No digas ¡°no llores¡± a alguien que sufre: c¨®mo acompa?ar en el dolor
No hay que utilizar frases que transmitan la idea de que el sufrimiento del otro no es bien recibido. La doctora especialista en cuidados paliativos Kathryn Mannix dedica su nuevo libro a las palabras que importan en momentos delicados
Encontrarnos con alguien que se siente superado por la angustia que lleva dentro puede resultar tan dif¨ªcil que llega a ser desalentador. Es posible que esa persona haya accedido a hablar sobre sus problemas o incluso que nos haya pedido que hablemos con ella sobre el tema, pero resulta complicado saber c¨®mo responder si la conversaci¨®n se torna muy emotiva. Hay una preocupaci¨®n por la posibilidad de causar da?o, un temor de abrumar al otro, nervios por si entramos en ¨¢reas sobre las que no desea hablar e incluso miedo por la intensidad de las emociones en juego, tanto las suyas como nuestras.
¡°No llores¡± es una respuesta muy com¨²n al vernos frente a la angustia. Es bienintencionada. No implica un ¡°haces mal en llorar¡±, sino m¨¢s bien un ¡°ojal¨¢ no tuvieras ese disgusto que te hace llorar¡±. Sugiere ¡°quiero hacer que te sientas mejor¡± y es una se?al de preocupaci¨®n. El problema es que este deseo de que una persona angustiada sienta una menor desaz¨®n se traduce en el juicio de que sus emociones no son apropiadas. Nuestras exhortaciones a una persona angustiada para que se anime o nuestros intentos de cambiar de tema a otro m¨¢s optimista no hacen sino trasladarle la idea de que su sufrimiento no es bien recibido.
El temor a empeorar la situaci¨®n de alguien hunde sus ra¨ªces en la convicci¨®n de que ¡°yo deber¨ªa saber qu¨¦ hacer¡±, pero ?y si afrontamos esta conversaci¨®n desde una perspectiva distinta? ?Y si no nos presentamos como quien resuelve los problemas, sino como una persona que est¨¢ preparada para compartir sus inseguridades y respaldar a ese otro en su angustia? Dejar un espacio para el sufrimiento y darle al otro la oportunidad de procesar su angustia es un importante elemento de apoyo y de comprensi¨®n. Para acompa?ar en el sufrimiento, es necesario que le concedamos al otro un espacio donde nadie juzgar¨¢ ese sentimiento, nadie tratar¨¢ de suprimirlo ni de minimizarlo. (¡)
Cuando alguien est¨¢ sufriendo, sus pensamientos y emociones son solo suyos. En funci¨®n de hasta qu¨¦ punto estemos preparados para ver las cosas desde su perspectiva, a reconocer por lo que est¨¢ pasando y a permitirnos sentir malestar en nombre del otro, nuestra respuesta ser¨¢ percibida como l¨¢stima, solidaridad o empat¨ªa. Es frecuente que no terminemos de diferenciar del todo entre estas respuestas (¡°ofrecer el hombro¡± podr¨ªa ser una expresi¨®n hecha para cualquiera de las tres), pero las diferencias son importantes cuando estamos tratando de respaldar a una persona en un momento de angustia. La l¨¢stima percibe la perspectiva del otro y reconoce que su situaci¨®n es desafortunada, pero no da el paso de provocar emociones personales en el observador. La l¨¢stima observa el sufrimiento sin entrar en ¨¦l: la l¨¢stima va sobre m¨ª, no sobre la persona que se encuentra en una situaci¨®n dif¨ªcil. (¡)
La solidaridad va de los sentimientos del otro; es menos individualista que la l¨¢stima e incluye una clara preocupaci¨®n por la angustia del otro, se identifica lo suficiente con el sufrimiento de alguien como para desear arreglarlo. Cuando nos ofrecemos por solidaridad, partimos de un punto que nos parece seguro, un lugar donde nos sentimos al mando. Por lo general, la solidaridad desea ¡°enderezar¡± la situaci¨®n, aunque ¡ªal menos en parte¡ª sea para poder sentirnos mejor. La sola sugerencia de que su angustia se puede ¡°arreglar¡± f¨¢cilmente significa que una respuesta compasiva puede devaluar el sufrimiento del otro. Si alguien que pasa por all¨ª decide detenerse, esto podr¨ªa venir provocado por la solidaridad, por ejemplo: ¡°Ay, qu¨¦ triste parece. Yo no querr¨ªa estar sola si me encontrara as¨ª. Voy a ver si est¨¢ bien y la ayudar¨¦ a sentirse mejor¡±. Los intentos de ¡°mejorar las cosas¡± pueden adoptar la forma del ofrecimiento de una soluci¨®n (¡°?Por qu¨¦ no haces¡?¡±); de palabras tranquilizadoras (¡°Estoy segura de que todo saldr¨¢ bien¡±, ¡°Los m¨¦dicos ser¨¢n capaces de solucionarlo¡±); de distracciones hacia otros temas de conversaci¨®n e incluso de admiraci¨®n (¡°Vaya, s¨ª que eres valiente¡±). Lo peor de todo son esos intentos tan burdos de animar al otro, ¡°quitarle las penas¡±, a menudo con frases del tipo ¡°al menos¡± (¡°Al menos ya ha dejado de sufrir¡±). De primeras, tratar de aminorar la angustia que siente otra persona suena como algo bueno, pero los intentos de reducir las expresiones de su sufrimiento no resuelven sus dificultades. En cambio, estos esfuerzos tan bienintencionados por reducir su disgusto emocional simplemente le transmiten que ese momento y lugar no son adecuados para expresar sus emociones: la que se ve disminuida es la persona, no su angustia.
