Javier Mar¨ªas y los traductores de la vida
Somos muy h¨¢biles al poner m¨¢scaras entre nosotros y los dem¨¢s. Quiz¨¢s esa ser¨ªa otra raz¨®n para frecuentar las grandes novelas: en ellas tenemos la experiencia imposible de ver a los dem¨¢s por dentro

Por razones que no viene al caso explicar, he vuelto a leer en estos d¨ªas Fiebre y lanza, el primero de los tres vol¨²menes en que se public¨® una de las grandes novelas de lo que va del siglo: Tu rostro ma?ana, de Javier Mar¨ªas. Lo hab¨ªa le¨ªdo hace 20 a?os, tan pronto como se public¨®, y me ha alarmado esta vez darme cuenta de lo mucho que ha cambiado el libro. Esto es cierto siempre de las buenas novelas, que reflejan lo que llevamos a ellas, y por lo tanto se transforman en la medida en que nos transformamos sus lectores; pero hay novelas que cambian m¨¢s que otras, y habr¨ªa que pensar alg¨²n d¨ªa con detenimiento en las razones por las que esto ocurre. Tengo la impresi¨®n de que Dostoievski cambia m¨¢s que Tolst¨®i, por ejemplo, sobre todo cuando la primera lectura se hizo en la adolescencia; y me parece claro que Faulkner cambia m¨¢s que Hemingway, aunque no sabr¨ªa decir por qu¨¦. Pero, como dir¨ªa ese Tristram Shandy que tanto le gusta a Mar¨ªas, me estoy desviando.
Tu rostro ma?ana es tal vez la novela m¨¢s exigente de Javier Mar¨ªas, aunque s¨®lo sea por la intimidaci¨®n o el desaf¨ªo de sus 1.336 p¨¢ginas, pero su exigencia es tanta como las satisfacciones que brinda, que son muchas y ocurren a muchos niveles. Los lectores recordar¨¢n seguramente la premisa de la novela: un espa?ol llamado Jacobo Deza ¡ªal que los dem¨¢s a veces llaman Jacques y a veces Jaime y a veces Yago, y que los lectores de Mar¨ªas hab¨ªamos conocido como narrador an¨®nimo en Todas las almas¡ª se ha separado de su mujer, se ha marchado de su casa en Madrid y ha vuelto a Inglaterra, a Londres y a Oxford, donde hab¨ªa vivido a?os atr¨¢s. Ahora trabaja en un edificio sin nombre para un grupo de gente misteriosa que tuvo o tiene una relaci¨®n estrecha con el Servicio Secreto brit¨¢nico, y su tarea extraordinaria consiste en observar a los dem¨¢s, observarlos con cuidado, y luego juzgar su car¨¢cter: juzgar si ser¨ªan capaces de mentir, traicionar o incluso asesinar, y en qu¨¦ circunstancias lo har¨ªan. Tiene, al parecer, un talento especial para esto: para fijarse en los otros y leerlos correctamente. En la novela como en la vida, se trata de un talento invaluable.
No s¨¦ de d¨®nde me viene cierto gusto por las novelas que reflexionan, indirectamente, sobre lo que hacen las novelas. Tu rostro ma?ana pertenece a esta familia que comienza, como tantas otras cosas en el arte de la novela, con el Quijote. Son novelas en las cuales los personajes o las situaciones nos invitan a pensar en el funcionamiento de las novelas mismas: ficciones que son, tambi¨¦n, una met¨¢fora de la ficci¨®n. En el ¨²ltimo tomo de En busca del tiempo perdido, el narrador, Marcel, llega a la conclusi¨®n de que ¡°la verdadera vida, la vida por fin descubierta e iluminada, esa ¨²nica vida, en consecuencia, que es vivida plenamente, es la literatura¡±. Y antes de que tengamos tiempo de recuperarnos del exceso (que para m¨ª no lo es, pero eso es otro asunto), compara la vida que vivimos con un libro que est¨¢ por escribirse. ¡°Ese libro esencial¡±, dice entonces, ¡°el ¨²nico libro verdadero, un gran escritor no est¨¢ obligado, en el sentido corriente del t¨¦rmino, a inventarlo, pues ya existe dentro de cada uno de nosotros, sino a traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor¡±.
