Republicanos
La imagen de la izquierda espa?ola que fund¨® la Segunda Rep¨²blica, moderada y democr¨¢tica, ha sido frivolizada a lo largo de los a?os por la ignorancia de unos y la conveniencia de otros
¡ª Si veo que la chica es un poco timorata le suelto que soy republicano y desaparece de inmediato. As¨ª es como me las quito de encima ¡ªm¨¢s o menos de ese modo, jactancioso, se expresaba entre un peque?o grupo de amigos un divorciado reciente enrolado en las filas de Tinder.
En la confusa mente del alegre divorciado, ser republicano deb¨ªa de ser sin¨®nimo de transgresor, una especie de asaltacaminos de las buenas costumbres. En la de esas supuestas mujeres espantadas, el equivalente republicano ser¨¢ el de un depredador con pocos escr¨²pulos. Es el andamiaje de una frivolidad, s¨ª. Pero esa frivolidad se corresponde con la imagen de un espejo distorsionado que poco a poco se ha ido levantando en el callej¨®n trasero de la feria pol¨ªtica. Por ignorancia de unos y por conveniencia de otros.
En estos d¨ªas se conmemora el advenimiento de la Segunda Rep¨²blica espa?ola. 90 a?os, y algunos llenan el aire de una especie de nostalgia vicaria por algo que no fue, que no dejaron que fuera y que mantiene una relaci¨®n muy directa con el presente. La tricolor como un sue?o truncado de libertad. Una bandera que, al igual que el propio t¨¦rmino republicano, a lo largo de estos 90 a?os ha ido empap¨¢ndose de vientos y humedades que han acabado por proporcionarle unas tonalidades que nunca tuvo en su origen. Aquellos que dieron lugar a esa Rep¨²blica y quienes hoy la reivindican con m¨¢s pasi¨®n poco tienen que ver. No son hermanos pol¨ªticos. Uno dir¨ªa que se trata de parientes lejanos. Y en muchos casos, de parientes mal avenidos.
Quienes conformaron el Pacto de San Sebasti¨¢n en agosto de 1930, paso previo e indispensable sin el que no puede entenderse el 14 de abril del a?o siguiente, ten¨ªan muy poco o nada de radicales. Algunos si acaso (?lvaro de Albornoz, Marcelino Domingo, ?ngel Galarza) solo el nombre de su partido, que a pesar de la nomenclatura no practicaba ni defend¨ªa el radicalismo pol¨ªtico tal como ahora se entiende. En aquel pacto estaban Manuel Aza?a, Alcal¨¢-Zamora, Casares Quiroga, Alejandro Lerroux o Miguel Maura. Solo a t¨ªtulo personal asisti¨® el socialista Indalecio Prieto. El PSOE y la UGT acabar¨ªan por unirse a ese movimiento meses m¨¢s tarde, ya con la firme determinaci¨®n de derrocar a un Alfonso XIII que hab¨ªa vulnerado la constituci¨®n de 1876 y favorecido la dictadura de Primo de Rivera.
Pocos revolucionarios encontramos en ese elenco original. Pocos quemaconventos o furibundos bolcheviques. Ni comunistas ni anarquistas. Lo que hab¨ªa era gente de izquierda m¨¢s o menos moderada, de centro, catalanistas e incluso representantes (Alcal¨¢-Zamora, Maura) de una derecha mon¨¢rquica y desenga?ada, am¨¦n de alg¨²n populista (Lerroux, el Emperador del Paralelo). En definitiva, los impulsores de la Segunda Rep¨²blica pertenec¨ªan a una cultura pol¨ªtica, en parte enraizada en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, con un concepto de lo social que los emparentaba directamente con las democracias occidentales. Francia, Gran Breta?a, con su monarqu¨ªa parlamentaria, eran modelos hacia los que la mayor parte de los padres del nuevo r¨¦gimen pretend¨ªan dirigir un pa¨ªs hundido en la desigualdad, la miseria cultural, el atraso econ¨®mico y el aislamiento internacional.
La deriva que fueron tomando los acontecimientos ¡ªlamentablemente influidos por el crack del 29, por la ebullici¨®n social y la confrontaci¨®n ideol¨®gica interna y europea¡ª sabemos perfectamente a qu¨¦ condujo. Al 18 de julio del 36 y a casi 40 a?os de oscurantismo y brujer¨ªa pol¨ªtica. Aunque brujer¨ªa, y en abundancia, tambi¨¦n la hubo en los cinco a?os republicanos y, sobre todo, en los tres a?os de guerra. El esp¨ªritu del Pacto de San Sebasti¨¢n, aquel republicanismo laico y burgu¨¦s, acab¨® diluy¨¦ndose como un azucarillo en agua hirviendo a partir del inicio de la contienda. Como recordar¨ªa en sus memorias Mart¨ªnez Saura, secretario de Aza?a, una parte del bando republicano ten¨ªa ¡°m¨¢s prisa en combatir a los burgueses y al capitalismo que en dominar a los militares sublevados¡±.
