Descubriendo Texas, Nuevo M¨¦xico y Arizona desde la Ruta 66
La extravagancia es la se?a de identidad de la llamada Carretera Madre de EE UU, y m¨¢s a¨²n en su paso por estos tres Estados. En marcha por un tramo hist¨®rico donde se suceden neones, dinosaurios, cr¨¢teres, restaurantes o moteles de pel¨ªcula
La Ruta 66 es el viaje por carretera en Estados Unidos m¨¢s emblem¨¢tico. Apodada la Carretera Madre, esta sucesi¨®n de calles principales entre peque?as poblaciones y de carreteras comarcales se convirti¨® en noviembre 1926 en el primer trazado que un¨ªa los rascacielos de Chicago con las palmeras de Los ?ngeles. La Ruta 66 actual es la mejor carretera para sumergirse en la cultura popular retro estadounidense o simplemente para disfrutar de sus paisajes. Y en el camino, podremos codearnos con granjeros en Illinois y estrellas del country en Misuri, escuchar historias de indios y vaqueros en Oklahoma y descubrir las tradiciones de los indios americanos en las naciones tribales y los pueblos del suroeste. Y, por supuesto, seguir los pasos de mineros y forajidos en el Salvaje Oeste, antes de culminar el recorrido en las soleadas playas del Pac¨ªfico del sur de California.
En principio, la ruta estaba dise?ada para unir un conjunto de poblaciones y v¨ªas secundarias a su paso por ocho Estados. Se hizo famosa durante la Gran Depresi¨®n, cuando campesinos migrantes la recorrieron hacia el oeste desde las Grandes Llanuras, afectadas por el llamado Dust Bowl, unas tormentas de polvo que las convirtieron en un desierto que en los a?os treinta arrasaron el centro de Estados Unidos. Entonces, se contrat¨® a j¨®venes desempleados para asfaltar los tramos finales de lo que en aquella ¨¦poca no era m¨¢s que una carretera fangosa. Las obras terminaron justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Las cosas mejoraron en la d¨¦cada de los cincuenta, cuando la prosperidad reci¨¦n recuperada anim¨® a muchos estadounidenses a echarse a la carretera. Desafortunadamente, cuando todo parec¨ªa ir sobre ruedas, el Gobierno implant¨® una nueva red de autopistas interestatales, que, a la postre, supuso el certificado de defunci¨®n de la Carretera Madre, que es como la hab¨ªa bautizado John Steinbeck en 1939 en su novela Las uvas de la ira, el gran relato de viajes por esta carretera durante el Dust Bowl.
Tal vez su tramo m¨¢s aut¨¦ntico sea el que atraviesa los Estados del suroeste, Texas, Nuevo M¨¦xico y Arizona, con paradas m¨ªticas no exentas de un punto kitch en lugares como McLean, Amarillo, Cadillac Ranch o Tucumcari. Y, por supuesto, Albuquerque, el Bosque Petrificado, la ciudad universitaria de Flagstaff con aires del Salvaje Oeste o sitios genuinamente americanos de carretera, como Seligman o Hackberry.
El suroeste es un poco como el patio de recreo nacional, destino predilecto de aventureros que acuden por sus paisajes de piedra rojiza, las leyendas de vaqueros y toda la herencia hispana que deja una Am¨¦rica diferente, aderezada con mucho m¨¢s chile que el resto del pa¨ªs.
Más información en la guía Ruta 66 de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.
Partimos, con mucho polvo y recuerdos, en la marchita McLean
McLean puede ser un punto de partida para hacer este tramo de la Ruta 66. Lejos de la civilizaci¨®n se extienden las llanuras de Texas, con solo alg¨²n que otro molino de viento y el inconfundible olor de los cebaderos de ganado. Las extensas llanuras fueron en su d¨ªa pastos libres para el ganado que junto con sus vaqueros vagaban a sus anchas. Hasta la d¨¦cada de 1880, cuando la aparici¨®n del alambre espino propici¨® la divisi¨®n de las tierras en parcelas privadas. As¨ª lo cuenta el Devil¡¯s Rope Museum, en la marchita McLean (salida 141 de la R66), que contiene tambi¨¦n una estrafalaria sala dedicada a la Ruta 66 con un detallado mapa de la carretera a su paso por Texas, adem¨¢s de explicaciones e im¨¢genes estremecedoras del Dust Bown y otros desastres ecol¨®gicos en la zona.
