El gran viaje de papel
Desde los antiguos griegos y la Odisea, todos los libros nos han ense?ado a movernos por el mundo a trav¨¦s de sus p¨¢ginas. Con Tint¨ªn descubrimos el T¨ªbet, El Gatopardo evoca Sicilia y Lawrence Durrell nos lleva a los paisajes de Alejandr¨ªa
Viajar no significa desplazarse. Generaciones enteras conocieron el mundo gracias a Tint¨ªn o a Ast¨¦rix y Ob¨¦lix. Mientras Herg¨¦ se documentaba de manera obsesiva para sus ¨¢lbumes de aventuras ¡ªhasta los ¨¢rboles que dibuja en Tint¨ªn en el T¨ªbet son efectivamente los que crecen en las laderas del Himalaya¡ª, Albert Uderzo y Ren¨¦ Goscinny se tomaban libertades considerables en las andanzas de los irreductibles galos, lo que no impidi¨® que acabasen por moldear el mundo. Lograron, por ejemplo, que C¨®rcega quedase identificada para siempre con quesos tan fuertes que son capaces de hacer saltar un barco por los aires cuando se abren. Pero ning¨²n tebeo ha simbolizado con tanta fuerza lo que significa viajar desde el papel como la serie de Corto Malt¨¦s, las haza?as del marino creado en los a?os sesenta del siglo pasado por el italiano Hugo Pratt, que tambi¨¦n fue un ciudadano del mundo, y ahora retomadas por los espa?oles Rub¨¦n Pellejero y Juan D¨ªaz Canales. Pese a que es un personaje siempre errante, que se presenta a los lectores en su primer episodio como un n¨¢ufrago en mitad del Pac¨ªfico, Corto Malt¨¦s est¨¢ obsesionado con una ciudad, Venecia, tan bonita que le hace temer que le impida volver a viajar, pero sobre todo con un libro: Utop¨ªa, de Tom¨¢s Moro. Es m¨¢s consciente que nadie, porque tambi¨¦n lo era su creador, de que el viaje m¨¢s largo, m¨¢s definitivo, est¨¢ en un libro, en este caso en una obra que habla de un lugar que no existe, pero en el que quisi¨¦ramos estar todos, inventado por un humanista ingl¨¦s del siglo XVI.
Casi todos los grandes viajeros han sido grandes lectores. Los escritores, adem¨¢s, han construido el mundo de tal manera que resulta imposible verlo sin lo que nos han contado. Para cualquier lector de Patricia Highsmith, pasar por una oficina de correos de un pa¨ªs mediterr¨¢neo produce cierta inquietud porque eran los lugares favoritos de Tom Ripley para sus estafas y suplantaciones ¡ªaunque eran, en realidad, oficinas de American Express que ya no existen¡ª. Y esa misma mirada se construye tambi¨¦n hacia el pasado. Para cualquiera que haya le¨ªdo Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar, resulta imposible pensar en la Antigua Roma sin recordar aquella maravillosa frase de Flaubert que la escritora belga recoge en sus cuadernos y que sostiene que le impuls¨® a escribir su novela: ¡°Cuando los viejos dioses ya no exist¨ªan y el cristianismo no hab¨ªa aparecido a¨²n, hubo un momento ¨²nico, desde Cicer¨®n hasta Marco Aurelio, en que el hombre estuvo solo¡±. Y la narradora apostilla: ¡°Gran parte de mi vida transcurrir¨ªa en el intento de definir a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado con todo¡±.
