A la luminosa Zenobia
Nos has dejado muy claro que la felicidad no est¨¢ fuera sino dentro de uno mismo. Y esa felicidad tuya, esa alegr¨ªa la transmitiste, la regalaste
Querida Zenobia: Qu¨¦ interesante es la correspondencia, gracias a ella he llegado a ti. Entiendo que el p¨²blico en general no te haya conocido hasta ahora porque la lectura ¡°en seco¡± de vol¨²menes amplios de cartas no es demasiado atractiva. S¨ª, tambi¨¦n nos dejaste tus Diarios, pero, ya sabes, vivimos un tiempo r¨¢pido y hasta las lecturas queremos que sean r¨¢pidas, cortas. Por esto, escrib¨ª tu biograf¨ªa, sencilla, no extensa, dirigida al gran p¨²blico, que la ha acogido muy bien.
No se te ha conocido como verdaderamente eres. ?Por qu¨¦? Son varias las causas. Viviste una ¨¦poca en que la mujer era solo la compa?era de su marido, la se?ora de¡, sin reconocer su val¨ªa individual. Trabajaste en esta l¨ªnea, ?te acuerdas de la recepci¨®n de la Uni¨®n de Mujeres Americanas, a la que asististe en Nueva York en 1938?
Solo han querido ver una parte de ti, muy valiosa, pero que, por el tratamiento que siempre le han dado, ha sido mostrada como algo negativo. Por cuidar y ayudar a tu marido te han catalogado de sumisa y dominada por el poeta. Cuando lo cierto es que t¨² dejaste de escribir porque entendiste perfectamente su gran val¨ªa y decidiste ayudarlo, empujarlo a ¨¦l. ?Y qu¨¦ bien lo hiciste! Zenobia, el motor del Nobel.
Siempre se te ha aplicado un despectivo ¡°enfermera¡±. S¨ª, has cuidado much¨ªsimo a Juan Ram¨®n. ?Qu¨¦ mujer no cuida a su marido enfermo? Y el poeta lo era, un enfermo del alma, que son los males que nos atenazan, que no tienen operaci¨®n. Lo cuidaste porque lo amabas, y ¨¦l a ti. Para saberlo solo hay que leer las cartas que os escribisteis. En ellas s¨ª se ve perfectamente vuestro amor, pero, claro, es un volumen enorme¡
De una manera calmada, casi como quien no hace nada, irrumpiste en parcelas que, hasta entonces, solo hab¨ªan sido ocupadas por hombres. Y todo lo desem?pe?aste con ¨¦xito, tus amigos as¨ª lo demostraron: Federico de On¨ªs, De la Vega-Incl¨¢n, Juan Guerrero, Mar¨ªa de Maeztu¡, todos confiaron en ti para temas diversos, y a ninguno decepcionaste.
La ¨²nica parcela que siempre se te ha reconocido es la de traductora de Tagore. No se puede arrancar tu nombre de esos libros. Y cu¨¢nto te insisti¨® Juan Ram¨®n para que lo pusieses¡, ?te acuerdas? Tambi¨¦n fue ¨¦l quien dijo que la Sala de la Universidad de Puerto Rico se llamase Zenobia-Juan Ram¨®n Jim¨¦nez porque sin tu nombre no volver¨ªa a pisarla. Ya ves, la historia es de una manera y se escribe de otra.
?Qu¨¦ hubieses sido sin Juan Ram¨®n a tu lado? No s¨¦, quiz¨¢s no te hubieses casado. Nos has dejado muy claro, por palabra y obra, que la felicidad no est¨¢ fuera sino dentro de uno mismo. Y esa felicidad tuya, esa alegr¨ªa la transmitiste, la regalaste a quien estuviese a tu lado, muchos lo constatan. Sin olvidar tu entrega donde fuese necesaria.
Tu infancia, cuidada y feliz, te convirti¨® en una mujer responsable, sensata, positiva, alegre, con una visi¨®n muy clara de la vida en general y de la tuya en ?particular. Todo ello te aport¨® una gran fortaleza interior y te permiti¨® separar, hasta el final, lo bueno de lo malo que la vida te dio.
Querida Zenobia, es estupendo conocerte e ir sabiendo cada d¨ªa un poco m¨¢s de ti.
Emilia Cort¨¦s es autora de Zenobia Camprub¨ª. La llama viva (Alianza Editorial).
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