La hamburguesa que Tintín no probó en sus aventuras por el Tíbet
La carne de yak, con bajo contenido en grasa, ofrece un sabor peculiar cuando se degusta en esta universal elaboración
Darwin lo hubiera probado. Cuentan que, en su travesía a bordo del Beagle, Charles Darwin echaba en la cazuela todo animal exótico que encontraba. ?scar López-Fonseca nos propone recorrer los fogones del mundo con experiencias culinarias que, seguro, el padre de la teoría de la evolución se hubiera aventurado a probar en aquel viaje.
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Durante sus aventuras por el Tíbet, Tintín tuvo un accidentado encuentro con una extra?a vaca de aspecto peludo a la que su fiel perro Milú describió como “bicho” y “espantoso”. El peque?o can llegó a mostrar su temor a que aquel animal pudiera devorar a su amigo. Sin embargo, el célebre personaje del dibujante belga Hergé sacó inmediatamente del error a su mascota. La supuesta fiera amenazante era, en realidad, un dócil yak, uno de los pocos mamíferos capaz de vivir a gran altitud por su capacidad para soportar en invierno temperaturas de hasta 40 grados bajo cero gracias a su larga pelambre. Este bóvido, cuyos machos pueden superar los 500 kilogramos de peso y lucir en la testa cuernos de hasta 90 centímetros, ha sido durante siglos ―y sigue siéndolo hoy― clave para la subsistencia de los lugare?os en muchas zonas del Himalaya. De hecho, de él se aprovecha todo: sirve de animal de tiro y carga, la piel permite confeccionar objetos, su vellón se teje, sus excrementos secados se utilizan como combustible, su leche y mantequilla son una importante fuente de nutrientes y, por supuesto, su carne forma parte de la dieta en los países de la cordillera donde se encuentran las cimas más altas del planeta.
Uno de ellos es Bután, el último reino del Himalaya y el único país del mundo que utiliza el índice de felicidad de sus habitantes para medir la riqueza. Paraíso sin masificar para senderistas y monta?eros, esta monarquía no es, sin embargo, una meca para gastrónomos. Para empezar, sus mejores hoteles y buena parte de sus restaurantes han adaptado para los extranjeros las recetas tradicionales al gusto occidental, por lo que los platos que suelen servir han perdido buena parte su esencia. Tampoco ayuda que la cocina butanesa sea una gran desconocida ―que levante la mano quien sea capaz de enumerar tres platos tradicionales― y que no haya muchas pistas sobre los gustos culinarios de sus habitantes. Una de ellas es que sienten pasión por las guindillas. La escritora noruega Erika Fatland detalla en su libro Himalaya que a los butaneses “les chiflan y las usan con absolutamente todo lo que comen; una familia normal gasta fácilmente un kilo de chiles al día”. Para ellos son, en realidad, una verdura más y no solo un simple ingrediente.
Más allá de esta pasión por las guindillas ―y también por los momos, unas empanadillas con rellenos variados que se consumen también en otros países cercanos―, uno de los grandes alicientes gastronómicos de viajar a este país y a otros del Himalaya es degustar la carne de yak. En qué preparación culinaria es otra cuestión. Jan Morris, periodista de The Times que, en 1953, dio la primicia del ascenso al Everest de Edmund Hillary y Tenzing Norgay —los primeros que hollaron la cima—, recogió en una de las crónicas de aquellos días que, mientras esperaba noticias de los escaladores, se alimentaba de un plato que el cocinero nepalí que se lo preparaba había bautizado como “pastel de mu?eco de nieve” y que, en realidad, era “carne de yak troceada incrustada decorativamente en puré de patata y adornada con una verdura llamada cebolla thyangboche. Excelente, aunque indigesto”, aseguró.
Por fortuna, esta no es, ni mucho menos, la única receta con la que disfrutar de la carne de este peculiar animal. Se puede consumir en guisos, sopas ―como el thukpa, donde el yak se mezcla con verduras y fideos― y el yaksha shakam, quizá la receta más popular entre los butaneses, en el que su carne seca (cuya textura es parecida a la de la cecina) se cocina con queso fermentado elaborado con leche del propio animal. No obstante, también hay formas de probarla más occidentalizadas y fáciles de encontrar para el viajero, como las universales hamburguesas.
Las que ofrecen los restaurantes de Bután no se diferencian en su aspecto de cualquiera de las hamburguesas elaboradas en otras latitudes con ternera. De hecho, suelen servirlas dentro de un pan redondo, acompa?adas con una loncha de queso, lechuga y tomate, y con patatas fritas de guarnición. Sin embargo, basta con morderla para apreciar matices diferentes en su sabor. Este bóvido, cuya carne en crudo tiene un color rojo más intenso por la mayor cantidad de hemoglobina de su sangre ante la falta de oxígeno en las altitudes en las que se desenvuelven, acumula menos grasa y contiene más proteínas que la de res. Por ello, hay estudios que aseguran que es más saludable y jugosa… siempre que quien se encargue de cocinarla no decida ignorar qué significa “al punto” y opte por chamuscarla. Pese a las evidentes similitudes con el sabor de las de ternera —hay quien asegura no encontrar diferencias—, se puede percibir al paladar un toque más dulce y delicado. La hamburguesa se convierte así en una buena forma de degustar la carne del “bicho espantoso” que describió Milú. A tu salud, Tintín.
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