Nos adentramos desde aqu¨ª en el Estado de Texas, enorme, diverso y acogedor, mayor incluso que muchos pa¨ªses y con una mezcla de sofisticaci¨®n urbana, sencillez provinciana, excursiones por las tierras altas y hasta playas de arena blanca.
Amarillo, la ciudad de la ternera y los vaqueros
Esta ciudad de vaqueros est¨¢ repleta de lugares relacionados con la Ruta 66, como The Big Texan Steak Ranch, la hist¨®rica subasta de ganado o el barrio de San Jacinto, que a¨²n cuenta con negocios originales de la ruta. Aunque un poco cursi, el Big Texan es todo un cl¨¢sico de los a?os sesenta. Su principal gancho es su famoso bistec de ternera de dos kilos, gratis para quienes sean capaces de engull¨ªrselo, junto con sus copiosas guarniciones, en menos de una hora. Para suerte del restaurante, menos del 10 % supera el reto. Atracones al margen, el rancho es un sitio estupendo para comer y la carne es magn¨ªfica.
Amarillo es una poblaci¨®n a medio camino entre Chicago y Los ?ngeles en la antigua Ruta 66, evitada durante mucho tiempo como parada. Pero hay suficientes motivos para hacer un alto en el camino. Aqu¨ª, todo gira en torno a la industria local: la ternera. Y el Big Texan no es ese el ¨²nico restaurante donde probar algunas de las mejores hamburguesas americanas, tambi¨¦n est¨¢ el GoldenLight Cafe & Cantina, un modesto local de ladrillo que lleva desde 1946 deleitando a turistas con sus cl¨¢sicas hamburguesas de queso y su estofado de chiles verdes, y todo amenizado muchas veces con m¨²sica country y rock en directo.
Aparte de comer, se puede visitar el American Quarter Horse: el quarter horse, una de las razas de caballo favoritas de la Texas rural, fue bautizado as¨ª por su valent¨ªa al correr en los hip¨®dromos americanos, que en su d¨ªa med¨ªan exactamente esto: un cuarto de milla (401 metros). Este museo es un homenaje a estos animales y explica tanto su papel en las carreras como en las labores del rancho. Y luego, hay otras atracciones t¨ªpicamente americanas, como el Don Harrington Discovery Center, sobre la industria del gas helio que en su momento fue muy importante en Amarillo. Adem¨¢s de la experiencia de inhalar helio y hablar como el Pato Donald, hay acuarios, un planetario y exposiciones cient¨ªficas.
Cadillac Ranch, una foto imprescindible
Es casi imposible hacer la Ruta 66 y no pararse a hacerse una foto en el famoso Cadillac Ranch. En 1974 un controvertido multimillonario local, Stanley March, plant¨® los chasis de 10 cadillacs en un terreno des¨¦rtico al oeste de Amarillo: una instalaci¨®n conocida como Cadillac Ranch, como un homenaje a la edad de oro de los viajes en autom¨®vil. Estos veh¨ªculos de los a?os cincuenta permanecen plantados en medio del desierto, y los visitantes suelen dejar su importa en los coches con un espray, lidiando con el viento que habitualmente sopla sin cesar en este lugar.
Tucumcari: murales y dinosaurios
Al entrar en el Estados de Nuevo M¨¦xico espera Tucumcari, encajonada entre las mesetas y las llanuras, y con uno de los tramos mejor conservados de la Ruta 66. Conviene cruzarla de noche, cuando brillan decenas de letreros de ne¨®n, reliquias del antiguo esplendor de la Carretera Madre. El legado automovil¨ªstico de la Ruta 66 y otros hitos regionales aparecen plasmados en 35 murales enormes repartidos por Tucumari; la obra de los artistas Doug y Sharon Quarles es un recorrido fant¨¢stico pora descubrir.
El otro hito del lugar es el fascinante Mesalands Dinosaur Museum, un museo que atesora huesos aut¨¦nticos de dinosaurio y atrae a los m¨¢s peque?os con sus exposiciones interactivas.
