Caf¨¦ y abrigos de vis¨®n para todos: c¨®mo el socialismo de los ochenta intent¨® reapropiarse de los c¨®digos de las clases altas

En el Kangaroo, al lado del pabell¨®n de Canad¨¢, por 1.200 pelas te daban medio pollo y una jarra de cerveza que dejaba peque?o a un trofeo Carranza. La basca de los noventa, perfumadita por Armani e Yves Saint Laurent, bien pagada por la manguera de la boyant¨ªa econ¨®mica y valiente hasta la condecoraci¨®n para darlo todo en las trincheras del amor, recalaba en el pub de los australianos para hacer cierta la frase de la chica de Cocodrilo Dundee: ?Ese cocodrilo ha estado a punto de comerme viva?. Y Dundee le responde: ?No lo culpe. Yo he estado a punto de hacerlo un par de veces...?. ¡ªF¨¦lix Machuca, periodista, sobre las noches de la Expo de Sevilla

Vestida con una t¨²nica negra y con un enorme colgante de obsidiana al cuello, la peletera Elena Benarroch me ense?a, en un pasillo de su casa que conecta la zona noble con la de servicio, fotos de tiempos mejores. Son de antes de que, arrasada por la crisis de 2008, se planteara cerrar su tienda y vender algunas de sus piezas de arte m¨¢s preciadas (como finalmente hizo), desde un m¨®vil de Calder aut¨¦ntico hasta la mesa azul de Klein. Por eso estoy aqu¨ª esta ma?ana de 2011, para que me hable del futuro de sus negocios. En las paredes miramos a todos los famosos que han pasado por las legendarias fiestas celebradas en su sal¨®n. Ah¨ª est¨¢n Jean-Paul Gaultier y Almod¨®var, ah¨ª est¨¢n Rossy de Palma y Bibiana, ah¨ª est¨¢n Joaqu¨ªn Sabina y Chavela Vargas. Benarroch me cuenta compungida que sol¨ªa alojar a esta ¨²ltima cuando ven¨ªa a Madrid desde M¨¦xico, pero que en los ¨²ltimos tiempos iba ya a la Residencia. Yo respondo, horrorizada: ¡°??Pero la metieron en una residencia?!¡±, y ella, con los ojos inyectados en una furia que al parecer es muy suya me contesta: ¡°?La Residencia de Estudiantes, imb¨¦cil!¡±.

Ese nimio detalle le ha hecho darse cuenta al instante de que la periodista que va a entrevistarla (en ese momento a¨²n relativamente joven) no maneja los c¨®digos de un determinado c¨ªrculo cultural en el que se sabe que la Residencia (sin m¨¢s) es el sagrado edificio de los Altos del Hip¨®dromo donde Lorca conoci¨® a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y que, con el fin de la Segunda Rep¨²blica, se convirti¨® en un s¨ªmbolo de todo lo que se perdi¨® en la guerra. Cuando por fin consigue remontar el cabreo llama a voces a una empleada que acude presta, vestida con un bat¨ªn de rayas rosas y solapas blancas. Despu¨¦s pregunta, mir¨¢ndonos simult¨¢neamente a ella y a m¨ª, si quiero un caf¨¦.

Elena Benarroch fue en los a?os ochenta y noventa la gran anfitriona de la gente cercana a los c¨ªrculos de poder socialista. Su sal¨®n, como el de Aline de Romanones en el Madrid de Ava Gardner, fue el lugar donde tacone¨® todo el que pint¨® algo en la Espa?a de los nuevos vencedores. No estaba en las fotos del pasillo, pero s¨ª mencion¨® varias veces a ¡°Felipe¡±, as¨ª, por el nombre de pila (haciendo gala del namedropping antes de que llegara este anglicismo). Se refer¨ªa a Felipe Gonz¨¢lez, gran amigo suyo, con quien comparte la pasi¨®n por el coleccionismo de piedras como la que colgaba de su cuello. Del sal¨®n de Elena Benarroch, cuya decoraci¨®n minimalista en tonos tierra recuerda mucho a la del apartamento neoyorquino que el interiorista Peter Marino dise?¨® para Giorgio Armani, lleno de muebles de Jean-Michel Frank (aunque ella le dio un toque hisp¨¢nico con esculturas de hierro de Mart¨ªn Chirino y de su marido Adolfo Barnat¨¢n), tambi¨¦n fueron invitados habituales los dos ministros responsables de la reconversi¨®n industrial de Espa?a. Miguel Boyer, el ministro que meti¨® al PSOE de lleno en el liberalismo de la Escuela de Chicago, hab¨ªa estudiado como ella en el Liceo Franc¨¦s, una instituci¨®n que durante la Segunda Guerra Mundial hab¨ªa acogido a los franceses que hu¨ªan de la ocupaci¨®n alemana y a la que muchas familias madrile?as que buscan una alternativa a la educaci¨®n franquista mandaron a sus hijos.

