Efra¨ªn Huerta y Diego Rivera: el reencuentro de dos comunistas mexicanos gracias al hallazgo de una tarea colegial
Sale a la luz el texto m¨¢s antiguo del poeta y periodista mexicano, quien prepar¨® en 1931 una monograf¨ªa sobre los murales de Rivera para su clase de Historia del Arte del Colegio de San Ildefonso
Cuando Ver¨®nica Loera y Ch¨¢vez acomodaba los libros de su biblioteca tras una mudanza de Ciudad de M¨¦xico a Oaxaca, se top¨® con una sorpresa que la deslumbr¨®. Guardada en medio de las p¨¢ginas de la primera edici¨®n de Absoluto amor, el primer poemario del poeta mexicano Efra¨ªn Huerta (fallecido en 1982), estaba un cuaderno mecanografiado e ilustrado firmado tambi¨¦n por Huerta. Loera hoje¨® las p¨¢ginas del documento y su asombro fue en aumento: se trataba de una monograf¨ªa escrita por el literato sobre los murales de Diego Rivera, fechada en 1931, cuando Huerta ten¨ªa apenas 17 a?os. Era, se enterar¨ªa despu¨¦s hurgando en la historia del bardo, una tarea que Huerta hab¨ªa preparado como estudiante de la entonces Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso para la materia de Historia del Arte. Loera entendi¨® que ten¨ªa en sus manos el texto m¨¢s antiguo del c¨¦lebre poeta y periodista mexicano. ?C¨®mo hab¨ªa sobrevivido aquel manuscrito al paso del tiempo?
Esta historia comienza en 1930. El adolescente Efra¨ªn Huerta era un apasionado del dibujo y aspiraba a ingresar como estudiante a la c¨¦lebre Academia de San Carlos, fundada en 1781 por ¨®rdenes del rey de Espa?a Carlos III y que fue la primera de su tipo construida en el continente americano. Huerta viv¨ªa entonces en Quer¨¦taro, pero viaj¨® hasta la capital para hacer los ex¨¢menes de ingreso a la instituci¨®n. Sus planes eran poder convertirse en artista profesional y vivir en la capital, donde ya se hab¨ªan asentado sus hermanos. Pero San Carlos le dio la espalda, ¡°lo batea¡±, en palabras de Emiliano Delgadillo, experto en la obra literaria de Huerta. ¡°Qued¨® desilusionado y no sabe qu¨¦ hacer con su vida. Regres¨® a Quer¨¦taro y comenz¨® a escribir versos de car¨¢cter publicitario para ganarse la vida¡±, cuenta Delgadillo. Sus hermanos lo animaron a que volviera a la capital a estudiar una carrera profesional y Huerta solicit¨® el ingreso en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, tambi¨¦n de gran prestigio en el M¨¦xico de inicios del siglo pasado. Las autoridades lo aceptaron y Huerta ingres¨® a la instituci¨®n en enero de 1931.
El joven accedi¨® de esta manera a un mundo culto que lo fascina. El colegio bull¨ªa de ideas modernas, con apasionados estudiantes ansiosos por transformar el arte, la ciencia y la literatura de M¨¦xico. ¡°Huerta se deslumbr¨® por las materias de arte¡±, cuenta Delgadillo, y muy pronto se convirti¨® en entusiasta seguidor de las clases del maestro Agust¨ªn Loera y Ch¨¢vez, un afamado intelectual y severo profesor. En esos tiempos estudiantiles Huerta trab¨® amistad con Rafael Solana, de 16 a?os, con quien preparar¨ªa el trabajo monogr¨¢fico que nos ocupa: el futuro poeta escribi¨® Las tendencias sociales de Diego Rivera, con ilustraciones de Solana, para la clase de Historia del Arte del primer a?o de Bachillerato en Filosof¨ªa y Letras.
Ese fue el manuscrito que a inicios de la d¨¦cada del 2000 encontr¨® Ver¨®nica Loera y Ch¨¢vez cuando acomodaba los libros de su biblioteca tras su mudanza de Ciudad de M¨¦xico a Oaxaca. Parte de esa biblioteca era herencia de su t¨ªo, Agust¨ªn, quien hab¨ªa guardado con cari?o el trabajo escolar de quien se convertir¨ªa en un estudiante amado y admirado. El llamado ¡°mecanoescrito¡± ha visto ahora la luz por primera vez, en una hermosa edici¨®n de limitado tiraje preparada por la Biblioteca Henestrosa y la Fundaci¨®n Alfredo Harp Hel¨², de Oaxaca. El libro contiene el texto original sin cambios, con las correcciones que Huerta hizo con bol¨ªgrafo tras escribirlo con una m¨¢quina prestada, adem¨¢s de los dibujos casi infantiles de Losano, su amigo. La obra fue presentada esta semana en la sede del Colegio de San Ildefonso, una de los edificios coloniales m¨¢s hermosos del viejo coraz¨®n de Ciudad de M¨¦xico, construido en 1583 por la Compa?¨ªa de Jes¨²s, dentro de los planes educativos de los jesuitas en el llamado Nuevo Mundo. Durante la presentaci¨®n, Eduardo V¨¢zquez Mart¨ªn, director del colegio, brome¨® con el p¨²blico al decir que esa noche se juntaban en el recinto los fantasmas de Huerta, Losano y posiblemente su maestro Agust¨ªn. El libro es el regalo de cumplea?os por los 110 a?os del natalicio del poeta mexicano.
