A la sombra de los dictadores en flor
Chile se juega su destino como pa¨ªs fracturado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del pr¨®ximo d¨ªa 19
Desde hace m¨¢s de 70 a?os que el mundo conmemora cada 10 de diciembre el aniversario de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Ese d¨ªa internacional de los derechos humanos se ha convertido en una ocasi¨®n para celebrar lo mucho que hemos avanzado en pa¨ªses que gozan de esos derechos y para protestar en aquellos lugares donde son suprimidos.
En Chile, la fecha adquiri¨® un valor especial despu¨¦s de que el general Augusto Pinochet derrocara en 1973 al Gobierno democr¨¢ticamente elegido de Salvador Allende. Durante los 17 a?os de dictadura que siguieron, el 10 de diciembre se asent¨® como una oportunidad para que disidentes condenaran p¨²blicamente la violaci¨®n feroz, sistem¨¢tica y cotidiana de esos derechos. Con los consabidos riesgos. La mera congregaci¨®n de ciudadanos para pedir que se dejara de matar, ejecutar, exiliar a los opositores constitu¨ªan un desaf¨ªo para nuestros gobernantes. Recuerdo una de esas reuniones pac¨ªficas en la Plaza de Armas de Santiago ¡ªdebi¨® ser a finales de los ochenta, cuando ya hab¨ªa retornado a Chile despu¨¦s de a?os de destierro¡ª, cuando me libr¨¦ por milagro de ser arrastrado hasta un furg¨®n policial donde me esperaba una tremenda paliza. Una represi¨®n que se desat¨® porque un grupo de insumisos nos atrevimos a cantar el Himno a la alegr¨ªa de Beethoven.
Despu¨¦s de que se restaur¨® la democracia en 1990, esas manifestaciones del 10 de diciembre se tornaron menos peligrosas, pero a¨²n m¨¢s necesarias, incit¨¢ndonos a nunca m¨¢s olvidar lo que fue ese reinado del terror. Nunca m¨¢s se convirti¨® en un emblema, un canto, un conjuro, repetido de boca en boca, de generaci¨®n en generaci¨®n, de a?o en a?o.
Fue, por lo tanto, particularmente significativo, uno podr¨ªa incluso aventurar m¨¢gico, que de todos los d¨ªas posibles para que Pinochet muriera, la fecha fuera un 10 de diciembre. El hecho de que la muerte eligiera llevarse al general ese d¨ªa en 2006, y no otro, precisamente cuando el mundo celebraba los derechos que ese hombre hab¨ªa infringido con tana sa?a. Me pareci¨® extra?amente apropiado, incluso justiciero. Y una se?al asombrosa de que, en efecto, nunca m¨¢s volver¨ªa a oprimirnos y contaminar nuestros sue?os, como lo afirmaban miles de mis compatriotas al salir a las calles para despedir para siempre a su enemigo. Tal vez quien mejor expres¨® ese sentimiento fue una mujer embarazada que me repet¨ªa: ¡°la sombra se fue, la sombra se fue¡±. Era la hora, dijo, del alumbramiento y la luz. Su hijo nacer¨ªa en un mundo sin Pinochet.
Aunque conmovido por esa profec¨ªa, simult¨¢neamente desconfiaba de ella. Me encontraba en Chile, en esos d¨ªas, filmando un documental y, habi¨¦ndome topado con muchos fan¨¢ticos partidarios del dictador ¡ªque representaban un tercio, y probablemente m¨¢s, del recalcitrante electorado del pa¨ªs¡ª, no estaba tan seguro de que la oscuridad execrable del pasado ya no nos pesara. El legado de Pinochet perduraba malignamente. Segu¨ªamos maniatados por la misma fraudulenta Constituci¨®n de 1980, segu¨ªamos sin haber completado las reformas econ¨®micas y sociales indispensables que Chile requer¨ªa para convertirse en un pa¨ªs verdaderamente justo y democr¨¢tico. Y la econom¨ªa y gran parte de los medios de comunicaci¨®n segu¨ªan controlados por el peque?o porcentaje de aquellos chilenos que, durante el imperio neoliberal de Pinochet, hab¨ªan acumulado una obscena riqueza.
Aun as¨ª, me mantuve cautelosamente optimista. Importaba que quien presid¨ªa Chile ese d¨ªa de diciembre cuando Pinochet parti¨® de esta vida, result¨® ser Michelle Bachelet, una sobreviviente de tortura en la Villa Grimaldi, una v¨ªctima m¨¢s, junto con su familia, de la dictadura. Sus experiencias, su sufrimiento y resistencia, garantizaban que la defensa de los derechos humanos ser¨ªan fundamentales durante su gobierno y, consecuentemente, en el 2010, inaugur¨® el Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos. Pero en un nivel menos pol¨ªtico, digamos m¨¢s m¨ªtico o po¨¦tico, tambi¨¦n me convenci¨® de un futuro luminoso un joven chileno al que hab¨ªa conocido durante actividades rebeldes llevadas a cabo por los familiares de los desaparecidos. No recuerdo su nombre ahora, solo que le dol¨ªa inmensamente jam¨¢s haber conocido a su abuelo. Me previno que era ese abuelo el que hab¨ªa venido por Pinochet. ¡°No fueron las arterias obstruidas ni un ataque al coraz¨®n¡±, me asever¨® ese joven. ¡°Los muertos se lo llevaron, los que Pinochet asesin¨®, los fantasmas de Chile, que son los guardianes de nuestra democracia, no lo soltar¨¢n para que vuelva a asediarnos.¡±
Pienso en aquel adolescente ahora y en la mujer que cre¨ªa que la sombra perversa del dictador ya no nos rondar¨ªa. Pienso en ellos porque existe la posibilidad de que ese rabioso seguidor de Pinochet, Jos¨¦ Antonio Kast, venza a Gabriel Boric en una segunda vuelta electoral este 19 de diciembre y se convierta en presidente de Chile. Kast, hijo de un exoficial nazi, ha afirmado que Pinochet votar¨ªa por ¨¦l si estuviera vivo. De eso no cabe duda. Entre una multitud de medidas reaccionarias, Kast pretende desfinanciar el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos que justamente Michelle Bachelet inaugur¨® en 2010, una amenaza que no es sorprendente, dada la amistad de Kast con algunos de los peores violadores de derechos humanos de la era Pinochet.
Las encuestas le dan a Boric una ligera ventaja en esta contienda por el alma de Chile. Encarna, despu¨¦s de todo, el deseo popular de superar finalmente los restos t¨®xicos de la dictadura y arribar a las orillas de un nuevo Chile. Pero nunca debemos subestimar el rol del miedo en una campa?a, fomentado por un candidato conservador, antinmigrante, homof¨®bico, tradicionalista, que promete mano dura para enfrentar el desorden y las reivindicaciones de los pueblos originarios, nunca debemos olvidar que tal autoritarismo vuelve a nacer en medio de un resurgimiento mundial de los aut¨®cratas y una desconfianza cada vez mayor de millones en la posibilidad de que la democracia solucione sus problemas.
Del lado de Boric no solo est¨¢ la esperanza de que millones de chilenos decidan en las pr¨®ximas elecciones no retroceder a un pasado autoritario, sino tambi¨¦n de que los muertos intervengan desde el m¨¢s all¨¢ de la muerte y de las conciencias, instando a sus compatriotas vivos a que no traicionen su memoria. Tal vez aquellos guardianes de la dignidad de mi pa¨ªs, los fantasmas de aquellos patriotas que Pinochet desterr¨® de este mundo, ayuden a protegernos en esta encrucijada en que se juega el destino de nuestra tierra fracturada.
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