La ¡°hermandad f¨¢lica¡±: qu¨¦ son los clubes de masturbaci¨®n grupal y por qu¨¦ los hombres acuden
Existen desde hace d¨¦cadas en las grandes ciudades estadounidenses y uno acaba de abrir sus puertas en Madrid. Sus creadores los describen como lugares donde no se busca sexo, sino una conexi¨®n f¨ªsica y espiritual entre hombres, tambi¨¦n heterosexuales, que las normas sociales se empe?an en derribar
Paul Rosenberg es un hombre gay en la cincuentena, una criatura curiosa, producto de los a?os setenta en un barrio multicultural a las afueras de Chicago. Cuando ten¨ªa poco m¨¢s de 20 a?os dio por primera vez con un jack off club, literalmente un club de pajas. El concepto aparec¨ªa en un relato de la revista er¨®tica gay Honcho. En 1990 descubri¨® Chicago Jacks, su primer club real de este tipo. Durante un a?o asisti¨® a todos los eventos. En ellos, hombres adultos de todos los rangos de edad se reun¨ªan para masturbarse, o bien en solitario o bien mutuamente. Sin alcohol, sin drogas, sin b¨²squedas infructuosas, sin juegos de poder, sin negociaciones de qui¨¦n ser¨ªa activo o pasivo, sin miedo al sida. Poco despu¨¦s se ech¨® un novio (hoy su marido) y se alej¨® del club.
Pasaron diez a?os de vida mon¨®gama y Paul quiso volver, tras pactarlo con su pareja, a aquellas experiencias. Como se hab¨ªan mudado a Seattle y all¨ª no hab¨ªa un club de masturbaci¨®n para hombres como el de Chicago, decidi¨® crearlo ¨¦l. Lo llam¨® Rain City Jacks. Seg¨²n datos recogidos por la web especializada en esta pr¨¢ctica The Bator Blog (bators es el nombre que reciben en ingl¨¦s los masturbators, hombres que disfrutan de la masturbaci¨®n en grupo), hay en Estados Unidos 18 clubes de este tipo, dos en Australia, dos en Canad¨¢ y uno en Reino Unido. En Madrid, un hombre llamado Nacho G., de 43 a?os, acaba de crear otro.
El nombre del club de Madrid es menos po¨¦tico que el de Seattle. Se llama Pajas Entre Colegas. El proyecto lleva a?os en pie, pero cuando los domicilios particulares se quedaron peque?os para las reuniones Nacho encontr¨® en Alcorc¨®n un antiguo bar de copas de unos 100 metros cuadrados con un aforo para 70 personas. Las paredes est¨¢n decoradas con grafitis, tiene dos aseos, burros para la ropa, taquillas de seguridad para los objetos de valor, sillones amplios y dos pantallas gigantes que emiten, exclusivamente, v¨ªdeos de hombres masturb¨¢ndose. Hay m¨²sica, habitualmente jazz suave, e iluminaci¨®n tenue e indirecta. ¡°Por lo general, cuando alg¨²n miembro termina, no se suele ir¡±, explica Nacho. ¡°Se queda para repetir tantas veces como quiera o pueda durante las tres horas que dura cada evento. Entre orgasmo y orgasmo siempre se charla, como si fu¨¦semos viejos amigos, sin malos rollos. Sin verg¨¹enza¡±.
La verg¨¹enza es la clave que los discursos de Nacho G. y de Paul Rosenberg intentan derribar. El contacto f¨ªsico entre hombres, si son heterosexuales, sigue siendo un tab¨². Pajillero es un t¨¦rmino despectivo para definir a un hombre raro, poco agraciado o socialmente inadaptado. La masturbaci¨®n a¨²n es calificada por la Iglesia como ¡°un acto intr¨ªnseca y gravemente desordenado¡±, mientras el presidente de la Asociaci¨®n Mundial para la Salud Sexual confirma que hay m¨¢s masturbaci¨®n y menos sexo entre parejas que nunca. No se trata solo de la pandemia: el sexo entre j¨®venes es una tendencia a la baja desde mediados de la d¨¦cada pasada debido a que cada vez se independizan m¨¢s tarde y, entre adultos, el desarrollo de la tecnolog¨ªa y las comunicaciones han hecho, seg¨²n explic¨® un informe de la Universidad Estatal de San Diego compartido por CNN, que un marat¨®n de series sea m¨¢s apetecible que un coito.
