No te sacrifiques por el futuro del planeta
El cambio clim¨¢tico no es un problema de futuro, sino de absoluto presente y los afectados somos nosotros. La soluci¨®n no tiene que plantearse en t¨¦rminos de renuncia, sino como la oportunidad de reconstruir la idea de bienestar de forma coherente con el mantenimiento de la vida
La crisis clim¨¢tica y los efectos de la invasi¨®n de Ucrania han provocado una tormenta perfecta que dif¨ªcilmente se podr¨¢ gestionar si no se alinean los actores p¨²blicos, privados y sociales en la misma direcci¨®n, desde un marco adecuado que impulse a la transformaci¨®n. La manera como se entienda y se explique el desaf¨ªo es crucial. De ah¨ª que sea importante cuestionar algunos elementos que se han convertido en mitos. El desaf¨ªo clim¨¢tico no acabar¨¢ con el planeta, ni es un problema de futuro, ni mucho menos exige sacrificios. Vayamos por partes.
Primer mito: el principal problema no lo tiene el planeta, sino quienes lo habitamos. Como la ciencia se ha encargado de demostrar, la parte m¨¢s vulnerable ante la crisis clim¨¢tica no es el planeta como ente f¨ªsico, sino los sistemas biol¨®gicos que sustenta, y en particular nuestras sociedades. Aunque la concatenaci¨®n de desastres ecol¨®gicos puede alcanzar puntos de no retorno, la Tierra tiene una enorme capacidad de resiliencia y puede recuperarse de muchas de las tropel¨ªas a las que la sometemos. Un buen ejemplo es el agujero de la capa de ozono, que gener¨® preocupaci¨®n a?os atr¨¢s, y que, gracias a la prohibici¨®n de los CFC (clorofluorocarburos) mediante un tratado internacional, ha conseguido reducirse y, con el concurso de algunos elementos atmosf¨¦ricos, cerrarse casi por completo. Se comprob¨® tambi¨¦n en la pandemia, cuando al bajar dr¨¢sticamente el tr¨¢fico en las ciudades mejor¨® de forma clara la calidad del aire, y la naturaleza puj¨® por recuperar espacio en el ¨¢mbito urbano.
La mayor vulnerabilidad no es la del planeta como tal, sino la de los seres vivos que lo habitamos. Solamente en Espa?a y solo en el ¨²ltimo a?o, el Instituto de Salud Carlos III ha hecho un primer c¨¢lculo de en torno a 6.000 muertes asociadas a temperaturas extremas: 4.500 a las altas temperaturas y 1.500 a las bajas. A esto hay que a?adir que, seg¨²n la Agencia Espa?ola de Meteorolog¨ªa, las situaciones anticicl¨®nicas en Espa?a se est¨¢n haciendo m¨¢s persistentes, lo que lleva a un aumento de la contaminaci¨®n en las ciudades que las investigaciones de Julio D¨ªaz y Cristina Linares relacionan con 10.000 muertes prematuras al a?o en Espa?a a corto plazo, as¨ª como con nuevos casos de c¨¢ncer de pulm¨®n, enfermedades neurodegenerativas en adultos o trastornos de la conducta en ni?os. Si nos fijamos en la sequ¨ªa, seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, Naciones Unidas y el ¨²ltimo informe del IPCC, afecta cada a?o a m¨¢s de 55 millones de personas en todo el mundo, incrementando notablemente el riesgo de morbilidad y mortalidad, especialmente en pa¨ªses subdesarrollados.
La crisis clim¨¢tica nos enferma y nos mata, aunque a unos m¨¢s que a otros. Personas mayores, ni?os y ni?as, quienes arrastran problemas de salud y, por supuesto, los m¨¢s pobres sufren en mayor medida los efectos del cambio clim¨¢tico. Ese cambio opera como un agravante de problemas previos. No ha sido ¨¦l el causante de la desigualdad, ni de las brechas de g¨¦nero, ni de los conflictos, pero exacerba cada uno de estos problemas, convirtiendo a la sociedad en m¨¢s desigual, m¨¢s conflictiva y m¨¢s violenta. El cambio clim¨¢tico nos enferma como personas y como sociedad.
