C¨®mo ser una aguafiestas: ciencias sociales para la vida p¨²blica
La sociolog¨ªa, la historia, la ciencia pol¨ªtica o la antropolog¨ªa muestran que el origen social condiciona nuestra vida y aportan datos que estar¨ªa bien no negar dentro de la leg¨ªtima discusi¨®n ideol¨®gica sobre la b¨²squeda de soluciones
En Vivir una vida feminista (publicado por Bellaterra), la fil¨®sofa Sara Ahmed define con acierto la sensaci¨®n que provoca quien es capaz de ejercer el feminismo cotidianamente: la de ser una perenne aguafiestas. La idea, descrita de manera ilustrativa a lo largo del libro, es, sin duda, veraz, ya que a nadie le resultan c¨®modas quienes detectan continuamente con perspicacia d¨®nde est¨¢n los puntos que se deben poner sobre unas ¨ªes que la inmensa mayor¨ªa prefiere naturalizar para pasarlas pl¨¢cidamente por alto.
El argumento de Ahmed me recuerda a la tarea de tomarse en serio las ciencias sociales: tambi¨¦n en este caso, supone ser una permanente aguafiestas porque tenerlas en cuenta implica desmontar ideas que no pocas veces permanecen arraigadas con fuerza. Ejemplos de estas ¨²ltimas hay muchos, desde la creencia en una suerte de universalismo neutral en el que las cosas no tienen g¨¦nero, ni clase, ni etnia, pasando por la convicci¨®n en la agencia del individuo y en la libertad para dise?ar la propia vida, para llegar a la consabida meritocracia y el triunfo del esfuerzo a base de trabajo y voluntad.
La investigaci¨®n en ciencias sociales ha mostrado con profusi¨®n que lo anterior no es del todo verdad y que a estas afirmaciones triunfalistas hay que ponerles muchos matices. Por supuesto, en un mundo de rapidez, clickbaits y comunicaci¨®n pol¨ªtica efectista los matices son ya en s¨ª mismos una caracter¨ªstica aguafiestas. Pero ah¨ª est¨¢n nuestras esforzadas disciplinas ¡ªla sociolog¨ªa, la historia, la ciencia pol¨ªtica, la antropolog¨ªa¡¡ª record¨¢ndonos que los discursos con los que construimos la realidad ¡ªlos discursos escolares, los hist¨®ricos, los cient¨ªficos¡¡ª no son imparciales, sino que suelen estar hechos a una medida que encaja mejor con los colectivos que tradicionalmente tienen el poder que con aquellos que sistem¨¢ticamente se quedan en sus m¨¢rgenes. Tambi¨¦n est¨¢n ah¨ª para que no olvidemos que el origen social condiciona, y que no se trata solo de ver la obviedad de que un ni?o o ni?a que se est¨¦ criando en la Ca?ada Real tendr¨¢ muy dif¨ªcil llegar a cursar estudios posobligatorios, sino de entender cuestiones m¨¢s sutiles, como el hecho de que nuestros deseos, decisiones o aspiraciones no se forman desde la nada, sino de acuerdo con lo que tenemos y con quienes socialmente somos. Desde este punto de vista, las ciencias sociales afinan conceptos grandilocuentes como la libertad, la agencia individual o, por supuesto, la meritocracia. No hay escapatoria: modular el optimismo del individuo triunfante es ser ¡ªtampoco en este caso hay duda¡ª una aguafiestas.
En un mundo que alberga terraplanistas o antivacunas, que existan en ¨¦l esc¨¦pticos de las ciencias sociales es casi lo de menos. Si hay quienes no creen en la f¨ªsica o en la epidemiolog¨ªa, no vamos a esperar que no haya quienes piensen, por ejemplo, que los condicionantes de clase social o g¨¦nero son cosa de sociedades pasadas y menos abiertas que las nuestras o de sectores de poblaci¨®n m¨¢s vulnerables de los que muchos y muchas no nos sentimos parte. Si se puede negar hasta la existencia de un virus devastador, c¨®mo no hacerlo con la importancia de un enfoque emocional a la hora de afrontar el curr¨ªculum de matem¨¢ticas, por ejemplo, o con una historiograf¨ªa que nos advierte de que antes de la edad contempor¨¢nea en el planeta Tierra no exist¨ªan las naciones.
