Cr¨®nica sentimental (y gastron¨®mica) de Lisboa
¡®Sardinhas¡¯ que brillan como joyas, tranv¨ªas amarillos, azulejos de color cobalto y, de postre, ¡®past¨¦is¡¯ de nata para exprimir al m¨¢ximo una escapada a la capital portuguesa
Lisboa est¨¢ de moda. Se puede comprobar en cualquier agencia de viajes. Este verano sus calles herv¨ªan, inundadas por una multitud plurinacional. Quiz¨¢ aburridos de otros destinos ya demasiado frecuentados, las masas de Europa y de otros lares han redescubierto la capital m¨¢s occidental del Viejo Continente. Y una de las m¨¢s tranquilas.
Los portugueses, ya se sabe, son pac¨ªficos y serenos. Ante el fen¨®meno del turismo, se dividen en los dos sectores tradicionales: los que esperan beneficiarse de ¨¦l y los que aprenden a conllevarlo con resignaci¨®n. Sea como sea, por c¨¢lculo o por paciencia, tratan estupendamente al visitante, que se siente en Lisboa un poco como en casa, es decir, abrigado y desolado a la vez.
En la desembocadura del paquid¨¦rmico r¨ªo Tajo, tan manso como indiferente, se le puede confesar a un portugu¨¦s que hay que vivir cada d¨ªa como si fuera el ¨²ltimo. El portugu¨¦s, entonces, te devolver¨¢ una mirada esc¨¦ptica y pausada, y asegurar¨¢: ¡°Puede ser, pero sin perder la perspectiva de que quiz¨¢ no lo sea¡±.
Una ciudad debe ser comprendida de inmediato desde una cierta altura. Esa primera perspectiva es fundamental. En Lisboa abundan los miradores desde donde contemplar el entramado urbano: el de Santa Luzia, el de Santa Catarina, el de San Pedro de Alc¨¢ntara, el de la Senhora do Monte¡ Un emplazamiento muy interesante para el picado urbano es el que ofrece el castillo de San Jorge, de origen ¨¢rabe y monumento nacional desde 1910. Desde cualquiera de estos puntos la capital portuguesa vivaquea flirteando con el Tajo.
Una plaza que destaca en esas vistas es la de Martin Moniz. Es uno de los espacios de ocio y restauraci¨®n m¨¢s pujantes de la Lisboa actual. Los visitantes, sin embargo, lo escogen por una raz¨®n de mucho peso: desde all¨ª parte el famoso tranv¨ªa 28. Ya se sabe que los tranv¨ªas amarillos son un emblema lisboeta.
Esos trastos peque?os y encantadores permiten salvar los numerosos desniveles de una urbe con muchas colinas. El 28 recorre el barrio de Estrela, el Barrio Alto, el Chiado, Gra?a y Alfama (con parada frente al Pante¨®n Nacional, la S¨¦-Catedral, el mirador Portas do Sol y el castillo de San Jorge, entre otros). Solo tiene un inconveniente: los veh¨ªculos tienen escasa capacidad y la cola para subir se eterniza. Cuando los ¨²ltimos turistas consiguen un asiento, un avi¨®n ha partido tranquilamente de Valencia y ha llegado a Lisboa¡ Si se quiere evitar esta espera, lo mejor ¡ªy m¨¢s caro y menos pintoresco, pero m¨¢s pr¨¢ctico¡ª es subirse a un tuk-tuk.
Es posible que a algunos visitantes les atraiga la memoria de Fernando Pessoa, el m¨¢s legendario de los escritores de Portugal. La lengua portuguesa adquiere con Pessoa honduras antimetaf¨ªsicas. Para evocar su figura es recomendable alojarse, como hago yo, en un hotel de la Pra?a da Figueira, la que cant¨® ?lvaro de Campos. De aqu¨ª parte la calle pessoana por excelencia, la Rua dos Douradores. All¨ª vivi¨® el escritor y trabaj¨® en una s¨®rdida oficina. Hoy es un vial primoroso, perfectamente rehabilitado, con tiendas y caf¨¦s de moda. La otra vivienda de Pessoa, donde habit¨® entre 1920 y 1935, se sit¨²a en la Rua Coelho da Rocha. El edificio acoge hoy la Casa Museo del escritor. De sus enseres personales solo se conserva su cama y una r¨¦plica del arc¨®n donde guard¨® las 30.000 hojas p¨®stumas que constituyen su obra. Hay otros puntos de la memoria del autor del Libro del desasosiego en la ciudad: el m¨¢s famoso es el caf¨¦ A Brasileira, que frecuent¨®, y donde lo representa una curiosa estatua sedente.
