De ¡®road trip¡¯ por la Costa de la Calzada
Esta ruta costera por Irlanda del Norte, entre las ciudades de Derry y Belfast, desvela un territorio lleno de leyendas, coquetos pueblos y castillos medievales enmarcados en unos paisajes casi on¨ªricos
La carretera va rebotando entre puertos pesqueros, vertiginosos acantilados que cortan las aguas y campos de un verde el¨¦ctrico durante m¨¢s de 200 kil¨®metros. Es la secuencia repetida en la conocida como la Costa de la Calzada, un viaje a trav¨¦s de una carretera empachada de suaves curvas que, entre el mar y la campi?a, se llega a estrechar hasta lo imposible. No es extra?o que la imaginaci¨®n del viajero, cargada de ese universo mitol¨®gico irland¨¦s, encuentre aqu¨ª una fiel correspondencia: leyendas de grogochs, paisajes casi on¨ªricos y castillos que se suceden con la misma naturalidad con la que esta costa salvaje soporta las embestidas del oc¨¦ano.
El atractivo tur¨ªstico m¨¢s universal de esta ruta en Irlanda del Norte que une Derry y Belfast es la Calzada del Gigante, el conjunto de 40.000 columnas de basalto que la Unesco reconoci¨® como patrimonio mundial ya en 1986. En realidad, este capricho geol¨®gico y volc¨¢nico fue moldeado por el enfriamiento de la lava hace sesenta millones de a?os en una zona de frecuente actividad volc¨¢nica. Al descender junto a la bah¨ªa de Portnaboe, donde las primeras piedras negruzcas se alborotan en la orilla, la Calzada del Gigante se extiende en el horizonte como una alfombra de piedras escamadas. La perfecta geometr¨ªa de estas columnas hexagonales a las que se llega despu¨¦s de una caminata de 20 minutos justifica las leyendas: el gigante irland¨¦s Fionn mac Cumhaill (Finn McCool) luch¨® contra el enorme escoc¨¦s Benandonner y construy¨® un puente de pelda?os de piedras hacia Escocia. Pero Benandonner lo destroz¨®, quedando un sendero desvencijado que se adentra en el mar. El misterio y su aspecto le sirvi¨® al novelista William Makepeace para definirlo, en 1845, como ¡°un retazo de caos¡±. Adem¨¢s de otras formaciones bautizadas por sus singulares formas como La bota, La silla, La colmena y La abuela, al alzar la vista y fijarla en una colina cercana, se ve El ?rgano, una formaci¨®n empotrada en rocas con columnas de 12 metros de altura. El viento, al penetrar en la cavidad, emite sonidos musicales: todo en esta ¨¢rea fabricada por las manos del tiempo tiene un aroma mitol¨®gico.
A Bushmills, el poblado m¨¢s cercano a la calzada, llegan excursiones de un d¨ªa desde las principales ciudades de toda la isla, aunque las paradas en puertos pesqueros, en miradores desde los que se captan geniales panor¨¢micas de la costa y en las tabernas locales marcan el ritmo. Atr¨¢s dejamos campi?as infinitas, pueblos aislados y playas arenosas antes de adentrarnos en el abrupto litoral que soporta el castillo de Dunluce, la primera visita de este viaje a paso lento por el norte del pa¨ªs. Levantado a principios del siglo XVI por el clan McQuillan y arrebatado medio siglo despu¨¦s por los McDonnell, de origen escoc¨¦s, sus muros parecen brotar de los acantilados del condado de Antrim, uno de los seis que conforman Irlanda del Norte. Sus paredes expuestas a la intemperie durante siglos tambi¨¦n guardan los secretos de la rivalidad familiar.
Derry, punto de partida
Derry, tambi¨¦n llamada Londonderry, fue s¨ªmbolo del terror y resistencia durante tres d¨¦cadas de un conflicto a veces disfrazado bajo la denominaci¨®n de The Troubles (Los problemas). Pero el proceso de paz devolvi¨® el orgullo a una ciudad cuyas ra¨ªces se reflejan en sus calles empedradas. La imponente muralla que culebrea por el casco hist¨®rico durante m¨¢s de un kil¨®metro y medio, atravesada por cuatro puertas originales (y tres m¨¢s recientes), es su m¨¢ximo exponente. El muro protegi¨® a los colonos protestantes que se instalaron a finales del siglo XVI y levantaron unas paredes que alcanzan ocho metros de grosor. Un siglo despu¨¦s, los descendientes de aquellos ingleses soportaron los embates de las tropas cat¨®licas leales Jacobo II, que hab¨ªa sido derrocado en 1688.
