La compa?¨ªa Peeping Tom se deconstruye en medio del hielo hasta quedar literalmente en pelotas
Su nuevo espect¨¢culo, ¡®S62?58¡ä,W60?39¡ä, cuyo t¨ªtulo son las coordenadas de la isla Decepci¨®n en la Ant¨¢rtida, significa un cambio radical en la trayectoria del grupo, que act¨²a en el TNC
Largos aplausos y buena parte de la platea del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) puesta en pie han premiado anoche la representaci¨®n de S62?58¡ä,W60?39¡ä (en referencia a las coordenadas de la Isla Decepci¨®n, frente a la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica), el nuevo espect¨¢culo de la celebrada compa?¨ªa de danza teatro belga Peeping Tom. El montaje, espectacular, presidido por la oper¨ªstica escenograf¨ªa muy realista de un barco atrapado en la banquisa en el fin del mundo que sugiere pinturas rom¨¢nticas como El mar de hielo de Caspar Friedrich o las de William Bradford y evoca la aventura polar, significa un cambio de rumbo en la trayectoria del grupo que introduce texto a mansalva y arrincona la danza que era elemento fundamental de su trabajo.
Las funciones de Barcelona (hasta el 16 de junio, sin duda es uno de los espect¨¢culos que hay que ver esta temporada), han venido precedidas de cr¨ªticas, generalmente desde el ¨¢mbito danc¨ªstico, que cuestionaban la reconversi¨®n de Peeping Tom al teatro de texto. Hay que recalcar que el grupo hace esa transformaci¨®n, que veremos si es irrevocable o algo puntual, conservando todo el humor, a veces muy negro, el surrealismo, la carga on¨ªrica y el sentido de la maravilla y lo extra?o, incluso lo absurdo, que son sus se?as de identidad. Es verdad que se echa a faltar m¨¢s de la formidable danza, llena de movimientos hipn¨®ticos, caracter¨ªstica esencial tambi¨¦n del grupo (hasta ahora), especialmente cuando ofrece sensacionales apuntes de lo que es capaz ese incre¨ªble bailar¨ªn que es Chey Jurado. Pero el cambio de Peeping Tom, un verdadero salto al vac¨ªo lleno de valor, aventura e incertidumbre, una verdadera deconstrucci¨®n del grupo y una arriesgada expedici¨®n a lo desconocido, constituye un enorme reto art¨ªstico que hay que reconocer y valorar.
S62?58¡ä,W60?39¡ä, o S62, como admiten abreviarla, es una obra que muestra a un colectivo que no se contenta con seguir cosechando laureles que tiene ya garantizados y trata de reinventarse. Solo por ese inconformismo y ese desprecio del ¨¦xito seguro, con la que est¨¢ cayendo, ya merece el aplauso. Peeping Tom, bajo la direcci¨®n de Franck Chartier (el alma doble de la compa?¨ªa junto a Gabriela Carrizo) se lanza sin red en este espect¨¢culo a explorar caminos que le sacan de la comodidad y lo transitado para meterse en un espinoso berenjenal.
Teatro dentro del teatro bajo la advocaci¨®n de Pirandello y Beckett, siete personajes y actores se enfrentan a un director (el propio Chartier) al que se escucha pero no se ve, cuestionando sus indicaciones y perturbando continuamente la marcha de la obra. Una obra que deb¨ªa ser la historia de unos seres atrapados a bordo de su barco en el hielo de la Ant¨¢rtida, una situaci¨®n cl¨¢sica de la historia de la exploraci¨®n polar, para derivar en una reflexi¨®n existencial, la aventura de vivir en un mundo vacuo, una nada fr¨ªa. En este caso (¡°m¨¢s un sue?o que una exploraci¨®n¡±, dice Chartier), no estamos en las grandes aventuras ¨¦picas de la expedici¨®n de Franklin en busca del paso del Noroeste o de Shackleton en la banquisa del Mar de Weddell, ni el innominado nav¨ªo de Peeping Tom es el Terror y el Erebus ni el Endurance sino una m¨¢s modesta y moderna embarcaci¨®n de recreo que no sabemos c¨®mo diablos ha ido a parar a las aguas heladas de la Isla Decepci¨®n (de todas formas, el barco de Peeping Tom y su mecanismo de balanceo en el hielo pasan desde ya a la historia del teatro naval que hemos visto aqu¨ª, junto al bajel corsario de Mar i Cel). La tripulaci¨®n tampoco es la cl¨¢sica de una aventura polar sino la acostumbrada galer¨ªa pintoresca de Peeping Tom, seres extravagantes, desgarrados, divertidos, tr¨¢gicos y rid¨ªculos, violentos y sentimentales (como nosotros mismos, vamos), atrapados en una distop¨ªa, como la ha calificado muy acertadamente la directora del TNC Carme Portaceli.