Corto Malt¨¦s est¨¢ obsesionado con Venecia, tan bonita que teme que le impida volver a viajar
Los libros, como los viajes, son al final una experiencia solitaria pero que nos conecta con todo. Y adem¨¢s nos permiten viajar en el tiempo y en el espacio y, como los viajes, est¨¢n sometidos a un ritual. As¨ª lo explica Irene Vallejo en su maravilloso El infinito en un junco. La invenci¨®n de los libros en el mundo antiguo (Siruela): ¡°Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de la luz¡±. Toda lectura es un viaje moral, pero tambi¨¦n f¨ªsico. Todo lugar, y no solo la isla de Utop¨ªa que visitaba a menudo Corto Malt¨¦s, es imaginario porque ha sido moldeado por nuestras lecturas, al igual que todos los libros ¡ªlos de filosof¨ªa, de cocina, de ensayo, de pintura, de bricolaje, las novelas, los tebeos¡ª son obras de viajes.
Para los lectores de Patricia Highsmith, toda oficina de correos en el Mediterr¨¢neo produce cierta inquietud
Esto ya lo sab¨ªan los que inventaron nuestra literatura: los antiguos griegos. ?scar Mart¨ªnez, helenista, ensayista y traductor de Homero, tiene una teor¨ªa muy interesante sobre la Odisea: en realidad se trataba de un libro de viajes por el Mediterr¨¢neo, una especie de gu¨ªa que preparaba a los griegos que entonces estaban explorando y buscando nuevos asentamientos en el Viejo Mar para todo aquello que pod¨ªan encontrarse en su camino. As¨ª lo describe el tambi¨¦n profesor en H¨¦roes que miran a los ojos de los dioses (Edaf), una historia de la Antigua Grecia: ¡°Impulsados por la necesidad o por audaces iniciativas colectivas, los griegos se aventuraron en busca de nuevos paisajes y oportunidades en un mar que se transformaba ante sus ojos a un ritmo vertiginoso. Por eso, a pesar de los intentos de plasmar el itinerario de la Odisea sobre un mapa, el inter¨¦s de su p¨²blico original no debi¨® de centrarse tanto en la geograf¨ªa como en el tipo de situaciones que aguardaban a quienes se ve¨ªan forzados a cambiar la azada por el remo. A trav¨¦s del relato de su regreso, Odiseo desplegar¨¢ ante los griegos no solo un fascinante relato de aventuras, sino tambi¨¦n un modelo de actuaci¨®n en ese nuevo universo¡±.
El viaje de Ulises, con sus c¨ªclopes y sus comedores de loto, con sus sirenas y su interminable regreso a casa, es el principio de un largo recorrido en el que lo imaginario se mezcla con lo real. Pero sobre todo marca lo que la literatura ha sido desde entonces: un instrumento fundamental para explorar el mundo. Todo viaje es una lectura, y toda lectura, un viaje. Resulta imposible resumir todos los desplazamientos mentales que ofrece la literatura universal. Si uno se centra, por ejemplo, solo en Sicilia ¡ªporque todos vivimos momentos en los que los golpes de la luz mediterr¨¢nea contra el mar o el olor de una pasta con pescado y tomate reci¨¦n hecha resultan muy bienvenidos en nuestra mente¡ª, me refugiar¨ªa en cualquier novela del comisario Montalbano, de Andrea Camilleri (publicadas por Salamandra). Aquellos que no lo hayan le¨ªdo nunca tienen ante s¨ª la perspectiva de un largo viaje al interior de la isla m¨¢s grande del Mediterr¨¢neo, porque ya hay publicados en castellano casi 30 vol¨²menes, y la promesa de unos atracones de salmonetes y pasta a la Norma en la Trattoria da Enzo, para luego bajarlos durante un paseo por el muelle.