Las respuestas emocionales m¨¢s profundas de la empat¨ªa y la compasi¨®n surgen cuando no solo estamos preparados para identificarnos con las emociones del otro, sino adem¨¢s para conectar con ellas hasta un punto en el cual nosotros tambi¨¦n sentimos una emoci¨®n profunda. La empat¨ªa se centra por completo en la persona que sufre. Nuestro buen conocimiento de nosotros mismos se utiliza para poner nuestra experiencia e imaginaci¨®n a su servicio. Una respuesta emp¨¢tica ofrece compa?¨ªa en el lugar donde el otro sufre y estar preparados para contemplar, validar y acompa?ar su angustia. La empat¨ªa se identifica con el sufrimiento y reconoce que o bien no hay manera de arreglarlo, o bien que las soluciones le han de corresponder al que sufre. En lugar de centrarnos en ¡°hacer algo¡±, la empat¨ªa se ofrece a permanecer con el otro en su sufrimiento. Es ¡°sentir con¡± el otro.
Al ser conscientes de la perspectiva del que sufre, reconocer sus emociones y conectar con unos sentimientos similares en nuestro interior, nos permitimos el ser vulnerables. Nos movemos con el otro al ritmo de su m¨²sica llena de dolor, nos dejamos llevar por ¨¦l, reconocemos su vulnerabilidad y la correspondemos de manera rec¨ªproca. Quien presta apoyo con empat¨ªa se ha adentrado en la experiencia del sufridor lo mejor que puede y, en lugar de tratar de cambiar la experiencia, se limita a intentar acompa?arla: ha pasado de observador a compa?ero.
La compasi¨®n es el brazo de intervenci¨®n de la empat¨ªa. La compasi¨®n est¨¢ basada en la empat¨ªa, pero va m¨¢s lejos que esta y se une al baile del otro con la pretensi¨®n de apoyarlo en su b¨²squeda de su propio camino a trav¨¦s del sufrimiento. Una respuesta compasiva ante el duelo podr¨ªa ser el reconocimiento de lo dif¨ªciles que pueden llegar a parecerte las tareas cotidianas de llevar una casa y, as¨ª, ofrecer una ayuda pr¨¢ctica con las comidas, la colada, sacar a pasear al perro o cuidar de los ni?os o los mayores; o reconocer la impredecibilidad de las emociones en el dolor y ofrecerse para estar pendiente del otro con regularidad, algo que este puede aceptar o rechazar conforme le apetezca; o preguntar c¨®mo puedes ayudar a honrar y despedir a la persona fallecida. La compasi¨®n ofrece apoyo sin insistencia. La compasi¨®n sugiere: ¡°Vas a encontrar el camino para salir de esto, y yo te voy a respaldar de la manera en que t¨² decidas que es la apropiada para ti¡±. Es ¡°estar con¡±, no ¡°hacer a¡±. La comprensi¨®n es expresar preocupaci¨®n desde la puerta, mientras que la empat¨ªa entra en el lugar del sufrimiento para ofrecer all¨ª su compa?¨ªa. La compasi¨®n es la solidaridad que busca el bien del otro, por el otro.
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