Seymour Hersh, el periodista legendario cuestionado por su investigaci¨®n del sabotaje del gasoducto
El premio Pulitzer, criticado en los ¨²ltimos tiempos, despierta suspicacias por el art¨ªculo en que atribuye a EEUU la voladura del Nord Stream, el ducto dise?ado para llevar el gas de Rusia a Alemania
Una ¡°fuente con conocimiento directo de la operaci¨®n¡± es la protagonista involuntaria, adem¨¢s de an¨®nima, de la ¨²ltima pol¨¦mica salida del teclado del periodista Seymour Hersh (Chicago, 85 a?os): la informaci¨®n de la supuesta voladura por EE UU de tres de los cuatro gasoductos Nord Stream en septiembre. Los explosivos, denuncia Hersh, fueron colocados en junio por buzos estadounidenses durante unos ejercicios de la OTAN en el B¨¢ltico, y la detonaci¨®n es obra de la Armada noruega tres meses despu¨¦s. Bas¨¢ndose en esa ¨²nica fuente, el premio Pulitzer en 1970 por destapar la matanza de My Lai en la guerra de Vietnam ha soliviantado a la opini¨®n p¨²blica norteamericana con una teor¨ªa que algunos tachan de conspiranoica, y que ha puesto a los medios de comunicaci¨®n en pie de guerra¡ entre ellos.
La Casa Blanca ha desmentido la informaci¨®n de Hersh. ¡°Es totalmente falso, una completa ficci¨®n¡± que EE UU volara el gasoducto para culpar a Rusia del sabotaje. Pero para Washington, sostiene Hersh, el ducto encarnaba ¡°la amenaza pol¨ªtica del gas natural ruso barato¡± al alcance de Alemania y Europa Occidental, un suministro contrario a los intereses del sector gasista de EE UU. El relato, para los m¨¢s cr¨ªticos, estar¨ªa a medio camino entre un montaje y la desinformaci¨®n.
El veterano periodista de investigaci¨®n, hijo de inmigrantes jud¨ªos del este de Europa y padre de otro reportero, inform¨® de la supuesta operaci¨®n encubierta hace dos semanas en su web, su reducto informativo tras pasar por publicaciones como The New York Times, diario para el que cubri¨® el Watergate, y la revista The New Yorker, en la que public¨® su investigaci¨®n sobre las torturas en la c¨¢rcel secreta de la CIA en Abu Ghraib (Irak). Entonces, en 2004, nadie objet¨® ni una letra de lo publicado.
Pero la del Nord Stream no es la primera controversia que provoca. En 2013, rebati¨® la versi¨®n occidental de que el bombardeo con armas qu¨ªmicas de Ghuta, un suburbio de Damasco, hab¨ªa sido obra del Ej¨¦rcito de El Asad y apunt¨® a la autor¨ªa de los rebeldes sirios. ¡°Escrib¨ª una historia diciendo que hab¨ªa muchas razones para pensar que [el ataque] no ven¨ªa de [el Ej¨¦rcito de] Siria, pero no se public¨® en EE UU¡±, lamentaba en 2019 en una entrevista a este diario. Dos a?os despu¨¦s public¨®, en la London Review of Books, que EE UU y Pakist¨¢n hab¨ªan mentido sobre las circunstancias de la muerte de Osama Bin Laden, y las suspicacias aumentaron, igualmente por el uso de fuentes an¨®nimas e indirectas. Fue el punto de inflexi¨®n en su carrera, cuando se convirti¨® definitivamente en un outsider, siempre a la contra, uno de esos periodistas-activistas que toman partido y contra los que la ortodoxia period¨ªstica previene. Sus dos ¨²ltimos trabajos, el de Siria y el de Bin Laden, hab¨ªan sido rechazados por The New Yorker, que invierte toneladas de tiempo en aquilatar hasta la ¨²ltima coma.
Objetar una versi¨®n oficial con indicios plausibles a partir de fuentes an¨®nimas, sobre todo en casos de naturaleza sensible, ha sido durante a?os ¡ªlos de la consagraci¨®n de Hersh¡ª un pertinente ejercicio de investigaci¨®n. Hoy, no pocos lo consideran un m¨¦todo rayano en la desinformaci¨®n. Pero el reportero no ha dado su brazo a torcer. ¡°Permitir¨¦ con gusto que la historia sea la que juzgue mi obra reciente¡±, escribe en sus memorias, publicadas en 2019 en castellano bajo el t¨ªtulo Reportero (Pen¨ªnsula).
En ese mismo libro, Sy Hersh recuerda su infancia y su trabajo en la lavander¨ªa de sus padres, inmigrantes del este de Europa, donde forj¨® su car¨¢cter inquisitivo, que ha legado a su hijo, tambi¨¦n periodista de investigaci¨®n. En Reportero se describe como el ¡°superviviente de una edad de oro en el periodismo¡±. De aquel tiempo en que ¡°no ten¨ªamos que competir con canales de noticias 24 horas, los peri¨®dicos nadaban en la abundancia gracias a los ingresos por publicidad y yo ten¨ªa libertad para viajar lo que quisiera¡±, explicaba a este diario; cuando los periodistas pod¨ªan dedicarse ¨²nicamente a revelar ¡°verdades importantes e indeseadas¡±, como se precia de haber hecho durante seis d¨¦cadas.
Por eso tambi¨¦n ha sostenido que, m¨¢s que de lo publicado, se arrepiente de lo que no lleg¨® a contar, como la paliza que Richard Nixon propin¨® a su esposa, Pat, en 1974, tras dimitir como presidente por el Watergate, y que, seg¨²n el periodista, no era la primera. Hersh tuvo informaci¨®n directa del hospital donde Pat Nixon fue atendida, pero consider¨® que la conducta privada del mandatario no hab¨ªa afectado a su desempe?o p¨²blico. Un error que siempre ha lamentado.
Hersh no es el ¨²nico gran nombre del periodismo empa?ado por la sospecha. Ejemplos de ello son los intentos de revisar la obra de Ryszard Kapuscinski, la supuesta escora del brit¨¢nico Robert Fisk hacia posiciones oficialistas sirias en sus ¨²ltimos a?os de vida o los reparos sobre la implicaci¨®n personal ¡ªsu relaci¨®n con uno de los se?ores de la guerra¡ª de la pionera Oriana Fallaci en sus reportajes sobre L¨ªbano.
Pero todos han muerto, y de la edad de oro del periodismo estadounidense quedan pocos representantes vivos, con Bob Woodward y Carl Bernstein (Watergate) y Hersh a la cabeza: arcanos de la historia, la oficial, la oficiosa y la que nunca lleg¨® a ser contada. La memoria de un oficio cada vez m¨¢s desgarrado en la batalla entre cr¨ªticos y apologetas.
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