Y al evocar Sicilia es imposible no pensar en El Gatopardo (Anagrama), la obra maestra p¨®stuma de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, aquel arist¨®crata un poco exc¨¦ntrico, inmenso lector y genio de la literatura que nunca lleg¨® a publicar en vida. La frase m¨¢s famosa de esas p¨¢ginas ¡ª¡°Todo tiene que cambiar para que todo siga igual¡±¡ª adquiere una lectura extra?a desde el aislamiento del coronavirus. Es dif¨ªcil no querer que todo cambie y que construyamos una sociedad basada en los afectos y en la solidaridad, un lugar ut¨®pico en el que siempre pensemos en el otro. Pero tambi¨¦n se le puede dar la vuelta y pensar que todo ha cambiado, pero que todo tiene que seguir igual, que encerrados en casa tenemos que construir un mundo exterior. Visitar, por ejemplo, con el Pr¨ªncipe de Salina, el protagonista de esta gran novela publicada a mediados del siglo XX, el jard¨ªn de su casa se?orial, en la que se han refugiado durante la revoluci¨®n garibaldina con la que naci¨® la Italia moderna. ¡°Ya se estaba poniendo el sol y sus rayos, cesada toda violencia, iluminaban amablemente las araucarias, los pinos, las robustas encinas que eran la gloria del lugar. La avenida principal descend¨ªa en suave declive entre altos setos de laurel que enmarcaban an¨®nimos bustos de diosas sin nariz; se o¨ªa el murmullo lejano de los surtidores cuya fina lluvia rociaba la fuente de Anfitrite¡±.
Simonetta Agnello Hornby es una escritora ¡ªy prestigiosa jurista¡ª que vive en Londres, pero cuyo mundo literario es Sicilia, su lugar de origen, al que vuelve a menudo. Ha publicado novelas extraordinarias, como La Mennulara (Tusquets), pero tambi¨¦n estupendos libros de recuerdos como Unas gotas de aceite (Gatopardo). El escenario de este ¨²ltimo es Mos¨¨, la finca familiar cerca de Agrigento. Agnello Hornby recuerda el drama que se abati¨® sobre su primera adolescencia cuando sus padres descubrieron que empezaban a interesarle los chicos y en pleno verano se qued¨® recluida, ya que no pod¨ªa salir a la calle sin una s¨®lida escolta masculina familiar. Enclaustrada en casa, no paraba de quejarse ante su madre de aburrimiento. ¡°Me sent¨ªa prisionera¡±, escribe. ¡°Fue entonces cuando mam¨¢ puso a mi disposici¨®n un mont¨®n de libros y me permiti¨® leer los que quisiera. Y as¨ª se acab¨® el aburrimiento. Hab¨ªa de todo, desde las grandes novelas del siglo XIX ¡ªTolst¨®i, Balzac, Flaubert, Maupassant, Dickens, Zola, Verga¡ª hasta poes¨ªa ¡ªVillon, Foscolo, Leopardi, Gozzano¡ª y libros de arte. Me refugiaba en el estudio y, cuando ten¨ªa los ojos demasiado cansados para continuar leyendo, emerg¨ªa de todo aquel mundo imaginario con unas ganas tremendas de ver y crear cosas bellas¡±.
Y en eso tambi¨¦n se parecen los viajes y los libros: en la b¨²squeda de la belleza, en la emoci¨®n silenciosa que produce la contemplaci¨®n del Pante¨®n de Roma, de la Alhambra de Granada, de las cumbres nevadas de los Alpes desde las elegantes plazas de Tur¨ªn, que apenas se puede distinguir emocionalmente de experiencias como la lectura del arranque de Justine (1957), el primer tomo de El cuarteto de Alejandr¨ªa, de Lawrence Durrell: ¡°Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en r¨¢fagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y l¨ªmpido hasta mediod¨ªa, grillos en los rincones umbrosos y ahora el viento penetrando en los grandes pl¨¢tanos, escudri?¨¢ndolos¡¡±. La gran novela coral de Durrell puede resultar tambi¨¦n una lectura muy ilustrativa para estos d¨ªas de encierro, en los que todos compartimos una misma experiencia, pero cada uno la vive (y la contar¨¢) de una manera. Es el relato de una ciudad que ocupa un lugar central en la memoria de la cultura, pero tambi¨¦n narra la misma historia contada de manera diferente por cuatro personajes: Justine, Balthazar, Mountolive y Clea. As¨ª empieza por ejemplo el segundo tomo, Balthazar: ¡°Tonalidades del paisaje: del casta?o al bronce, horizonte escarpado, nube baja, suelo de perla, con sombras nacaradas y reflejos violetas. El polvo leonado del desierto: tumbas de los profetas que viran al zinc y el cobre cuando el sol se pone en el antiguo lado¡±.
