Volcanes, playas y silencio en las islas Eolias
De la peque?a Alicudi a los ba?os de lodos de Vulcano. Un viaje en tren desde Roma hasta el cinematogr¨¢fico archipi¨¦lago siciliano
Italia sin Sicilia no deja huella en el alma, advert¨ªa Goethe. Vamos al espect¨¢culo natural del archipi¨¦lago de las Eolias, situado al norte de Sicilia, siete islas volc¨¢nicas entre aguas turquesas y arenas negras. Vistas desde el aire est¨¢n dispuestas en forma de Y, como la franja de estrellas que rodea la constelaci¨®n de Ori¨®n. Pero no llegamos desde el aire, la cita es a las 19.30 en Roma, estaci¨®n de Termini. ?A Sicilia en tren? Ettore, mi amigo, sonr¨ªe y te abre paso por el anticuado vag¨®n. En el compartimento, los pies de la litera esconden un orinal de porcelana detr¨¢s de un resorte. Durante la madrugada el tren se interna en la quilla de un ferri para cruzar el Mediterr¨¢neo. Te levantas a mirar. No es posible. ?Estamos en el carguero del capit¨¢n Haddock! Asciendes las escaleras hasta la cubierta, hay un peque?o bar lleno de camioneros. Hace algo de fr¨ªo, te subes el cuello de la chaqueta antes de asomarte por el puente. La nave est¨¢ entrando al puerto de Mesina, pasa por delante de una inmensa escultura con la que Sicilia parece darnos la bienvenida, una mujer, una especie de virgen con vasijas. Desprende ese punto desmesurado y hortera que tambi¨¦n solo tiene Italia para lo feo. Vuelves a la cama y el tren sigue su marcha, ya en tierra firme de Sicilia. A las ocho de la ma?ana, en el puerto de Milazzo, al norte de la isla, esperamos otro barco, un aliscafo, para embarcar a las islas Eolias.
Escenarios de pel¨ªcula
Las Eolias se hicieron famosas por la imagen que proyectaron desde el cine: peque?os pueblos en medio de una geograf¨ªa inh¨®spita, salvaje; sociedades tradicionales, hostiles a cualquier forma de progreso. Volcanes, playas oscuras entre acantilados, silencio y soledad. En el cine en blanco y negro no hay color m¨¢s cercano al de la sangre que el azul del mar. ¡°Lo bello¡±, explica Rilke, ¡°no es m¨¢s que el comienzo de lo terrible, ese grado que todav¨ªa podemos soportar¡±. Todas aquellas pel¨ªculas tienen el mismo trasfondo: mujeres libres aisladas, acosadas. En 1950, la perseguida fue Anna Magnani, en Vulcano, y despu¨¦s, Ingrid Bergman, en Stromboli, tierra de Dios, la actriz sueca tan fascinada con el cine de Roberto Rossellini que desde Hollywood le escribi¨® para ofrecerle su participaci¨®n en cualquier pel¨ªcula que planeara el director y cuya ¡°ad¨²ltera relaci¨®n¡± quebrant¨® en la d¨¦cada de 1950 los tab¨²es morales de medio mundo. La ¨²ltima pel¨ªcula famosa, El cartero (y Pablo Neruda), se rod¨® en 1994 en la isla de Salina con un tema m¨¢s amable, las relaciones entre la literatura y la vida.
Viejas como el mismo Mediterr¨¢neo, todas las islas conservan restos del Neol¨ªtico, de la Edad del Bronce y de las culturas griega y romana. Casi todas tienen su iglesia barroca. Humilde, pero barroca. Los dioses de la mitolog¨ªa griega fueron los primeros due?os de las Eolias. Quien da nombre al archipi¨¦lago es Eolo, el dios de los vientos, y su hijo, el m¨ªtico rey L¨ªparo, lo hace con la mayor de las islas. Por su parte, el forjador de los rayos de Zeus y del tridente de Poseid¨®n, Hefesto, a quienes los latinos llamaron Vulcano, viv¨ªa con los c¨ªclopes en el interior del cr¨¢ter de la isla a la que da nombre, situada en la extremidad inferior de la Y.
200 habitantes y una tienda
Nosotros vamos a la punta opuesta, a Alicudi, la isla que culmina el archipi¨¦lago por el oeste. Con menos de 200 habitantes estables, sin agua ni casi vegetaci¨®n, est¨¢ completamente ocupada por un volc¨¢n c¨®nico de 700 metros de altura llamado Filo dell¡¯Arpa. Desde el barco, las casas del pueblo de Alicudi no aguardan a lo lejos, se adelantan. Est¨¢n alineadas sobre una sola calle, sin coches. Visitamos el cementerio en la ladera de la colina, la mayor¨ªa de hombres fueron emigrantes a Australia. Muchas tumbas tienen fotograf¨ªas. Son rostros antiguos, con las cejas grandes y los dientes mal alineados, los rostros del cine de Pasolini. Casi al lado, la escuela, celebrando la vida en la sombra de la muerte. Lo bello y lo terrible, lo vulgar o lo deslumbrante, desafi¨¢ndose mutuamente.
Acabamos de salir de la ¨²nica tienda que abastece de enseres a la poblaci¨®n, donde, por azar, empuj¨¦ una botella de vino que se hizo a?icos contra el suelo. En la puerta hay cuatro hombres apoyados en un banco de piedra, saludan a Ettore y sonr¨ªen. La dimensi¨®n org¨¢nica, familiar, el parentesco de la sangre como un designio anterior a la misma Alicudi. Uno te se?ala y dice: ¡°?Podr¨ªa hacerlo de nuevo?¡±. Y ante tu mirada curiosa: ¡°Tirar otra botella¡±. Risotada general.
Estr¨®mboli, Panarea y L¨ªpari
Al cabo de unos d¨ªas nos advierten de que la isla va a quedar incomunicada, se aproxima una tormenta. Abordamos el ¨²ltimo barco, va casi vac¨ªo y para en todas las islas. Pedimos en el bar una botella de vino de malvas¨ªa y un plato de capperi (alcaparras), los tesoros agr¨ªcolas del archipi¨¦lago. A nuestra izquierda, Estr¨®mboli, un volc¨¢n en constante erupci¨®n al que es posible asomarse, desde una cota m¨¢s elevada, para escuchar los ronquidos de las profundidades y mirar los esputos de lava. El camarero nos comenta que Julio Verne situ¨® en este cr¨¢ter la emersi¨®n a la superficie del planeta en su Viaje al centro de la Tierra.
Hacemos una leve parada en otras islas; la m¨¢s exquisita es Panarea. La mayor es L¨ªpari, tiene unos 12.000 habitantes. A su lado, Vulcano se ha hecho famosa por sus ba?os termales y las franjas de colores de las rocas, especialmente las de tono yema, causadas por los vapores de azufre de la actividad volc¨¢nica. Es verdad, huele un poco a huevo podrido, pero uno lo olvida combinando ba?os de burbujas ardientes en piscinas naturales de agua y lodo con la inmersi¨®n en la transparencia verdeazulada del Mediterr¨¢neo.
Pedro Jes¨²s Fern¨¢ndez es autor de la novela ¡®Pe¨®n de rey¡¯.
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