Carlos Solchaga, un economista brillante que hab¨ªa estudiado en el MIT cuando nadie sab¨ªa lo que era el MIT, era el sucesor de Boyer y el hombre que cuando todav¨ªa se escuchaba el fragor de los antidisturbios en las zonas obreras se atrevi¨® a decir que Espa?a era el pa¨ªs de Europa donde uno pod¨ªa hacerse millonario m¨¢s r¨¢pidamente. Boyer y Solchaga se conoc¨ªan desde principios de los a?os setenta, cuando ambos hab¨ªan trabajado en el servicio de estudios del Banco de Espa?a, y eran los interlocutores que el socialismo hab¨ªa elegido para lidiar con las presiones de los clanes empresariales m¨¢s poderosos del franquismo. Ten¨ªan v¨ªnculos con sus miembros porque, a diferencia de los barones del partido con pasado proletario (?qu¨¦ v¨ªnculos con las altas esferas financieras iba a tener un electricista de los altos hornos de Vizcaya como Jos¨¦ Luis Corcuera, ministro de Interior?), siempre se hab¨ªan codeado con gente muy cercana a las verdaderas fuentes del poder econ¨®mico y hab¨ªan sido invitados habituales a los fines de semana en La Dehesilla, una finca privada en la sierra de Gredos en la que en los a?os finales del franquismo se reun¨ªan altos cargos del Estado e hijos de grandes empresarios. Boyer y Solchaga hab¨ªan formado parte de esa disidencia antifranquista que exist¨ªa tambi¨¦n en las j¨®venes generaciones de las buenas familias, pero al mismo tiempo siempre hab¨ªan estado cerca de la sensibilidad de los que no entend¨ªan las zafiedades marxistas, porque ellos eran economistas sofisticados que sab¨ªan de ingenier¨ªa financiera. Como explic¨® Juan Luis Galiacho, ¡°eran cultos, dominaban idiomas, les gustaba la pintura, coleccionaban antig¨¹edades, escuchaban m¨²sica cl¨¢sica, le¨ªan filosof¨ªa, ve¨ªan cine de vanguardia, practicaban la equitaci¨®n y compart¨ªan el pa¨ªs de Egipto como v¨ªnculo de las culturas tradicionales¡±. Controlaban eso que Pierre Bourdieu denomin¨® en su ensayo La Distinci¨®n como ¡°el habitus¡± de la gente bien. Habitus: esas actitudes,modales, gui?os, gestos sutiles que ¡°son producto de una internalizaci¨®n inconsciente de lo que se ve en el contexto familiar y socio-institucional (la escuela) en el que el individuo es educado en las etapas iniciales de la vida¡±.

Elena Benarroch dominaba tambi¨¦n el habitus: su familia, con un pasado colonial (hab¨ªan hecho fortuna en T¨¢nger) y una costumbre innata para detectar las posibilidades de negocio, la hab¨ªa educado para ser capaz de recibir conforme a los est¨¢ndares y modales de esa burgues¨ªa acostumbrada a tener ¡°servicio¡± que disfruta de los grandes placeres de la vida pero nunca dejar pasar una oportunidad de hacer caja. Ambas cosas eran posibles en aquel grupo que hab¨ªa conseguido reunir en torno a ella y que la prensa espa?ola denomin¨® ¡°beautiful people¡±. La ¡°beautiful¡± era diferente a la ¡°jet¡±. Los primeros, pese al anglicismo, eran mucho m¨¢s castizos y, al mismo tiempo, mucho m¨¢s cultos: el pensamiento, el di¨¢logo, la reflexi¨®n, la creatividad, el talento, esas palabras eran las que les gustaba usar para justificar sus saraos. Si en la Restauraci¨®n o durante el franquismo la excusa para el networking fue la caridad, en los tiempos del socialismo caviar era la posibilidad de ¡°crear cambio¡±, con la important¨ªsima diferencia de que los c¨ªrculos de poder al menos inclu¨ªan a personas que hab¨ªan sido elegidas democr¨¢ticamente por los espa?oles. Benarroch, adem¨¢s, ten¨ªa un car¨¢cter muy particular, a medio camino entre la campechan¨ªa y el esnobismo, que facilit¨® la extra?a uni¨®n con el socialismo de pana que tambi¨¦n hab¨ªa nacido en los ambientes culturetas de la Sevilla underground de los setenta y al que pertenecieron la esposa del presidente, Carmen Romero, y el vicepresidente, Alfonso Guerra. Ambos hab¨ªan formado parte de grupos de teatro experimental y hab¨ªan frecuentado la escena de rock progresivo que vio nacer a Smash, la segunda gran creaci¨®n de Alain Milhau (el descubridor de Los Bravos) y Oriol Reg¨¤s (fundador de Bocaccio), los dos hombres que pusieron en contacto a la Gauche Divine barcelonesa con el socialismo andaluz que acabar¨ªa dirigiendo los destinos de Espa?a.