Gerald Durrell nos muestra con sus descripciones los paisajes, gentes y animales de la isla griega de Corf¨²
Lawrence Durrell es capaz de construir paisajes reales en nuestra imaginaci¨®n, meterse en nuestra mirada hasta apoderarse de ella. Su hermano Gerald, el gran naturalista y autor de uno de los libros m¨¢s divertidos de todos los tiempos, Mi familia y otros animales (Alianza Editorial), ten¨ªa tambi¨¦n una gran capacidad para la descripci¨®n, pero en su caso no solo se centra en los escenarios ¡ªla isla griega de Corf¨² y su mar¡ª, sino en sus personas y, sobre todo, en sus animales. De todos los viajes que propone la literatura, los t¨ªtulos dedicados a la observaci¨®n de la naturaleza se encuentran entre los m¨¢s interesantes porque se trata de periplos que nosotros nunca podremos hacer ¡ªy por nosotros me refiero a todas aquellas personas que no tengan a su disposici¨®n meses y a?os para dedicarse solamente a observar lo que hacen algunos bichos¡ª. La literatura ofrece muchas veces viajes con los que solo podemos so?ar o que nunca nos atreveremos a hacer. En el caso de los libros sobre animales es todav¨ªa m¨¢s complejo porque se trata de experiencias esenciales para comprender el mundo en el que vivimos, pero a las que solo los especialistas pueden acceder y que exclusivamente los grandes divulgadores nos pueden transmitir.
Dos de ellos, Frans de Waal, en El ¨²ltimo abrazo. Las emociones de los animales y lo que nos cuentan de nosotros (Tusquets), y Carl Safina, en Mentes maravillosas. Lo que piensan y sienten los animales (Galaxia Gutenberg), llegan a la misma conclusi¨®n tras pasar a?os observando, en libertad o en zoos, a mam¨ªferos superiores como chimpanc¨¦s, gorilas, lobos, orcas o elefantes. Los animales sobreviven y son capaces de construir sociedades complejas porque cooperan. El mundo que describen no es el de una lucha de todos contra todos, sino historias de empat¨ªa, inteligencia y solidaridad. Safina relata, por ejemplo, la vida de una manada de lobos en el parque de Yellowstone (EE?UU), uno de los paisajes m¨¢s emocionantes y ricos en fauna del mundo. La supervivencia de la manada depende del trabajo conjunto y la cooperaci¨®n, y sus integrantes son conscientes. Ese mismo patr¨®n se repite en el resto de los grandes mam¨ªferos de los que hablan estos dos naturalistas. Otra cosa es lo que ocurre entre diferentes animales, pues sus observaciones solo se refieren a los miembros de una misma especie.
Los chimpanc¨¦s pueden ser tremendamente agresivos, es cierto, pero Frans de Waal cuenta la historia de una hembra que renuncia a una parte de su comida para compartirla con una chimpanc¨¦ mayor¡ y ciega. ?Empat¨ªa, generosidad, solidaridad? No importa el nombre, lo esencial es la sensaci¨®n de que en estos tiempos oscuros de virus, encierros, miedos y promesas de crisis, las estepas heladas de Yellowstone representan uno de los grandes viajes de nuestra vida porque all¨ª los miembros de una misma manada (y en esto del coronavirus somos todos una misma manada universal) se ayudan para sobrevivir en un mundo hostil. Como ya hizo aquel bardo ciego, Homero, del que apenas sabemos nada, con los antiguos griegos y, al final, con todos nosotros: escribi¨®, recit¨® en su caso, la Odisea para guiarnos en tiempos de zozobra y, de paso, para ense?arnos a viajar.
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