Albuquerque, museos y los escenarios de ¡®Breaking Bad¡¯
As¨ª, sin la R que s¨ª lleva su ciudad hermana extreme?a, Albuquerque es el lugar ideal para que el motor descanse y dedicar unos d¨ªas a explorar los paisajes de los alrededores. Es la ciudad del bosque de ¨¢lamos del r¨ªo Grande, de los dinners de la Ruta 66, pero es tambi¨¦n una encrucijada de lo m¨¢s transitada y la ciudad m¨¢s grande grande de Nuevo M¨¦xico, donde el atardecer se ve en tonos rosados sobre los cercanos montes Sandia y todav¨ªa se pueden o¨ªr los aullidos de los coyotes cuando se pone el sol.
Muchos viajeros pasan sin detenerse, camino de Santa Fe, la capital del Estado, pero Albuquerque tiene muchos atractivos infravalorados bajo su triste fachada urbana. En las afueras hay buenas pistas de senderismo y de ciclismo de monta?a, y en sus modernos museos se explora la cultura de los indios pueblo y el arte y la cultura neomexicana. Es un buen sitio para dejar el coche y dar un paseo entre los petroglifos del desierto.
Su casco viejo mantiene algunos de los edificios de adobe originales, que fueron las casas particulares de las 15 familias espa?olas que se instalaron aqu¨ª en 1706 y que la bautizaron como Alburquerque, aunque la R termin¨® desapareciendo. Hasta la llegada del ferrocarril, en 1880, la antigua plaza del pueblo era el centro de la vida diaria. Hoy, con museos, galer¨ªas de arte y edificios antiguos, es la principal zona tur¨ªstica de la ciudad e invita a imaginar c¨®mo era cuando solo viv¨ªan aqu¨ª unas pocas familias agradecidas por haber sobrevivido a la largu¨ªsima traves¨ªa por el desierto.
El Centro Cultural de los Indios Pueblo, en forma de media luna, est¨¢ gestionado conjuntamente por los 19 asentamientos indios pueblo de Nuevo M¨¦xico. Una parada obligada para entender su historia colectiva y las tradiciones art¨ªsticas individuales. Muy recomendable: su caf¨¦, con buena tienda de regalos. Pero hay m¨¢s visitas, como el Museo de Historia Natural y Ciencia de Nuevo M¨¦xico, un enorme y moderno museo que les encanta a los ni?os y a los fan¨¢ticos de los dinosaurios, con particular ¨¦nfasis en los efectos del cambio clim¨¢tico. Y en un imaginativo edificio cerca del hist¨®rico barrio de Barelas, cerca del r¨ªo, se encuentra el Centro Cultural National Hisp¨¢nico, dedicado a las artes esc¨¦nicas visuales y literarias hispanas.
Al oeste del r¨ªo Grande, muy cerca de Albuquerque, se extiende el Monumento Nacional Petroglifo, un gran parque des¨¦rtico cuyos campos de lava re¨²nen m¨¢s de 20.000 petroglifos que se remontan hasta el a?o 1.000 antes de Cristo. Hay varios senderos para admirarlos: el Boca Negra Canyon es el m¨¢s transitado, el Piedras Marcadas es muy interesante (pasa por 300 petroglifos) y el Rinconada Canyon es un agradable sendero circular por el desierto de 3,5 kil¨®metros en el que se ven menos petroglifos.
La otra salida verde de la zona es el Paseo del Bosque, una senda de 26 kil¨®metros en paralelo al r¨ªo Grande. Los entusiastas de la monta?a o del ciclismo pueden tambi¨¦n lanzarse por los largos descensos de la estaci¨®n de esqu¨ª de Sandia Peak Mountain Biking. Se puede alquilar una bici al pie de la estaci¨®n o subir en telesilla hasta la cima con la bicicleta propia.
Miles de seguidores peregrinan cada a?o a Albuquerque tras los pasos del protagonista de la serie Breaking Bad, Walter White (alias Heisenberg), un profesor de Qu¨ªmica con c¨¢ncer de pulm¨®n que decide vender metanfetamina para mantener a su familia. Los paisajes neomexicanos constituyen un inolvidable tel¨®n de fondo para el desarrollo de la exitosa acci¨®n. Pero, para muchos, lo m¨¢s interesante son los lugares emble?m¨¢ticos de la ciudad. Muchos recordar¨¢n el Octopus Car Wash o iconos de la Ruta 66, como el Dog House Drive In. Pero, quiz¨¢, el m¨¢s accesible de todos sea el Java Joe¡¯s, una fant¨¢stica cafeter¨ªa del centro, inmediatamente reconocible como el cuartel general de Tuco, que Heisen?berg hace saltar por los aires mientras negocian. Es tambi¨¦n una de las muchas microcervecer¨ªas que han proliferado y han dado vidilla a la restauraci¨®n local, tradicionalmente enfocada en el cen?tro y Nob Hill. Lanzado al estrellato tras su aparici¨®n en la serie, este agradable local sigue siendo un buen alto para reponer fuerzas con un caf¨¦ o con un cuenco del chile m¨¢s picante del lugar.
