Vacaciones epidemiol¨®gicas, por favor
Llevamos un a?o en primera l¨ªnea, analizando cada dato, calculando infectados contrastando el n¨²mero de vacunados frente al n¨²mero de vacunas disponibles... necesitamos un respiro
El taxista me explica que ¨¦l no piensa ponerse la vacuna. ?Pero hay alguna raz¨®n por la que te corresponda? No, pero aunque me toque. Conmigo no har¨¢n experimentos. Me resulta curioso lo mucho que cuesta a muchos tomar decisiones solidarias colectivas, m¨¢s all¨¢ de su cuerpo y de su ombligo. Lo mejor para todos es lo mejor para ti, le explico mientras saco el m¨®vil para pagar desde la pantalla sin dinero ni contacto. Pero creo que no me tiene en cuenta, como si fuera yo una cliente cualquiera. Llevo estudiando epidemiolog¨ªa desde hace m¨¢s de un a?o, claro que ¨¦l tambi¨¦n. Solo que hemos debido de ir a escuelas distintas.
Mi amiga M. en cambio est¨¢ desando que le pongan la suya, pero ha calculado que tiene doce millones de personas por delante. ?Y c¨®mo has hecho estas cuentas? Pregunto. Leyendo peri¨®dicos y con una calculadora. Creo que ella est¨¢ un curso por delante del m¨ªo. Pero estamos agotadas las dos. De pensar, de contar con los dedos, de cuantificar la realidad, de medir las distancias e imaginarnos part¨ªculas suspendidas en el aire rozando nuestros cuerpos como las balas de Matrix. Menos mal que estamos en Semana Santa y nos han dado vacaciones en la facultad donde nos matriculamos cuando empez¨® la pandemia. El problema es que como nos inventamos la carrera y la especialidad, las vacaciones tampoco van en serio. No hay un instante de descanso para la epidemiolog¨ªa vocacional.
Es Jueves Santo cuando mi madre me explica que no piensa ponerse la mascarilla en la playa, que hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar. Y por supuesto lo argumenta como si fuera su TFG (Trabajo de Fin de Grado). Su tesis mantiene que el peligro est¨¢ en el ocio nocturno descontrolado ¡ªaporta muchos datos¡ª, no en las tranquilas playas donde descansan los jubilados entre semana. Ella al principio cumpl¨ªa todas las reglas, pero ahora que est¨¢ a punto de pasar de curso ya no. ¡°Hay que tomarse los datos con cautela, mam¨¢¡±, le digo. Y no s¨¦ muy bien lo que quiero decir, pero es una frase de mi profesor Kiko Llaneras y yo le cito siempre que puedo. Entonces ella me recuerda que sac¨® un diez en el examen final de ¡°Un sal¨®n, un bar y una clase: as¨ª se contagia el coronavirus en el aire¡±. Y cierro el pico. Yo me qued¨¦ en el 8,5.
Al otro lado del tel¨¦fono, mi amiga E. no quiere vacunarse con Astrazeneca. Tiene 37 a?os, es profesora y tiene miedo de que le d¨¦ un trombo. No tiene miedo de tener covid, a pesar de que ha muerto mucha m¨¢s gente ¡ªtambi¨¦n m¨¢s gente de su edad¡ª de esta enfermedad que de ning¨²n efecto secundario de la vacuna. Le toca la semana que viene y se siente acorralada. En el colegio sus compa?eros se lo han dejado claro: lo mejor para ti es lo mejor para todos. Como yo al taxista. Pero ella cree que lo mejor para ella ser¨¢ lo que a ella le parezca. Le digo que el riesgo es semejante a tomar la p¨ªldora o llevar un DIU hormonal. Es que yo nunca he tomado la p¨ªldora, responde victoriosa. Adem¨¢s, en Alemania han dejado de vacunar con Astrazeneca por debajo de los 60 a?os. ?Es que no lo ves?, sentencia. Como epidemi¨®loga experta y bas¨¢ndome en estudios rigurosos de vacunaciones masivas en pandemia hist¨®ricas, se?alo que resulta muy extra?o que justo despu¨¦s de que los ingleses nos toreen con la vacuna y nos dejen sin abastecimiento en un clar¨ªsimo corte de mangas post-Brexit, empecemos a poner pegas a su vacuna. ?Ser¨¢n pegas pol¨ªticas o sanitarias? ?Acaso existe la diferencia en un momento como este? Le recuerdo que Astrazeneca ha inmunizado a varios millones de ingleses de todos los g¨¦neros y edades. En todo caso, estamos aprendiendo cada d¨ªa, concluyo Y siento que estoy camino del doctorado porque empiezo a hablar como Fernando Sim¨®n.
Con todo, confieso que estoy exhausta. Esta profesi¨®n es muy exigente y requiere dedicaci¨®n 24/7. Necesito un descanso real y mental. Vale que no puedo salir de mi ciudad ni de mi provincia ni de mi pa¨ªs. Pero quiz¨¢s pueda escapar un ratito de mi cabeza. As¨ª que quedo con mi gente preferida, la de las terrazas, la de pasarlo bien con lo que se pueda y cuando se pueda. No necesitamos procesiones para estar de vacaciones, me digo. Aire libre, distancia y cerveza. La mascarilla viene y va. No hay vacunas ni miedos ni estad¨ªsticas. Pero entonces nos ponemos de tan buen humor, que llega el turno de fijar fecha para los mejores planes. Por suerte en mi terraza hay dos doctorados cum Laude por la Universidad de La Sexta Noche. Uno es ya catedr¨¢tico. Y desde la legitimidad de su c¨¢tedra asegura que los conciertos ser¨¢n en octubre, los viajes al extranjero en verano, la fiesta para m¨¢s de veinte en septiembre, la discoteca sin mascarillas a¨²n por determinar¡ Igual que volver a compartir pitillo, la boda de mi prima, beber del mismo vaso, conocer a gente con la boca a la vista la primera vez, las verbenas, los cumplea?os infantiles, cenar en interiores, los aforos completos, dejar de mirar estad¨ªsticas. A m¨ª me interesa especialmente este punto porque no quiero hacer nada de lo anterior ni nada en absoluto antes de abandonar esta exigencia.
Por eso defiendo que los epidemi¨®logos vocacionales, de fuste, merecemos unas vacaciones. Llevamos un a?o en primera l¨ªnea, analizando cada dato, calculando los infectados por cada cien mil, midiendo el cambio cada 14 d¨ªas, contrastando el n¨²mero de vacunados frente al n¨²mero de vacunas disponibles, entrando cada d¨ªa en el localizador de infectados por barrios del peri¨®dico¡ Y aunque estamos seguros de que esta crisis no se podr¨¢ superar sin nuestro an¨¢lisis, el hecho es que necesitamos un respiro. Personalmente lo tengo claro. Me estudio un rato m¨¢s ¡°No respires el aire del otro: c¨®mo esquivar el coronavirus en interiores¡± y lo dejo todo hasta el lunes. La pandemia tendr¨¢ que seguir sin m¨ª.
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