Nacionalpopulismo y democracia
El nuevo nacionalpopulismo no es el viejo totalitarismo, pero cree en la democracia casi tan poco como ¨¦l
Gilles Lipovetsky afirmaba hace poco en este peri¨®dico que, a pesar del nacionalpopulismo rampante por doquier, la democracia occidental no se halla en peligro. Por dos razones. La primera es que, a diferencia de los totalitarismos rampantes en los a?os treinta ¡ªfascismo y comunismo¡ª, el nacionalpopulismo actual no defiende el uso de la violencia. La segunda es que, tambi¨¦n a diferencia de los totalitarismos de anta?o, el nacionalpopulismo no odia la democracia; al contrario, sostiene el pensador franc¨¦s: los nacionalpopulistas est¨¢n encantados con los referendos, aceptan la alternancia en el poder y se muestran a favor de que el pueblo se exprese contra las ¨¦lites. A los nacionalpopulistas, concluye Lipovetsky, ¡°podr¨¢s discutirles sus formas de actuaci¨®n, pero no son antidemocr¨¢ticos¡±.
Yo no estar¨ªa tan seguro. Lipovetsky acierta al comparar el nacionalpopulismo actual con los totalitarismos de los a?os treinta. He dicho ¡°comparar¡±, no ¡°equiparar¡±; no es lo mismo el nacionalpopulismo de ahora que el totalitarismo de entonces, aunque ambos broten de circunstancias hist¨®ricas paralelas: el surgimiento o la consolidaci¨®n del totalitarismo fue el principal fruto pol¨ªtico del descomunal terremoto provocado por la crisis econ¨®mica de 1929, mientras que el surgimiento o la consolidaci¨®n del nacionalpopulismo ha sido el principal fruto pol¨ªtico del no menos descomunal terremoto provocado por la crisis de 2008, al que ahora se sumar¨¢ el provocado por la crisis del coronavirus. La historia nunca se repite exactamente: se repite con m¨¢scaras distintas. Visto as¨ª, nuestro nacionalpopulismo es una suerte de m¨¢scara posmoderna del totalitarismo de los a?os treinta; los m¨¦todos han cambiado, pero el objetivo sigue siendo el mismo: la destrucci¨®n de la democracia. El nacionalpopulismo actual podr¨ªa definirse, en efecto, como un totalitarismo al que su fracaso hist¨®rico ha vuelto mucho m¨¢s inteligente y m¨¢s sutil (y, por tanto, m¨¢s peligroso): ha aprendido que, en el Occidente de hoy, la violencia pol¨ªtica es inaceptable (e incluso contraproducente); ha aprendido que es una ingenuidad proclamar su odio a la democracia, embistiendo a la brava contra ella, y que es mucho m¨¢s eficaz defenderla en teor¨ªa y atacarla en la pr¨¢ctica, socav¨¢ndola desde dentro, destruyendo sus instituciones y sus mecanismos. Eso es lo que est¨¢ intentando por todas partes, con ¨¦xito variable. As¨ª, en lugares donde la democracia es fr¨¢gil o embrionaria o no est¨¢ lo bastante consolidada, el nacionalpopulismo la dinamita o degrada a fondo desde las instituciones democr¨¢ticas, en nombre del pueblo y ondeando la bandera de la democracia: es lo que ocurre en la Rusia de Putin, la Turqu¨ªa de Erdogan, la Venezuela de Maduro, la Nicaragua de Ortega, la Hungr¨ªa de Orb¨¢n o la Polonia de Kaczynski; en cambio, el nacionalpopulismo fracasa, al menos de momento, en lugares donde la democracia es m¨¢s fuerte porque el Estado de derecho la protege y las instituciones son m¨¢s s¨®lidas y funcionan mejor: los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson o la Catalu?a de Puigdemont. Por lo dem¨¢s, es verdad que el nacionalpopulista adora los referendos (aunque s¨®lo por la facilidad con que pueden manipularse), acepta la alternancia en el poder (aunque hace lo imposible para evitarla) y est¨¢ a favor de que el pueblo se exprese contra la ¨¦lite (aunque s¨®lo si ha logrado que el pueblo no lo asocie a ella). ¡°La democracia es procedimiento y s¨®lo procedimiento¡±, escribi¨® Hans Kelsen, el gran jurista austriaco que presenci¨® aterrorizado la destrucci¨®n de la Europa democr¨¢tica a manos de Hitler y sus cong¨¦neres. Esa es la lecci¨®n fundamental que ha aprendido el nacionalpopulismo: que, en democracia, la forma es el fondo, y que basta destruir las formas de la democracia para destruir la democracia.
No: el nuevo nacionalpopulismo no es el viejo totalitarismo, pero cree en la democracia casi tan poco como ¨¦l, y por eso representa una amenaza para todos. Adem¨¢s, la democracia siempre est¨¢ amenazada, y nunca lo est¨¢ m¨¢s que cuando creemos que ya no lo est¨¢. O dicho de otro modo: basta dar por hecha la democracia para ponerla en peligro.
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