaba, no volver¨ªa a recibir su ayuda.
A los dos d¨ªas fue rescatado junto a sus compa?eros de viaje por la Cruz Roja y llevado a M¨¢laga. Tras pasar cuatro d¨ªas en la c¨¢rcel, la organizaci¨®n de ayuda le facilit¨® un billete de autob¨²s para Madrid. ¡°Yo quer¨ªa quedarme en M¨¢laga, pero me dijeron que no hab¨ªa plaza. Ten¨ªa que buscar otro sitio donde quisiera ir¡±, dice. Pero en la capital espa?ola tampoco hab¨ªa disponibilidad en los centros de acogida, por lo que se vio obligado a dormir en la calle, en la plaza Nelson Mandela de Lavapi¨¦s, durante un mes. ¡°La primera vez que dorm¨ª en la calle en Espa?a¡ Nunca me lo imagin¨¦. Esa misma noche me quer¨ªa volver¡±, explica. ¡°Para m¨ª eso no era Europa, pero ten¨ªa que aguantar, no pod¨ªa volver a mi pa¨ªs¡±, a?ade.
Asilo pol¨ªtico
Su suerte cambi¨® al hablar con Dana Garc¨ªa, activista y portavoz de SOS Racismo, que logr¨® que Sidy pudiese quedarse m¨¢s de tres meses en La Ingobernable, un centro social autogestionado cerrado por el Ayuntamiento y que hace una semana ha vuelto a abrir en otra ubicaci¨®n. Pero al mismo tiempo empezaron unos meses complicados para ¨¦l en los que busc¨® regular su situaci¨®n. Intent¨® demostrar ante la Fiscal¨ªa de Madrid que era menor de edad, pero, al carecer del pasaporte f¨ªsico ¡ªtan solo contaba con una fotocopia de este guardada en el m¨®vil¡ª no pudo probarlo. Al no tener reconocida la minor¨ªa de edad, Sidy solicit¨® asilo pol¨ªtico con la ayuda de la abogada Patricia Patuca Fern¨¢ndez.
Accedi¨® al programa La Quinta Cocina a trav¨¦s de la ONG CESAL a la vez que estudiaba espa?ol. Felipe Rojas, director y responsable del proyecto, fue junto a Garc¨ªa un gran apoyo. ¡°Me daban mucho coraje para buscarme la vida¡±. Una vez admitida a tr¨¢mite su solicitud de asilo, se le entreg¨® la tarjeta roja, documento que acredita la condici¨®n de solicitante. Durante un tiempo durmi¨® en el centro cultural La Quimera de Lavapi¨¦s, para m¨¢s tarde alojarse en un Centro de Acogida al Refugiado (CAR) por seis meses. Hizo dos cursos m¨¢s de almac¨¦n e inform¨¢tica, y al terminar el de cocina y sus pr¨¢cticas encontr¨® un trabajo.
Ahora Sidy se desenvuelve en los fogones de otro restaurante, y vive solo en un piso de alquiler. Poco queda de la inocencia de aquel ni?o que dej¨® atr¨¢s sus ra¨ªces por perseguir un sue?o. ¡°Cuando no tienes a nadie que te ayude no hay que esperar la ayuda de alguien. B¨²scate la vida¡±. A la espera de que su solicitud de asilo sea aprobada, el coraje contin¨²a siendo una constante en su vida.
Esta entrevista fue realizada en el marco del taller de periodismo humanitario de la Escuela de Periodismo de EL PA?S y gracias a la colaboraci¨®n de la ONG Cesal, que da asistencia a personas migrantes como Alpha Sidy.
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