Nos gustan mucho los bares y poco las asociaciones
Las tasas de asociacionismo de los espa?oles son bajas respecto a otros europeos, ?por qu¨¦?
Hay un chiste que dice que cuando le cuentas un problema a un espa?ol, el espa?ol te lleva de copas. Desde el comienzo de la pandemia los bares y las terrazas han tenido un inopinado protagonismo. Durante el confinamiento ¡°duro¡±, los echamos mucho de menos. Cuando se empez¨® a abrir la calle hubo colas y ansiedad por coger sitio en una terraza. La situaci¨®n de la hosteler¨ªa ha sido un constante tira y afloja entre pol¨ªticos, ciudadanos y empresarios; y nadie imaginaba que las ca?as y el cachondeo se convertir¨ªan en el tema central de la campa?a electoral madrile?a. Hemos visto c¨®mo el desfase et¨ªlico, al grito de ¡°libertad¡±, ha sido un problema frecuente en la noche de muchas ciudades. ?Qu¨¦ nos pasa con los bares?
Este fen¨®meno puede servir para hacernos reflexionar sobre las formas en las que nos relacionamos en Espa?a, sobre la importancia que tienen los bares en la vida ciudadana y sobre otras formas de reunirnos como pueden ser el asociacionismo o el voluntariado, que nos hablan de la fortaleza de la sociedad civil, del v¨ªnculo social, del compromiso, de la reciprocidad, del esp¨ªritu de cooperaci¨®n. Cabe preguntarse si hubo tanta ansia durante el proceso pand¨¦mico por regresar al club de ajedrez, al equipo de baloncesto, al sindicato, al grupo de monta?a, a la parroquia, a la asociaci¨®n de vecinos, como a las jacarandosas tabernas. Pero, como se ve, hay otras formas de interrelacionarse con los dem¨¢s adem¨¢s de tomar unas cervezas. En Espa?a no parecen ser tan populares.
Las tasas de asociacionismo formal en Espa?a son bajas: del 29% frente al 42,5% de la media europea. M¨¢s bajas todav¨ªa en comparaci¨®n con otros pa¨ªses del norte como Dinamarca (91%) o Suecia (83%), seg¨²n la encuesta Foessa 2013, recogida por el soci¨®logo C¨¦sar Rendueles en Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral). La afiliaci¨®n a partidos pol¨ªticos y sindicatos tambi¨¦n es baja en Espa?a. Seg¨²n un estudio de la OCDE, la afiliaci¨®n sindical alcanz¨® en 2019 un m¨ªnimo desde 1990: solo el 13,7% de los trabajadores estaban sindicados. Respecto al voluntariado, la tasa en Espa?a es del 32%, seg¨²n el CAF World Giving Index, cerca de la media europea, aunque en pa¨ªses como Irlanda, Pa¨ªses Bajos o Reino Unido pasa del 50%.
Por asociaciones, adem¨¢s, no solo debemos entender en este caso a esas entidades que a¨²nan a personas en pos de una acci¨®n social o reivindicativa determinada, sino a cualquier agrupaci¨®n de individuos, aunque se re¨²nan para actividades l¨²dicas, deportivas o celebratorias. Debido a esa diversidad, tener una imagen n¨ªtida de la tasa de asociacionismo es con frecuencia dif¨ªcil. Pero estamos afirmando algo importante: ¡°El bajo asociacionismo nos habla de la fragilidad de la vida ciudadana y de los procesos participativos: los espacios asociativos normalizan la democracia haciendo que las personas la experimenten en su vida cotidiana¡±, explica Rendueles.
En los pa¨ªses n¨®rdicos las cosas son diferentes: ¡°All¨ª se encuentra una alta correlaci¨®n entre un fuerte Estado del bienestar, mayor confianza en las instituciones y mayor participaci¨®n en asociaciones ciudadanas¡±, se?ala Rafael Merino, soci¨®logo de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona. Los pa¨ªses mediterr¨¢neos parecen m¨¢s volcados a la familia que a la sociedad civil. El gusto por la vida disoluta de las terrazas tambi¨¦n es diferente, tal vez por el clima y el car¨¢cter de los pa¨ªses del sur, orgullosos de su cultura de bar, cierto hedonismo y su apertura emocional. Del livin¡¯ la vida loca al ¡°vivir a la madrile?a¡±.
