Theodore Zeldin, el viejo sabio que explora la amistad y el arte del paseo
El reconocido profesor de Oxford vertebra gran parte de su obra en torno a nuestra capacidad de comunicarnos en encuentros sinceros
Theodore Zeldin lleva a?os diciendo que debemos recordar a los de antes. Que, para ser verdaderamente libres, conviene cavar una zona m¨¢s amplia que la de nuestros antepasados y comprender primero sus emociones y ambiciones personales. A sus 90 a?os reci¨¦n cumplidos, este profesor de Cultura Francesa en Oxford sigue defendiendo que la gran posibilidad como especie est¨¢ en nuestra capacidad de recordar y comunicarnos. Los humanos ya hemos encontrado en el pasado maneras virtuosas para vivir y debemos ser nosotros, los de ahora, quienes profundicemos en la compasi¨®n y el entendimiento. Y para atrevernos a vivir, debemos atrevernos primero a expresar nuestros sentimientos m¨¢s hondos. Debemos conversar. Porque ¡°el ruido del mundo est¨¢ hecho de silencios¡±.
Ten¨ªa que ser un historiador de pelo largo, estupendas chaquetas de tweed y ojos so?adores quien reclamase lo humano que nos conecta en lo profundo. Zeldin propone las mismas respuestas que dio un poeta chino de hace 20 siglos para alguien con un problema de hoy. Quiz¨¢ su gran ventaja fue haber sido una criatura h¨ªbrida. Naci¨® en 1933 en las laderas del monte Carmelo, en la Palestina brit¨¢nica, hijo de jud¨ªos rusos que despu¨¦s se nacionalizar¨ªan brit¨¢nicos tras marcharse durante la crisis de Suez. Su origen determin¨® un contacto con la realidad a trav¨¦s de la sensualidad del mundo ¨¢rabe y a la vez la gran disciplina semita. Antiguo decano del St. Anthony¡¯s College de Oxford y pareja de la exitosa ling¨¹ista Deirdre Wilson, Zeldin ha hecho de la conversaci¨®n y el encuentro sincero el eje de su obra. En sus libros Los placeres ocultos de la vida, Conversaci¨®n o Historia ¨ªntima de la humanidad aporta una mirada radical que habla de c¨®mo los seres humanos han perdido y recuperado la esperanza, c¨®mo los hombres y mujeres han aprendido a conversar o c¨®mo se han inventado nuevas formas de amor.
Este hombre de sonrisa t¨ªmida y curiosidad punzante explora la amistad, el arte del paseo, los placeres que nos hacen verdaderamente humanos. Y lo hace a trav¨¦s de la palabra justa, sin pomposidad. Un pensamiento que pincha el coraz¨®n y propone conectar las mentes a trav¨¦s de la belleza, en las emociones profundas. Para su imprescindible Historia ¨ªntima de la humanidad (Plataforma Editorial) entrevist¨® a personas de toda condici¨®n y las conect¨® con figuras del pasado estableciendo puentes oblicuos. Al historiador m¨¢s afrancesado de Inglaterra le ha interesado m¨¢s el contacto con las mujeres que con los hombres, proponiendo habitar de lleno un tiempo para el descubrimiento mutuo. Habl¨® largamente con la artista espa?ola Alicia R¨ªos, amiga ¨ªntima suya desde los ochenta para su cap¨ªtulo ¡®Por qu¨¦ se ha progresado m¨¢s en cocina que en sexo¡¯. Zeldin se qued¨® prendado de su conversaci¨®n y su est¨¦tica. Cuando se conocieron, cuenta R¨ªos por tel¨¦fono, ella iba vestida con ropa japonesa, con el flequillo cortado ¡°como si fuera un casco¡±. Zeldin se aproxim¨® con curiosidad. Dice Alicia que Theodore no se parece en nada al resto de los europeos o ingleses que no sean mediterr¨¢neos porque ¡°les ha sido privada la experiencia del placer¡±.
Para Zeldin, los tenedores y las cucharas han hecho m¨¢s por la reconciliaci¨®n que las bombas y ca?ones. Fue una de las primeras personas del mundo acad¨¦mico que vio en la comida una parte importante de la cultura. ¡°Fue algo revolucionario¡±, cuenta por correo electr¨®nico la escritora y antrop¨®loga Claudia Roden. La hoy papisa del pensamiento gastron¨®mico estudi¨® en el mismo colegio egipcio que el Zeldin ni?o, aunque no lo tratar¨ªa hasta llegar a Oxford. All¨ª, en los ochenta, Zeldin cre¨® junto al escritor culinario Alan Davidson su simposio de gastronom¨ªa, un espacio de reflexi¨®n donde conectaron la capacidad de la comida para movilizar todas las dimensiones de la cultura y trascender toda norma social. A Claudia Roden tambi¨¦n la entrevist¨® para sus libros. Una vez se sent¨® a su lado y le pregunt¨®: ¡°Claudia, ?qu¨¦ te hace feliz?¡±. La escritora recuerda que era halagador que un acad¨¦mico hiciera preguntas personales y pareciera realmente interesado en los pensamientos y sentimientos del otro, porque Zeldin hace preguntas poco frecuentes. Y las hac¨ªa con ¡°una peque?a sonrisa enigm¨¢tica, enormemente atractiva¡±.
Aunque sea una celebridad acad¨¦mica, Zeldin sigue siendo un misterio, incluso para quienes lo conocen. Acept¨® una entrevista para este peri¨®dico hace varias semanas, pero prefiri¨® posponerla pasado el verano sin dar demasiadas explicaciones. Retirado de los focos, pasa sus d¨ªas en su casa art d¨¦co en las afueras de Oxford, dedicado ¡°a la jardiner¨ªa, a sus pinturas y a arreglar cosas¡±. Igual que resulta enigm¨¢tica la vida privada de quien se ha dedicado a investigar la de los dem¨¢s, llama la atenci¨®n que su aportaci¨®n intelectual haya quedado algo apartada del candelero. Quiz¨¢, sus libros han sido confundidos con la perversa corriente del pensamiento positivo o como una aproximaci¨®n colorista al devenir humano. Su Historia ¨ªntima de la humanidad desapareci¨® de las librer¨ªas espa?olas inexplicablemente durante algunos a?os. Theodore Zeldin sigue siendo un desconocido para una gran parte de la intelectualidad. Hoy, su propuesta de entendimiento en un mundo hiperconectado se antoja refrescante. Leerlo es una reconciliaci¨®n con nosotros mismos.
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