En un espacio dominado por la nieve, el hielo, el fr¨ªo, el viento (c¨®mo no), el desamparo y la ruina, un paisaje a la vez de la tradici¨®n pict¨®rica y sumamente peepingtomiano -recordemos 32 rue Vandenbranden (2009), parece que vayamos a asistir a una representaci¨®n can¨®nica de la compa?¨ªa, esos universos inestables de pesadillas, miedo y deseo, poblados por perdedores.
Pero la acci¨®n se corta una y otra vez (¡°coupez!¡±) cuando un actor manifiesta no estar conforme y se marcha cabreado por el patio de butacas, una actriz ecolofeminista cuestiona el significado de la obra (¡°?estamos sugiriendo que se funden los polos?, ?y tu pisada medioambiental Francky?¡±) y critica el trato a un animal en escena (un pez de pl¨¢stico), otra actriz, harta de repetir papeles, quiere ser ¡°tridimensional¡± y se resiste a morir como est¨¢ escrito (a lo Cordelia, con Sam Louwyck aullando en una mezcla del rey Lear, Ahab y el viejo marinero de Coleridge), o el propio Chey Jurado deplora que no haya m¨¢s baile al grito de ¡°??pero esto no era una compa?¨ªa de danza?!¡± (sentencia celebrada por el p¨²blico). Entre las cosas m¨¢s divertidas de un espect¨¢culo que tiene mucho humor (y mucho de desolador), el que se califique repetidamente a Franck Chartier de ¡°Castellucci del Raval¡±, en ir¨®nica referencia al impactante director italiano, y otras imprecaciones de los actores al autor como ¡°?te has tomado las pastillas?¡± y ¡°?abre el mel¨®n de tu masculinidad, Francky!¡±.
Chartier ya explic¨® al presentar su pieza que el barco y la comunidad de supervivientes atascados en el hielo son una imagen de la inspiraci¨®n encallada. Y la funci¨®n abunda en esa idea de bloqueo creativo y necesidad de encontrar una salida -¡±?qu¨¦ quer¨¦is hacer?¡±, claudica el sobrepasado director-. La situaci¨®n se disuelve en una serie de escenas que abundan en ese hilo conductor de la reflexi¨®n sobre la creatividad y el tributo que se cobra el oficio sobre la vida personal, con algunos momentos que van m¨¢s all¨¢ y se adentran ¡ªcomo tan bien hace siempre Peeping Tom¡ª en lo m¨¢s desgarrador del vac¨ªo existencial y el dolor humano y el trauma. Chartier relaciona el hielo y el fr¨ªo con la violencia patriarcal, de la que muchos miembros de la compa?¨ªa tienen experiencia, empezando por la que sufri¨® ¨¦l.
Las reivindicaciones de los actores culminan en un largo e inesperado ep¨ªlogo en el que la obra abandona el formato de superproducci¨®n y rompe la cuarta pared para convertirse en el mon¨®logo en primer¨ªsimo plano de un actor (el portugu¨¦s Romeu Runa) que se desnuda hasta lo indecible para explicar los abismos de su oficio. Sintetizando lo que se ha venido expresando en la funci¨®n (la inestabilidad, la frustraci¨®n, las dudas, el sacrificio de la vida personal y familiar a que obliga el teatro), Runa se entrega a un ritual perturbador, inc¨®modo y que puede resultar hasta desagradable para algunos espectadores. Se muestra literalmente en pelotas, jugando con su sexo y zonas ¨ªntimas, exponi¨¦ndose de una manera que no por muy vista en el teatro deja de ser chocante y m¨¢s en un escenario como el de la Sala Gran del TNC. Runa, con fascinantes movimientos abruptos, grotescos y sincopados (a ratos recuerda el fantasma de la pulga de Blake), amenaza con montar una org¨ªa e invade el patio de butacas en busca de partenaire (anoche fue a topar con Santi Fontevila, que ya es suerte) para luego abandonar la sala de la mano de una espectadora. Un final demasiado largo, esforzada lecci¨®n interpretativa, sin duda, pero que difumina la excelente deriva textual en el hielo de Peeping Tom. Una aventura que, que desde luego, no es en absoluto un patinazo.
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