En estas circunstancias, el discurso de Nacho y Paul se vuelve militante y, sorprendentemente, alcanza hechuras m¨¢s rom¨¢nticas que sexuales. Defienden, ante todo, una realidad horizontal, igualitaria y segura. ¡°No discriminamos a nadie¡±, explica Nacho. ¡°No evaluamos a los posibles miembros en funci¨®n de la edad, la raza, el origen ¨¦tnico, el tipo de cuerpo, el nivel de condici¨®n f¨ªsica o la orientaci¨®n sexual¡±. ?l mismo se encarga de remarcar que lo que se hace en su club no es necesariamente homosexual, pero s¨ª homoer¨®tico. De hecho, parte de la misi¨®n de estos clubes es reivindicar lo homoer¨®tico entre hombres heterosexuales. Nacho lo sabe bien, porque ¨¦l lo es. Simplemente, explica, es tambi¨¦n un hombre que disfruta masturb¨¢ndose con otros hombres.
¡±La presencia de hombres heterosexuales en estos clubes es un hecho, yo mismo lo soy¡±, explica. ¡°Muchos hombres que vienen a nuestros eventos est¨¢n casados o con novia y son felices con sus parejas. A mi juicio lo que buscan es lo que yo llamo la hermandad f¨¢lica. Esto no es nada nuevo, es perenne y universal, al igual que la masturbaci¨®n masculina. El placer al masturbarte es personal y depende de ti, pero tambi¨¦n puede conectarte directamente con otros hombres que disfrutan masturb¨¢ndose. Buscan disfrutar, compartir esos sentimientos con otros hombres. Si lo piensas, es la alternativa de relaci¨®n abierta ideal para muchas personas con l¨ªmites claros de intimidad¡±. Nacho tiene pareja. ¡°La masturbaci¨®n en grupo no tiene nada que ver con el sexo y as¨ª lo ve mi pareja, como colegas que comparten tiempo de ocio¡±.
La gran mayor¨ªa de los miembros del club se definen como homosexuales, pero Nacho afirma que un 30% de los miembros del suyo no lo son. Paul reduce la cifra de heterosexuales en Rain City Jacks al 10%. ¡°Aunque la mayor¨ªa de los hombres que practican estas actividades a menudo buscan m¨¢s, como la felaci¨®n y los besos, otros persiguen simplemente una nueva forma de conexi¨®n masculina. Y otros consideran la masturbaci¨®n en grupo como una forma de encontrar placer sexual sin enga?ar a su pareja rom¨¢ntica¡±, explica Nacho.
¡°Hay una historia com¨²n que escucho a menudo en el club¡±, aporta Rosenberg, ¡°que es la del matrimonio sin sexo. Hombres casados que consideran que sus mujeres ya no est¨¢n disponibles para ellos. Buscan intimidad sexual y argumentan que un club de masturbaci¨®n no es infidelidad, pues no hay penetraci¨®n ni hay otras mujeres. Acaban encontrando, m¨¢s all¨¢ del desahogo sexual, un inesperado v¨ªnculo masculino, una sensaci¨®n de fraternidad. Siento una enorme admiraci¨®n por estos hombres heterosexuales que superan la homofobia cultural que los rodea y se abren a la posibilidad de una intimidad con otros hombres que puede incluir sexo. A muchos les he preguntado y me han dicho que no fantasean con otros chicos cuando se masturban ni han buscado nunca sexo con hombres fuera del club. Simplemente son flexibles, valientes y no ven da?o ni verg¨¹enza en venir aqu¨ª¡±.
