Wolfram Eilenberger, fil¨®sofo: ¡°Los ni?os son unos fil¨®sofos mal¨ªsimos, pero tienen muy buenas preguntas¡±
El pensador alem¨¢n y escritor cree que es un peligro idealizar la mirada infantil de la vida y que la gran paradoja de nuestra cultura es tener m¨¢s tiempo que nunca con los hijos y que, sin embargo, haya una falta importante de atenci¨®n hacia ellos
El prestigioso fil¨®sofo alem¨¢n Wolfram Eilenberger (Friburgo, 50 a?os) tiene dos hijas gemelas de 19 a?os. Ambas se transforman en una ni?a de seis a?os en las p¨¢ginas de ?Sufren las piedras? (Taurus, 2023), un ameno libro que se despliega a partir de 17 preguntas filos¨®ficas surgidas de las conversaciones que mantuvo Eilenberger con ellas: 17 fogonazos de asombro cotidiano.
Por el camino se dan cuestiones esenciales de la condici¨®n humana abordadas con una sencillez no exenta de profundidad: desde la conciencia de uno mismo hasta la enfermedad y la muerte, pasando por el casi azaroso del nacimiento de una persona. ¡°En mi libro no es tanto el padre el que educa a la hija, sino la hija la que ense?a al padre al formularle unas preguntas que el progenitor tiene que intentar responder y responderse¡±, afirma el autor.
PREGUNTA. ?Son los ni?os unos fil¨®sofos en potencia?
RESPUESTA. Tenemos el t¨®pico de que los ni?os son unos grandes fil¨®sofos, pero es una idea equivocada. Los ni?os son unos fil¨®sofos mal¨ªsimos, lo que pasa es que tienen muy buenas preguntas que formular. Las preguntas les salen solas, como comer, jugar o dormir, pero no tienen la formaci¨®n ni el arte para enfrentar esas cuestiones. S¨ª que te dir¨ªa, en cambio, que las preguntas de los ni?os son un punto de partida para la filosof¨ªa, porque nos hacen darnos cuenta de que nunca nos hemos respondido esas preguntas y de que, incluso, nos las neg¨¢bamos, que fing¨ªamos que no exist¨ªan.
P. ?Cu¨¢l fue la pregunta filos¨®fica que le realizaron sus hijas que le dej¨® m¨¢s noqueado?
R. Yo creo que la pregunta m¨¢s profunda y triste a la vez, y que en parte es de donde surge el libro, fue ¡°?D¨®nde est¨¢ ahora el abuelo?¡±. Una de las ni?as me hizo esa pregunta en un momento doloroso, cuando acababa de fallecer mi padre. Esa pregunta me conmovi¨®. Pero hay otra que tambi¨¦n me gust¨® mucho y que me pregunt¨® una de mis hijas cuando ten¨ªa cinco a?os. Estaba mirando las librer¨ªas del sal¨®n y dijo: ¡°?Por qu¨¦ se han escrito tantos libros?¡±. Menuda pregunta. Sobre todo, para un fil¨®sofo.
P. Mis dos hijos, de nueve y seis a?os, cuando ten¨ªan cinco aproximadamente, me hicieron la misma pregunta: ¡°Pap¨¢, ?somos de verdad o somos una pel¨ªcula?¡±.
R. F¨ªjate en la profundidad natural que tiene esa pregunta. Es una cuesti¨®n que muestra el escepticismo sobre si estamos viviendo una realidad o una ilusi¨®n. Esa pregunta te dice dos cosas: que saben cu¨¢l es la diferencia y que tambi¨¦n saben que esa diferencia es dif¨ªcil de percibir. ?Y tienen cinco a?os! Es incre¨ªble la profundidad que pueden tener las preguntas que nos hacen los ni?os; y al mismo tiempo es sorprendente la velocidad a la que pierden inter¨¦s en sus propias preguntas.
P. Su libro es una invitaci¨®n a recuperar esa curiosidad infantil.
R. Ahora hay tantos libros que te dicen que tienes que encontrar tu ni?o interior, recuperar la mirada infantil... Yo espero que el m¨ªo sea visto como un libro sobre la experiencia de crecer, que es mucho m¨¢s dif¨ªcil que seguir siendo ni?o.
