Una izquierda de derecha
Gobiernos antimperialistas siguen dependiendo absolutamente de Estados Unidos en t¨¦rminos econ¨®micos, como es el caso de Nicaragua
La vieja izquierda, que tiene su raz¨®n de ser en el antimperialismo, suele olvidar que la ¨²ltima vez que los Estados Unidos invadi¨® un pa¨ªs de Am¨¦rica Latina fue para restaurar en el poder en Hait¨ª al Gobierno de izquierda de Bertrand Aristide, leg¨ªtimamente electo, no para derrocarlo.
Fue la operaci¨®n ¡°Defender la democracia¡±, lanzada en septiembre de 1994 bajo la administraci¨®n del presidente Clinton. Los marines, tras deponer al general Raoul Cedras, gobernante de facto, lo desterraron a Panam¨¢. Y la intervenci¨®n militar se dio con la participaci¨®n de Argentina bajo el Gobierno de Carlos Menem, un presidente peronista.
No ha habido m¨¢s invasiones imperialistas a partir de entonces, y en lo que va del siglo veintiuno m¨¢s bien los hechos han tenido un signo diferente, empezando con la pol¨ªtica del presidente Obama hacia Cuba, que llev¨® en julio de 2015 al restablecimiento de las relaciones diplom¨¢ticas entre ambos pa¨ªses, al aflojamiento del embargo, a la reanudaci¨®n de los vuelos comerciales, y a la llegada a Cuba de las grandes empresas hoteleras y de comunicaciones, todo lo cual culmin¨® con la visita a La Habana del propio Obama en marzo de 2016, la primera de un presidente de Estados Unidos, desde la de Calvin Coolidge en 1928.
Gran parte de esta apertura fue revertida por Donald Trump, es cierto, y el embargo comercial nunca ces¨® del todo. Y queda patente que hasta la ¨²ltima parte del siglo veinte la conducta de Estados Unidos se bas¨® en la filosof¨ªa de la guerra fr¨ªa, con la protecci¨®n incondicional a los dictadores de opereta en el Caribe, la identificaci¨®n entre enclaves bananeros y pol¨ªticas de estado las consabidas intervenciones militares en Rep¨²blica Dominicana, Honduras, Nicaragua, Panam¨¢, y el mismo Hait¨ª, en la primera mitad del siglo veinte; el patrocinio de golpes militares en el cono sur, como el orquestado contra Salvador Allende en Chile en 1973, y el apoyo de Reagan a los contras en Nicaragua en los a?os ochenta.
Hoy en d¨ªa, en t¨¦rminos econ¨®micos, el viejo traspatio imperial no es el de entonces. A pesar de las rivalidades hegem¨®nicas, Estados Unidos no se halla en la capacidad de impedir la creciente expansi¨®n econ¨®mica de China en Am¨¦rica Latina, algo que en los tiempos cl¨¢sicos de los hermanos Dulles, nunca habr¨ªa sido tolerable frente a Rusia: el comercio con China ha pasado de 200 millones de d¨®lares en 1976, a 450.000 millones en 2021, y es el segundo socio econ¨®mico en la regi¨®n, despu¨¦s de los propios Estados Unidos. Y las inversiones chinas alcanzan ya los 50.000 millones de d¨®lares.
Y tampoco hay visos de ninguna pol¨ªtica de Estados Unidos para impedir que m¨¢s pa¨ªses latinoamericanos se sumen a la iniciativa de la Franja y la Ruta, la articulaci¨®n global del camino de la seda, como lo ha hecho Argentina recientemente, bajo la Administraci¨®n del presidente Alberto Fern¨¢ndez.
Al rev¨¦s, gobiernos antimperialistas siguen dependiendo absolutamente de Estados Unidos en t¨¦rminos econ¨®micos, como es el caso de Nicaragua. Pese a la ret¨®rica encendida de Ortega, casi toda la producci¨®n exportable del pa¨ªs va los mercados norteamericanos dentro del Tratado de Libre Comercio negociado por el anterior gobierno de Enrique Bola?os; de all¨ª viene el grueso de las importaciones, y las fuentes de recursos externos de Ortega son las agencias financieras del denostado imperio, el Banco Mundial, el BID y el FMI.
Y en cuanto a las iniciativas de aislamiento contra Rusia a ra¨ªz de la guerra de Ucrania, en Am¨¦rica Latina Estados Unidos no ha podido alinear, como habr¨ªa sido impensable en el pasado, a los pa¨ªses de m¨¢s peso pol¨ªtico y econ¨®mico, como son M¨¦xico, Brasil o Argentina.
Hago un recuento de todos estos hechos porque la izquierda latinoamericana, que vive dentro del sarc¨®fago de la guerra fr¨ªa, se gu¨ªa por la infalible br¨²jula de que, si Estados Unidos adversa a alg¨²n tirano, es porque ese tirano es antimperialista, y hay que correr a apoyarlo de manera militante, o alinearse con las flagrantes violaciones a los derechos humanos que comete.
