Cicatrices alemanas: el pa¨ªs del consenso atrapado en la polarizaci¨®n
Alemania celebra el 23 de febrero elecciones anticipadas en un ambiente de divisi¨®n creciente. La econom¨ªa est¨¢ estancada. La industria, en crisis. Y un partido de extrema derecha atrae a millones de votantes. Recorremos por carretera la frontera que separ¨® la RFA y la RDA entre 1949 y 1990

Hay leyendas que parec¨ªan enterradas para siempre, hasta que un d¨ªa alguien las toma en serio y las resucita. La leyenda de Barbarroja, por ejemplo, aquel emperador que desde la Edad Media duerme bajo una monta?a a la espera de despertar para, seg¨²n el relato del nacionalismo alem¨¢n, liberar el Reich.
¡ªEl mito de Barbarroja sigue vivo. Un d¨ªa volver¨¢. Ser¨¢ entonces cuando Alemania se levante de la miseria a la que la han llevado los viejos partidos.
Si hace unos a?os me hubiesen dicho que escuchar¨ªa estas palabras en boca de un pol¨ªtico alem¨¢n en un partido que recibe millones de votos, no lo habr¨ªa cre¨ªdo. Este era el pa¨ªs que, como ning¨²n otro, hab¨ªa pasado p¨¢gina del nacionalismo y se hab¨ªa enfrentado a los desastres a los que hab¨ªa llevado esta ideolog¨ªa. El pa¨ªs que sab¨ªa ad¨®nde hab¨ªa llevado el culto a los mitos y leyendas medievales y por eso los sol¨ªa tratar con un profundo recelo. Pero ah¨ª estaba Hans-Thomas Tillschneider, diputado en el Parlamento regional de Sajonia-Anhalt por Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alem¨¢n), la formaci¨®n contraria a la inmigraci¨®n y a la Uni¨®n Europea que en poco m¨¢s de una d¨¦cada ha puesto patas arriba el consenso alem¨¢n. Y esto afirmaba:
¡ªSomos el ¨²nico partido que defiende Alemania. El resto se ha despedido de Alemania.

A medio camino de un viaje con el fot¨®grafo Ed Alcock, siguiendo la l¨ªnea de la frontera que durante la Guerra Fr¨ªa parti¨® Alemania en dos, hab¨ªamos subido a la monta?a bajo la que, seg¨²n la leyenda, reposa Barbarroja. En la cumbre del Kyffh?user se eleva un monumento construido a finales del siglo XIX en honor al k¨¢iser Guillermo I, y Barbarroja. La vista del valle nevado, desde arriba, en una ma?ana soleada a finales de enero, era de cuento de Navidad. Aunque a unos 50 kil¨®metros en direcci¨®n al oeste se elevasen hasta hace 35 a?os los alambres, muros y torreones del tel¨®n de acero. Aunque hacia el sur, en las afueras de Weimar, la capital del clasicismo alem¨¢n, queden los restos del campo nazi de Buchenwald. Hoy se dir¨ªa que en estos valles y llanuras no pudiera pasar nada malo.
Al bajar de la monta?a, en la ciudad de Magdeburgo, el diputado Tillschneider, que naci¨® en la Rumania de Ceausescu como miembro de la minor¨ªa alemana del Banat y lleg¨® de ni?o a la Rep¨²blica Federal, nos cuenta qu¨¦ significan para ¨¦l y su partido Barbarroja, la monta?a, el monumento: ¡°Un lugar de la esperanza¡±. Ahora, s¨ª, aparecen ante nosotros las grietas que rompen aquel paisaje de aparente armon¨ªa construido despu¨¦s de la hora cero de 1945, y reforzado en 1989, cuando cay¨® el muro. AfD, seg¨²n los sondeos, podr¨ªa ser la segunda fuerza en las elecciones generales del 23 de febrero, y aunque Tillschneider rechaza con rotundidad etiquetas como la de ¡°extrema derecha¡±, declara, entre resignado y desafiante:
¡ªNos llaman nazis, fascistas, extremistas de derechas. ?Y qu¨¦?
01
Este es un viaje a lo largo de una cicatriz alemana: los 1.400 kil¨®metros que entre 1949 y 1990 separaron la Rep¨²blica Federal de Alemania (RFA) de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA). Es un viaje en v¨ªsperas de unas elecciones que deb¨ªan celebrarse el pr¨®ximo septiembre, pero a finales de 2024 el canciller, el socialdem¨®crata Olaf Scholz, rompi¨® la coalici¨®n con los liberales y precipit¨® el adelanto electoral. Es un viaje para entender d¨®nde est¨¢ Alemania y ad¨®nde va. La b¨²squeda comienza en el extremo sur de estas fronteras desaparecidas, en M?dlareuth, una aldea de medio centenar de habitantes entre los Estados de Baviera y Turingia. Como Berl¨ªn, estuvo dividido por un muro. Termina en Priwall, una pen¨ªnsula entre los Estados de Schleswig-Holstein y Mecklemburgo-Antepomerania, tambi¨¦n partida en dos.