Hay varios circuitos dedicados a Breaking Bad que van m¨¢s all¨¢, profundizando en los rincones menos conocidos de Albuquerque, donde tras varias manzanas mon¨®tonas podemos toparnos con la casa o el trabajo de un personaje importante, o la inolvidable escena de un tiroteo.
Desv¨ªo a Santa Fe
Santa Fe es un oasis de arte y cultura a 2.133 metros sobre el nivel del mar (es la capital de Estado m¨¢s alta de EE UU), con la sierra de la Sangre de Cristo como tel¨®n de fondo. Por ella pasaba la Ruta 66 hasta que, en 1937, un cambio de trazado la excluy¨®. Merece la pena el desv¨ªo, aunque solo sea por ver el museo de Georgia O¡¯Keeffe ¡ªuna de las artistas que mejor refleja el ambiente de estos lugares¡ª, degustar platos picantes en buenos restaurantes ¡ªque sirven desde los t¨ªpicos platos picantes del suroeste americano hasta cocina vanguardista¡ª y recorrer sus iglesias y galer¨ªas. Solo con dar una vuelta por sus barrios de adobe o por la animada Santa Fe Plaza uno descubre el aire atemporal y sencillo de esta ciudad de ambiente art¨ªstico: posee m¨¢s grandes museos y galer¨ªas de las que podr¨ªan verse en una ¨²ni?ca visita. Su situaci¨®n al pie de la sierra de la Sangre de Cristo la convierte adem¨¢s en una base fant¨¢stica para la pr¨¢ctica de senderismo, ciclismo de monta?a y esqu¨ª.
La Plaza es desde hace 400 a?os el centro de Santa Fe. En un principio era el extremo norte del mexicano Camino Real. M¨¢s tarde, paraban aqu¨ª las carretas con emigrantes, con rumbo oeste por el camino de Santa Fe. Y hoy es una plaza cubierta de c¨¦sped repleta de tu?ristas que van y vienen entre museos y mar?garitas, vendedores callejeros, j¨®venes en monopat¨ªn y m¨²sicos callejeros. Bajo el p¨®rtico del Palace of the Governors, en el flanco norte, indios pueblo llegados de comunidades a m¨¢s de 300 kil¨®metros venden cer¨¢mica y su preciosa orfebrer¨ªa artesanal. La tradici¨®n se remonta a la d¨¦cada de 1880, cuando artesanos tesuque recib¨ªan a los primeros trenes con toda clase de art¨ªculos. Hoy, m¨¢s de 1.200 representantes de casi todas las tribus neomexicanas se sortean cada ma?ana los 76 espacios disponibles. Hay pulseras, fetiches, alianzas de plata¡ expuestos sobre mantas de vivos colores. Lo mejor es la joyer¨ªa cl¨¢sica en playa y turquesa. Aqu¨ª no hay regateo: se considera una ofensa.
Aqu¨ª encontramos tambi¨¦n el Museum of International Folk Art, el museo local m¨¢s ins¨®lito. Gira en torno a la mayor colecci¨®n de arte popular del mundo, y su enorme sala principal exhibe objetos singulares de m¨¢s de un centenar de pa¨ªses. Diminutas figuras humanas desempe?an sus actividades coti?dianas en escenas de pueblos y ciudades con todo lujo de detalles, y de las paredes cuel?gan mu?ecas, m¨¢scaras, juguetes y prendas. Otro formidable museo es el Museum of Indian Arts & Culture, que esboza los or¨ªgenes y la historia de los distintos pueblos originarios de toda la re?gi¨®n suroeste: indios pueblo, navajo y apache describen la realidad actual a la que se enfrentan. Y, por supuesto, el Georgia O¡¯Keeffe Museum, con 10 salas de her?mosa iluminaci¨®n en un laber¨ªntico edificio de adobe del siglo XX, que re¨²ne la ma?yor colecci¨®n de obras de esta artista que se hizo famosa por sus lu?minosos paisajes de Nuevo M¨¦xico, aunque sus obras m¨¢s importantes est¨¢n repartidas por grandes colecciones de todo el mundo.
