Prueba y error
Vivimos en una era en la que los hechos objetivos son ignorados o cuestionados por una multitud que prefiere las falsedades y las quimeras antes que la verdad
Las pruebas han dejado de convencer. Hay gente que descree de la existencia de un piano aunque acabe de caerle encima y le haya abierto una brecha en la cabeza. Y esto no es culpa de las pruebas, ni de quienes son capaces de entender el valor fundamental que tienen para comprender la realidad, sino de nuestra propia y asombrosa idiotez como especie. Vivimos (y cualquiera puede verlo por s¨ª mismo, si es que a¨²n somos capaces de tomar en cuenta lo que nos informan nuestros ojos, o¨ªdos y mentes), en una era en la que los hechos objetivos son ignorados o cuestionados por una multitud que prefiere las falsedades y las quimeras antes que la verdad. Por eso abundan, ahora, tantas legiones de c¨¢ndidos (usemos un adjetivo prudente) que sostienen que la Tierra es plana, que las vacunas provocan enfermedades, que los extraterrestres son los autores de las obras m¨¢s preclaras en la arquitectura, el arte y la ciencia de la antig¨¹edad, que los reptiles nos dominan de forma telep¨¢tica¡
Pensemos en un caso ejemplar al respecto. La Humanidad (o, mejor dicho, esa parte min¨²scula de la Humanidad que es la NASA) lleg¨® a la Luna hace ya cincuenta a?os. Justo la semana pasada se cumpli¨® el aniversario de la gesta espacial por excelencia. Lo curioso de la efem¨¦ride es que, cinco decenios despu¨¦s de que se produjo uno de los logros tecnol¨®gicos y cient¨ªficos m¨¢s destacados de la Historia, abunden como nunca los sujetos que niegan de plano que aquello sucediera. Poco les importa a estos amigos de las pararruchas el caudal inmenso de pruebas irrebatibles, los testimonios directos de las miles de personas involucradas en el proyecto, las grabaciones de audio e imagen de las diferentes etapas del vuelo del Apolo 11, incluido el alunizaje y la exploraci¨®n de la superficie del sat¨¦lite, el material lunar recolectado y tra¨ªdo a la Tierra por los astronautas para su an¨¢lisis, etc¨¦tera. Nada: estos remedos de esc¨¦pticos (y digo remedo porque el m¨¦rito de una esc¨¦ptico no es la negaci¨®n por s¨ª misma sino el cuestionamiento inteligente que busca, siempre, como meta final, llegar a la verdad) apilan algunos reparos y algunos sofismas aprendidos en un video de Youtube y lo dan por despachado. Sostienen que una mentira no es una mentira (y que, como tal, carece de valor argumentativo), sino una opini¨®n y que esta debe ser respetada forzosamente, aunque sea una rotunda tonter¨ªa. Tonter¨ªa, s¨ª. Porque puede "opinarse" que la gravedad no existe, tal y como se opinan cientos de memeces todos los d¨ªas, pero igual vamos a caernos si damos un paso m¨¢s all¨¢ de la cornisa del tejado de una casa. Porque la gravedad no es un asunto de fe. Esa es la diferencia entre los hechos y las opiniones. Los hechos no dependen de nuestras posturas o ideas. Son objetivamente demostrables.
Otra curiosidad, malsana esta: aquellos que no creen en los hechos y reniegan de las pruebas son, en el fondo, los seres m¨¢s cr¨¦dulos posibles. Porque el otro lado de la moneda de cerrar los ojos ante la realidad es obvio: el que no cree en lo demostrable cree, por consecuencia, solamente en lo indemostrable. En vibras, energ¨ªas, espectros, duendes y otras oscuras divinidades. En "esencias" raciales o nacionales y en "destinos manifiestos". Y desde luego que de entre esa cala?a salen los votantes de los m¨¢s nocivos y crueles movimientos pol¨ªticos: aquellos que deciden sus pol¨ªticas basados en mentiras violentas y niegan pertinazmente la realidad. Y que citan sin saberlo a John Locke (pero no dominan su iron¨ªa) para concluir: "Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad".
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