¡®Sierra Madre¡¯, nada qu¨¦ ver
La serie de Max es el h¨¢bitat que no pocas familias mexicanas sue?an: lugar id¨ªlico de est¨¦tica tan kitsch que hermana a narcos y ricos; el relato que supo aprovechar nuestro surrealismo
Lleva cinco cap¨ªtulos la entretenida serie Sierra Madre (Max), retrato del privilegio bendecido con la inconsciencia de su vacuidad, ficci¨®n de algo que vivi¨® Nuevo L¨¦on tres lustros atr¨¢s, versi¨®n dramatizada de cosas que pasan hoy por doquier. Una oportunidad para re¨ªr y lamentarse.
En Sierra Madre a los personajes que tienen voz les da miedo ir a Monterrey, es decir vivir fuera de su nube. Los que no tienen voz, en general, son de otra parte; de Apodaca, por ejemplo, cuya mayor gloria es que el protagonista les reconozca como ¡°gente trabajadora¡±.
La serie, de Diego E. Osorno y filmada por Alejandra M¨¢rquez Abella, es sobre un principito que un d¨ªa quiso ser rey. Rey chiquito, con el perd¨®n de Trino. Rey de San Pedro, que m¨¢s que municipio, es feudo, porque en Sierra Madre los que tienen el privilegio de hacerse escuchar proclaman, y en eso no hay imaginaci¨®n novelesca, que San Pedro es de ellos.
El ellos y los otros, por supuesto, no es una cosa privativa de la alcald¨ªa m¨¢s pr¨®spera de M¨¦xico. Por eso, Sierra Madre retrata muchas regiones, sean ¡°desarrolladas¡± como el cuasisuburbio regiomontano, o sean ¡°nada qu¨¦ ver¡±, con acento ¡ªpor supuesto¡ª de Cindy La Regia.
Sierra Madre no es una comedia, pero hace re¨ªr. Y mucho. La fatuidad de varios de los personajes, su desconexi¨®n respecto al pa¨ªs en que viven, la permanente competencia por coleccionar excentricidades y fotos en Instagram de las mismas, y el desprecio a la ley es tan hilarante, como familiar.
Insisto: no retrata a las y los sampetrinos, sino a los sierramadrenses de todo lugar, de quienes buscan, desean, pretenden, anhelan, imploran habitar ¡°un reino¡±, un espacio como el de la serie, que es m¨¢s que coto y club: es un limbo seguro, escudo de oropel ante el infierno nacional.
Entretenida como es, a algunos disgustar¨¢ que llegue justo en tiempo electoral, cuando alguien que se parece al protagonista de la serie ¡ªporque, ya saben, toda coincidencia entre un producto de estos y la realidad es siempre casual¡ª encabeza las preferencias en Garza Garc¨ªa.
No dejen que tal detallito les incomode. No es una alegor¨ªa de nadie en particular; o m¨¢s bien s¨ª, es una colecci¨®n de situaciones, incluidos personajes, que en este caso pueblan el noroeste del pa¨ªs, pero que tienen clones, como los sombreros Tard¨¢n, de Tijuana a Yucat¨¢n.
Tampoco es, como no podr¨ªa esperarse de Osorno-M¨¢rquez, un sopor¨ªfero churro de denuncia de las injusticias, con proclamas desgastadas o chatas, sean sesenteras o de ma?anera actualidad. Otra vez: nada qu¨¦ ver. Es un bien llevado relato que exhibe sin sermonear.
Adem¨¢s, por otro de sus dram¨¢ticos componentes, resulta inmejorable la coyuntura en que surge Sierra Madre. Intento no adelantar nada que genere prejuicio con respecto a la trama, pero hay que decir que pone sobre la mesa el rol del narco en nuestra sociedad, en nuestros comicios.
?Cu¨¢ntas comunidades hemos visto caer en la ingenua y al mismo tiempo tr¨¢gica fantas¨ªa de que todo lo que hace falta para solucionar el problema de la violencia es pactar con los criminales? En Sierra Madre abren una ventana a ese tipo de tonter¨ªas.
Asumen el autoenga?o a tal nivel que incluso aceptan convivir con uno a quien en otra circunstancia dif¨ªcilmente dar¨ªan la mano. Est¨¢n dispuestos a obviar sus prejuicios de clase para, cobijados en el cl¨¢sico don¡¯t ask don¡¯t tell, so?ar que tendr¨¢n la seguridad que las autoridades no les dan.
Clase. Vaya t¨¦rmino a mediados de 2024. En Sierra Madre es asumida como una cuesti¨®n natural, divina. Tanto que incluso dentro de la familia hay primos de primera y otros de cuarta (decir de segunda ser¨ªa conceder demasiada cercan¨ªa, y eso primero muertos). Abusados con confundirse.