Y a las afueras de la ciudad se encuentra una de las mejores zonas para el senderismo en Nuevo M¨¦xico: las tierras v¨ªrgenes de Pecos Wil?derness, en el coraz¨®n del Santa Fe Na?tional Forest, incluyen unos 1.600 kil¨®metros de senderos que discurren entre bosques de p¨ª?ceas y ¨¢lamos, atraviesan praderas alpinas y ascienden a varios picos por encima de los 3.650 metros.
El Bosque Petrificado y un recuerdo de The Eagles
Con un llamativo nombre y en plena Ruta 66, el original parque nacional del Bosque Petrificado, ya en Arizona, se compone de troncos fragmentados y fosilizados hace 25 millones de a?os y esparcidos por una amplia zona ¨¢rida. Los ¨¢rboles llegaron hasta aqu¨ª arrastrados durante grandes inundaciones y despu¨¦s quedaron sepultados bajo cenizas volc¨¢nicas. El trabajo de las aguas subterr¨¢neas a lo largo de los siglos hizo que al final quedaran los troncos cristalizados en s¨®lidos y brillantes pedazos de cuarzo mezclado con hierro, carb¨®n, magnesio y otros minerales. La erosi¨®n hizo el resto. El parque se extiende a ambos lados de la carretera, con varias salidas comunicadas por Rark Rd. Una l¨¢nguida ruta panor¨¢mica asfaltada de 45 kil¨®metros.
Para la siguiente parada en la Ruta 66 conviene poner m¨²sica: gracias al famoso tema de The Eagles Take It Easy (su primer single de 1972), la tranquila Winslow es hoy una parada tur¨ªstica. Es obligado posar junto a la estatua de bronce de un autoestopista con un trampantojo de la famosa chica de la canci¨®n, como tel¨®n de fondo, al volante de una camioneta Ford.
Arizona es probablemente el mejor lugar para un viaje por carretera, con grandes reclamos (Monument Valley, el Gran Ca?¨®n, Cathedral Rock¡), pero lo que quedar¨¢ sobre todo en el recuerdo ser¨¢ el largu¨ªsimo y rom¨¢ntico trayecto bajo un cielo interminable.
Y un poco m¨¢s adelante una parada para otra foto imprescindible en una de las joyas de la ruta: el cr¨¢ter Barringer (Meteor Crater), fruto de un asteroide que se estrell¨® en este lugar hace unos 50.000 a?os. Tiene m¨¢s de 170 metros de profundidad y un kil¨®metro y medio de di¨¢metro. Este cr¨¢ter es hoy de propiedad privada, pero es uno de los reclamos tur¨ªsticos de la zona, con exposiciones sobre meteoritos, la geolog¨ªa de los cr¨¢teres e incluso de los astronautas del Apollo, que se entrenaron en su superficie antes de ir a la Luna. Hay unos cuantos miradores e incluso un trozo de fuselaje de un avi¨®n que colision¨® contra el cr¨¢ter.
Flagstaff: universitarios en el Salvaje Oeste
Esta ciudad de Arizona, culta y universitaria, conserva su esencia del Salvaje Oeste. Flagstaff tiene sus encantos, desde un centro hist¨®rico peatonal con arquitectura local muy ecl¨¢ctica y neones de ¨¦poca, hasta caminos para disfrutar del senderismo y el esqu¨ª por el mayor bosque de pinos ponderosa del pa¨ªs. Aqu¨ª el ciclismo tiene cada vez m¨¢s tir¨®n y los m¨²sicos callejeros aparecen en cada rinc¨®n. Todo esto tiene mucho que ver con su universidad, la Northern Arizona University, que aporta ambiente estudiantil, y tambi¨¦n con un pasado ferroviario muy enraizado en la identidad local. El punto final lo pone el gusto por la cerveza artesanal, el buen caf¨¦ reci¨¦n tostado y un ambiente festivo permanente.