A m¨ª, que durante tantos a?os felices en Barcelona me gan¨¦ la vida traduciendo literatura, la idea del novelista como traductor de un libro que llevamos dentro me parece extra?amente justa, inexplicablemente satisfactoria. Y no puedo no pensar en las traducciones de Mar¨ªas, que nos ha entregado versiones bell¨ªsimas de aquel Tristram Shandy que he recordado antes, as¨ª como de El espejo del mar, de Conrad, y de otras obras diversas que van desde Thomas Browne a Isak Dinesen. Hace 11 a?os tuve con ¨¦l una larga conversaci¨®n acerca de, entre muchas otras cosas, el arte de la traducci¨®n y su relaci¨®n con la escritura de novelas. ¡°La del traductor es una tarea que se puede comparar con la del int¨¦rprete musical¡±, me dijo Mar¨ªas. ¡°Tiene muchas dificultades a la hora de interpretar una pieza, pero siempre tiene la partitura, sabe que la partitura no va a desaparecer. As¨ª que me he dado cuenta de una cosa que me ayuda al escribir. Dado que yo soy un autor que no tiene un trazado de las novelas antes de empezar, sino que las averigua a medida que las hace, tener un primer borrador de una p¨¢gina, aunque sea escrito de cualquier manera, funciona como el texto original en las traducciones¡±.
He recordado esa conversaci¨®n porque ahora, leyendo Tu rostro ma?ana tantos a?os despu¨¦s, me parece encontrar un eco en ella. Aunque tal vez sea m¨¢s preciso hablar de un tri¨¢ngulo: un tri¨¢ngulo que va de la novela de Proust (el novelista como traductor del libro que llevamos dentro) a la conversaci¨®n de hace 11 a?os (el novelista como traductor de sus propios borradores) a las p¨¢ginas de Fiebre y lanza donde el narrador, ese Jacobo Deza, explica que su oficio consiste en ¡°escuchar y fijarme e interpretar y contar¡±. En otra parte de la novela habla de sus ¡°tareas de invenci¨®n, llamadas interpretaciones o informes¡±, y, enseguida, de lo dif¨ªcil que es no fiarse de nadie, ver a todos bajo la misma ¡°luz suspicaz, recelosa, interpretativa¡±. Y he pensado que ¨¦sta puede ser una de las razones por las que me gusta tanto la novela de Mar¨ªas: porque pone en escena lo que hacemos constantemente los seres humanos, que no es otra cosa que esa interpretaci¨®n constante: ese esfuerzo por leer a los otros y saber qui¨¦nes son en realidad, de qu¨¦ ser¨ªan capaces, c¨®mo actuar¨¢n en determinadas circunstancias.
?No es ¨¦sta una de nuestras preocupaciones principales, todo el tiempo, en todas partes? Nuestra pareja, nuestros amigos, nuestros compa?eros de trabajo, los pol¨ªticos que nos lideran, las celebridades en cuyo fr¨ªvolo destino perdemos tanto tiempo, las figuras p¨²blicas en las que invertimos tantas energ¨ªas: ?no nos gustar¨ªa siempre leerlos bien e interpretarlos con precisi¨®n? Bien lo sabe Jacobo Deza, cuyo padre sufri¨® durante la dictadura franquista una delaci¨®n que trastorn¨® gravemente su vida y estuvo a punto de arruinarla. El delator era un amigo ¨ªntimo, pero el padre no supo anticiparse a la traici¨®n. ¡°?C¨®mo era posible que mi padre no hubiera sospechado ni detectado nada?¡±, se pregunta Deza, que tiene en cambio el don de detectarlo todo: el don de ver con claridad a los otros. ¡°?C¨®mo puedo no conocer hoy tu rostro ma?ana, el que ya est¨¢ o se fragua bajo la cara que ense?as o bajo la careta que llevas, y que me mostrar¨¢s tan s¨®lo cuando no lo espere?¡±
S¨ª, a todos nos gustar¨ªa contar con esa lucidez o esa clarividencia: muchos problemas nos evitar¨ªamos en la vida diaria si las tuvi¨¦ramos. Pero nunca es f¨¢cil mirar a los dem¨¢s con la atenci¨®n o la concentraci¨®n suficientes para saber qui¨¦nes son en realidad, y la verdad es que somos muy h¨¢biles a la hora de poner disfraces o m¨¢scaras entre nosotros y los dem¨¢s: s¨®lo un desquiciado se presentar¨ªa ante este mundo tal cual es. Quiz¨¢s ¨¦sta ser¨ªa otra raz¨®n para frecuentar las grandes novelas: en ellas tenemos la experiencia imposible de ver a los dem¨¢s por dentro, de traducir sus vidas para mejor leerlas.
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