Cruzamos montes y llanos, ciudades y r¨ªos. Conducimos por carreteras desiertas entre asombrosos paisajes que har¨ªan bueno aquello de que este es un pa¨ªs que ¡°todav¨ªa ofrece un rastro de la naturaleza no habitada¡±, como escrib¨ªa a principios del XIX Madame de Sta?l en Sobre Alemania, uno de los libros que nos acompa?an, el intento de la arist¨®crata liberal francesa para explicar el esp¨ªritu alem¨¢n. Son paisajes que, ¡°de entrada, llenan el alma de tristeza, si no es porque a la larga descubrimos todo aquello que nos ata a estos lugares¡±. Los bosques y paisajes no han desaparecido. Se encuentran sobre todo en lo que fue la RDA, donde se preserva una estampa de la Alemania eterna. Pero el trayecto nos llevar¨¢ tambi¨¦n por la Alemania occidental y sus autopistas colapsadas, sus ciudades industriales, sus chimeneas humeantes.
Descubriremos una sociedad apegada al di¨¢logo y los compromisos entre partidos que comparten m¨¢s de lo que les diferencia, y sirvi¨® para los dos milagros alemanes: el de la reconstrucci¨®n despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial y el de la reunificaci¨®n despu¨¦s de la Guerra Fr¨ªa. Y donde hay un deseo de confort, y una nostalgia por la ¨¦poca en la que los trenes llegaban a la hora, las f¨¢bricas exportaban a todo el mundo y el bienestar cada vez mayor era una promesa que se daba por hecha. Pero la econom¨ªa, despu¨¦s de dos a?os de recesi¨®n, apenas crecer¨¢ este a?o, si crece. Y aparecen grietas en el muro del consenso. Lo escuchamos en las conversaciones. O en la radio. Un afgano ha matado a un ni?o de dos a?os a pu?aladas en Baviera. El democristiano Friedrich Merz, favorito para suceder a Scholz en la canciller¨ªa, se declara dispuesto a votar con la extrema derecha para reducir la inmigraci¨®n. Con a?os de retraso, la polarizaci¨®n llega a la naci¨®n central en Europa, su primera potencia econ¨®mica, la democracia ejemplar. Empezamos.
02
¡°En Alemania tuvimos a la vez la mala suerte y la suerte de haber tenido una doble dictadura, 12 a?os de nacionalsocialismo y casi cuatro d¨¦cadas de dictadura del Partido Socialista Unificado¡±, nos dice en el primer d¨ªa de viaje Robert Lebegern, director del Museo de M?dlareuth, mientras paseamos por lo que durante estas cuatro d¨¦cadas que menciona, las de la RDA, fue una zona militarizada. ¡°De ambas dictaduras se puede aprender lo buena que es la democracia, pese a sus problemas¡±.
M?dlareuth, la aldea entre la occidental Baviera y la oriental Turingia, da la impresi¨®n de estar en el fin del mundo. Lo estuvo. Era el fin de la carretera. ?Polarizaci¨®n? Aqu¨ª conoc¨ªan el significado de la palabra. Antes de que existieran las redes sociales. Lo sab¨ªan de verdad porque la frontera era real. Era un muro y unas alambradas. Era el espionaje de la Stasi y las personas asesinadas mientras intentaban cruzar. Las familias separadas.