Ver¨®nica Loera y Ch¨¢vez cuenta que a?os despu¨¦s del hallazgo present¨® el manuscrito al hijo de Huerta, el tambi¨¦n poeta David Huerta, Premio de Literatura en Lenguas Romances 2019 que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Huerta hijo qued¨® conmovido por el texto, y comenz¨® as¨ª un largo camino para que pudiera llegar al p¨²blico una obra que en palabras de Emiliano Delgadillo ¡°sorte¨® los avatares del olvido¡±. La falta de recursos se impuso en varias ocasiones y el libro fue publicado tras el fallecimiento de David, ocurrido en octubre de 2022. Sus herederos continuaron con la empresa bajo el impulso de Ver¨®nica Loera y Ch¨¢vez, editora.
El trabajo monogr¨¢fico ¡ªal que Efra¨ªn Huerta invirti¨® mucho dinero de la ¨¦poca porque lo hizo en papel fino, que se usaba para las acuarelas¡ª es, seg¨²n Delgadillo, ¡°una visi¨®n un tanto ingenua, pero cr¨ªtica¡± de la obra de Rivera. Huerta no ten¨ªa a esa edad el bagaje para poder analizar a profundidad la creaci¨®n de quien ya era uno de los m¨¢s grandes artistas contempor¨¢neos de M¨¦xico y muchas de sus opiniones suenan ahora na¨ªf. Huerta se centra en analizar la obra social de Rivera, las piezas que demuestran su compromiso pol¨ªtico. En el manuscrito, por ejemplo, critica la visi¨®n que el artista tiene del cl¨¦rigo durante la colonia. ¡°Existe en Diego Rivera una marcada tendencia a exponer rid¨ªculamente personajes clericales en sus frescos. Cada vez que se presenta la ocasi¨®n hace el pintor mofa y burla de la religi¨®n, representando en deplorables actitudes a frailes, legos, obispos, curas y dem¨¢s cl¨¦rigos que viene a mano exhibir... La actitud del pintor nos parece en este caso desmedida, exagerada, puesto que, si estudiamos bien, encontramos que la posici¨®n del clero no fue en la ¨¦poca de la conquista la que Diego trata de representar, sino que, por el contrario, y a ojo de p¨¢jaro, algo lograron hacer los religiosos en el terreno de la consolaci¨®n y el amparo¡±.
Las cr¨ªticas del joven Huerta se convertir¨ªan con el tiempo en una verdadera admiraci¨®n por el gran muralista mexicano. Y esa admiraci¨®n ser¨ªa rec¨ªproca. Eduardo V¨¢zquez Mart¨ªn, director de San Ildefonso, cuenta que Rivera pint¨® a Huerta en un mural m¨®vil que le hab¨ªa sido encargado en 1952 por el Instituto Nacional de Bellas Artes y que deb¨ªa formar parte de una exposici¨®n sobre la paz. El mural levant¨® ampollas en el instituto y le dio un ataque de ira a su director, Carlos Ch¨¢vez, quien qued¨® sorprendido al ver que el trabajo de Rivera mostraba a Mao y Stalin, y de las manos de este ¨²ltimo sal¨ªa una paloma de la paz. ¡°Lo catalogaron de propaganda comunista¡±, cuenta V¨¢zquez Mart¨ªn, quien recuerda que la admiraci¨®n de Rivera por Huerta hab¨ªa comenzado cuando el pintor ley¨® el poema Hoy he dado mi firma por la paz, en el que Huerta canta: Hoy he dado mi firma para la Paz. / Bajo los altos ¨¢rboles de la Alameda / y a una joven con ojos de esperanza. / Junto a ella otras j¨®venes ped¨ªan m¨¢s firmas / y aquella hora fue como una encendida patria / de amor al amor, de gracia por la gracia, / de una luz a otra luz. El mural de Rivera tuvo un final tr¨¢gico. V¨¢zquez Mart¨ªn retoma una de las versiones m¨¢s cre¨ªbles de su final: que viaj¨® a China, donde muri¨® en las llamas de la muy fan¨¢tica revoluci¨®n cultural de Mao.
Pintor y poeta eran abiertamente comunistas, aunque ambos rezaban a dioses distintos: Rivera era trotskista y Huerta era stalinista. ¡°Rivera abrazaba la visi¨®n cr¨ªtica de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, mientras que Huerta ve¨ªa a Stalin como un viejo sabio¡±, dice V¨¢zquez Mart¨ªn. Con el tiempo ambos hombres moderar¨ªan sus posturas, aunque los cr¨ªticos de Rivera afirman que el pintor ¡°solo simpatizaba consigo mismo¡±. La ¡°religi¨®n de la hoz y el martillo¡±, el comunismo, encontr¨® y enfrent¨® a ambos artistas, los dos sufrieron expulsiones del Partido Comunista y tambi¨¦n fueron m¨¢s tarde rehabilitados, pero el arte los uni¨® desde que el joven estudiante del Colegio de San Ildefonso dedic¨® su trabajo monogr¨¢fico, con tan solo 17 a?os, al muralista que admirar¨ªa toda su vida. Admiraci¨®n que quedar¨ªa grabada para la historia de la literatura en las hojas mecanografiadas que un maestro guardar¨ªa con cari?o en su biblioteca.
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