Habitantes de lo ef¨ªmero
La imagen es el mensaje y todo lo que no lo es, imita su inmediatez: citas m¨¦dicas, convocatorias de becas, p¨¦sames.
El primer art¨ªculo de prensa que publiqu¨¦ (?1992?) me lo encargaron de madrugada en un bar, termin¨¦ de esbozarlo cuando la ma?ana era ya una realidad ruidosa y a eso de las once tuve que dict¨¢rselo por tel¨¦fono a una secretaria del peri¨®dico. No fue el ¨²nico en mi incipiente carrera de escritor que envi¨¦ as¨ª. Luego vendr¨ªan sucesivamente el fax y casi enseguida el correo electr¨®nico. Una cosa curiosa de envejecer es que cualquier tiempo propio, por remoto que sea, no parece tan lejano. Obviamente, se trata de una ilusi¨®n destinada a apuntalar el relato ficticio de nuestra identidad. Ese tiempo del que hablo no s¨®lo es lejano por los 30 a?os transcurridos; lo es sobre todo porque la mayor parte de mi vida, con sus p¨¦rdidas, conquistas y aprendizajes, ha sucedido entre tanto. ?Soy el que compraba el peri¨®dico del d¨ªa siguiente antes de regresar por la noche a casa o quien aprovecha el transporte p¨²blico para gestionar su d¨ªa a d¨ªa en el m¨®vil? ?El cin¨¦filo semanal en salas de versi¨®n original o el que rechaza pel¨ªculas densas con un clic? ?Quien recortaba con vanidad de mequetrefe cada aparici¨®n suya en la prensa o quien se limita a confiar en el azaroso almacenaje de desconocidos servidores? Y por cierto: ?Hasta cu¨¢ndo? ?Habr¨¢ en el futuro arque¨®logos especializados en reconstruir las excrecencias de la nube?
Ya soy mayor, pero eso no me convierte en un esp¨¦cimen extra?o. M¨¢s por pereza y pudor que como consecuencia de una decisi¨®n meditada, he conseguido no tener cuenta de Facebook ni de Twitter (en Facebook existe una con mi nombre, pero es ap¨®crifa). Tinder me tienta como experiencia, pero vivo felizmente en pareja. S¨ª abr¨ª una de LinkedIn, aunque lo hice por error al descargar unos archivos y desde entonces mi ¨²nica actividad en ella consiste en aceptar las solicitudes de amistad que me llegan, 452 hasta la fecha sin que me haya ocupado jam¨¢s de alimentar mi perfil. Tambi¨¦n gestiono desde hace dos a?os una cuenta de Instagram que el galerista de mi padre pintor me aconsej¨® abrir en su nombre. Cuelgo fotos de sus cuadros, informo de sus exposiciones e intento hacerla visible dando likes a las p¨¢ginas de otros, no lo hago indiscriminadamente, pero digamos que el espectro de mi aprobaci¨®n, de mis corazoncitos y aplausos, es tan amplio como difuso. Supongo que casi todo el mundo act¨²a de la misma forma.