En todo caso, lo que s¨ª diferencia al escepticismo que causan las ciencias sociales de otras sonadas negaciones es su transversalidad, amplitud y legitimidad. Seguramente sea ingenuo esperar que la ciudadan¨ªa de a pie se tome en serio sus aportaciones si nuestros representantes p¨²blicos las maltratan y minusvaloran de forma tan habitual. C¨®mo entender que no todas las vidas son igual de libres ante una machacona insistencia en la libertad; c¨®mo desencializar identidades a base de trabajo historiogr¨¢fico si una fiesta nacional basta para situar nuestra existencia casi inmutablemente desde siglos atr¨¢s; c¨®mo entender que se siguen filtrando m¨²ltiples desigualdades de g¨¦nero cuando ciertas iniciativas, indefectiblemente, son tachadas de adoctrinamiento.
Con todo, estar¨ªa bien no tirar la toalla y aspirar a un debate p¨²blico y pol¨ªtico m¨¢s responsable que incorporara a las ciencias sociales como lo que son: disciplinas acad¨¦micas que investigan, reflexionan y, sobre todo, que aportan un conocimiento especializado que deber¨ªa tenerse en cuenta. Por supuesto, no se trata de aspirar a un imposible, y seguramente poco deseable en democracia, consenso ideol¨®gico, sino de situar los debates partiendo de supuestos que, por un m¨ªnimo rigor, no pudieran ser discutidos. Porque no a todos tienen que afectarnos de la misma manera las desigualdades de clase u origen social, no todos tenemos que sentir ciertas identidades con similar intensidad o tampoco tenemos por qu¨¦ preocuparnos de un modo id¨¦ntico por el sexismo. Es evidente que hay partidos que defienden una idea de naci¨®n unitaria frente a otros que la piensan m¨¢s plural; algunos que propugnan un modelo de Estado m¨¢s reducido frente a otros que abanderan un sector p¨²blico fuerte; o partidos para los que las pol¨ªticas de g¨¦nero son dinero mal invertido frente a otros que son capaces de apostar por la importancia de cambiar las luces de los sem¨¢foros para que dos mujeres puedan darnos el paso.
El papel del Estado, la noci¨®n de justicia, la organizaci¨®n territorial, la importancia de lo identitario, la funcionalidad o disfuncionalidad de las desigualdades, as¨ª como un largo etc¨¦tera, tienen respuestas m¨²ltiples, ideol¨®gicas y diversas. Pero hay evidencias que no deber¨ªan ser cuestionadas y que habr¨ªan de salir de la continua discusi¨®n ideol¨®gica para entrar en el debate p¨²blico en funci¨®n de lo que son: datos valiosos aportados por las ciencias sociales que estar¨ªa bien no negar, cuestionar o, peor a¨²n, ridiculizar. Porque te puede gustar mucho Espa?a y pensar que un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n en Catalu?a ser¨ªa un peligro mayor, pero no se puede afirmar que la naci¨®n espa?ola viajase en carabela en el siglo XV, porque no exist¨ªa como tal. Te puede parecer que un sistema capitalista y liberal fomenta el dinamismo y la creaci¨®n de un talento del que la sociedad se beneficiar¨¢ conjuntamente, pero no se puede negar que, como se?alaban Richard Wilkinson y Kate Pickett en su conocido Igualdad (publicado por Capit¨¢n Swing), las causalidades tienen que invertirse: no son los talentos naturales la principal causa de llegar a un destino social m¨¢s o menos exitoso, sino que m¨¢s bien es nuestro origen social el que moldea y condiciona nuestro talento. Por ¨²ltimo, te puede parecer que no pasa nada por habitar un mundo de mec¨¢nicos y esteticistas o de ingenieros inform¨¢ticos y maestras de infantil (por poner estudios de Formaci¨®n Profesional y grados que encabezan las cifras de matr¨ªcula diferenciada entre hombres y mujeres), pero no se puede negar que las elecciones que tomamos est¨¢n condicionadas y que la socializaci¨®n de g¨¦nero perpet¨²a estereotipos que se reflejan en las decisiones que tomamos como individuos.
Las ciencias sociales son, como se ve, complejas y aguafiestas, pero el d¨ªa en el que nuestros representantes p¨²blicos se las tomen en serio, quiz¨¢ podamos tener un debate p¨²blico menos ofensivo, de m¨¢s nivel y que cause menos sonrojo. No para aspirar al consenso ideol¨®gico, sino para pensar ingenuamente que, tal vez, tras los insultos, los latiguillos y las simplezas audaces, nuestros pol¨ªticos y pol¨ªticas no est¨¢n pensando en la descalificaci¨®n del otro, sino en c¨®mo mejorar nuestras vidas en funci¨®n de lo que ideol¨®gicamente piense cada cual, pero teniendo el mejor conocimiento posible sobre la realidad social, sin menospreciarlo, encima de su mesa de trabajo.
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