Jennifer y los testigos protegidos de la DEA, ?debemos creer?
Pueden ser muy ¨²tiles para iniciar investigaciones criminales y acercarse a un relato veros¨ªmil de una trama criminal. Pero no pueden convertirse en prueba para firmar un texto period¨ªstico, mucho menos para encarcelar a alguien
Esta semana se publicaron en M¨¦xico tres notas period¨ªsticas que sugieren una acusaci¨®n muy grave: el supuesto financiamiento de un grupo criminal a la campa?a electoral en 2006 de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador. En el coraz¨®n de las historias de Deutsche Welle, ProPublica e InSight Crime est¨¢n las declaraciones de un testigo protegido, Roberto L¨®pez N¨¢jera, alias Jennifer. Sin su testimonio quedan, en el mejor de los casos, solo vagas conjeturas. La verosimilitud o no de las afirmaciones de Jennifer ha vuelto a traer la figura de los testigos protegidos a examen. ?Hasta qu¨¦ punto debemos creer en ellos?
Empecemos por el principio. El sistema judicial en Estados Unidos avala la figura de testigos protegidos para esclarecer casos que, por su naturaleza subrepticia, no pueden probarse enteramente con evidencia material o documental. No solo se trata de que el sistema avale esa figura; tambi¨¦n la incentiva. Desde inicios de la d¨¦cada de los a?os setenta, el Gobierno federal de ese pa¨ªs mantiene un programa especial en el que han participado unas 19.000 personas, casi todos acusados de un crimen anterior.
Entrar al programa es complejo, pero, una vez ah¨ª, el funcionamiento es sencillo: a cambio de testimonios que ayuden a recabar informaci¨®n sobre una trama m¨¢s amplia o sobre un pez m¨¢s gordo, al testigo protegido se le abren las puertas del cielo. Son varios los anzuelos: igualas mensuales, reducci¨®n de penas carcelarias, visas familiares y cambios completos de identidad. En una frase: el sistema ofrece impunidad a individuos puntuales a cambio de una promesa mayor de justicia para el resto de la sociedad.
Hay incentivos perversos, tanto en la oferta como en la demanda. Est¨¢n, por supuesto, los propios testigos. Por lo general, hablamos de gente que ha mentido antes y a la que le conviene seguir mintiendo despu¨¦s. Por m¨¢s que disfracen su cambio de piel con un discurso de desagravio, las razones para cooperar casi nunca son puras. Del lado de la demanda, est¨¢n las fiscal¨ªas y polic¨ªas que exprimen a los testigos hasta la ¨²ltima gota. La verdad ¡ª?ah, esa palabra! ¡ªcasi nunca importa. ?Se cae un caso? ?Se complic¨® una prueba? El testigo protegido es el punto de fuga que siempre podr¨¢ recordar una reuni¨®n m¨¢s, una llamada olvidada, un nombre escondido en lo m¨¢s rec¨®ndito de la memoria.
En Jennifer o L¨®pez N¨¢jera se juntaron el hambre con las ganas de comer. Hablamos de un expolic¨ªa de Quer¨¦taro, vuelto abogado y, en alg¨²n momento, cercano a la Barbie, ?dgar Valdez Villarreal. Jennifer es un viejo conocido de la justicia mexicana. Se trata de un ¡ªnunca mejor dicho¡ª mentiroso profesional. A principios del sexenio de Felipe Calder¨®n fungi¨® como el principal art¨ªfice de la ¡°Operaci¨®n Limpieza¡±, la redada m¨¢s importante del calderonismo contra mandos y funcionarios de la antigua Procuradur¨ªa General de la Rep¨²blica (PGR). Todos los casos judiciales basados en las declaraciones de Jennifer se cayeron. Sus mentiras fueron probadas. Jennifer, y un sistema que primero castiga y luego averigua, fueron los responsables de que No¨¦ Ram¨ªrez Mandujano, alto funcionario de la PGR, pasara m¨¢s de cuatro a?os en prisi¨®n. La narrativa estaba llena de agujeros. Seg¨²n Jennifer, ¨¦l se hab¨ªa reunido en dos ocasiones con Ram¨ªrez Mandujano para acordar la entrega de 450.000 d¨®lares mensuales a cambio de protecci¨®n a la organizaci¨®n de los Beltr¨¢n Leyva. En su momento, Ram¨ªrez Mandujano demostr¨®, con todas las pruebas, que no pudo haber estado en ninguno de los dos lugares en las fechas que dec¨ªa Jennifer. No import¨® y nadie le pidi¨® disculpas a Ram¨ªrez Mandujano por los a?os en prisi¨®n.