Si un r¨¦gimen como el de Ortega en Nicaragua, o el de Maduro en Venezuela, o el de Ra¨²l Castro en Cuba, reprime, encarcela, exilia, o sofoca a balazos las manifestaciones de protesta, lo hace porque se defiende de una potencial agresi¨®n imperial, o quienes se rebelan contra las dictaduras act¨²an como agentes de una conspiraci¨®n del imperialismo.
En este mismo plano, el ataque a Ucrania por el ej¨¦rcito ruso no es una guerra de agresi¨®n, sino una medida defensiva para evitar que el imperialismo asfixie a Rusia cercando sus fronteras, lo que lleva a defender a Putin como un adelantado de la cruzada antimperialista, y, por lo tanto, un santo de la izquierda a quien rezarle; no el iluminado que quiere devolver su majestad a la antigua Rusia ortodoxa de los zares, desde una visi¨®n de reconquista de la derecha imperial, sino el adalid que busca resucitar la patria sovi¨¦tica tan a?orada.
La envoltura de esa izquierda jur¨¢sica tiene de obsolescencia, de prejuicios insalvables, y de creencias ideol¨®gicas que se vuelven religiosas, dogmas que no pueden rozarse siquiera porque es anatema. Y de congelamiento en el tiempo.
Pero hay algo a¨²n m¨¢s esencial, soterrado bajo es nostalgia viciosa. A la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, cuando desaparece tambi¨¦n la Uni¨®n Sovi¨¦tica como polo de la guerra fr¨ªa, se hunden tambi¨¦n los cimientos del viejo pensamiento socialista ortodoxo: el partido como rector de la sociedad, y por tanto del pensamiento ¨²nico; y el papel del estado como due?o de los medios de producci¨®n, y por tanto, propietario de la econom¨ªa. El socialismo sovi¨¦tico, que en Am¨¦rica Latina solo lleg¨® a existir en Cuba como sistema de poder, de ut¨®pico pas¨® a ser dist¨®pico.
La lucha armada como v¨ªa de toma del poder revolucionario para hacer real el socialismo real, termin¨® en Am¨¦rica Latina al mismo tiempo que se hund¨ªa el polo sovi¨¦tico, con la firma de los acuerdos de paz en Centroam¨¦rica; y solo sobrevivir¨¢ hasta el siglo veintiuno la guerrilla colombiana, como una obsolescencia, destinada tambi¨¦n a morir.
Y cuando la historia se repite con el socialismo del siglo veintiuno en Venezuela, con Ch¨¢vez, y con el regreso del sandinismo al poder en Nicaragua, con Ortega, lo hace como la expresi¨®n tr¨¢gica de una experiencia fracasada, bajo la forma de dictaduras de izquierda que se diferencian en poco de las dictaduras de derecha, tan tradicionales en Am¨¦rica Latina. Lo que cambia es la ret¨®rica.
El viejo socialismo ortodoxo, como idea, y el nuevo socialismo del siglo veintiuno, como proyecto de poder, tienen que convivir con la realidad de que la econom¨ªa estatal no puede desafiar a la econom¨ªa de mercado, que se mete por todos los resquicios de la realidad, y que las nacionalizaciones y confiscaciones no contribuyen a repartir la riqueza, sino a estancar y arruinar las econom¨ªas.
Y la econom¨ªa de mercado es hermana siamesa de la democracia liberal, que la socialdemocracia hab¨ªa aceptado desde muy atr¨¢s, con todas sus reglas inviolables de alternancia en el gobierno, separaci¨®n de poderes, libertades p¨²blicas y tolerancia. Para la vieja izquierda ortodoxa, la socialdemocracia era, y sigue siendo, una mala palabra, la tercera columna del imperialismo. Y, as¨ª, la obsolescencia sigue volviendo por sus fueros.
Una izquierda arrinconada en la ideolog¨ªa fantasmal del partido ¨²nico, de la econom¨ªa bajo control estatal, y de la enemistad con la democracia, y escudada en el viejo pretexto antimperialista para justificar a reg¨ªmenes dictatoriales no tiene viabilidad pol¨ªtica, aunque algunas veces pueda ensayar discursos demag¨®gicos electorales para meterse en el juego del poder. Pero no pone las reglas del juego.
Y hay algo a¨²n m¨¢s de fondo que la victoria en Chile de Gabriel Boric ha ense?ado, y es que la izquierda, si merece ese nombre, tiene que ser democr¨¢tica, tiene que ser ¨¦tica, y tiene que ser humanista. Son sus marcas de autenticidad, de modernidad, y de viabilidad.
Una izquierda que desprecia la libertad, y justifica la opresi¨®n, pierde todo sentido humanista. Una izquierda que busca la permanencia indefinida en el poder, as¨ª sea con base en trampas electorales, y con base en la represi¨®n, pierde todo sentido ¨¦tico.
Pero una izquierda que desde sus cen¨¢culos justifica las dictaduras, es una izquierda de derecha. Y de derecha totalitaria.
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