Mientras paseamos con Lebegern aparecen unos turistas alemanes, un hombre y una mujer. ?l se llama Manuel Eitel, tiene 38 a?os, es conductor de autob¨²s en la ciudad occidental de Wurzburgo y observa con curiosidad los restos del muro que desapareci¨® cuando ¨¦l ten¨ªa tres a?os. Dice que lo que m¨¢s miedo le da ahora es AfD y Donald Trump. Habla del muro de Estados Unidos y del Mediterr¨¢neo, que, aclara, tambi¨¦n es muro entre dos mundos. ¡°De nuevo igual¡±, observa. El director del museo interviene: ¡°La diferencia es que la protecci¨®n por parte de la RDA de lo que llamaban ¡®el muro de protecci¨®n antifascista¡¯ era, de un lado, contra la OTAN, pero en la pr¨¢ctica estaba dirigida a evitar la emigraci¨®n hacia el oeste de la propia poblaci¨®n¡±.
Era inevitable que los 40 a?os de divisi¨®n dejaran secuelas, pese a que hay regiones y ciudades en el Este m¨¢s pr¨®speras que otras en el Oeste y pese a que los territorios de la que fue la Alemania Oriental se cuentan entre las regiones m¨¢s pr¨®speras de Europa. Es inevitable porque esta divisi¨®n ven¨ªa de antes, y el tel¨®n de acero podr¨ªa entenderse como la ¨²ltima expresi¨®n, la m¨¢s reciente, de una partici¨®n que data de milenios: entre romanizados y no romanizados; entre germanos y eslavos; entre cat¨®licos y protestantes; entre los que miran a Francia, las islas Brit¨¢nicas o Estados Unidos, y los que miran a Rusia. En M?dlareuth, junto al riachuelo que siempre ha dividido las dos partes del pueblo, hay una piedra en la que, mir¨¢ndola desde el Este, se lee ¡°KB¡±, siglas alemanas de Reino de Baviera, y desde el Oeste se lee ¡°FR¡±, o Principado de Reuss, en la actual Turingia.
Las cuatro d¨¦cadas desde la reunificaci¨®n, pese a los avances, no han borrado las diferencias. Los sueldos est¨¢n un 30% por debajo en el Este respecto al Oeste. Los germanoorientales representan cerca del 20% de la poblaci¨®n de toda Alemania, pero solo el 4% de los dirigentes empresariales. La que fue la RDA lleva d¨¦cadas despobl¨¢ndose. Es la aut¨¦ntica Alemania vac¨ªa. Las diferencias se ven tambi¨¦n en la actual campa?a electoral: hay m¨¢s ¡ªmuchos m¨¢s¡ª carteles de AfD y su candidata a canciller, Alice Weidel, en el lado oriental de la frontera que en el occidental. Parad¨®jicamente, en M?dlareuth la herida est¨¢ m¨¢s cicatrizada que en otros lugares, y Legeberg lo explica as¨ª: ¡°Mi teor¨ªa es que entre la gente que vive cerca de la frontera las diferencias son menores que si vives a 150 kil¨®metros¡±.

Es una ma?ana fr¨ªa en M?dlareuth, el term¨®metro marca -5 grados y Annette pasea como cada d¨ªa a sus perros por las aldeas y los bosques de la frontera invisible. Esta jubilada de 64 a?os recuerda el miedo y la esperanza que trajo la ca¨ªda del muro. Ella naci¨® y creci¨® en el Este, y a los 40 a?os se march¨® a trabajar al Oeste. ¡°Alemania no va bien¡±, dice. ¡°El Gobierno ignora al pueblo¡±.
03
Esta es una queja que oiremos m¨¢s de una vez. Es la queja de alemanes que, aunque no vayan a votar a AfD o no lo digan, no est¨¢n conformes con el llamado cortafuegos o cord¨®n sanitario. Es decir, la uni¨®n de todos los partidos para impedir que la extrema derecha acceda al poder, aunque sea la fuerza m¨¢s votada, como sucedi¨® en septiembre en Turingia. Consideran que el cortafuegos es un desprecio a la democracia.