Guerra era el que ve¨ªa con peores ojos los coqueteos de algunos miembros del Consejo de Ministros con el gran poder financiero y los c¨ªrculos glamurosos donde los usos y costumbres dom¨¦sticos se parec¨ªan tanto a los de la derecha de toda la vida que no hab¨ªa forma de distinguirlos. Que se hicieran llamar ¡°progresistas¡± pero comprasen obras de arte car¨ªsimas en galer¨ªas del barrio de Salamanca, les pusiesen cofia a las empleadas del hogar para distinguirlas del resto de habitantes de la casa, tuvieran el morro tan fino y les gustase mucho la ropa cara era algo que soliviantaba al vicepresidente, quien no entend¨ªa que ese universo pudiera ser compartido por defensores de la clase obrera. En ese sentido, estaba en total sinton¨ªa con los periodistas de la derecha joker (esos a los que les gusta generar caos solo por joder y que son precursores de publicaciones actuales como Periodista Digital o The Objective) que refugiados en las revistas Ya y ?poca se dedicaban a desenmascarar a los socialdem¨®cratas por, supuestamente, ser unos fariseos que predicaban las bondades de las legumbres mientras ellos com¨ªan huevas de esturi¨®n. A menudo sin fotos, solo con relatos de infiltrados, criticaban sus vidas secretas llenas de supuesto glamour.

No ment¨ªan. En la casa de Elena Benarroch m¨¢s que caviar de beluga se com¨ªa jam¨®n ib¨¦rico servido por el m¨ªtico restaurante madrile?o El Land¨®; y adem¨¢s era imposible ocultar la mercanc¨ªa con la que se hizo rica y que vendi¨® a muchas mujeres de la beautiful: los abrigos de piel, prenda hist¨®ricamente asociada a las clases altas conservadoras y que ella se hab¨ªa propuesto resignificar. Tampoco era un secreto que la peletera era ¨ªntima amiga de Isabel Preysler, la mujer por la que el ministro Miguel Boyer, venido arriba con el eslogan ¡°Por el cambio¡±, decidi¨® dejar a la reputada e intelectual ginec¨®loga Elena Arnedo, que tantas tardes hab¨ªa pasado con ¨¦l en aquella finca de la sierra de Gredos. No era aquel detalle cosa menor, pues cuando se supo la noticia oficialmente, en 1985, Boyer dimiti¨® de su cargo como ministro. Hay quien dice que a Guerra no le hizo ninguna gracia aquel idilio. Tampoco le debi¨® de gustar al marqu¨¦s de Gri?¨®n, el hombre gracias al que Preysler tiene una hija con un t¨ªtulo nobiliario.

Fue esta beautiful people la que se encarg¨® de crear el imaginario aspiracional de los que hab¨ªan votado socialismo y a¨²n cre¨ªan en las doctrinas de Keynes pero al mismo tiempo ve¨ªan con los ojos como platos Dallas, Dinast¨ªa o Falcon Crest, series de televisi¨®n que se recreaban en el universo de los millonarios y que ven¨ªan de los Estados Unidos de Ronald Reagan, donde el liberalismo estaba refund¨¢ndose en su versi¨®n m¨¢s ultracapitalista.

