Las cinco olas yihadistas
El regreso de los talibanes a Kabul se perfila como un nuevo y poderoso acicate para el islamismo radical en Oriente Pr¨®ximo, el norte de ?frica y el Sahel
El 14 de septiembre de 1853, el coronel Frederick Mackenson, comisionado brit¨¢nico de Peshawar, recibi¨® una inesperada visita. Desde la sombra de un ¨¢rbol, un joven de 20 a?os, enjuto y de barba rala, se lanz¨® a sus pies y le implor¨® que leyera la carta que agitaba. Cuando el oficial le conmin¨® a incorporarse, el joven le clav¨® una daga y se sent¨®. Interrogado por la escolta, se identific¨® como talib (estudiante en ¨¢rabe), originario de Mahabun, una regi¨®n tribal rebelde al este del r¨ªo Indo, refugio en la actualidad de grupos yihadistas asociados a Al Qaeda y el ISIS, y admiti¨® que su deseo era ¡°expulsar a los infieles de las tierras del islam¡±.
El asesinato de Mackenson, considerado el primer atentado de la historia moderna, supuso un punto de la inflexi¨®n en el devenir de la colonizaci¨®n brit¨¢nica y marc¨® un hito en el desarrollo del islam radical, que desde entonces domina grandes ¨¢reas de India, Pakist¨¢n y Afganist¨¢n. Su joven asesino hab¨ªa estudiado en la escuela cor¨¢nica I-Rahmiya, en Delhi, erigida por un compa?ero de Mohamad Abdelwahab, fundador del wahabismo, la corriente her¨¦tica m¨¢s radical del islam. Y su padre hab¨ªa sido disc¨ªpulo de Sayed Ahmad, el hombre que encendi¨® la antorcha de la yihad [guerra santa] contra el Imperio Brit¨¢nico. Como se?ala el historiador Charles Allen, autor de God?s Terrorist (Hachette Books, 2007), en apenas una d¨¦cada ¨Dy con el apoyo del imperio ruso¨D ¡°el movimiento wahab¨ª de la India pas¨® de ser una secta minoritaria a transformarse en una organizaci¨®n revolucionaria de enorme efectividad que predicaba el renacimiento isl¨¢mico¡± en nombre de la igualdad frente al sistema de castas.
Sin alternativa al proselitismo wahab¨ª e impotente ante los crecientes atentados, Londres opt¨® por una estrategia de represi¨®n militar y judicial de efectos adversos. La madrasa I-Rahmiya sigui¨® multiplicando el n¨²mero de talib y produciendo decenas de ap¨®stoles de la intolerancia que en pocos a?os sofocaron cualquier conato de modernizaci¨®n. El m¨¢s importante de ellos, Mohamad Qasim, quien en 1866 fund¨® el movimiento Deobandi, motor a¨²n hoy del extremismo wahab¨ª-suni m¨¢s violento y militante en Pakist¨¢n y Afganist¨¢n.
En 1879, su madrasa Dar al Ulum era ya el segundo mejor centro de ense?anza del mundo isl¨¢mico, solo superada por la universidad egipcia de Al Azhar. Seg¨²n cifras de la ¨¦poca, en 1947, a?o de la partici¨®n de la India, hab¨ªa unas 200 escuelas cor¨¢nicas en la zona, unas pocas Deobandi. En 2002, solo en Pakist¨¢n se contabilizaban 10.000, de las que 7.000 segu¨ªan esta corriente. Entre todas sumaban m¨¢s de dos millones de estudiantes, muchos procedentes de Afganist¨¢n y Wazirist¨¢n, cunas del actual movimiento talib¨¢n.
El puente de los muyahidines
La segunda gran torsi¨®n en la historia del yihadismo se produjo en 1979, a?o en el que coincidieron cuatro sucesos que trocaron la geopol¨ªtica internacional: el reconocimiento egipcio de Israel, el sangriento asalto de opositores radicales saud¨ªes a la Gran Mezquita de La Meca, el triunfo de la Revoluci¨®n Isl¨¢mica en Ir¨¢n y la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n. Espantado por la audacia de Mosc¨², Washington encontr¨® en la necesidad de la familia real saud¨ª de desprenderse de quienes denunciaban su corrupci¨®n moral, y en el miedo de los sun¨ªes ¨Dy de Israel¨D a la aparici¨®n en Persia del primer estado chi¨ª de la era contempor¨¢nea, a sus nuevos socios para la ¨²ltima gran batalla de la Guerra Fr¨ªa.