Unos d¨ªas despu¨¦s, a orillas del Elba, ya cerca del mar B¨¢ltico, un hombre de 80 a?os, un inform¨¢tico jubilado que se identifica como J¨¹rgen y que tambi¨¦n da su paseo diario por el r¨ªo, dir¨¢ lo mismo, y le preguntaremos:
¡ªPero ?no es AfD un peligro para la democracia?
¡ªNadie lo sabe.
¡ª?Por qui¨¦n votar¨¢?
¡ªNo lo s¨¦. AfD es un riesgo, pero no es ning¨²n tab¨².
04
Subimos, direcci¨®n Norte, zigzagueando a un lado y otro de la frontera. En la radio se habla del futuro de Gaza y Ucrania. Explican que Donald Trump acaba de anunciar, nada m¨¢s instalarse en el Despacho Oval, la retirada de Estados Unidos de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. El coche cruza desde la que fue la RDA a la RFA por la misma v¨ªa que la Uni¨®n Sovi¨¦tica habr¨ªa podido invadir la Alemania Occidental durante la Guerra Fr¨ªa. Es lo que los estrategas del Pent¨¢gono llamaban Fulda Gap, el hueco o corredor del Fulda. Se refer¨ªan a una zona de valles del Estado de Hesse que habr¨ªa permitido el avance de los ataques sovi¨¦ticos hasta Fr¨¢ncfort del Meno, la capital financiera occidental. Si la tercera guerra mundial hubiese estallado entonces, es probable que este hubiese sido ese lugar.
¡ªC¨®rdoba, lejana y sola¡
Mientras prepara un caf¨¦, Sonja Schittenhelm recita en castellano el poema de Garc¨ªa Lorca que aprendi¨® en la escuela. A los 75 a?os, tiene la casa llena de recuerdos, de ella y de su difunto marido, el cantautor Julius Schittenhelm. Recuerda cuando llegaron a este pueblo, Schlitz, a principios de los a?os ochenta, desde M¨²nich, donde hab¨ªan vivido hasta entonces. Se instalaron en una casa junto al parque y el castillo y en la calle ve¨ªan pasar los veh¨ªculos militares estadounidenses. Schlitz, a una veintena de kil¨®metros del tel¨®n de acero y en pleno Fulda Gap, era un lugar estrat¨¦gico. Los planes de Estados Unidos para construir instalaciones militares en una monta?a cercana desencadenaron una protesta que atrajo a miles de manifestantes a esta regi¨®n rural.

¡ª?Tem¨ªa la guerra?
Sentada en la mesa de madera de la cocina, con el caf¨¦ y un pastel strudel de manzana, Sonja responde:
¡ª?Pues claro!
Suena el timbre, entra Klaus Dieter Koch, otro veterano del movimiento pacifista. Ambos son regidores de Schlitz en representaci¨®n de una lista progresista y ecologista. Klaus Dieter lleg¨® por la misma ¨¦poca que Sonja, en su caso para trabajar en un centro de investigaci¨®n biol¨®gica. Pensaba que se iba al conf¨ªn del mundo, que le esperaba una vida pl¨¢cida y aburrida, pero se encontr¨® con una batalla en la que se dirim¨ªan la guerra y la paz y en la que estaba en juego ¡ªas¨ª lo ve¨ªan muchos entonces¡ª la supervivencia del continente y de la especie humana.
El sentimiento de culpa por los cr¨ªmenes nazis y tambi¨¦n la herida de los bombardeos aliados explican el pacifismo sincero en una parte de la poblaci¨®n y la hostilidad visceral hacia la guerra. Cuando en 2022 la Rusia de Putin invadi¨® Ucrania, estos temores resucitaron. La sociedad alemana discute desde entonces ¡ªy titubea¡ª sobre si da m¨¢s o menos ayuda militar a Ucrania y sobre los riesgos de implicarse demasiado en esta guerra a las puertas de la UE. El debate llega hasta esta cocina en Schlitz.
¡°Dec¨ªamos: ¡®Hay que construir la paz sin armas¡±, comenta Klaus Dieter. ¡°Hoy veo las cosas distintas. Putin estar¨ªa bien contento si dij¨¦semos que hay que construir la paz sin armas. He aprendido que es ingenuo pensar que sin armas podemos defendernos¡±. Sonja no lo ve tan claro: ¡°Estoy a favor de dar armas defensivas a Ucrania, pero no ofensivas. No tiene ning¨²n sentido¡±.