El museo The Siege est¨¢ dedicado al asedio y recuerda la eterna divisi¨®n entre dos religiones que determinan un car¨¢cter que define las catedrales de San Eugenio y San Columba o la intrahistoria del barrio Bogside, que resisti¨® el avance del ej¨¦rcito brit¨¢nico. Los murales de la paz de Bogside o el Museum of Free Derry se sumergen en su heroico pasado. A ese artefacto de la memoria se une el reci¨¦n abierto Derry Peacemakers Museum, centrado en los siguientes a?os a Free Derry (1969-1972). Pero la biograf¨ªa reciente de esta bonita urbe cortada por el r¨ªo Foyle y su moderno Puente de la Paz, que conduce a la vanguardista ¨¢rea de Ebrington, se remonta muy atr¨¢s. Y ese germen que en Derry se concentra en piedras y templos se desparrama por los viejos territorios del Ulster.
Al llegar a Limavady, las se?ales de Causeway Coastal Route apuntan al norte. La carretera, entonces, sube por el mapa para iniciar una traves¨ªa entre pueblos agr¨ªcolas, reba?os de ovejas, miradores y casitas dispersas rodeadas de inmensidad. Las dunas encajonan la carretera mientras se va dejando atr¨¢s Bellarena, Magilligan y la playa de Downhill hasta alcanzar, tras las visitas de Dunluce y la Calzada del Gigante, a Ballintoy. Arriba, el pueblo apenas se arracima en una carretera en la que los viajeros se detienen en The Village, uno de esos lugares que encarnan el estereotipo de taberna cl¨¢sica. Pero muy cerca de Ballintoy, descendiendo por una estrecha carretera entre casas de veraneo, se llega a un peque?o caf¨¦ y puerto del mismo nombre, refugiado tras esos parajes de ensue?o que ya nos hab¨ªan transportado aqu¨ª antes de llegar.
En el puerto de pescadores de este ¡°pueblo del norte¡±, como se traduce en ga¨¦lico, se grabaron escenas de Juego de tronos, serie que ha dejado un reguero de escenarios en todo el condado. Varios ¨¢rboles centenarios que forman el t¨²nel de The Dark Hedges, conocido en la exitosa ficci¨®n como Camino Real, fueron derribados por una tormenta en 2016. La madera de dos de esas hayas fue empleada para tallar 10 puertas en las que se condensa la trama de varios cap¨ªtulos de la sexta temporada. En el interior del castillo de Ballygally, una antigua torre del siglo XVII reconvertida en hotel en este bonito enclave costero, se encuentra la novena de las puertas. Todas ellas est¨¢n cerca de lugares de rodaje y, a lo largo de la Ruta de la Calzada, hay seis de esas puertas, desde la que est¨¢ en el pub Mary McBride¡¯s, en Cushendun, a las que descansan en Ballintoy o Limavady.
En las cercan¨ªas de Ballintoy tambi¨¦n espera el puente Carrick-a-rede, una pasarela de cuerda antiguamente empleada por pescadores de salm¨®n en cada temporada de pesca y que ahora cruzan los viajeros haciendo equilibrios. Bajo los pies, la espuma blanca del oleaje emborrona los afilados acantilados. Muy cerca, la apacible Ballycastle se despliega como centro de actividades acu¨¢ticas, adem¨¢s de servir como puerto para tomar el ferri hasta el santuario de aves de la isla de Rathlin o para sumergirse en los atractivos gastron¨®micos de cualquiera de sus restaurantes, como el Morton¡¯s Fish o el The Diamond Bar. El paseo mar¨ªtimo de la ciudad, los edificios centenarios, el museo que hurga en la prehistoria del territorio y las c¨¢lidas tabernas con m¨²sica en directo junto al puerto recrean, de nuevo, la atm¨®sfera que acompa?a toda esta traves¨ªa.
Mezcla de historia y naturaleza
Tras pasar la noche en el Salthouse Hotel de Ballycastle, un alojamiento encaramado sobre una colina en la que se conjugan el silencio y los atardeceres incendiarios, afrontamos el ¨²ltimo centenar de kil¨®metros. Primero es el turno de Cushendun, un conjunto de casas de cuento. La carretera se interna en esta peque?a aldea remodelada por un arquitecto gal¨¦s en el siglo XIX, con viviendas abuhardilladas y paredes de cal, antes de cruzar el puente sobre el r¨ªo Glendun y seguir hacia Carnlough, otro de esos peque?os pueblos provistos de puerto pesquero en una bah¨ªa natural, casas azuladas y tabernas de madera y moqueta.
