Hacerse cargo del dolor ajeno
La obra de Leonardo Sciascia sigue viva para iluminar con piedad e iron¨ªa las entra?as del terror
Ahora que en estos ¨²ltimos d¨ªas se han vuelto a ver las desoladoras im¨¢genes de los atentados del 11-S ¡ªlos aviones golpeando contra los edificios, los torres derrumb¨¢ndose, las personas que se lanzan al vac¨ªo, las que caminan como son¨¢mbulas cubiertas de polvo, las que corren desesperadas¡ª, se ha podido recordar el verdadero rostro del terror. Y tambi¨¦n, entre tanta ruina y tanto sufrimiento, se ha colado con firmeza la piedad. Esa actitud, ese gesto, esa disposici¨®n de abrir los brazos y recoger en ellos un cuerpo roto y quebrado que resume el dolor y la enorme sinraz¨®n de la vida. Como en la escultura de Miguel ?ngel. Hacerse cargo. De eso va la piedad, m¨¢s all¨¢ de cualquier resonancia religiosa, de hacerse cargo del otro, de tomarlo tal cual y acogerlo. Y esa piedad ha formado parte de la mirada de Leonardo Sciascia, el escritor italiano que naci¨® hace 100 a?os en Racalmuto, Sicilia, y que se ocup¨® en sus libros de recoger y entender los asuntos m¨¢s variados de gente de condici¨®n muy diversa: ambiciones, temores, rarezas, astucias, vanas ilusiones, la vileza m¨¢s descarnada pero tambi¨¦n el gesto gratuito de una inteligencia superior, como cuando al relatar la infancia de Ettore Majorana, aquel enorme f¨ªsico siciliano que un d¨ªa desapareci¨®, explica que siendo solo un muchacho ya garabateaba complicadas f¨®rmulas en los paquetes de tabaco y que luego tiraba a la papelera ¡°teor¨ªas merecedoras de un Premio Nobel¡±.
La otra nota que marc¨® la manera de acercarse de Sciascia a las cosas fue la iron¨ªa, y el humor, esa distancia necesaria para no implicarse demasiado sentimentalmente y poder ver las cosas con claridad. Estuvo pegado a su tierra, Sicilia, pero desde ah¨ª levant¨® vuelo para alcanzar horizontes m¨¢s lejanos. Y se vio obligado a meter la nariz en legajos, documentos y papeles para explorar la naturaleza de las criaturas que le interesaron, pero eso no le impidi¨® atrapar la ligereza de la vida, sus quiebros, desmanes y caprichos.
En El caso Moro se ocup¨® del terror. Su gran obsesi¨®n fue entender por qu¨¦ la Democracia Cristiana abandon¨® a uno de los suyos y permiti¨® que fuera asesinado, c¨®mo se puso por delante la raz¨®n del Estado y el af¨¢n de no ceder ante la barbarie frente a la obligaci¨®n de salvar una vida. Las Brigadas Rojas secuestraron al senador Aldo Moro en marzo de 1978 y, tras 55 d¨ªas de cautiverio, uno de los terroristas llam¨® por tel¨¦fono el 9 de mayo al profesor Franco Tritto para decirle que lo hab¨ªan liquidado y d¨®nde se pod¨ªa encontrar su cad¨¢ver.
Lo que le llam¨® la atenci¨®n a Sciascia fueron los buenos modales del brigadista al dar la noticia. Tambi¨¦n contaba, en otro momento del libro, la buena disponibilidad que hab¨ªa encontrado un miembro de las Brigadas Rojas al asaltar un banco: lleg¨® a firmar un recibo cuando le entregaron el dinero, siempre a punta de pistola, y pidi¨® que no avisaran a la polic¨ªa hasta mucho m¨¢s tarde, cosa que se cumpli¨® escrupulosamente.
Los formas exquisitas de los asesinos y la voluntad por parte de algunos de facilitarles las cosas: esos dos componentes a veces terminan por difuminar lo que de verdad significa el terror. Qu¨¦ l¨¢stima no poder saber nunca c¨®mo Sciascia hubiera contado la marcha de homenaje que el entorno de Sortu tiene previsto realizar para Henri Parot, un etarra condenado por 39 asesinatos.
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