Rosenberg, desde Seattle, aborda en su discurso otra ¨®ptica igual de intrigante: explica por qu¨¦ muchos hombres gais, aunque haya decenas de aplicaciones y plataformas para conseguir compa?eros sexuales, prefieren pagar por pertenecer a un club con reglas muy firmes. ¡°Muchos hombres buscan experiencias sexuales sin riesgo, sin los peligros de practicar el cruising (la b¨²squeda de sexo en lugares p¨²blicos por parte de hombres) en cualquiera de sus formas y sin las inc¨®modas negociaciones que conlleva tener sexo por primera vez con otro hombre. Los clubes de masturbaci¨®n eliminan esos torpes procesos que las opciones f¨¢ciles de las apps de ligoteo dejan sin respuesta. No hay necesidad de acordar un momento o un lugar, analizar qui¨¦n tiene sitio o, sencillamente, si ser¨¢s compatible con la otra persona. En clubes muy concurridos, como New York Jacks o Rain City Jacks, cuando hay 120 hombres presentes en un evento, las posibilidades de que encuentres a alguien que coincida con tus preferencias son alt¨ªsimas¡±
Los precios de la membres¨ªa van desde los 20 d¨®lares por un mes a los 235 anuales. El club madrile?o ha tomado esas mismas cifras, pero pasadas a euros. Las reglas son muy claras. Un po¨¦tico no lips under the hips indica que ¡°nada de labios pasadas las caderas¡±. O sea, nada de sexo oral. Los miembros pueden besarse mientras se masturban o masturbarse mutuamente, eso s¨ª. Otra regla sagrada es nothing goes inside anybody¡¯s anything, o sea, ¡°nada va dentro de nada de nadie¡±, lo cual deja claro que el sexo anal tambi¨¦n est¨¢ prohibido. Un c¨®digo de color en las pulseras indica si aceptas que otra persona te toque o si prefieres que no lo haga. Sobre las tarifas, Rosenberg argumenta que ¡°se trata de dar valor a las cosas. Las aplicaciones de ligue tambi¨¦n cobran si quieres disfrutar de todas sus funciones. Mi club no es gratuito porque no es de servicio p¨²blico: somos una comunidad de personas que comparten un inter¨¦s. No queremos a todo el mundo: queremos a chicos que disfruten con lo que ofrecemos y est¨¦n dispuestos a pagar 20 d¨®lares por ello¡±.
Rosenberg asesor¨® a Nacho a la hora de formar el club. En la web de Pajas Entre Colegas se pueden ver muchos puntos en com¨²n con la de Rain City Jacks, como el c¨®digo de comportamiento. ¡°Estos grupos no surgieron repentinamente, como se cree, tras la crisis del sida¡±, explica Nacho G. ¡°Los hombres se han estado reuniendo para masturbarse en grupos, grandes y peque?os, desde mucho antes de que comenzara la historia escrita. Muchos hombres de mi edad tendr¨¢n recuerdos de cuando se masturbaban con sus colegas. Ellos sabr¨¢n de lo que hablo¡±.
Lo saben. Consultados por ICON de forma an¨®nima, algunos hombres en la frontera entre treinta y tantos y cuarenta y pocos lo recuerdan vivamente. M., de 42 a?os, es heterosexual y la suya es la historia de muchos otros chicos que descubren el porno cuando internet no estaba en todos los hogares y a plataformas como PornHub le quedaban d¨¦cadas para nacer: si un amigo consegu¨ªa una cinta pornogr¨¢fica, hab¨ªa que economizar recursos y aprovechar las circunstancias. ¡°Los colegas del barrio qued¨¢bamos mucho para hacernos pajas en comunidad. Primero con alguna revista porno, hab¨ªa una especie de costumbre de pasarnos las revistas de unos y otros y quedar en grupo para asomarnos a las p¨¢ginas y pel¨¢rnosla como monos. Una vez un amigo encontr¨® a su padre un mont¨®n de pel¨ªculas porno debajo de la cama y, en el instituto, por las ma?anas, iba pronto a su casa a ver aquellas pel¨ªculas horribles dobladas al espa?ol. Lo hac¨ªamos los dos en el sof¨¢, uno al lado del otro, sin mucho problema, hasta que alguien nos dijo que eso era de maricones. Desde entonces nos pusimos unos cojines a modo de biombo. Hubo un momento en el que, de repente, nos entr¨® la idea de que vernos los penes unos a otros estaba mal¡±.