Los ¡°pijos¡± de los primeros ochenta recog¨ªan los tics conservadores de las clases altas reaccionarias, pero eran j¨®venes y aun relativamente inofensivos; la beautiful people, sin embargo, nac¨ªa de la intersecci¨®n del viejo poder con el nuevo y era el instrumento del que se val¨ªa el socialismo para apoderarse de un capital simb¨®lico que siempre hab¨ªa pertenecido a otro bando. Esto implicaba tambi¨¦n instalarse durante el verano en zonas asociadas desde siempre a las buenas familias ¡°de toda la vida¡±. Elena Benarroch ten¨ªa una casa en Marbella, destino al que iba mucho antes de la llegada del socialismo. Solchaga, por ejemplo, eligi¨® Puerto Sherry (Puerto de Santa Mar¨ªa), una zona tradicionalmente ultraconservadora donde a¨²n hoy fondean sus veleros las grandes fortunas bodegueras y ganaderas de Andaluc¨ªa. Una noche de verano, un se?or que no estaba de acuerdo con que un paisano del PSOE (esa banda de rojos) pisase el mismo suelo que ¨¦l, se dedic¨® a insultarle durante horas (primero sutilmente y, despu¨¦s de varios cubatas, a voces) desde una mesa cercana. Era Gonzalo de Borb¨®n, el hermano del primo de Juan Carlos I que se cas¨® con una Franco y nunca consigui¨® reinar.

Pero el Gobierno socialista, a pesar de la percepci¨®n que tuviese Gonzalo de Borb¨®n, estaba lejos de ser bolchevique. Y dijese lo que dijese Guerra, el Ministerio de Econom¨ªa quer¨ªa ¡°reconvertir¡± la econom¨ªa espa?ola potenciando ¨¢reas en las que cre¨ªa que pod¨ªa destacar. Una de ellas era la de la moda. El eco lejano de los a?os gloriosos del textil espa?ol, uno de los pocos sectores que de verdad produjo algo parecido a una Revoluci¨®n Industrial en este pa¨ªs, les hizo pensar que invertir en promoci¨®n y en una pasarela al estilo de las de Par¨ªs, Mil¨¢n o Nueva York para que las marcas espa?olas mostraran sus credenciales al mundo lanzar¨ªa internacionalmente la creatividad patria. Los dise?adores del momento, con sus ideas vanguardistas, representaban una modernidad que se interpretaba como progresista de inmediato. Aunque algunos de los dise?adores que se hicieron ricos gracias a aquel boom del dise?o espa?ol propiciado por los socialistas acabasen demostrando ser todo menos de izquierdas (?gatha Ruiz de la Prad o Adolfo Dom¨ªnguez, por ejemplo, est¨¢n incre¨ªblemente orgullosos de ser de derechas y as¨ª lo manifiestan cada vez que pueden).

Las espa?olas ya pod¨ªan informarse de las tendencias, palabra que tambi¨¦n hab¨ªa empezado a formar parte del campo sem¨¢ntico de la beautiful people, gracias a que surgieron nuevas revistas como De dise?o: revista ilustrada de dise?o industrial (1984-1988), ELLE Espa?a (1987), Estilo (1988-1991), Marie Claire (1987) o Trapos con estilo (1986). Algunas mujeres de la beautiful people, las m¨¢s cercanas al Gobierno, se vest¨ªan con moda espa?ola e incluso admit¨ªan que les hiciese de estilista y personal shopper la mism¨ªsima Benarroch. Pero las damas de los c¨ªrculos con dinero viejo prefer¨ªan ir a las boutiques de la ciudad donde pod¨ªan encontrar firmas internacionales de renombre y as¨ª codearse con socialites casadas con los empresarios del gran poder, que iban a las hermanas Molinero, donde ten¨ªan prendas de Valentino o Yves Saint Laurent, o con las esposas de los marqueses, como Isabel Preysler, que iba a Las Tres Zetas. En los ochenta las grandes firmas del lujo multinacional que todo el mundo conoce hoy a¨²n no ten¨ªan tienda propia en Madrid, excepto Loewe, Herm¨¨s y Chanel. En 1988 llegar¨ªa Vuitton y en 1990, Cartier, pero los art¨ªculos de estas casas eran patrimonio exclusivo de muy pocas se?oras pertenecientes al cogollito del barrio de Salamanca y las relaciones p¨²blicas de estas firmas, la mayor¨ªa con t¨ªtulo nobiliario, no se los vend¨ªan sin m¨¢s a la que tuviese el dinero suficiente para comprarlos. Los bolsos de alta gama y los relojazos, pues, a¨²n no formaban parte del sue?o aspiracional de las espa?olas. Sin embargo, los abrigos de piel, s¨ª. Elena Benarroch consigui¨® resignificarlos. Por eso El Corte Ingl¨¦s abri¨® a la altura de 1989 una l¨ªnea de cr¨¦dito espec¨ªfica para que las madres de la segunda clase media pudiesen hacerse con uno. El abrigo de piel era el Levi¡¯s de las adultas, que para darse tono comentaban que en verano ten¨ªan que llevarlo a c¨¢maras frigor¨ªficas. Tambi¨¦n se democratizaron los diamantes: la televisi¨®n p¨²blica emit¨ªa en horarios de m¨¢xima audiencia un anuncio dirigido al p¨²blico masivo que promocionaba las alianzas y anillos de compromiso con esta piedra preciosa.

