?Salir de casa, para qu¨¦?
El coronavirus ha acelerado la tendencia a hacer la vida en el hogar. Est¨¢ por ver c¨®mo afectar¨¢ al espacio p¨²blico y a nuestra psique
Cosas que se pueden hacer sin salir de casa: teletrabajar, ver a los amigos por videoconferencia, asistir a estrenos en las plataformas audiovisuales, hacer gestiones bancarias o administrativas, buscar pareja, jugar a la videoconsola, al ajedrez a distancia, ir de compras virtuales, ser atendido por un m¨¦dico, etc¨¦tera. Casi todas estas actividades antes implicaban salir a la calle, trasladarse a otro espacio, relacionarse con otros seres de carne y hueso. Pero ya antes de la pandemia exist¨ªa la tendencia a una vida m¨¢s centrada en el hogar, gracias a la tecnolog¨ªa, y animada, en ocasiones, por la p¨¦rdida de poder adquisitivo (en casa suele ser m¨¢s barato y r¨¢pido). Ahora esa tendencia ha sido acelerada radical y obligatoriamente por el coronavirus. Est¨¢ por ver c¨®mo afectar¨¢ el vivir m¨¢s enclaustrados y atomizados al espacio p¨²blico, a la ligaz¨®n social y a nuestra propia psique.
Como prueba de que el fen¨®meno no es nuevo, se da el hecho de que ya en 1981, con el comienzo de la comida a domicilio y la televisi¨®n por cable, la futurista y buscadora de tendencias Faith Popcorn acu?¨® el t¨¦rmino cocooning (de cocoon, capullo en ingl¨¦s) para el proceso mediante el cual una persona se va retirando progresivamente y socializando cada vez menos. En 1995 el fil¨®sofo Javier Echeverr¨ªa ya describ¨ªa en su obra Cosmopolitas dom¨¦sticos (Anagrama) c¨®mo en la ¡°telecasa¡± propiciada por la tecnolog¨ªa se difuminaban las fronteras entre lo p¨²blico y lo privado y podr¨ªan surgir nuevos muros entre las personas.
¡°La gente necesita saber a qu¨¦ pertenece: su comunidad, su barrio, su lugar de trabajo¡±, explica el psic¨®logo Jes¨²s Saiz, coordinador del m¨¢ster de Psicolog¨ªa Social de la Universidad Complutense de Madrid, ¡°si el sentido de pertenencia se difumina, puede ser peligroso¡±. Esa especie de desarraigo puede estropear nuestro bienestar psicol¨®gico, abocarnos a la depresi¨®n. Necesitamos a los dem¨¢s y tambi¨¦n necesitamos saber que los dem¨¢s nos necesitan: conocer nuestro lugar en el mundo tambi¨¦n da sentido a nuestra vida. Es cierto que internet puede suponer un nuevo espacio virtual donde desplegar las relaciones sociales, pero ni es lo mismo ni nuestra mente lo entiende igual.
En Jap¨®n es conocido el fen¨®meno de los hikikomori, esos j¨®venes que prefieren permanecer largu¨ªsimas temporadas sin salir de su cuarto, fuertemente aislados de las demandas del mundo exterior a base de tele, internet y videojuegos (en 2015 hab¨ªa 541.000 seg¨²n una encuesta gubernamental, un 1,6% de la poblaci¨®n). En los ¨²ltimos a?os tambi¨¦n se ha popularizado, sobre todo a ra¨ªz de la crisis de 2008, el t¨¦rmino nesting (de nest, nido en ingl¨¦s) para referirse a la decisi¨®n de pasar el tiempo libre en casa y as¨ª evitar estrecheces econ¨®micas. ¡°Lo virtual es una f¨®rmula low cost¡±, dice el psic¨®logo Jos¨¦ Ram¨®n Ubieto, autor de El mundo pos-covid (Ned Ediciones), ¡°la presencia quedar¨¢ en el futuro como un valor a pagar y no asequible para todo el mundo¡±. Por ejemplo, no todos podr¨¢n ir al m¨¦dico en persona, ni tendr¨¢n cuidadores tangibles, sino que ser¨¢n tratados y monitorizados por lejanos teleoperadores sanitarios. Sale mucho m¨¢s econ¨®mico pasar el s¨¢bado noche viendo series en casa delante de una pizza que trasladarse a una sala de cine, restaurante y bar de copas.
