La ¡®cal?otada¡¯, o la celebraci¨®n de lo salvaje
El ritual debe celebrarse siguiendo unos preceptos estrictos con sumo rigor
Alto. Qu¨¦dense muy quietos. Bajen de la silla con cuidado, arrod¨ªllense y arrimen la mejilla al suelo. Silencio. Desde lo profundo, algo se acerca al galope. ?Lo oyen? Despierta cada a?o por estas fechas. Como una obsesi¨®n recurrente, la llamada de Lo Salvaje viene envuelta en un halo de crines llameantes y chasquidos secos, directamente del centro de la Tierra. A su reclamo acudimos humildes y vestidos con harapos. En torno a su fuego, nos congregamos. En su presencia, partimos el pan y compartimos el vino. Nos abandonar¨¢ tras de s¨ª extasiados, bautizados de tizne. Es la cal?otada.
El ritual debe celebrarse siguiendo unos preceptos estrictos con sumo rigor. Para hacer una cal?otada como Lo Salvaje manda es necesario juntar un grupo de viejos amigos suficientemente grande en el que haya cierta dosis de ri?as ancestrales. La misma clase de tensi¨®n superficial que mantiene una gota de agua erguida e ¨ªntegra encima de un cristal es la que mantiene a un grupo de compa?eros, unido d¨¦cada tras d¨¦cada a trav¨¦s de matrimonios, divorcios, nacimientos, decesos y toda suerte de esas vicisitudes que azotan las vidas ordinarias. Lo mismo ata el amor que la inquina. La cal?otada es c¨®nclave anual sagrado, o no es.
La hermandad se juntar¨¢ cada a?o, entre noviembre y marzo, en el lugar donde se den, en sincron¨ªa, dos fen¨®menos: el alzamiento de las grandes piras rituales, hechas de los ramones y los sarmientos resultantes de la poda de olivos y vides, y la culminaci¨®n de la segunda parte del ciclo vital de las cebollas.
Contrariamente a lo que muchos creen, el cal?ot no es ni un primo cercano ni una variedad especial de cebolla. Un cal?ot es lo que le sucede a cualquier cebolla cuando madura y, en vez de ser metida en un saco para guardar y cocinar, se vuelve a plantar pasados unos d¨ªas despu¨¦s de haber sido desenterrada por primera vez. El bulbo brota de nuevo y empieza una segunda transformaci¨®n durante la cual el pay¨¦s la ir¨¢ cubriendo de tierra (calzando), para evitar que vuelva a ver la luz del sol y su color blanco se transforme en verde por la fotos¨ªntesis. Curiosamente, en esta clase de campos donde se encuentran los cal?ots y los sarmientos suele quedar espacio donde aparcar unos cuantos coches en bater¨ªa entre avellanos.
El mobiliario para la ceremonia constar¨¢ de puertas viejas desconchadas apoyadas sobre borriquetas, tapadas con manteles de papel. La vajilla ser¨¢ poca, desconchada y desparejada. En la mesa, s¨®lo se permitir¨¢n tenedores si son de puntas torcidas que se doblan al pinchar con demasiada fuerza. Las sillas ser¨¢n de pl¨¢stico, o de madera y plegables. Todas distintas.
Cada miembro del grupo ostenta un cargo de car¨¢cter hereditario al que van asociadas una serie de tareas que no es necesario explicitar cada vez que se convoca el c¨®nclave: quien tuvo una abuela que hizo el alioli en la reuni¨®n primigenia sabe que tarde o temprano recaer¨¢ sobre ¨¦l la responsabilidad de tomar el testigo; y que el alioli tiene que llevar ajo hasta doler.
Quien compra las bolsas de hielo trae las fantanaranjas, los kaslim¨®n, las colas de litro y medio y los grandes barre?os de pl¨¢stico donde se mantendr¨¢n al fresco bajo el sol. Quien un d¨ªa llev¨® el porr¨®n lo llevar¨¢ hasta que ¨¦l o el porr¨®n perezcan. Cuando el que lleva el porr¨®n desfallece, el que le sigue en la l¨ªnea sucesoria toma el porr¨®n y sigue adelante con ¨¦l, pero el vino nunca deber¨¢ dejar de correr. Y jam¨¢s se comprar¨¢ en botella, si no en garrafas de cinco litros y a la cooperativa m¨¢s cercana.
La parrilla ser¨¢ un viejo somier met¨¢lico de anillas, y ninguna otra cosa. Las cebollas se posar¨¢n en ¨¦l ensartadas con alambre, formando un collar de un blanco de perla adornado con tallos verde esmeralda, carnosos y firmes, de un tierno que parece imposible por haber sido arrancadas la noche anterior. Cada una de ellas saldr¨¢ de las llamas como una Madre de Dragones: negra tiz¨®n por fuera, pero resplandeciente. Ser¨¢n r¨¢pidamente envueltas en fardos de 20 en papel de peri¨®dico viejo y se repartir¨¢n entre los comensales. Pasar¨¢n de mano en mano como pasa la bolsita de terciopelo del cepillo en la iglesia. No es digno de su nombre quien no consigue terminar con dos veintenas.
El comensal m¨¢s alejado de las llamas a¨²n no habr¨¢ finiquitado sus cal?ots cuando el cordero a la brasa empezar¨¢ a llegar al plato de los primeros. Este se comprar¨¢ por unidades de animal que, un par de d¨ªas antes, hubiesen podido ser vistas pastando en ese mismo olivar. El honor de rechupetear los sesos y los mofletes de las cabezas partidas cocinadas en la brasa arom¨¢tica que queda tras el paso de los cal?ots por la parrilla es de las ancianas m¨¢s venerables de la tribu.
Nunca se ha visto un babero en una cal?otada: es una rebanada de pan de pay¨¦s de kilo colocada entre el coraz¨®n y el cal?ot lo que mantiene el alma limpia en el acto de dejarlos caer en la boca como los arenques en Ostende.
El honor y la inmensurable responsabilidad de hacer la salsa de los cal?ots llevan nombre de mujer. Ella, Gran Sacerdotisa, vestida con la t¨²nica ceremonial que es la bata de se?ora, siempre impoluta, emerge entre el gent¨ªo como una aparici¨®n. La muchedumbre, un mar de gente que hubiese podido ser encontrada en un desguace, se abre para dejar paso a La Gran Olla que carga en brazos y contiene los cimientos de la civilizaci¨®n occidental: pan, aceite, vino, frutos secos, ajo, pimiento seco y sal.
Vac¨ªa de significado, una cal?otada en un restaurante o una barbacoa es a la cal?otada lo que balancearse en un caballito a monedas en la puerta de un videoclub es a cabalgar con An¨ªbal Barca a lomos de un elefante de guerra en la segunda Guerra P¨²nica. Escuchen. ?Oyen ese rumor que se acerca? ?Respondan a la llamada de lo salvaje! S¨®lo el fuego en el vientre de la fe verdadera desencadena el milagro de la consagraci¨®n.
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