Durante el ¨²ltimo campamento al que fue mi hijo, cinco d¨ªas a finales del pasado junio, recib¨ª m¨¢s de 350 fotos en el grupo de WhatsApp abierto por los organizadores para comunicarse con los padres. Fotos apresuradas, de ni?os practicando actividades n¨¢uticas o solaz¨¢ndose en el hotel, que por supuesto escrut¨¦ con impaciencia. Mi hijo no sal¨ªa m¨¢s que en dos, y de refil¨®n, pero no protest¨¦. Hubo padres que s¨ª lo hicieron y los hubo, incluso, que pidieron a los monitores enfocarlas mejor. A cualquier hora en las calles de todas las ciudades hay adolescentes posando a lo Kardashian ante sus esclavizados padres. Im¨¢genes mortecinas, estereotipadas. Antes la gente llegaba a casa de un viaje y ten¨ªa algo que contar, ahora lo exprimen en sus redes antes de finalizarlo. ?Nos hemos vuelto locos? Los miles de millones de fotos capturadas cada segundo en el planeta han pervertido el sentido mismo de la fotograf¨ªa, que parec¨ªa ser el de preservar instantes de vida. Estamos ah¨ªtos de ellas y aun as¨ª seguimos captur¨¢ndolas y consumi¨¦ndolas a sabiendas de que dif¨ªcilmente saldr¨¢n de la memoria de nuestros tel¨¦fonos. La imagen se ha convertido en el mensaje y todo lo que no lo sea debe imitar su inmediatez: las citas m¨¦dicas, las convocatorias de becas, los comunicados de prensa, los p¨¦sames. Ese flujo constante, entrecortado, ha usurpado el espacio del discurso. Expuestos a una intromisi¨®n constante, vivimos en el v¨¦rtice de lo urgente, del exabrupto; en los dominios del exhibicionismo, de la vacuidad. ?A qui¨¦n le importa? Aunque tratemos de no ver, de no abrir, de no atender, el esfuerzo que nos exige la insumisi¨®n es may¨²sculo. Ni siquiera est¨¢n a salvo los pocos que se resisten al tel¨¦fono inteligente y a¨²n se agarran a m¨®viles antediluvianos. Esperanza vana. Toda la sociedad ¡ªla pol¨ªtica y el periodismo tambi¨¦n¡ª parece habitada por lo ef¨ªmero. Cabalgamos olas que rompen, m¨¢s all¨¢ de nuestra vista, contra los acantilados del hast¨ªo. Nuestro pensamiento se ha hecho fr¨¢gil y discontinuo, tartamudo. Los estantes de nuestras bibliotecas est¨¢n llenos de libros que ya no nos sentimos capaces de leer, y, como lo superfluo genera a menudo m¨¢s ruido que lo importante, tendemos a pensar que nada lo es. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, viviendo en el presente constante, nos volvemos desmemoriados y, por tanto, tampoco nos preparamos para el porvenir.
?Qui¨¦n se acuerda de los destrozos duraderos de la ¨²ltima guerra del Golfo? ?Qui¨¦n se acuerda de conflictos sin resolver como el de Palestina? Miramos constantemente hacia otro lado, a la pantalla de nuestro m¨®vil, entretenidos en nimiedades. Ahora, en que la guerra vuelve a sacudir una parte de Europa, olvidamos que su principal responsable era hasta hace poco un aliado estrat¨¦gico al que se le perdonaban sus desmanes autoritarios, sus asesinatos. ?Nos importaron los rusos que, con el colapso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pasaron de la escasez a la pobreza extrema? Nos importaba m¨¢s el gas y el petr¨®leo y el dinero que tra¨ªan los oligarcas a nuestras costas y campos de f¨²tbol. El cambio clim¨¢tico est¨¢ aqu¨ª con m¨¢s rotundidad de la vaticinada, pero el pr¨®ximo invierno las calefacciones de media Europa volver¨¢n al carb¨®n. ?No ha habido tiempo para prepararnos? Y, cuando esta guerra acabe, ?aprenderemos de nuestros errores? No importa. Hay quien se est¨¢ haciendo rico fabricando las armas de las pr¨®ximas guerras. Los pol¨ªticos tienen la costumbre de llegar tarde porque van siempre por detr¨¢s del dinero y al dinero, ya se sabe, le interesan los pueblos amodorrados. Me refiero a los pol¨ªticos que intentan ser cabales, los otros directamente degradan el debate con pueriles esl¨®ganes como comunismo o libertad.
Me gustar¨ªa terminar con una an¨¦cdota sobre la que hilvanar una met¨¢fora esperanzadora. No la tengo. Miro a los ojos de mi hijo y el amor que siento es parejo al de mi miedo. Es de suponer, as¨ª suele ser, que el p¨¦ndulo de la estupidez se retraer¨¢ en alg¨²n momento. Ocurre que los tiempos de la historia son m¨¢s lentos que los de la vida humana y que seguramente no lo veremos. ?C¨®mo viviremos? ?Qu¨¦ retendremos? ?C¨®mo estudiaremos? ?Qu¨¦ seremos?
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