Los gases alemanes
Hay algunas palabras que no deber¨ªan ya nunca juntarse, pero es lo que ha vuelto a suceder ahora en la crisis con Rusia
?ltimamente, el gas se ha vuelto un tema: es un problema. El gas no tiene buena prensa. No suena amable, no suena prestigioso, suena amenazador. Respiramos ox¨ªgeno en estado gaseoso, gas de ox¨ªgeno: sin ese gas no vivir¨ªamos. Pero cuando pensamos en gas pensamos en algo ajeno, peligroso. Y ahora, adem¨¢s, nos complica la vida.
(La palabra gas es un invento. Las palabras, en general, no lo son: se van formando poco a poco, a trav¨¦s de siglos y lenguajes varios, hasta que cristalizan en estas que usamos. Gas, en cambio, no; la invent¨® hacia 1640 un Jan Baptista Van Helmont, qu¨ªmico, f¨ªsico, m¨¦dico, alquimista flamenco, que naci¨® y vivi¨® en Bruselas cuando esos pa¨ªses eran tan bajos que todav¨ªa eran espa?oles. Van Helmont era un noble y un sabio en una ¨¦poca en que algunos sabios eran nobles e, incluso, algunos nobles eran sabios. Y entendi¨® que ciertos procesos ¡ªla quema, la fermentaci¨®n, la podredumbre¡ª produc¨ªan unos aires especiales. As¨ª descubri¨® el famoso CO?, entre otras sustancias vaporosas, y pens¨® que deb¨ªa darles un nombre com¨²n. ¡°A este esp¨ªritu, hasta ahora desconocido, llamo con el nuevo nombre de gas¡±, escribi¨® entonces. En flamenco, gas se pronuncia jas, muy parecido al griego jaos ¡ªo ¦Ö??¦Ï?¡ª, el vac¨ªo, el desorden primario).
Dec¨ªamos: el gas en general no tiene buena prensa, aun sin hablar de los gases de efecto invernadero o de explosi¨®n intestinal, tan un¨¢nimemente condenados, tan presentes. Pero ahora, guerra mediante, aumentos mediante, el gas ha vuelto a ser un tema: sus precios, su influencia en la factura de la electricidad, la dependencia europea del gas ruso, el miedo de los alemanes.
En estos d¨ªas Alemania y el gas volvieron a cruzarse y la relaci¨®n de Alemania con el gas es una historia de terror. Sobre todo cuando hay guerras de por medio. En la Primera Guerra Mundial el alto mando alem¨¢n tuvo la brillante idea de lanzar obuses de gas contra sus contrincantes. El cloro que intentaron al principio funcion¨® regular: produc¨ªa una nube verde muy visible y los soldados enemigos escapaban y no se mor¨ªan tanto. Poco despu¨¦s pusieron a punto el gas mostaza, que mejor¨® marcadamente el rendimiento: ese gas s¨ª mataba y aterraba, era un arma de la modernidad. Pronto, ingleses y franceses la adoptaron: la guerra qu¨ªmica fue un invento del gas alem¨¢n, una de las maneras m¨¢s repudiadas de matar, una amenaza que vuelve cada tanto.
Otro gas alem¨¢n volvi¨® a tener un rol siniestro en la guerra siguiente. El zyklon-B fue producido por la misma corporaci¨®n que fabric¨® los anteriores, la IG Farben. Pero ¡ªsabemos¡ª no lo usaron en las batallas, sino en el exterminio: con ese gas, en esas c¨¢maras de gas, los alemanes asesinaron a varios millones ¡ªvarios millones¡ª de jud¨ªos, polacos, rusos, gitanos, comunistas, homosexuales, minusv¨¢lidos y dem¨¢s indeseables. Gasear, gracias a ellos, se volvi¨® un verbo intolerable.
Ahora otra guerra ha tra¨ªdo las cuestiones del gas en Alemania a las primeras planas. El cuadro ya no es tan brutal, pero su uso del gas ruso sigue alimentando las arcas de Vlad¨ªmir Putin, ayud¨¢ndolo a continuar su guerra y sus masacres: transfiri¨¦ndole, cada d¨ªa, cientos de millones que sostienen su imperio. Es, sobre todo, gas natural, que produce energ¨ªa por combusti¨®n: fuegos de cocinar o usinas el¨¦ctricas o tremendas m¨¢quinas. El Gobierno alem¨¢n, socialdem¨®crata, dice que no pueden permitirse dejar de comprarlo: el gas ruso es casi el 60% del que usan. La Academia Nacional de Ciencias alemana dice que s¨ª podr¨ªan, aunque les costar¨ªa, por supuesto, ciertos sacrificios: el PIB podr¨ªa bajar entre 0,5 y 3 puntos, deber¨ªan ganar menos, consumir algo menos, probar la austeridad que supieron imponer a troche y moche.
Por ahora no lo hacen. Hay una famosa frase liberal: mi libertad termina donde empieza la tuya. En estos d¨ªas confusos hay una traslaci¨®n posible: mi empat¨ªa con tu sufrimiento termina donde empieza mi sufrimiento, aunque sea muy menor. Y as¨ª las soflamas solidarias, tantas veces, no son m¨¢s que una nube de gases.
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