Fraternidad a la marroqu¨ª
El pecado de las antiguas potencias coloniales es que no asumen la responsabilidad que tienen con la poblaci¨®n de pa¨ªses con cuyos gobiernos establecen acuerdos
Imposible olvidar las palabras de Nasser Zafzafi en uno de sus v¨ªdeos durante las movilizaciones en el Rif. El activista nos reprochaba a los marroqu¨ªes residentes en el extranjero y a sus descendientes nuestro silencio c¨®mplice con la falta de libertades y oportunidades de quienes viven en Marruecos todo el a?o. Nos sac¨® los colores al describir nuestras vacaciones, lo mucho que nos gusta visitar a la familia, pasarlo bien en fiestas y reuniones y luego volver a las confortables democracias en las que vivimos sin preocuparnos por los que dejamos atr¨¢s. En esto, Zafzafi ten¨ªa toda la raz¨®n del mundo. El ¨²nico matiz que podr¨ªamos alegar es que el silencio de nuestras familias es fruto de una larga historia de represi¨®n, que el miedo a ser castigados pesa para ellas m¨¢s que la indignaci¨®n por las condiciones socioecon¨®micas que siguen atenazando a la sociedad magreb¨ª. No hemos heredado de nuestros padres m¨¢s que un temor difuso que se concretaba en una sola advertencia: ni meternos en pol¨ªtica, ni mencionar al mahzen.
Zafzafi y muchos de los que salieron a protestar en 2017 siguen hoy en la c¨¢rcel, mientras el Gobierno espa?ol, mediante carta de Pedro S¨¢nchez a Mohamed VI, vuelve a sacar el manido t¨®pico de la fraternidad hispano-marroqu¨ª. Hace unas d¨¦cadas tambi¨¦n el rey em¨¦rito dec¨ªa ser hermano de Hassan II, del mismo Hassan de los a?os de plomo, el que enterraba a sus s¨²bditos en fosas comunes cuando sal¨ªan a protestar por la subida del precio del pan.
En t¨¦rminos democr¨¢ticos, ning¨²n pa¨ªs tendr¨ªa que permitirse flirtear con reg¨ªmenes autoritarios ni reclamar como parientes a dictadores que vulneran sistem¨¢ticamente los derechos humanos. Que a d¨ªa de hoy nadie quiera quedarse en Marruecos (ni las familias ricas, ni siquiera el propio rey, que pasa largas temporadas en el extranjero) no es fruto de ninguna maldici¨®n b¨ªblica. Es el resultado de d¨¦cadas de extracci¨®n de recursos por parte de las ¨¦lites, de falta de pol¨ªticas sociales y de la complicidad de aliados como Espa?a y la Uni¨®n Europea. Occidente externaliza el control de sus fronteras sin preocuparse de si este control se realiza con un m¨ªnimo de garant¨ªas propias de un Estado de derecho. Este es el pecado original de las antiguas potencias coloniales: no asumir la responsabilidad que tienen con la poblaci¨®n de pa¨ªses con cuyos gobiernos establecen acuerdos y convenios, olvid¨¢ndose siempre de las personas.
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