Incitados por las dictaduras ¨¢rabes, armados por la CIA, adoctrinados por cl¨¦rigos wahab¨ªes y entrenados por agentes paquistan¨ªes ¨Dla mayor¨ªa deobandis alistados tras el golpe de Estado de Zia ul-Haq¨D, miles de yihadistas hallaron acomodo en el llamado ¡°Puente de los muyahidines¡±, una infausta alianza que despu¨¦s alumbrar¨ªa el yihadismo global, pero que en 1989 logr¨® que las tropas rusas huyeran, entre disparos, rumbo a Uzbekist¨¢n.
La quinta ola yihadista
Si la lucha contra el comunismo constituy¨® un aparente ¨¦xito, la gesti¨®n de esa victoria signific¨® una hecatombe. De vuelta a casa, se?alados y despreciados ¨Despecialmente por la monarqu¨ªa saud¨ª, que opt¨® por las ¡°tropas herejes¡± americanas frente a Sadam Husein¨D, aquellos antiguos ¡°combatientes por la libertad¡± desatar¨ªan la tercera ola de terror. Primero contra sus propios gobernantes. Y m¨¢s tarde, bajo el nombre de Al Qaeda, en todo el planeta protegidos por sus antiguos socios talibanes, que aprovecharon las armas estadounidenses, el vac¨ªo de poder ruso y la guerra civil para tomar el poder. La cuarta ola evolucionar¨ªa tras la ilegal invasi¨®n anglo-estadounidense de Irak, en 2003, de la mano de Abubaker al Bagdadi, quien cumplir¨ªa la fantas¨ªa que Osama Bin Laden solo se atrevi¨® a so?ar: erigir un Estado isl¨¢mico.
El regreso de los talibanes a Kabul ¨Den el que Rusia ha desempe?ado un papel esencial¨D se perfila como un nuevo y poderoso acicate para el islamismo radical, no solo en la regi¨®n, sino tambi¨¦n en las zonas como el norte de ?frica y el Sahel, donde ya se gesta la quinta ola yihadista. Durante el ¨²ltimo lustro, los talibanes, junto a las tropas internacionales, han combatido a grupos asociados a Daesh (acr¨®nimo del ¨¢rabe para referirse al Estado Isl¨¢mico de Irak y Levante, conocido por las siglas en ingl¨¦s ISIS) como ISIS-K, ampliamente extendidos por la regi¨®n del Khoras¨¢n, fronteriza con Ir¨¢n. En torno a 20.000 combatientes, en su mayor¨ªa desertores talibanes, que han comenzado a recuperar sus trajes en cuevas, riscos y aldeas perdidas confiando en una nueva esperanza sectaria.
Aparentemente escarmentados, los nuevos dirigentes talibanes, m¨¢s expertos aunque igual de fan¨¢ticos, han dado se?ales de que no renunciar¨¢n al fondo, pero s¨ª esconder¨¢n las formas con las que en 1996 aterrorizaron al mundo. De sus declaraciones se desprende que su modelo pretende alejarse de la crueldad del ISIS y acercarse m¨¢s al de sus tradicionales patronos, Arabia Saud¨ª, un pa¨ªs igualmente wahab¨ª, l¨ªder mundial en compraventa de armas, al que se vincula con la financiaci¨®n del yihadismo global y en el que cada a?o se decapita a m¨¢s de 300 personas, se lapida a las mujeres, se restringen sus derechos fundamentales y se segregan los espacios por sexos. Un Estado isl¨¢mico afgano remasterizado desde el que tender un nuevo ¡°puente de los muyahidines¡±, esta vez invertido, con Vlad¨ªmir Putin atento a que se dirija hacia el oeste y no hacia el norte, por donde hace 30 a?os escap¨® el general Boris Gr¨®mov maldiciendo, como ¨¦l, la perestroika.
Javier Mart¨ªn es delegado de la Agencia Efe en el norte de ?frica y autor de Sun¨ªes y Chi¨ªes, los dos brazos de Al¨¢ y Estado Isl¨¢mico, geopol¨ªtica del caos (Catarata).
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