La victoria p¨®stuma de Reagan, Thatcher y Wojtyla
La actual ofensiva conservadora en Am¨¦rica tiene su origen en la alianza de los tres grandes l¨ªderes mundiales de los a?os ochenta contra el comunismo
La mayor¨ªa aplastante conseguida mediante intrigas palaciegas en el Tribunal Supremo de Estados Unidos por el sector m¨¢s intransigente de la sociedad y la pol¨ªtica, est¨¢ culminando desde la v¨ªa judicial lo que nunca habr¨ªan conseguido en la pura contienda democr¨¢tica en las urnas.
Para analizar el porqu¨¦ de la fuerza que hoy exhiben las iglesias y las sectas protestantes de la derecha m¨¢s extrema en todo el mundo y cu¨¢l fue el origen de esta hegemon¨ªa, debemos remontarnos al inicio de la d¨¦cada de los a?os ochenta, cuando coincidieron tres ¡°reinados absolutistas¡± de profundo calado que realmente cambiaron el mundo. Me refiero a los mandatos simult¨¢neos de Ronald Reagan en Estados Unidos, Margaret Thatcher en el Reino Unido y el papado de Karol Wojtyla. Los tres estaban convencidos de que la debilidad de la Uni¨®n Sovi¨¦tica ofrec¨ªa una oportunidad hist¨®rica para acabar tambi¨¦n, por extensi¨®n, con la hegemon¨ªa de la izquierda y el liberalismo (en su acepci¨®n m¨¢s americana) en el terreno de las ideas. Debilitar a¨²n m¨¢s a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, acabar con su influencia en la Europa del Este y en Latinoam¨¦rica y poner fin a su supuesta influencia en el terreno de unas ideas que consideraban demasiado radicales se convirti¨® en un objetivo com¨²n.
Juan Pablo II hab¨ªa vivido siempre, hasta que fue elegido Papa en 1978, bajo el yugo del comunismo polaco, en una iglesia a la que simplemente se toleraba. Hab¨ªa aprendido a sobrevivir en ese medio, pero su mayor deseo era acabar con el comunismo, primero y sobre todo en los pa¨ªses europeos directamente dependientes de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero tambi¨¦n en la contaminada Am¨¦rica Latina, donde la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n aplicaba algunas teor¨ªas que ¨¦l mismo y el entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, consideraban pura herej¨ªa.
Para Margaret Thatcher, el problema del izquierdismo era principalmente una cuesti¨®n interna del Reino Unido. Los sindicatos hab¨ªan hundido la econom¨ªa y estaban haciendo imposible la gobernabilidad de su pa¨ªs. Con sus teor¨ªas ultraliberales y el camelo del ¡°capitalismo popular¡± iba a cambiar Gran Breta?a de arriba abajo y, de paso, contribuir¨ªa tambi¨¦n a variar la percepci¨®n mayoritaria respecto de las bondades del capitalismo neoliberal y de las maldades de la socialdemocracia en el resto del mundo.
El caso de Reagan era m¨¢s complejo. Por un lado, ten¨ªa muy claro que hab¨ªa que liberalizar al m¨¢ximo la econom¨ªa, desregular todo cuanto fuera desregulable y, en definitiva, hacer buenas las teor¨ªas m¨¢s radicales y descabelladas, al estilo de Milton Friedman, sobre que la mejor forma de acabar con la pobreza era hacer m¨¢s ricos a quienes ya lo eran. Pero Reagan fue tambi¨¦n enormemente intervencionista en Am¨¦rica Latina. Apoy¨® a gobiernos de extrema derecha que no respetaban los derechos humanos, hizo la vista gorda cuando comet¨ªan atrocidades contra la poblaci¨®n civil con la excusa de acabar con las guerrillas armadas, y ofreci¨® asistencia directa desde la Escuela de las Am¨¦ricas en la formaci¨®n militar y antiguerrillera de los ej¨¦rcitos de los pa¨ªses ¡°amigos¡±.
La alianza de los tres dirigentes, y algunos otros que les sirvieron de comparsa, funcion¨® a la perfecci¨®n por lo que respecta al desmoronamiento estrepitoso del r¨¦gimen sovi¨¦tico y la implantaci¨®n de reg¨ªmenes m¨¢s o menos homologables como democracias en los pa¨ªses que hab¨ªan pertenecido al tel¨®n de acero. Pero Wojtyla y el futuro papa Ratzinger se equivocaron de lleno en su estrategia latinoamericana. Eligieron muy mal a su aliado y fallaron a la hora de confiar en que tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina sus intereses eran los mismos. En aquel tiempo, Latinoam¨¦rica era el principal granero de fieles de la Iglesia cat¨®lica, con una clara tendencia al alza. La Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n y otras expresiones de iglesia popular que no forzosamente ten¨ªan por qu¨¦ ser de izquierdas, aunque s¨ª estaban renovando las formas tan encorsetadas de la religiosidad que proven¨ªa de Roma y de la vieja Europa, estaban movilizando a millones de fieles. De repente, una extra?a coalici¨®n de intereses incluso opuestos entre s¨ª provoc¨® el repliegue del catolicismo y, sobre todo, de una forma muy significativa, un crecimiento exponencial de la presencia de misioneros y de sectas e iglesias evang¨¦licas ultraconservadoras que sembraron gran parte de Am¨¦rica Latina con miles de millones de d¨®lares. Ocurri¨® especialmente en Centroam¨¦rica.
Hoy esta movilizaci¨®n protestante es ya hegem¨®nica en los pa¨ªses de Am¨¦rica Central. Hasta en la Nicaragua del dictador Daniel Ortega, m¨¢s all¨¢ de la alianza con lo peor del catolicismo oficial, lo que de verdad asombra es ver hasta qu¨¦ punto las sectas ultraconservadoras se han extendido por todos los rincones del pa¨ªs, hasta los m¨¢s apartados y abandonados por el Gobierno, y est¨¢n conquistando las voluntades de la poblaci¨®n vulnerable gracias a acciones solidarias y a ofrecerles un poco de esperanza en medio de la miseria. Y lo mismo ha sucedido en Honduras o Guatemala.
La cruzada obsesiva ultraconservadora de Wojtyla y Ratzinger en Am¨¦rica y su alianza con la Administraci¨®n Reagan consigui¨® en la pr¨¢ctica desactivar a los te¨®logos progresistas y desmantelar a las entonces potentes organizaciones populares cat¨®licas, pero el precio fue que esa iglesia fuese en gran parte suplantada por organizaciones e iglesias no cat¨®licas al servicio de las pol¨ªticas m¨¢s conservadoras. Nunca me ha parecido que este hubiera sido un gran negocio para el catolicismo oficial ni que detr¨¢s de la estrategia vaticana de aquellos a?os hubiera habido una jugada muy inteligente.
En el terreno pol¨ªtico, la consecuencia hoy m¨¢s sorprendente est¨¢ siendo el giro hacia la extrema derecha de las comunidades hispanas en Estados Unidos, que tradicionalmente hab¨ªan apoyado al Partido Dem¨®crata. Tambi¨¦n la imposici¨®n de tesis y de leyes que atentan contra derechos humanos o incluso, a veces, contra el sentido com¨²n m¨¢s elemental en un Estado democr¨¢tico, plural y aconfesional (leyes antiaborto, oraci¨®n en las escuelas p¨²blicas, equiparaci¨®n del creacionismo con las teor¨ªas cient¨ªficas, etc.). Las barbas del vecino deber¨ªan estimularnos a no bajar la guardia tampoco en este aspecto en nuestro pa¨ªs.
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