En la carretera, saliendo de Schlitz y tras cruzar el r¨ªo Fulda, paramos para contemplar el paisaje. Aparece una mujer que pasea con un perro y un beb¨¦. Se llama Angela, tiene 38 a?os y quiere votar a uno de los partidos ¡°del centro¡±, en todo caso no a AfD. ¡°La paz es m¨¢s importante que el dinero. Preferir¨ªa renunciar a un lujo e ir en autob¨²s a trabajar mientras sepa que puedo dejar salir a mis hijos a la calle sin miedo a que les pase algo¡±, dice.
05
Antes de emprender esta ruta, hab¨ªamos visitado en la Universidad Humboldt de Berl¨ªn al profesor Steffen Mau. La noche del 9 de noviembre de 1989, Mau llevaba un kal¨¢shnikov y un casco de acero. Hac¨ªa la mili como soldado en la Nationale Volksarmee, el Ej¨¦rcito Popular Nacional de la RDA. Se enter¨® de que se hab¨ªa abierto el muro escuchando las noticias de una emisora occidental. En su libro L¨¹tten Klein evoca el contraste entre la tristeza de la noche de guardia en un cuartel del norte de la RDA y las multitudes en j¨²bilo en las calles de Berl¨ªn. Aquello le marc¨®: ¡°Desarroll¨¦ una conciencia sobre la fragilidad del orden social¡±.

Mau es autor de Ungleich vereint (desigualmente unidos), uno de los ensayos de mayor impacto pol¨ªtico de 2024. Pero me interesaba preguntarle por otro libro, publicado el a?o anterior, del que es coautor: Triggerpunkte, un an¨¢lisis de la sociedad alemana sin el tremendismo habitual de los libros que c¨ªclicamente vaticinan el derrumbe de Alemania y su modelo de bienestar.
¡°En Alemania existe un espacio pol¨ªtico de centro relativamente amplio e integrado, aunque en el debate y los discursos medi¨¢ticos cada vez hay m¨¢s polarizaci¨®n¡±, dice Mau en su despacho. ¡°Si observamos las posiciones de los ciudadanos sobre temas pol¨ªticos y sociales como la inmigraci¨®n, la diversidad sexual o las pol¨ªticas sociales, es raro que la gente se sit¨²e en los extremos. La alemana no es una sociedad de polos contrapuestos donde unos quieren una cosa y otros algo totalmente distinto¡±. Esto se explica por la solidez de la clase media, la estructura federal ¡ªque reparte el poder y lo descentraliza¡ª y el sistema que obliga a los compromisos.
¡ªAlemania, ?una excepci¨®n?
¡ªHasta ahora, s¨ª. Pero hay que decir que se trata m¨¢s bien de Alemania Occidental. Alemania Oriental est¨¢ m¨¢s polarizada, con una diferencia entre izquierda y derecha y un espacio central menos estructurado, porque las personas son m¨¢s pobres y las desigualdades son mayores.
La inmigraci¨®n y la econom¨ªa, mientras tanto, son las mayores preocupaciones y la sociedad se vuelve m¨¢s conservadora. ¡°Una gran parte de los alemanes se siente agotada por las transformaciones. Se siente desbordada¡±, dice Mau. ¡°No se debe a un tema espec¨ªfico. Es la digitalizaci¨®n, pero tambi¨¦n los cambios en el mundo laboral, los cambios geopol¨ªticos, el cambio clim¨¢tico, las nuevas normas sociales, las relaciones familiares¡¡±. Cita un sondeo seg¨²n el cual el 40% de los alemanes ya no puede seguir el ritmo de los cambios. ¡°La reacci¨®n¡±, concluye, ¡°es echar el freno¡±.
06

Nosotros aceleramos. Desde Fulda llegamos a Magdeburgo. El 20 de diciembre, pasadas las siete de la tarde, un hombre al volante de un veh¨ªculo carg¨® contra el mercado navide?o de esta ciudad a orillas del Elba. Mat¨® a seis personas y dej¨® a m¨¢s de 200 heridas. El agresor era un m¨¦dico saud¨ª que militaba en contra del islam y hab¨ªa llegado a publicar mensajes a favor de AfD en las redes sociales. Pero AfD y pol¨ªticos de otros partidos vieron en el caso un ejemplo de los fallos en la pol¨ªtica de inmigraci¨®n del Gobierno de Scholz. Convocaron una manifestaci¨®n. Algunos extranjeros se sintieron se?alados. Como Juliana Gombe, originaria de Angola, que vive en Alemania desde 1996. Cuenta que, aquella noche, se encontraba en el mercado de Navidad y fue testigo del atentado. Desde entonces no ha dejado de pensar que ella podr¨ªa haber muerto. ¡°Yo vine aqu¨ª porque en Angola hab¨ªa guerra, dictadura, corrupci¨®n. Luch¨¦ contra todo aquello y por ello era enemiga de mi Gobierno. Vine para pedir protecci¨®n. Y ahora me siento perdida porque no hay protecci¨®n. Tengo miedo de salir sola de noche. ?Hay alguien mir¨¢ndome por mi color de piel? Vas a comprar y escuchas cuchicheos: ¡®?Por qu¨¦ est¨¢ aqu¨ª?¡¯. Yo les digo: ¡®?Est¨¢ usted hablando de m¨ª?¡±.