La inyecci¨®n de capital que supuso para las comunidades espa?olas la llegada de las administraciones auton¨®micas, dentro de aquel nuevo marco mental promovido por la Constituci¨®n que hablaba del reparto de ¡°caf¨¦ para todos¡±, dinamiz¨® el consumo tambi¨¦n en el resto del pa¨ªs. En cada regi¨®n se crearon universos simb¨®licos de estatus muy curiosos, que con frecuencia ven¨ªan refrendados por las televisiones auton¨®micas (tambi¨¦n creaci¨®n socialista), que los amplificaban. Esa Espa?a, que se acabar¨ªa vaciando, vivi¨® una ilusi¨®n de prosperidad, y el marquismo adopt¨® formas aut¨®ctonas, adaptadas a los gustos y costumbres de los pijos de cada emplazamiento. En Coru?a o Gij¨®n ten¨ªan marcas de surf propias, como Raz, Pure o Freezed Bee. En Vigo prendas n¨¢uticas de Amura. En Pontevedra las ni?as ideales iban con c¨¢rdigan de Marta Morodo, mientras que en Burgos se pon¨ªan pantalones de cuero de ?ngel Pe?a. En Valencia ten¨ªan los vaqueros Aterrisage, mientras que en Bilbao triunfaban los Sheriff Base. Esos productos se vend¨ªan en tiendas multimarca en las que para muchas adolescentes conseguir entrar con el dinero suficiente para comprar era todo un triunfo. Los j¨®venes que adquir¨ªan aquellas prendas iban luego a lucirlas a discotecas pijas, que muchas veces eran franquicias de las m¨¢s prestigiosas de la capital. En A Coru?a, por ejemplo, hubo Pach¨¢ y Green. A ambas sol¨ªan acudir el tipo de personas que segu¨ªan diciendo La Coru?a. Y as¨ª, el pa¨ªs lleg¨® a los a?os noventa con un Gobierno de izquierdas que hab¨ªa vuelto a ganar en 1989 su tercera mayor¨ªa absoluta a pesar de sus amagos de traici¨®n a la clase trabajadora en el ¨¢mbito que define precisamente a esa clase: el laboral. Las huelgas hab¨ªan ido dejando la herida de la decepci¨®n en los votantes. Tampoco ayudaba mucho a recuperar la fe en la causa obrera que la cultura del pelotazo propiciado por el ¡°liberalismo socialdem¨®crata¡± hubiese acabado dando p¨¢bulo a un banquero con pinta de tibur¨®n que iba a todas partes engominado como un Gordon Gekko falangista. Mario Conde, un supuesto genio de las finanzas admirador de Margaret Thatcher, hab¨ªa logrado convertirse en una estrella nacional y eso no era un buen s¨ªntoma.

Pero muchos espa?oles que hab¨ªan vivido en aquellas zonas que en los a?os cuarenta se hab¨ªan considerado ¡°infranqueables a los ideales urbanos¡± no olvidaban que el nuevo Gobierno les hab¨ªa dado la oportunidad no ya de una vida acomodada, sino de coquetear con s¨ªmbolos que hasta entonces hab¨ªan sido exclusivos de las clases altas-altas. Cuarenta a?os de clasismo no se borran tan r¨¢pido.