Pero volvamos al narco. Sierra Madre tiene el acierto de ponernos en la pantalla un no se hagan, eso que llamamos crimen organizado no naci¨® con Calder¨®n, ni por Calder¨®n, ni se extinguir¨¢ ¡ªvale adelantar¡ª con el trillado ¡°combate a las causas¡±.
Narco hoy es el patr¨®n regional que por la v¨ªa armada impone su ley a otros, empezando con los gobiernos municipales, tan corro¨ªdos por la avaricia de algunos de sus ocupantes, tan t¨ªteres de quienes lo mismo dictan d¨®nde hay casinos, qui¨¦n es polic¨ªa o d¨®nde tirar a los ejecutados.
Narco es en Sierra Madre el cacique rural. Y ¨¦ste tiene un antecedente en los ganones de la revoluci¨®n mexicana o, para no o¨ªrnos tan lejos, en el acuerdo metainstitucional que siempre lograron los jeques priistas para tener los territorios ¡°en paz¡±.
Narco, finalmente, es un concepto matrioshka. Surge uno tras otro, y as¨ª sucesivamente, hasta que uno de ellos se confunde y ya se cree patr¨®n, cuando es apenas un correveidile, el v¨ªnculo vergonzante entre dos mundos, entre San Pedro y los narcos. ?Cu¨¢ntos habr¨¢ as¨ª?
En Sierra Madre, como se ha visto con tanta pax narca, el acuerdo dura hasta que de pronto surge competencia; y los verdaderos patrones han de fraguar un nuevo pacto para seguridad de todos. Las instituciones y la ley es algo que no existe en ese M¨¦xico: solo el linaje, o las armas.
Entre la casta y aquellos que por la v¨ªa de la muerte encuentran y hacen respetar su sitio, hay una corte de saltimbanquis que son tan aspiracionistas como funcionales al reino de Sierra Madre: desde la prensa, periodistas rom¨¢nticos incluidos, hasta la alcaldesa.
Par¨¦ntesis obligado. La alcaldesa es interpretada por Karina Gidi. Si por una cosa vale ya la pena ver esta serie es para apreciar su actuaci¨®n. Y los mismo con Julieta Egurrola.
Es com¨²n pensar que los medios de comunicaci¨®n nacionales son los m¨¢s poderosos de M¨¦xico. O, dicho de otra forma, que los ¨²nicos medios con influencia son aquellos con asiento capitalino. Sierra Madre nos recuerda cu¨¢n equivocada es tal noci¨®n centralista, cu¨¢n influyente y/o corrupto puede ser un medio regional.
La prensa en Sierra Madre est¨¢ compuesta por idealistas que creen que el cambio no solo es posible sino que es lo ¨²nico que vale la pena del oficio, intentar incidir en mejorar las cosas, y por due?os y gerentes medi¨¢ticos que salivan al enchufarse al poder real: al gobierno, a los empresarios, o a la mafia, que a veces, como dice el chiste, son lo mismo.
Porque al final, Sierra Madre es el h¨¢bitat que no pocas familias mexicanas sue?an. Lugar id¨ªlico de est¨¦tica tan kitsch que hermana sin rubor a narcos y ricos, el relato que, sin dem¨¦rito para sus productores, supo aprovechar nuestro surrealismo, donde caminan del brazo una narcoabogada, el gobierno y las revistas del coraz¨®n.
El mundo donde si de repente las cosas se descomponen, pues compremos armas. Si ni con eso se puede, los ricos, dec¨ªa V¨ªctor Jara, siempre tendr¨¢n t¨ªas en Miami, aunque los de Sierra Madre prefieran Nueva York o de perdida San Antonio o Houston.
La regla no escrita es nunca olvidar que el territorio no se defiende con la ley en la mano, sino con machos o hembras alfa; que la paz es una cosa de determinaci¨®n de iluminados no de construcci¨®n de instituciones, que no importa si el pa¨ªs est¨¢ en llamas mientras haya un buen cortafuego en los l¨ªmites de este San Pedro, de cualquier San Pedro.
San Pedro, nombre de evocaci¨®n celestial, que tuvo la mala suerte de estar al lado de Monterrey, a donde no hay que bajar ¡ªn¨®tese¡ª el desd¨¦n, porque quienes cometen esa locura, de abandonar el cielo, pueden acabar quemados, como en el incendio del Casino Royale (2011, con 52 muertos).
Sierra Madre es una ficci¨®n de un espacio que pudo haber existido a principios de los dosmiles, donde tres sexenios despu¨¦s podr¨ªa gobernar, si existiera ese San Pedro, un personaje digno de una mente de novela, donde los gobiernos y los ciudadanos son completamente de utiler¨ªa.
Pero es una serie, una buena manera de matar el tiempo, un animado entretenimiento sobre una sociedad clasista y desconectada del pa¨ªs que, con nosotros, nada qu¨¦ ver.
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