Lastre franquista
En Espa?a suele datarse el pecado original del bajo asociacionismo en la dictadura franquista, que fue un rodillo para el nutrido tejido anterior: el franquismo persigui¨® las asociaciones e impuso las suyas propias, como la Secci¨®n Femenina, el Frente de Juventudes o el Sindicato Vertical. A finales de la dictadura, el R¨¦gimen levanta la mano en cuanto a asociacionismo (desde la Ley de Asociaciones de 1964, que todav¨ªa no permite partidos o sindicatos), y resurge la participaci¨®n en barrios, f¨¢bricas o universidades; tras la Transici¨®n y la legalizaci¨®n de los partidos, buena parte de esa actividad ciudadana es absorbida por estos.
La sociedad actual, cada vez m¨¢s individualista, engrasada con los esl¨®ganes del pensamiento positivo y la cultura del esfuerzo, nos adoctrina con la idea obsesiva de que podemos conseguirlo todo por nuestra cuenta; aunque quiz¨¢s sea m¨¢s cierto ese lema que reza: ¡°Solo no puedes, con amigos s¨ª¡±. Seguimos necesitando el contacto social, a trav¨¦s de encuentros callejeros o redes sociales, pero ese contacto que se practica no significa necesariamente un v¨ªnculo. La participaci¨®n en tejidos asociativos o voluntariados requiere algo m¨¢s: la responsabilidad, la participaci¨®n, el compromiso. ¡°Ha habido un cambio profundo en la forma de participar: mucha gente piensa que lo hace porque practica el clictivismo, que consiste en darle al like en las redes sociales o firmando en plataformas como change.org¡±, se?ala el soci¨®logo Tom¨¢s Alberich, profesor de la UNED. La pandemia, con el distanciamiento f¨ªsico que ha provocado, y a pesar de las ventajas que puede traer el mundo virtual, ahonda en estas formas de relaci¨®n a trav¨¦s de la tecnolog¨ªa.
¡°Las asociaciones han sido escuelas de ciudadan¨ªa, tienen funci¨®n de socializaci¨®n¡±, continua Alberich, ¡°y son importantes para los sectores m¨¢s vulnerables de la sociedad: las personas que acumulan la riqueza y el poder no necesitan juntarse con otras para defender sus intereses¡±. Una sociedad m¨¢s asociativa es m¨¢s eficaz controlando a los poderes, fiscalizando la corrupci¨®n, transmitiendo inquietudes y necesidades ciudadanas, y generando una democracia sana y participativa. ¡°La acci¨®n de las asociaciones es el motor de la democracia participativa¡±, escribe la soci¨®loga Martine Barth¨¦lemy en Asociaciones: ?una nueva era de la participaci¨®n? (Tirant lo Blanc), ¡°una venganza de la micropol¨ªtica sobre la macropol¨ªtica¡±. El asociacionismo (grupos vecinales, ONG, bancos de alimentos, grupos parroquiales) junto con las redes familiares act¨²an como sistema de seguridad en crisis como la que enfrentamos. En muchas ciudades estos colectivos, y no la Administraci¨®n p¨²blica, han hecho de dique de contenci¨®n, dentro de sus posibilidades, contra la desgracia circundante.
El gusto por los bares y terrazas, por ¨²ltimo, aunque nos haga reflexionar sobre otras formas de sociabilidad, no tiene por qu¨¦ ser excluyente con el asociacionismo. A veces hasta se solapan. ¡°El bar es un espacio facilitador de relaciones frontera: abiertas, democr¨¢ticas y horizontales¡±, dice Sergio Gil, hostelero y antrop¨®logo fundador de Gastropolog¨ªa (que estudia la ¡°antropolog¨ªa del bar¡±), de hecho, muchas veces las asociaciones se han fundamentado o desarrollado en bares (las pe?as taurinas o deportivas, por ejemplo). Aunque la cosa cada vez est¨¢ m¨¢s dif¨ªcil: la proliferaci¨®n de bares hipsters cl¨®nicos o impersonales, o de franquicias internacionales, como meros despachos de comida y bebida, acaba con el bar como espacio de comunidad y socializaci¨®n. Por ejemplo, el caso del bar de parroquianos de toda la vida, cada vez m¨¢s dif¨ªcil de encontrar en el distante mundo contempor¨¢neo.
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