Entre los Glens de Antrim, esta sucesi¨®n de monta?as, acantilados escarpados, bosques y bah¨ªas id¨ªlicas entre Ballycastle y Larne, es Glenariff ¡ªconocida como ¡°la reina de los Glens¡±¡ª la m¨¢s popular. Aqu¨ª se encuentra el Glenariff Forest Park, una aleaci¨®n de senderos y cascadas en los que relejarse, como si la rudeza del pasado y el clima se tomara una tregua en los meses m¨¢s amables. En estas costas a¨²n se recuerda el naufragio de la Girona en 1588 frente a la Calzada del Gigante. El barco, perteneciente a la Armada Invencible espa?ola, estaba colmado de ca?ones, monedas de oro y joyas que llevaban los m¨¢s de mil ocupantes que se ahogaron. Muchos de esos tesoros, encontrados siglos despu¨¦s, se muestran en el Museo del Ulster, en Belfast, aunque los propietarios del castillo de Glenarm aseguran que el cofre que la familia posee desde hace tres siglos perteneci¨® a la Girona.
El castillo de Glenarm sigue siendo propiedad de los McDonnell, la misma familia que arrebat¨® Dunluce al clan rival. El decimoquinto conde de Antrim habita el fort¨ªn, construido en 1636, aunque en ciertos per¨ªodos de su ausencia se organizan visitas guiadas al interior. Los ciclistas locales se detienen en el sal¨®n de t¨¦ abierto al p¨²blico y los visitantes acceden a los exuberantes jardines amurallados que alguna vez proveyeron de comida a los habitantes del castillo. Los setos recortados, el huerto, los ¨¢rboles frutales, las fuentes de agua murmullando, los invernaderos y el c¨¦sped aseado reciben a quienes se adentran en un vergel que tambi¨¦n acoge festivales de artesanos, de m¨²sica o de flores, aunque esa combinaci¨®n de naturaleza y esparcimiento, en realidad, se prodiga en toda la costa. Eso fue lo que pens¨® el ingeniero Berkeley Deane Wise en 1902, cuando quiso dar a conocer este abrupto fragmento mar¨ªtimo. Los Gobbins son hoy un sendero, remodelado tras su abandono a mitad de siglo, en el que se suceden puentes de acero con formas vanguardistas que da acceso a grutas y cuevas escondidas. La obra de ingenier¨ªa, as¨ª, est¨¢ encajada en un ¨¢rea de imposible acceso que aquel ingeniero ferroviario imagin¨® para acercar estas costas ind¨®mitas a los turistas hace m¨¢s de un siglo junto a Belfast, destino final de este viaje.
La capital del pa¨ªs fue potencia tabacalera, de productos textiles (y eso le vali¨® el sobrenombre de Lin¨®polis) o de fabricaci¨®n de barcos, una tradici¨®n a¨²n palpable en los astilleros Harland&Wolff que se asoman junto al museo del Titanic, el m¨¢s emblem¨¢tico de los cruceros construidos por la empresa. Pero al igual que Derry, el conflicto hundi¨® a Belfast en una apat¨ªa que ha ido superando en los ¨²ltimos a?os mientras los estudiantes vuelven a colonizar el centro, que se vaci¨® por la formaci¨®n del ¡°anillo de hierro¡±. Los cinco kil¨®metros de muralla que dividi¨® las ¨¢reas cat¨®licas y protestantes, sin embargo, siguen en pie, aunque ya adornadaos con murales de la paz. La vida nocturna del barrio de La Catedral, los pubs menos tur¨ªsticos en los que disfrutar del folk irland¨¦s, como el Maddens, o el vibrante mercado de St. George, cuyo estilo victoriano acoge puestos de artesanos y comida, han devuelto el pulso a un lugar que la reina Victoria otorg¨® estatus de ciudad en su fugaz visita de 1888.
Belfast, de hecho, es un homenaje (estatuas, calles, plazas, pubs) a ese esp¨ªritu mon¨¢rquico que acaba derram¨¢ndose en gran parte del reino. Y Belfast, claro, tiene su Barrio de la Reina. Es aqu¨ª donde se encuentran el Jard¨ªn Bot¨¢nico y el campus de la Universidad de Queen, un oasis de naturaleza en el coraz¨®n mismo de la ciudad, como si el verde de los paisajes que nos ha acompa?ado a lo largo de toda la Costa de la Calzada se resistiera a desaparecer. Esa exuberancia, al fin y al cabo, es la eterna promesa de la isla de Irlanda.
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