Jennifer tambi¨¦n fue la fuente central del ¡°michoacanazo¡±, la redada organizada en 2009 por Felipe Calder¨®n contra once presidentes municipales, 16 funcionarios y un juez del Estado de Michoac¨¢n. Al poco tiempo, todos hab¨ªan sido exonerados por falta de pruebas. Jennifer fue la fuente de otra docena de casos que se cayeron en el camino; los m¨¢s famosos, los creados contra el excoordinador regional de la Polic¨ªa Federal Preventiva Javier Herrera Valles y contra el general Tom¨¢s ?ngeles Dauahare, exsubsecretario de la Defensa Nacional. Antes de su detenci¨®n, ambos, Herrera Valles y ?ngeles, hab¨ªan advertido a Felipe Calder¨®n del contubernio de Genaro Garc¨ªa Luna con el narcotr¨¢fico. A los dos los mand¨® Jennifer a la c¨¢rcel.
Incre¨ªblemente y cuando comenzaba a ser investigado por la propia PGR por el delito de fabricaci¨®n de pruebas, Jennifer empez¨® a trabajar con la DEA. Cables internos de la agencia estadounidense lo encuentran en 2010 en Guayaquil, Ecuador, participando en una operaci¨®n para desactivar una red de tr¨¢fico de coca¨ªna. Jennifer no solo ofrec¨ªa informaci¨®n, era tambi¨¦n un operador encubierto de la DEA. Hoy, Jennifer ya no se llama as¨ª. Tampoco Roberto L¨®pez N¨¢jera. Vive en Estados Unidos bajo una identidad secreta. Su segunda vida parece resuelta. Sus v¨ªctimas sufren a¨²n por restaurar la primera.
Aprovechando la discusi¨®n sobre la credibilidad de Jennifer, algunas voces han revivido el caso de Genaro Garc¨ªa Luna para se?alar que el juicio del exsecretario de Seguridad se bas¨® casi exclusivamente en lo dicho por testigos protegidos. Llevan raz¨®n. Quienes desfilaron por la Corte de Brooklyn en mucho se parec¨ªan a Jennifer. El Grande Villarreal, El Diablo Edgar Veytia y ?scar Nava Valencia, El Lobo, no tienen mejores credenciales. Varias de las contradicciones en sus testimonios las cach¨® hasta el m¨¢s ingenuo de los doce miembros del jurado neoyorquino. A juzgar por las notas period¨ªsticas, los fiscales no pod¨ªan hacer m¨¢s que sonrojarse cuando estos mencionaban el arrepentimiento y el amor a la justicia como las principales motivaciones para participar en aquel teatro. Esto, por supuesto, nada dice de la culpabilidad o no de Garc¨ªa Luna, pero s¨ª de las bases con las que fue sentenciado en Nueva York.
Concluyo. El uso de testigos protegidos puede ser muy ¨²til para iniciar investigaciones criminales y acercarse a un relato veros¨ªmil de una trama criminal. En algunos casos se trata de una condici¨®n sine qua non para empezar a hilar fino. No pueden, sin embargo, convertirse en prueba para firmar un texto period¨ªstico, mucho menos para encarcelar a alguien. Lo basado en esas fuentes puede convertirse r¨¢pidamente en papel mojado, tal y como ocurri¨® con los reportajes basados en las palabras de Jennifer.
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