El punto de inflexi¨®n determinante se produjo en 1992, el a?o que se inaugur¨® el ¨ªndice burs¨¢til IBEX 35. Fue tambi¨¦n el a?o de la Expo y las Olimpiadas de Barcelona, la gran fiesta del felipismo: un momento hist¨®rico que tambi¨¦n redibuj¨® la imagen del pijo cl¨¢sico de los a?os ochenta.

Por un lado, la Expo sirvi¨® al Gobierno socialista para llevar la resignificaci¨®n de los viejos s¨ªmbolos de espa?olidad, patrimonio exclusivo de las grandes familias, un paso m¨¢s all¨¢. La tradicional Sevilla, predio de los Alba, refugio de los Falc¨®, orgullo de se?oritos, fue durante unos meses una metr¨®poli internacional a la que llegaba un tren de alta velocidad cargado de cientos de miles de turistas. La ciudad se llen¨® de j¨®venes m¨¢s bien acomodados de todo el mundo que ven¨ªan a trabajar en los pabellones que representaban a sus pa¨ªses. Con ellos trajeron nuevas formas de diversi¨®n que se convirtieron en moda. Fue el bar del pabell¨®n de Australia el primero de Espa?a en el que hubo un karaoke y el primero en el que se vio a los hijos de las familias m¨¢s respetables subidos a las mesas cantando Sweet Child o¡¯Mine.

Luego, fue el turno de Barcelona, una ciudad hist¨®ricamente ninguneada por el franquismo, que gracias al acontecimiento deportivo cambi¨® de cara, reivindic¨® su papel como capital creativa y se convirti¨® en el nodo tur¨ªstico internacional que sigue siendo hoy en d¨ªa. La celebraci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos supuso un enorme empuj¨®n para un sector profesional en el que los barceloneses siempre hab¨ªan sido pioneros, la publicidad. Los publicistas, desde siempre capaces de formas de sibaritismo y sofisticaci¨®n exageradas, se tomaron muy en serio su pertenencia a una logia del buen gusto que se parec¨ªa mucho a la beautiful people. Uno de ellos, el legendario Llu¨ªs Bassat, fue quien se encarg¨® de una ceremonia inaugural en la que tambi¨¦n se renovaron los s¨ªmbolos de la espa?olidad. La catalan¨ªsima compa?¨ªa de teatro La Fura dels Baus dej¨® boquiabierto a medio mundo, que la vio actuar en un estadio con el nombre de un catalanista republicano, Llu¨ªs Companys, donde no hubo casi rojigualdas. Los que ahora claman que el pa¨ªs se rompe cada vez que ven una senyera se hubiesen frotado las manos: el mism¨ªsimo Pr¨ªncipe de Asturias encabezaba el desfile, en un gesto que representaba el apoyo definitivo de la Casa Real a aquella Espa?a. Fue una catarsis, hasta para los m¨¢s fachas.

Pero luego lleg¨® el oto?o, con su melancol¨ªa. Y cuando amain¨® la euforia de los fastos, Espa?a tuvo que hacer frente a la que se avecinaba: una recesi¨®n econ¨®mica bestial que arrasar¨ªa con el empleo juvenil y que llevar¨ªa a Felipe Gonz¨¢lez a hacer lo que no se atrevi¨® tras la huelga de 1988. Poner en marcha los contratos basura para j¨®venes. No era un buen momento para que Isabel Preysler saliese en la portada de ?Hola! junto a la hija que hab¨ªa tenido con el marqu¨¦s de Gri?¨®n, Tamara Falc¨®, y la que ahora compart¨ªa con el antiguo ministro socialista presumiendo de nueva mansi¨®n en Puerta de Hierro. Pero as¨ª fue, en noviembre.

La casa de los Boyer era casi un palacio real: en sus 1.370 metros cuadrados, entre otros dislates, albergaba trece cuartos de ba?o, una piscina cubierta, una cancha de tenis privada y una caseta climatizada para el perro que ya le hubiese gustado a Snoopy. El esc¨¢ndalo fue absolutamente may¨²sculo y aunque Boyer no era ministro desde 1986, aquel gesto se interpret¨® como indecoroso, una ruptura definitiva del pacto de no-ostentaci¨®n. Toda la indignaci¨®n acumulada por los coqueteos de la izquierda con las ideas de la derecha estall¨® justo ah¨ª. El PSOE perdi¨® la mayor¨ªa absoluta en 1993. Nunca hay que subestimar la fuerza simb¨®lica aniquiladora de un chalet. Pablo Iglesias lo sabe muy bien.