En lo alto de un cerro, a unos 30 kil¨®metros de Flagstaff, se alza el Observatorio Lowell, un monumento hist¨®rico nacional famoso porque aqu¨ª se produjo el primer avistamiento de Plut¨®n el 18 de febrero de 1930. Se puede visitar y contemplar el firmamento con sus telescopios. Otro museo curioso es el Monumento Nacional del Cr¨¢ter del Volc¨¢n Sunset: hacia el a?o 1064, un volc¨¢n entr¨® en erupci¨®n en este lugar y cubri¨® de cenciza 1.287 kil¨®metros cuadrados, escupiendo un r¨ªo de lava y obligando a los agricultores a abandonar las tierras que ven¨ªan cultivando desde hac¨ªa 400 a?os. Hoy el Sunset Crater est¨¢ adormecido y senderos kilom¨¦tricos discurren por la colada de lava Bonito (formada hacia el 1180) y suben al cr¨¢ter Lenos (2.140 metros). Los senderistas y ciclistas m¨¢s osados pueden ascender al monte O¡¯Leary (2.732 metros).
Y nos quedar¨ªa por ver el ca?¨®n Walnut, donde las viviendas del antiguo pueblo sinagua est¨¢n excavadas en las cercanas paredes verticales de un peque?o cuello volc¨¢nico de caliza, entre este espectacular ca?¨®n en medio del bosque. El Island Trail (1,6 kil¨®metros) desciende abruptamente y pasa por 25 salas construidas bajo los salientes naturales de este ca?¨®n. El lugar est¨¢ asolo 13 kil¨®metros de Flagstaff y merece la pena, aunque uno no est¨¦ especialmente interesado en la historia del pueblo sinagua, que lo abandonaron hace 700 a?os.
Camino de California
Sigue la ruta, volante en mano, en direcci¨®n a California, pero todav¨ªa quedan paradas en Arizona. Entre ellas Seligman, donde se toman muy en serio el legado de la Ruta 66, en parte gracias a los hermanos Delgadillo, los mayores defensores durante d¨¦cadas del esp¨ªritu de la Carretera Madre. Todav¨ªa vive uno de los hermanos, que regenta el Angel & Vilma Delgadillo¡¯s Original Route 66 Gift Shop, un buen lugar para comprar recuerdos y admirar matr¨ªculas enviadas por seguidores de la ruta de todo el mundo. El Delgadillo¡¯s Snow Cap Drive-In, otra instituci¨®n de la Ruta 66, est¨¢ dirigida por otros miembros de esta misma familia y es famoso por sus hamburguesas, helados y por su ambiente relajado.
Y no hay que ir muy lejos para encontrar otro de esos hitos en los que paran todos: el Grand Canyon Caverns & Inn. Es un ascensor que nos lleva 65 metros bajo tierra hasta unas cuevas iluminadas artificialmente y los restos del esqueleto de un perezoso terrestre prehist¨®rico. Y si nos apetece hacer noche, se puede dormir tambi¨¦n aqu¨ª (aunque no es barato), en una habitaci¨®n subterr¨¢nea con dos camas grandes y sala de estar.
Y ya llegando al final de este viaje, pasamos por Hackberry, una aletargada poblaci¨®n que es uno de los pocos asentamientos que a¨²n perdura en este tramo de la carretera original. Dentro de una gasolinera de 1935, exc¨¦ntricamente remodelada, la Hackberry General Store resulta una tienda fant¨¢stica para tomar algo y comprar recuerdos.
A pocos kil¨®metros, Kingman es hoy un lugar tranquilo, popular entre los entusiastas de la Ruta 66 por sus moteles bien conservados y por la arquitectura de su edad de oro. El centro de visitantes est¨¢ en una planta el¨¦ctrica de 1907, e incluso hay un peque?o museo de la Ruta 66. Vale la pena tambi¨¦n visitar la antigua iglesia metodista donde en 1939 se casaron Clark Gable y Carole Lombard, antes de lanzarse a ver los alrededores y llegar, entre pe?ascos y cactus, a las escarpadas Black Mountain para descender hacia la antigua poblaci¨®n minera de Oatman, ya en la frontera con California. Desde que las vetas de mineral se agotaron en 1942, esta localidad se ha reinventado como decorado de pel¨ªculas y visita tur¨ªstica al estilo del Salvaje Oeste, donde no faltan los duelos de pistoleros. Acurrucado entre tiendas encontraremos el Oatman Hotel, una casita soprendentemente precaria de 1902 donde Gable y Lombard pasaron su noche de bodas. Pero cuidado: estamos en pleno desierto y en verano el calor es tan sofocante que hay un concurso de huevos fritos en plena calle cada 4 de julio.
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