Tillschneider, el parlamentario de AfD que aguarda con esperanza el simb¨®lico despertar del emperador Barbarroja, se defiende ante las denuncias por un aumento de los actos xen¨®fobos en Magdeburgo tras el ataque: ¡°Nuestro objetivo no es hacerles la vida dif¨ªcil a los extranjeros¡±, dice. Y a?ade, para explicar el at¨ªpico perfil del hombre que perpetr¨® el ataque: ¡°Grande y peligrosa es la rabia de los desarraigados. Este hombre era saud¨ª, hab¨ªa perdido su religi¨®n, era un hombre desgarrado, y ?de d¨®nde viene este desgarro? Del desarraigo, que viene de la globalizaci¨®n, de la inmigraci¨®n de masas que confunde entre ellos a todos los pueblos del mundo¡±. Cuando le pregunto por el ¨¦xito de AfD en Alemania Oriental, donde en las elecciones regionales m¨¢s recientes ha sido la primera o segunda fuerza m¨¢s votada, responde: ¡°En el Oeste, los americanos, tras la Segunda Guerra Mundial, reeducaron a los alemanes no solo para ense?arles la democracia, sino para desaprender el ser alem¨¢n. En el Este no fue as¨ª. Los rusos sometieron a los alemanes, pero no los reeducaron espiritualmente. Y por eso aqu¨ª se mantuvo una vieja mentalidad alemana, una vieja cultura alemana que en el Oeste desapareci¨®¡±.
¡°Desgraciadamente, el fen¨®meno de la extrema derecha no es espec¨ªfico de Alemania Oriental, ni de Alemania¡±, dice Katja P?hle, jefa del grupo socialdem¨®crata en el Parlamento de Magdeburgo. Cita Pa¨ªses Bajos, Italia o Estados Unidos. ¡°Esto no quita gravedad a la fortaleza de AfD¡±. Y contin¨²a: ¡°Vivimos en una sociedad que afronta desaf¨ªos: la adaptaci¨®n al cambio clim¨¢tico, transformaciones de la estructura econ¨®mica, cuestiones de la cohesi¨®n social, la presi¨®n del cambio demogr¨¢fico. Lo que logra AfD es se?alar culpables: los que no han nacido aqu¨ª. Dan respuestas f¨¢ciles a cuestiones complejas¡±.
07

Las chimeneas nos reciben humeando despu¨¦s de dos horas de trayecto por autopista. Es la sede de Volkswagen, una de las mayores f¨¢bricas de autom¨®viles del mundo. Es Wolfsburgo, fundada en los a?os treinta bajo el r¨¦gimen de Hitler y s¨ªmbolo del milagro econ¨®mico despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. Es una ciudad sacudida por una crisis m¨²ltiple: China dej¨® de comprar coches alemanes, Alemania perdi¨® el tren del veh¨ªculo el¨¦ctrico y ahora contiene la respiraci¨®n ante las medidas proteccionistas de Trump. Visitamos la Tunnel-Sch?nke, local a la salida de la puerta 17 de la f¨¢brica que regenta Bruno Corigliano, que nos espera en una mesa con su caf¨¦ matutino.
¡°Esto est¨¢ finito¡±, sentencia Corigliano en italiano. ¡°Acabado¡±. Desde los tiempos del coronavirus y las amenazas de cierre de f¨¢bricas y reducci¨®n de personal vienen menos clientes. ¡°Alemania no va bien¡±, a?ade, y para ilustrarlo explica lo que le ocurri¨® el d¨ªa anterior. Ten¨ªa una cita en el m¨¦dico. El m¨¦dico le env¨ªo al hospital. El hospital al m¨¦dico. Era una historia de papeleo y burocracia: ninguno se hace responsable. Dice que perdi¨® tres horas y exagera: ¡°Estamos regresando a los niveles italianos del siglo XIX¡±. Acto seguido rebaja el pesimismo y recuerda que ha visto innumerables crisis en Volkswagen. Todas parec¨ªan definitivas, todas fueron temporales.