Esa facci¨®n, comunistas, anarquistas, hab¨ªa considerado desde el principio que la Rep¨²blica no era un fin en s¨ª misma sino un medio. Un paso previo para llegar a una dictadura del proletariado o a una heterog¨¦nea federaci¨®n en la que el Estado tendr¨ªa que disolverse. As¨ª que, siguiendo el razonamiento de Mart¨ªnez Saura no es de extra?ar algo de lo que Paul Preston da cuenta en su poli¨¦drica y aguda mirada sobre la Espa?a del siglo XX y la Guerra Civil. Cuando a lo largo de la guerra el Ej¨¦rcito sublevado tomaba posiciones republicanas, cada vez iba encontrando m¨¢s banderas rojas y menos republicanas.
De modo que, m¨¢s all¨¢ de que un Estado republicano pueda representar el mayor grado de democracia posible, habr¨ªa que cuestionarse qu¨¦ es exactamente lo que reivindican ahora las banderas tricolores que se ven ondear en determinadas manifestaciones y a qui¨¦nes representan hist¨®ricamente. Uno dir¨ªa que a Manuel Aza?a desde luego que no. Ni a Mart¨ªnez Barrio, ni a Fernando de los R¨ªos, ni a Indalecio Prieto. No digamos ya al presidente Alcal¨¢-Zamora y alrededores. Sin querer jugar a la pol¨ªtica ficci¨®n ni a ser un int¨¦rprete de la voz de los cementerios, uno dir¨ªa que esos personajes firmar¨ªan gustosos haber conseguido una democracia, imperfecta pero plena y pac¨ªfica, como la que hoy reina en Espa?a.
No son pulsiones de espiritista ni especulaciones sofisticadas las que nos llevan a esa conclusi¨®n. Solo hay que mirar algunas p¨¢ginas de la historia. Hojear algunos pasajes de memorias, diarios, o echar mano al libro clave de Santos Juli¨¢, Transici¨®n, para entender que eso es as¨ª. Si Manuel Aza?a, pr¨¢cticamente desde los inicios de la guerra, consider¨® que esta era un fracaso venciera quien venciera en el frente y que la ¨²nica soluci¨®n era un pacto, una ¡°transici¨®n¡± hacia un Estado en el que lo importante deber¨ªa ser la democracia y lo de menos el adjetivo ¡ªrepublicano, mon¨¢rquico¡ª que ese Estado llevara, al acabar la II Guerra Mundial Indalecio Prieto abog¨® exactamente por lo mismo. No as¨ª otros compa?eros de exilio, que pudieron considerarlo un traidor y que estaban m¨¢s en la ¨®rbita de Mosc¨² que en la de las democracias occidentales.
Lo que hizo la Transici¨®n en gran medida fue recuperar el esp¨ªritu de aquellos republicanos de San Sebasti¨¢n. La Transici¨®n culmin¨® ¡ªde nuevo Santos Juli¨¢¡ª un camino que se hab¨ªa iniciado muchos a?os antes de la muerte de Franco. Una rep¨²blica con rey, hay quien lo llama ahora. Algo m¨¢s simple, una democracia. En cualquier caso, conviene tener claro que quienes siguen cantando como un himno vigente Puente de los Franceses o ?Ay, Carmela! evocan una parte de la Segunda Rep¨²blica, no necesariamente la nuclear, que qued¨® silenciada por los extremos y las bombas, sino la que nunca crey¨® en ella m¨¢s que como puente para ir a otro lado. Una estrategia con la que algunos intentan erosionar el esp¨ªritu de la Transici¨®n al tiempo que afirman su radicalidad pol¨ªtica y otros, jugando a malotes, asustan a las ni?as del bosque. El espejo distorsionado. Valle-Incl¨¢n afirmaba que su teatro era el sainete multiplicado por cuatro. 90 a?os despu¨¦s, la imagen que algunos se empe?an en propalar del r¨¦gimen de 1931 es el de la Rep¨²blica dividida por cuatro. Un esperpento, una caricatura.
Antonio Soler es escritor.
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