Segundo mito: el cambio clim¨¢tico no es un problema de futuro, sino de absoluto presente. Lo acontecido este verano en Espa?a es una muestra. Tuvimos que afrontar 42 d¨ªas oficialmente declarados como olas de calor ¡ªsiete veces m¨¢s que el promedio calculado entre 1980 y 2010¡ª, incendios de sexta generaci¨®n que han arrasado tantas hect¨¢reas como en los cuatro a?os anteriores juntos, o la sequ¨ªa que mantiene en jaque los embalses y desecado buena parte de los humedales, que ha ocasionado p¨¦rdidas de m¨¢s del 30% de cereal, ha terminado con buena parte del marisco de nuestras costas y empieza a requerir restricciones de agua en municipios como Sevilla e incluso en la cordillera Cant¨¢brica. Se acab¨®, por tanto, vincular el desaf¨ªo clim¨¢tico al futuro y a las pr¨®ximas generaciones. Lo tenemos aqu¨ª, ahora, nos est¨¢ matando, empobreciendo y haciendo nuestras sociedades m¨¢s desiguales y conflictivas.
Tercer mito: no se trata de sacrificios, sino de disfrute. Ante esta realidad demoledora, llama la atenci¨®n que se haya abierto paso la idea de ¡°sacrificio¡± como palanca de transformaci¨®n. Sacrificarse hoy a cambio de un futuro vivible. Se trata de una estrategia perdedora, construida, en el fondo, desde consideraciones del modelo de vida actual como algo deseable y placentero al que habr¨ªa que renunciar. Es llamativo, y altamente contradictorio, que hasta las posiciones m¨¢s cr¨ªticas con el modelo de desarrollo actual se apunten a dicha tesis. Un an¨¢lisis m¨¢s detallado la desmiente.
La idea de sacrificio se sustenta sobre la p¨¦rdida de algo positivo. Se sacrifica tiempo de estar con la familia para cumplir con los compromisos laborales, se sacrifican horas de sue?o para entrenar el siguiente marat¨®n, o tardes con los amigos para acudir al fisio a la sesi¨®n de rehabilitaci¨®n. Es evidente que renunciar a estar con la familia, descansar o disfrutar con los amigos representa una p¨¦rdida objetiva de algo positivo. No ocurre as¨ª cuando se pretende poner en marcha la transici¨®n ecol¨®gica.
Reducir el consumo de carne abre la puerta a un universo distinto de alimentos, sabores y gastronom¨ªa de la que disfrutar; dejar el coche en casa en los desplazamientos cotidianos evita atascos, problemas de aparcamiento, estr¨¦s y permite hacer algo de ejercicio caminando o yendo en bici; aislar adecuadamente la casa para evitar p¨¦rdidas de energ¨ªa permite ahorrar y reduce los ruidos molestos. Tres ejemplos en los que en ning¨²n momento est¨¢ justificada la idea de sacrificio ni de renuncia. De la misma manera que no concebimos la expresi¨®n ¡°sacrif¨ªcate y deja de fumar¡±, no deber¨ªamos plantear el abandono de nuestra adicci¨®n a la energ¨ªa (especialmente procedente de fuentes f¨®siles) en t¨¦rminos de renuncia y sacrificio, sino como la oportunidad de reconstruir la idea de bienestar de forma coherente con el mantenimiento de la vida y el disfrute de la naturaleza.
Se puede alegar que no en todos sitios se dispone de transporte p¨²blico, o que no en todas las familias se puede diversificar el men¨² con alimentos m¨¢s variados y saludables, y en efecto es as¨ª. De ah¨ª la importancia de que la idea de transici¨®n ecol¨®gica vaya estrechamente unida a la de justicia. He aqu¨ª una de las cuestiones cruciales en el momento actual: cuando alguno de esos comportamientos implica un esfuerzo desproporcionado es cuando la pol¨ªtica, la ciencia o la tecnolog¨ªa no est¨¢n consiguiendo sus objetivos. Por poner un ejemplo, si no es posible liberarse de la dependencia cotidiana del coche privado porque no se dispone de alternativas de transporte colectivo y si no se puede organizar la vida para evitar tantos desplazamientos, hay que reclamar de la pol¨ªtica, de las empresas y de la tecnolog¨ªa la puesta en marcha de las medidas oportunas. ?Acaso la subvenci¨®n del abono de transporte en Cercan¨ªas y Media Distancia no ha sido un antes y un despu¨¦s en el transporte p¨²blico de las grandes ciudades? Faltar¨ªa articular mecanismos en el mismo sentido m¨¢s all¨¢ del ¨¢mbito urbano.
Todo esto no exonera de la responsabilidad individual de cada cual a la hora de adoptar comportamientos m¨¢s responsables con la sostenibilidad. Ahora bien, toda la concienciaci¨®n del mundo servir¨¢ para poco si no se dispone de las estructuras sociales, pol¨ªticas y econ¨®micas que permitan activar las medidas de transici¨®n ecol¨®gica como lo que son: una oportunidad para el disfrute y el placer.
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