La historia de Corigliano es la de tantos inmigrantes del sur de Europa que llegaron a la Alemania del milagro econ¨®mico en busca de una vida mejor. ?l, nacido en Calabria, lleg¨® con 21 a?os y ahora tiene 73. Trabaj¨® 10 a?os en la f¨¢brica. ¡°A los italianos no nos miraban bien. Hab¨ªa discriminaci¨®n¡±, dice. ¡°Tambi¨¦n era culpa nuestra. Si no aprendes la lengua, no funciona¡±. De AfD, que promete deportaciones masivas, dice: ¡°Es propaganda¡±.
08
Elba arriba, nos acercamos al B¨¢ltico. Alto en L¨¹beck, la ciudad hanse¨¢tica, que fue fronteriza con la RDA. Ciudad comerciante y literaria: la ciudad de Thomas Mann, quien anticip¨® nuestro mundo polarizado (o acaso su mundo, el de hace un siglo exacto, es el nuestro tambi¨¦n). ¡°?Qu¨¦ pasaba? ?Qu¨¦ era lo que flotaba en el ambiente? Agresividad. Irritabilidad generalizada. Una desaz¨®n sin nombre. Una tendencia colectiva a los comentarios venenosos, a los arrebatos de ira, a la violencia casi f¨ªsica¡±, se lee en La monta?a m¨¢gica en la traducci¨®n de Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez. ¡°Lo caracter¨ªstico era que quienes, en principio, no ten¨ªan nada que ver en la correspondiente disputa, en lugar de rechazar la conducta de los implicados y mediar entre ellos para apaciguarlos, tomaba partido a favor de uno o de otro y se mezclaban tambi¨¦n en la vor¨¢gine¡±.
Avanz¨¢bamos en el viaje y escuch¨¢bamos noticias que parec¨ªan confirmar a Mann: la divisi¨®n de los moderados, la uni¨®n de los conservadores y la extrema derecha por la inmigraci¨®n, las nuevas cicatrices alemanas.

En el sal¨®n de los Fabricius en L¨¹beck, Hella Fabricius saca un ¨¢lbum con fotos de 1990, cuando la RDA estaba a punto de desaparecer, y ella document¨® los restos de frontera que pronto se desvanecer¨ªan. De peque?a le dec¨ªan: ¡°No te acerques al bosque¡±. En el bosque estaba la frontera. De adulta, trabaj¨®, como miembro de la Iglesia evang¨¦lica, para desarrollar los contactos entre mujeres de ambos lados. ¡°Siempre sent¨ª curiosidad¡±. Se sientan en la mesa su hijo, Jan, y su nieto, Alexander. Tres generaciones. Para Alexander, lo que cuenta la abuela es historia remota. Jan es jardinero y supone que votar¨¢ por la izquierda. No le gusta Merz, el candidato conservador. Hella se inclina por Los Verdes y dice: ¡°Lo que quiero es que siga habiendo paz, por favor, por favor, por favor¡±.
Ep¨ªlogo
Hace fr¨ªo en la playa de Priwall. Nada permite adivinar el lugar exacto por donde pasaba la frontera que hab¨ªamos empezado a recorrer unos d¨ªas antes entre Baviera y Turingia y que terminaba aqu¨ª, entre Schleswig-Holstein y Mecklemburgo-Antepomerania. El mar B¨¢ltico, de nuevo teatro de las tensiones entre Occidente y Rusia, parece un lago. En el pueblo nos cruzamos con Colin, de 16 a?os, que trabaja de camarero. Sue?a con montar una cadena de restaurantes. ¡°En L¨¹beck, en Hamburgo, en Kiel, en Roma, en Par¨ªs¡¡±. Hay una Alemania que no cree que todo vaya a ir a peor. Los jubilados Kai V?lkner y Roland Giers recuerdan cuando sal¨ªan en velero durante la Guerra Fr¨ªa y deb¨ªan vigilar de no traspasar la frontera en el agua. Ahora, m¨¢s modestamente, tambi¨¦n sue?an: ¡°Esperamos que llegue la primavera para poder navegar¡±.




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