La violencia y el ¨¦xodo forzoso desangran al Sahel
El terrorismo y los ataques intercomunitarios provocan que medio mill¨®n de personas abandone sus hogares en la zona entre Mal¨ª, Burkina Faso y N¨ªger
Al tercer d¨ªa, Mahmoud Dicko estuvo a punto de rendirse. ¡°Caminamos durante 80 kil¨®metros casi sin parar. Las carretas eran para las mujeres y ni?os, as¨ª que nosotros ¨ªbamos a pie. Fue un infierno¡±, asegura este comerciante de ganado de 60 a?os. Con m¨¢s de 40 grados por el d¨ªa y bajo un sol inmisericorde, Dicko y 22 miembros de su familia, hijos, nueras y nietos de todas las edades, no miraron atr¨¢s ni una sola vez. Unos d¨ªas antes, decenas de hombres armados entraron en su pueblo, en el norte de Burkina Faso, quemaron las casas y dispararon a todo lo que se mov¨ªa. Mataron a 19 personas. Ten¨ªan razones para huir con lo puesto.
La familia de Dicko, que desde entonces vive en Dori amontonada en una peque?a casa de 20 metros cuadrados que encontraron libre, es una gota en un inmenso mar de gente en movimiento. La espiral de violencia en la que est¨¢ inmersa la llamada zona de las tres fronteras entre Burkina Faso, Mal¨ª y N¨ªger, en el Sahel central, no tiene parang¨®n. No hay un solo d¨ªa en que no se produzca un incidente grave, una sola semana sin un ataque mortal. Masacres como la de Ogossagou (156 muertos en marzo) o de Yirgou (m¨¢s de un centenar de fallecidos en enero) solo son una muestra. En la primera mitad de 2019 fueron asesinadas 2.500 personas en los tres pa¨ªses y medio mill¨®n ha tenido que dejar sus hogares. Solo en Burkina Faso han pasado de 9.000 desplazados internos en enero de 2018 a 220.000 en la actualidad. Y la cifra no deja de crecer.
A las afueras de Barsalogho, en la regi¨®n Centro Norte, el paisaje es desolador. En una inmensa planicie salpicada de ¨¢rboles raqu¨ªticos hay 46 casetas de pl¨¢stico en las que viven unas 1.700 personas desde hace cinco meses. En mayo, una fuerte tormenta de viento se llev¨® los techos que cubr¨ªan buena parte de los abrigos provisionales. Aqu¨ª todos son de la comunidad fulani y proceden de Yirgou. El pasado 1 de enero hombres armados asesinaron al jefe mossi (la etnia con m¨¢s poder en el pa¨ªs) del pueblo, lo que provoc¨® una ola de venganza que dej¨® un centenar de fallecidos, entre ellos siete pastores fulani que fueron linchados hasta la muerte. ¡°Quemaron todo, no entiendo c¨®mo tus vecinos se levantan un d¨ªa y empiezan a matar¡±, dice consternado el joven Hamadou Diallo, que escap¨® con su mujer y sus cinco hijos.
En Barsalogho, a menos de dos kil¨®metros, todos los edificios p¨²blicos que estaban libres han sido ocupados por unos 25.000 desplazados de los alrededores. En este caso son mossis (etnia principalmente de agricultores). En total, 31 aldeas pr¨®ximas han sufrido ataques y ahora est¨¢n vac¨ªas. ¡°Vino gente con armas y empezaron a disparar. Fueron los fulanis (etnia n¨®mada y pastoril), no nos dejan cultivar, quieren que las mujeres se cubran todo el cuerpo, son reglas absurdas que no podemos cumplir¡±, asegura Bacary Ouedraogo, ¡°vinimos con las manos vac¨ªas, sin nada. Si no podemos trabajar la tierra, ?qu¨¦ vamos a comer?¡±. Los pupitres del centro se amontonan en el exterior. Dentro de las aulas, donde apilan sus escasas pertenencias, duermen las mujeres, ni?os y ancianos; los hombres se acuestan afuera sobre alfombras.
El centro de Mal¨ª, sobre todo la regi¨®n de Mopti, y el norte de Burkina Faso son hoy los dos ejemplos m¨¢s extremos de la violencia que se extiende por el Sahel central, una regi¨®n donde a la pobreza severa y el abandono hist¨®rico que han sufrido sus comunidades por parte de los Gobiernos se ha sumado la presi¨®n sobre la tierra por la creciente falta de lluvias debido al cambio clim¨¢tico, lo que ha agudizado las tensiones entre agricultores y pastores, y la irrupci¨®n del islamismo radical, que ha sabido sacar provecho de todo ello. Cuando en enero de 2012 los rebeldes tuaregs y tres grupos yihadistas se unieron para ocupar el norte de Mal¨ª en realidad estaban poniendo la primera piedra para la desestabilizaci¨®n de toda la regi¨®n.
La respuesta militar liderada por Francia en 2013 logr¨® frenar el primer golpe, pero los radicales mostraron su resiliencia y readaptaron su estrategia. Un pu?ado de grupos armados de nuevo cu?o se mueve hoy con facilidad entre estas tres fronteras, desde la coalici¨®n terrorista JNIM liderada por el escurridizo maliense Iyad Ag Ghali y vinculada a Al Qaeda hasta el cada vez m¨¢s pujante Estado Isl¨¢mico del Gran Sahara (ISGS, en sus siglas en ingl¨¦s) de Abu al Walid Al Saharaui, ligado al ISIS. Adem¨¢s, Burkina Faso sufre la violencia de un grupo local, Ansarul Islam, creado en 2016 por el popular predicador Malam Dicko y que hoy se cree que est¨¢ bajo el mando de su hermano menor, Jafar Dicko.