P., de 34 a?os, es homosexual y su historia es parecida: ¡°Un chico franc¨¦s acababa de venirse a vivir al pueblo y sus padres ten¨ªan much¨ªsimas pel¨ªculas porno. No sol¨ªan estar en casa, as¨ª que nos ¨ªbamos a su sal¨®n de estar a ver t¨ªtulos como Sexo en las pir¨¢mides 2. Yo a¨²n era bastante joven, as¨ª que la gracia del asunto, para m¨ª, estaba en hacer algo secreto que quiz¨¢ no deber¨ªamos estar haciendo y en cierta idea de competitividad. No por el tama?o, sino por la capacidad de eyacular: los mayores lo hac¨ªan, y eso era algo que los distingu¨ªa del resto¡±.
Esta costumbre, claro, desaparece entre generaciones m¨¢s j¨®venes, que no tienen experiencias parecidas. El porno ubicuo y f¨¢cilmente accesible ha terminado con esos encuentros, que ya no son necesarios para asomarse a un material adulto y prohibido. Ahora est¨¢ disponible en cualquier tel¨¦fono m¨®vil. ¡°Internet ha fomentado el distanciamento entre las personas de m¨²ltiples maneras, y esta es una de ellas¡±, comenta Rosenberg. Nacho es m¨¢s optimista: ¡°Creo que aunque la pornograf¨ªa est¨¦ ahora al alcance de cualquiera, en cada rinc¨®n del mundo siempre hay una reuni¨®n masturbatoria de dos o m¨¢s hombres¡±.
Gabriel J. Mart¨ªn, psic¨®logo especializado en sexualidad, ve con buenos ojos los clubes de masturbaci¨®n para hombres. ¡°Para muchos hombres puede ser demasiado abrumador practicar sexo con otro hombre por varias razones. En primer lugar, personas con nosofobia, p¨¢nico a infectarse de una ITS (infecci¨®n de transmisi¨®n sexual). En estos locales pueden disfrutar de una experiencia morbosa con una percepci¨®n de m¨¢ximo control sobre los riesgos que ellos asocian al contacto humano. Para hombres que se encuentran en fase muy aguda de esta fobia, este puede ser un recurso genial para que, poco a poco, vayan perdiendo el miedo y un paso previo a atreverse a relacionarse de una forma m¨¢s est¨¢ndar. Por otra parte, los hombres que est¨¦n en su proceso de aceptaci¨®n como homosexuales pueden preferir estos espacios donde pueden ir explorando las sensaciones que les provoca estar junto a otro hombre desnudo sin que sientan demasiado comprometida su identidad. Estar ah¨ª les permite responder a preguntas: ?Qu¨¦ soy? ?Qu¨¦ me gusta? ?D¨®nde me siento c¨®modo?¡±.
Rosenberg y Nacho apenas tienen preguntas, solo respuestas, siempre entusiastas. ¡°Nuestra condici¨®n humana nos lleva a interactuar de cierta manera, pero las condiciones culturales lo impiden¡±, critica Rosenberg. ¡°Estamos reprimidos, impedidos para compartir el placer de una manera simple y afirmativa. Liberarnos de esos tab¨²es ha sido una revelaci¨®n para muchos de nosotros, especialmente porque no necesitamos ser normativamente bellos, dotados o musculosos para compartir el placer¡±. Nacho G. lo resume as¨ª: ¡°Por venir a un club de este tipo nadie te va a quitar la hombr¨ªa¡±. Y Rosenberg finaliza apelando a otros sentimientos: ¡°Hay una generosidad aut¨¦ntica y espont¨¢nea en el hecho de hacer que una persona mayor o discapacitada se sienta incluida en esto, por ejemplo. Es alentador y, sobre todo, es hermoso¡±.
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