Concluido el periplo pessoano, es posible que al visitante le entre hambre. En Lisboa hay que comer pescado, bacalao singularmente (por algo disponen de la formidable despensa del Atl¨¢ntico). Sin embargo, sus dos emblemas gastron¨®micos m¨¢s peculiares son minimalistas. Se trata de la sardina y los past¨¦is de nata.
Lo que han hecho los portugueses con la sardina es una met¨¢fora de su evoluci¨®n como pa¨ªs. Este pez clupeiforme, gregario y modesto formaba parte, hace menos de medio siglo, de la miseria del mar, tanto en Portugal como en Espa?a. Era el alimento de los pobres: no ten¨ªa m¨¢s valor. Hoy en d¨ªa, se vende sardina en conserva en tiendas que parecen joyer¨ªas (como ejemplo, la cadena Mondo Fant¨¢stico da Sardinha Portuguesa). Y es que su precio es de joya: una simple lata de 115 gramos cuesta 15 euros; 22 si contiene virutas de oro comestible. Las huevas de sardina se cotizan a 52 euros la lata.
Es recomendable, sin embargo, probar la sardina fresca a la brasa, que se ofrece en muchos restaurantes lisboetas como manjar que sin duda es. Este m¨¦todo de cocci¨®n ya lo recomendaba Josep Pla en su tiempo: ¡°No coman nunca sardina a la plancha, siempre a la brasa¡±, exhortaba el autor de El que hem menjat (1972). Los portugueses, sin saberlo, son muy planianos. Un objetivo muy razonable es dirigirse por la noche a alguno de los callejones del Chiado (el barrio m¨¢s bohemio de la ciudad, pero tambi¨¦n el m¨¢s pijo, con sus fachadas color pastel y sus tiendas de gama alta). All¨ª se puede cenar mientras se escucha cantar fados en directo.
En la Tasca do Chico (Rua do Di¨¢rio de Not¨ªcias), con un poco de suerte, se puede asistir a conciertos improvisados de profesionales con mucha solera. Otros de los restaurantes de la ciudad donde se sirve muy buen pescado son Merendinha do Arco, ?ltimo Porto, A Baiuca, Tasquinha do Lagarto o Z¨¦ da Mouraria.
En cuanto al pastel de nata, es una peque?a tartaleta de hojaldre rellena de crema. Realmente resulta un postre delicioso, cuya elaboraci¨®n se disputan las mejores dulcer¨ªas de la ciudad: La Manteigaria, F¨¢brica da Nata, Pastelaria Santo Antonio, Pastelaria Batalha¡ El hojaldre no tiene ning¨²n misterio, as¨ª que la clave est¨¢ en su interior. Parece que la receta original ¨Dque se guarda con celo¡ª procede de Belem.
Dos lugares de la ciudad merecen un comentario detenido. Para los amantes del arte, su cita es con la Fundaci¨®n Calouste Gulbenkian, en la avenida de Berna. Es la instituci¨®n cultural m¨¢s importante de Portugal, producto de la generosidad de un magnate petrolero de origen armenio ¡ªGulbenkian¡ª que vivi¨® en el pa¨ªs tras refugiarse all¨ª en la II Guerra Mundial. El complejo est¨¢ integrado por obras de todas las ¨¦pocas e incluye una biblioteca tem¨¢tica con m¨¢s de 160.000 t¨ªtulos.
El sitio m¨¢s singular, sin embargo, es sin duda el convento do Carmo, en la Baixa. Se trata de una iglesia parcialmente derruida por el terremoto de 1755, que arras¨® Lisboa. Una parte de su f¨¢brica sigue en pie. Hoy forma parte de un Museo Arqueol¨®gico y es un lugar extra?o, quiz¨¢ un espacio liminar en el sentido antropol¨®gico. Hay algo de ritual interrumpido en estas ruinas. Es el esqueleto de un espacio sagrado, que se resiste a ser considerado exclusivamente profano.
El visitante, con una cierta expectaci¨®n, admira desde all¨ª el cielo de Lisboa, con su azul pur¨ªsimo, a la espera de una revelaci¨®n que no se produce nunca.
Y aqu¨ª debe acabar esta cr¨®nica, para que no se ponga demasiado sentimental.
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