Pr¨¢cticas de aislamiento hogare?o como las descritas han sido en ocasiones catalogadas como beneficiosas para la mente (por reducci¨®n del estr¨¦s y la ansiedad, por el aprendizaje de estar bien con uno mismo) o por moderar el consumo (aunque se puede consumir igualmente a domicilio). Tambi¨¦n han sido denunciadas como una forma cool de blanquear la precariedad, que impide a muchos hacer una vida m¨¢s centrada en el exterior: la pobreza convertida en tendencia con nombre en ingl¨¦s. Y pueden tener un coste urbano y social.
Ciudades menos vivas
El paulatino enclaustramiento puede llevarnos a ciudades menos vivas y variadas: muchos comercios y establecimientos, cines o librer¨ªas pueden desaparecer de las calles comidos por internet. La ciudad colmena: un mero conjunto de viviendas yuxtapuestas. ¡°Tenemos tambi¨¦n una oportunidad para promover formas de ocio y disfrute que no tengan que ver con el hogar¡±, explica la arquitecta Izaskun Chinchilla, autora de La ciudad de los cuidados (Catarata). Opina que, m¨¢s all¨¢ de la hosteler¨ªa o el comercio local, el espacio urbano puede servir como generador de experiencias colectivas: la calle o los parques tambi¨¦n pueden ser lugares para realizar talleres, reuniones o sesiones de deporte en grupo. ¡°Hay una correspondencia entre el asociacionismo c¨ªvico y el buen funcionamiento o el grado de corrupci¨®n de instituciones b¨¢sicas como los ayuntamientos¡±, apunta la autora.
Hemos aprendido a fuego que el hogar es un lugar seguro. ¡°Hace tiempo que se da un discurso anticalle y antiurbano¡±, se?ala el antrop¨®logo de la Universidad de Barcelona Manuel Delgado, ¡°el espacio exterior se ve como peligroso, maldito, infectado, y el hogar como fue en su origen: un refugio¡±. En 2020 no solo hubo quien se quedaba en casa por temor a la enfermedad, sino que se produjo una ola de miedo a la okupaci¨®n de viviendas. Sin embargo, seg¨²n considera el experto, el espacio urbano debe ser un lugar de encuentro, donde opera el azar o donde nos aferramos a rutinas sociales como pasar por el bar antes de subir a casa o llevar a los hijos al parque. ¡°Creo que eso ser¨¢ dif¨ªcil de cambiar¡±, dice Delgado, ¡°la pandemia no ha evitado que haya manifestaciones, disturbios y hasta un asalto al Capitolio¡±. En la calle se traban amistades y se participa en movilizaciones sociales. Si el hogar es el reino del individuo, el espacio p¨²blico es el reino de la sociedad, aunque la sociedad no parezca muy h¨¢bil en el uso de este espacio.
La falta de contacto con otros grupos sociales nos lleva a la falta de empat¨ªa, y hasta desactiva las ¨¢reas cerebrales encargadas de la comprensi¨®n o identificaci¨®n, seg¨²n varias investigaciones sobre neurociencia de Lasana Harris, de la Universidad de Duke, y Susan Fiske, de Princeton. El roce con el diferente en el espacio p¨²blico colabora en contra de la deshumanizaci¨®n y el prejuicio. En cambio, el enclaustramiento y las relaciones a distancia (con la falta de corporeidad y el posible anonimato) puede conducir a la polarizaci¨®n y al desgarro social (basta echar un vistazo a Twitter para comprobarlo, donde el odio compartido parece ser el veh¨ªculo de la cohesi¨®n entre individuos). En la antigua Grecia el ¨¢gora, la plaza donde se encontraban los ciudadanos, fue el germen de la democracia. Y la calidad de una democracia sigue teniendo mucho que ver con la calidad de su espacio p¨²blico.
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