Cae la noche sobre Dori y el imam de la gran mezquita, el venerable Mahmoud Ciss¨¦, se prepara para el ¨²ltimo rezo de la jornada. ¡°Esta no es una guerra religiosa ni ¨¦tnica¡±, asegura rotundo, ¡°pero esos son los resortes m¨¢s f¨¢ciles y a la vez m¨¢s peligrosos para activar la violencia¡±. Los peul o fulani, una etnia presente en toda la regi¨®n y muy vinculada al pastoreo de origen n¨®mada pero cada vez m¨¢s sedentarizada, est¨¢n en el ojo del hurac¨¢n. En Mal¨ª, Burkina Faso y el oeste de N¨ªger se extiende la creencia de que son miembros de esta comunidad quienes integran los grupos armados o, al menos, dan cobijo a los terroristas.
"Hacemos lo que podemos, pero no basta"
¡°El Gobierno hace lo que puede, las ONG tambi¨¦n, pero esto es muy dif¨ªcil de gestionar, no es suficiente¡±. Bocoum Boureima, adjunto al alcalde de Dori, en el norte de Burkina Faso, parece tan desbordado como todos los organismos y ONG que trabajan en la zona. ¡°Esta gente deja todo atr¨¢s y hay que facilitarles un lugar donde vivir. Luego est¨¢ el comercio, los mercados no funcionan, hay desconfianza, la cohesi¨®n social se degrada¡±, asegura. Gracias a la alcald¨ªa, que trabaja en colaboraci¨®n con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), muchas familias han cedido terrenos o casas para acoger a los reci¨¦n llegados que huyen de la violencia. Pero los recursos escasean.
Esta semana, la Uni¨®n Europea anunci¨® 138 millones de euros para financiar al G5 del Sahel en su lucha contra el terrorismo. Sin embargo, el plan de respuesta humanitaria, dise?ado por Naciones Unidas a principios de a?o con un coste de 534 millones de euros, tan solo ha sido financiado a un 22%, seg¨²n datos de la propia Oficina para la Coordinaci¨®n Humanitaria de Naciones Unidas (OCHA). Y ese plan ya se ha quedado obsoleto ante el vertiginoso ritmo de personas que abandonan sus hogares. La falta de medios se nota en el terreno.
M¨¢s de 5,1 millones de personas necesitan ayuda urgente, de las que 1,8 millones se encuentran en inseguridad alimentaria. Tres mil escuelas no pudieron terminar el curso escolar el a?o pasado, 2.024 de ellas en Burkina Faso seg¨²n UNICEF, que ha puesto en marcha un programa de apoyo a escuelas cor¨¢nicas que imparten franc¨¦s y matem¨¢ticas para que los ni?os no pierdan m¨¢s cursos. M¨¢s de 300.000 alumnos no pudieron completar el curso el a?o pasado y las expectativas son a¨²n peores para el que viene. De igual modo, una tercera parte de los centros m¨¦dicos de la regi¨®n del Sahel est¨¢n cerrados o bajo m¨ªnimos.
El Ej¨¦rcito maliense, incapaz de hacer frente al desaf¨ªo, ha estado detr¨¢s de las masacres contra los fulani o ha alentado a los grupos paramilitares dog¨®n y a los cazadores tradicionales dozo para que hagan el trabajo. En Burkina Faso, las Fuerzas Armadas han lanzado ya dos operaciones, denominadas Latigazo y Arrancar de Ra¨ªz, y los grupos de autodefensa mossi conocidos como Kogwleogo se toman la justicia por su mano atacando a las comunidades peul. Ambos pa¨ªses, junto a N¨ªger, Chad y Mauritania, colaboran militarmente en el G5 del Sahel con el apoyo de la Operaci¨®n Barkhane que Francia mantiene en la regi¨®n, pero nada de esto ha solucionado el problema, m¨¢s bien al contrario. Todo ataque de una parte o de otra no hace sino provocar m¨¢s violencia. Una espiral imparable. Y tras cada matanza, m¨¢s gente huye.
El pasado jueves, el Parlamento de Burkina Faso volvi¨® a dejar las manos libres al Gobierno para ¡°luchar contra el terrorismo¡± con la prolongaci¨®n de otros seis meses del estado de emergencia en 14 provincias del pa¨ªs. Pese a que el drama se vive a una distancia de tres horas por carretera, en la capital, Uagadug¨², el conflicto que sufren las regiones del Sahel o del Este parece lejano. Los pocos cientos de desplazados que llegan a la capital son invitados a regresar, a acercarse al lugar del que huyen. Incluso el Gobierno les facilita el transporte. Sin embargo, la amenaza est¨¢ presente. Tres ataques terroristas han golpeado a la capital en los ¨²ltimos tres a?os. Todos saben que puede vuelve a ocurrir en cualquier momento.
Fatimata Wallet Aibal¨¢ parece cansada. En 2012 huy¨® de Gao, en el norte de Mal¨ª, con su padre anciano y sus dos hijas. Hoy cuida a sus seis nietos en el campo de refugiados de Goudebou, cerca de Dori, en el norte de Burkina Faso. Como ella, miles de malienses cruzaron entonces la frontera huyendo de la guerra. Hoy muchos se plantean regresar porque la violencia les persigue. ¡°No hay condiciones para volver a mi pa¨ªs, pero aqu¨ª tambi¨¦n tenemos miedo ahora¡±, asegura. En abril, un grupo armado atac¨® el puesto de control del campo y mat¨® a un gendarme. Este jueves, un nuevo ataque provoc¨® la muerte de siete civiles en Menaka (Mal¨ª). Aibal¨¢ tiene raz¨®n, est¨¢ atrapada. Sin saber a d¨®nde ir.
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