P. De hecho, en su libro no hay atisbo de nostalgia por la infancia.
R. A m¨ª no me gusta mucho esa idea de volver a ser ni?o. La idea que me gusta es la de abandonar la infancia manteniendo vivas las preguntas de los ni?os. El ni?o es el que inicia el di¨¢logo, s¨ª, pero la idea de lo que significa ser padres, responder a estas preguntas, tener un di¨¢logo con tus hijos, constituye el coraz¨®n del libro. Vivimos en peligro de idealizar esa mirada infantil y me parece un error grav¨ªsimo, porque es una geolog¨ªa de la inmadurez. Por eso he querido cambiar la perspectiva: hay que crecer haci¨¦ndonos las mismas preguntas que nuestros hijos. Al final, cuando hablas con ellos, al menos cuando yo lo hago, hay dos voces: hablo con las ni?as, pero a la vez estoy hablando conmigo mismo; que es una situaci¨®n si se quiere muy filos¨®fica. Es lo que yo llamo el amigo imaginario. Solo ese doble di¨¢logo ya es un paso hacia una mayor madurez.
P. El libro precisamente parte de la amiga imaginaria de su hija. Usted plantea una idea muy interesante: que los amigos imaginarios de la infancia son una manera de impulsarnos a plantearnos qui¨¦nes somos y qu¨¦ queremos ser.
R. S¨ª, es esa mejor persona que buscamos ser. En los inicios de la filosof¨ªa, esa segunda voz, ese amigo imaginario, es casi el elemento m¨¢s importante. Yo creo que se puede definir a los fil¨®sofos como adultos que todav¨ªa tienen un amiguito imaginario (risas).
P. Sin embargo, la idea de amigo imaginario nos sigue causando inquietud desde la mirada adulta.
R. Es cierto, alguna inquietud nos genera, pero opino que es una inquietud positiva que deber¨ªamos agradecer. Lo que nos asusta de ese amigo imaginario en el fondo es el miedo que tenemos a las preguntas en s¨ª, y el miedo a no saber responderlas. Pero hay que enfrentar ese miedo; y la mejor forma de enfrentarlo es hablando con los dem¨¢s.
P. En las conversaciones que mantiene con su hija abordan aspectos esenciales de la condici¨®n humana. ?Siente que muchas veces nos cuesta tratar estos temas con los hijos?
R. S¨ª. Precisamente porque son temas dif¨ªciles de abordar tambi¨¦n con cualquier otro adulto. En ese sentido, resulta casi parad¨®jico que los ni?os parezcan m¨¢s maduros que los adultos, porque ellos s¨ª que se plantean estas preguntas y adem¨¢s de forma muy directa, como si fuese una cosa muy normal de la que se debe hablar. Sin embargo, como adultos evadimos estos temas, fingimos que no existen. No es la manera en que deber¨ªamos educar a nuestros hijos, porque los ni?os est¨¢n preparados para escuchar y entender las respuestas dif¨ªciles y las verdades duras de la vida si se las transmitimos de forma honesta. Es un error construir una burbuja en torno al ni?o para que no tenga que afrontar los temas serios de la realidad.
P. A veces parece que vivimos tan estresados que tambi¨¦n nos falta tiempo para abordar estas conversaciones.
R. La paradoja central de nuestra cultura es que tenemos m¨¢s tiempo para nuestros hijos del que seguramente ha tenido ning¨²n padre var¨®n en la historia; y, sin embargo, hay una falta importante de atenci¨®n a ellos. Y es una pena, porque nada une m¨¢s, ni crea m¨¢s confianza, ni da m¨¢s solidez a una relaci¨®n que una conversaci¨®n profunda. Y eso los ni?os lo saben. Saben cu¨¢ndo les est¨¢s escuchando y cu¨¢ndo no, cu¨¢ndo les est¨¢s tomando en serio y cu¨¢ndo no. No hace falta estar todo el d¨ªa hablando con tu hijo, pero si dedicas 10-15 minutos a un di¨¢logo de verdad para responder a sus preguntas lo van a recordar y, seguramente, la relaci¨®n con ellos ser¨¢ mucho mejor. Es casi tan obvio que me da verg¨¹enza decirlo: nada en nuestra vida es m¨¢s valioso que una conversaci¨®n de verdad.
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