El gran confinado
En el siglo XVIII, el bot¨¢nico franc¨¦s Aim¨¦ Bonpland surc¨® Am¨¦rica durante cinco a?os. Acab¨® preso en una aldea de Paraguay por el delito de plantar mate.
Eso s¨ª que fue confinamiento. Si nos viera ahora, aquel franc¨¦s seguramente confirmar¨ªa sus peores sospechas sobre los efectos de la molicie en la decadencia de la raza o se preguntar¨ªa si no tenemos nada m¨¢s para quejarnos. Y despu¨¦s, si se lo pidi¨¦ramos, quiz¨¢ nos contar¨ªa su historia. Le gustaba, sabemos, contar su historia.
Cuando naci¨®, Aim¨¦ Bonpland se llamaba Aim¨¦ Jacques Alexandre Goujaud; Bonpland era el apodo de su padre cirujano, y le qued¨®. Corr¨ªa 1773, y corr¨ªa mucho: unos a?os despu¨¦s el mundo cambiar¨ªa para siempre gracias a una bandera tricolor y un par de guillotinas. Entonces Bonpland estudiaba bot¨¢nica y medicina, aprend¨ªa a aprender de la naturaleza. A sus 27, el cient¨ªfico m¨¢s famoso de esos tiempos, Alexander von Humboldt, lo invit¨® a acompa?arlo en un viaje de exploraci¨®n. Quer¨ªan ir a Egipto; terminaron en Estados Unidos, Cuba, Venezuela, Colombia y varios m¨¢s. Ser¨ªan cinco a?os de ¡ªdijo Bol¨ªvar¡ª ¡°redescubrir Am¨¦rica¡± y surcarla en uno de los viajes m¨¢s influyentes de la historia: el viaje que, entre otras cosas, inventar¨ªa la idea de naturaleza que todav¨ªa tenemos.
Despu¨¦s de eso cualquier vida estar¨ªa casi de m¨¢s. Bonpland volvi¨® a Par¨ªs, dirigi¨® el jard¨ªn bot¨¢nico de la emperatriz, escribi¨® libros. Cuando Napole¨®n fue derrocado decidi¨® irse y eligi¨®, entre tantos lugares, Buenos Aires. Sus gobernantes le hab¨ªan prometido fundarle un museo; cuando lleg¨® le dijeron que no hab¨ªa plata, que la guerra, que el enemigo, que esperara: un cl¨¢sico. Esper¨®, fue m¨¦dico, desesper¨®, se fue: subi¨® unos mil kil¨®metros salvajes para instalarse en el noreste del pa¨ªs, frontera con Paraguay, una regi¨®n h¨²meda, verde y caliente donde jam¨¢s le faltar¨ªa flora que observar.
Bonpland, tropical, se puso a estudiar y cultivar la yerba mate, la riqueza local desde que, dos siglos antes, los jesuitas empezaron a cultivarla y exportarla. Pero Paraguay ten¨ªa un autodenominado Dictador Supremo, don Jos¨¦ Gaspar Rodr¨ªguez de Francia, que no tolerar¨ªa que cualquier extranjero le birlase su tesoro. La yerba mate deb¨ªa ser patrimonio paraguayo y ese franchute ser¨ªa castigado por su osad¨ªa prometeica.
¡°Yo no pod¨ªa permitir que la yerba se preparara en ese lugar, lo cual da?ar¨ªa el comercio paraguayo, as¨ª que me vi en la necesidad de enviar mis tropas¡±, contar¨ªa el dictador. Una noche, 400 soldados invadieron la plantaci¨®n, la destruyeron, mataron a la mayor¨ªa de sus trabajadores y se llevaron al franc¨¦s. All¨ª, del otro lado del r¨ªo Paran¨¢, hab¨ªa un pueblo infecto llamado Santa Mar¨ªa. All¨ª le ordenaron quedarse, confinado ¡ªpor el delito atroz de haber plantado yerba mate.
Y all¨ª se qued¨®. El m¨¢rtir del mate era famoso; poderosos y c¨¦lebres del mundo pidieron su libertad; su Gobierno mand¨® enviados y ultimatums; Humboldt y San Mart¨ªn clamaron a diestra y siniestra; su viejo amigo Sim¨®n Bol¨ªvar amenaz¨® incluso con invadir Paraguay si su dictador no lo soltaba, pero nada. Aim¨¦ Bonpland se arm¨® una vida confinada: lo dejaban salir a los alrededores de la aldea, mirar plantas y animales, estudiar ¡ªy le alcanzaba.
Aim¨¦ o Amado o Amadeo Bonpland se pas¨® 10 a?os en ese pueblito paraguayo. Su esposa, Adeline, so pretexto de buscarlo, recorri¨® Am¨¦rica como antes ¨¦l, y fue la primera mujer en cruzar el cabo de Hornos. ?l, mientras tanto, descubri¨® plantas, escribi¨®, bebi¨® r¨ªos de mate, tuvo novias locales, se reprodujo incluso. Extra?aba su mundo; a veces le dejaban escribir una carta, recibir alguna. En esos 10 a?os Bonpland supo tan poco de los suyos; cuando por fin lo dejaron salir ya no supo volver. Tras unos meses en Francia se instal¨® de nuevo en Corrientes, del lado argentino del r¨ªo Paran¨¢, y all¨ª se cas¨® con la hija de un cacique guaran¨ª y se pas¨® el resto de su vida; all¨ª muri¨®, a los 84 a?os. As¨ª terminan, a veces, los confinamientos.
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