?Qu¨¦ no entiende el presidente del solo s¨ª es s¨ª?
No estamos ante un error t¨¦cnico, sino ante una decisi¨®n pol¨ªtica cuyas perversas consecuencias para la persecuci¨®n de los delitos de violencia de g¨¦nero durar¨¢n por m¨¢s que ahora la enmienden
Imaginar c¨®mo su nombre pasar¨¢ a la Historia es la principal tarea emprendida por el presidente del Gobierno espa?ol. As¨ª lo ha confirmado el se?or Huerta, apodado con justicia el Breve habida cuenta de que fue el ministro de m¨¢s corto desempe?o en la historia de Espa?a. Tan preocupado como est¨¢ por mirarse al espejo, el se?or S¨¢nchez declar¨® hace no mucho que la Historia le recordar¨¢ ¡°por haber exhumado al dictador y reivindicar el pasado luminoso del republicanismo espa?ol¡±. De nuestras dos rep¨²blicas se pueden decir muchas cosas menos que fueran luminosas, pese al empe?o heroico de sus gobernantes por modernizar el pa¨ªs. Ambas perecieron v¨ªctimas de golpes de Estado y la segunda tambi¨¦n de una espantosa guerra civil, sostenida m¨¢s tarde durante 40 a?os de dictadura.
El narcisismo es la enfermedad m¨¢s corriente entre los pol¨ªticos y sus secuelas son a veces mortales para sus aspiraciones. Tanto se miran a s¨ª mismos que se olvidan de todo lo dem¨¢s y, si no se convierten en aut¨®cratas, acaban siendo v¨ªctimas de su propia y exagerada autoestima. Nixon acab¨® con la aventura b¨¦lica en Vietnam y abri¨® una etapa de reconocimiento y cooperaci¨®n con China. Las gentes le recuerdan, sin embargo, como el gran tramposo que grababa en secreto las conversaciones con sus invitados y tuvo que dimitir tras el esc¨¢ndalo del Watergate. Clinton destac¨® por su impulso a la sociedad digital (las famosas autopistas de la informaci¨®n), pero en la memoria popular predomina su imagen disfrutando de la felaci¨®n que le practic¨® una joven becaria en el mism¨ªsimo Despacho Oval. Estos son dos de los muchos ejemplos que nos demuestran que el futuro nunca es lo que era.
El se?or presidente deber¨ªa tenerlo en cuenta. Se encaram¨® al poder, sin ser ni siquiera diputado a Cortes, cabalgando sobre una vibrante tautolog¨ªa: no es no. ¡°?Qu¨¦ parte del no no comprende?¡±, le espet¨® a Mariano Rajoy. Ahora corre peligro de caerse del caballo v¨ªctima del pleonasmo contrario, enfatizado por sus socios de gobierno: s¨®lo s¨ª es s¨ª. ?Qu¨¦ parte de ese s¨ª no entendi¨® el se?or S¨¢nchez? Fuera la que fuera, le ha generado un descomunal revuelo en la opini¨®n, un debate pol¨ªtico ajeno a la cordura y una brecha profunda en las relaciones entre el partido socialista y sus socios, socias y socies. Su petulancia le hab¨ªa llevado a declarar solo d¨ªas antes que la Ley de Garant¨ªa Integral de la Libertad Sexual era un modelo que habr¨ªa de inspirar ¡°otras muchas leyes en el mundo¡±. No parece que esa profec¨ªa se vaya a cumplir.
Al margen del contenido de la ley, hay que poner de relieve la desverg¨¹enza de los diversos integrantes del Gobierno a la hora de endosar toda la responsabilidad de la misma y sus ¡°efectos indeseados¡± a cualquiera menos a quienes est¨¢n obligados a asumirla. La ministra de Igualdad se?ala a los jueces (?y juezas?) machistas, a los que pretende reeducar, mientras sus colegas en el Gabinete la acusan solo a ella y su comparsa. Todos al un¨ªsono cargan contra la llamada derecha medi¨¢tica, seg¨²n califican a cualquier comentarista que ponga de relieve la incompetencia y banalidad de la pol¨ªtica oficial. La responsabilidad de la ley es sin embargo colegiada: de todo el Gobierno y de los 205 diputados que la votaron. Me pregunto cu¨¢ntos la leyeron antes de apoyarla, y tampoco creo que muchos lo hayan hecho despu¨¦s de estallar el esc¨¢ndalo.
M¨ªrese por donde se mire, esta es la ley S¨¢nchez, y abochorna que ¨¦l ni siquiera sea capaz de reconocerlo, no sepa pedir perd¨®n y atribuya todo a un error t¨¦cnico. Es mentira: no hubo error y s¨ª muchas advertencias de que se producir¨ªan esos ¡°efectos indeseados¡±. Pero era la ley estrella de la legislatura, el peaje a pagar a un partido adolescente a fin de que ¨¦l pudiera seguir escudri?ando el relevante lugar que le reservar¨¢ la Historia. Es tan grande el caos generado que de lo que menos se habla es de la ley misma y del problema que pretend¨ªa regular. Las explicaciones dadas por quienes la redactaron ayudan a comprender la ra¨ªz de los hechos, y un excelente art¨ªculo de Clara Serra en este peri¨®dico ha comenzado a plantear la discusi¨®n en los t¨¦rminos necesarios. La delegada del Gobierno contra la Violencia de G¨¦nero explic¨® la semana pasada que lo que se pretend¨ªa con este enf¨¢tico s¨ª es s¨ª era no caer en la trama del punitivismo contra los agresores sexuales, pues ¡°nunca hemos arreglado la violencia con m¨¢s violencia¡±. Las ben¨¦ficas intenciones del Ministerio de Igualdad se deben a la consideraci¨®n de la violencia sexual como un problema social, inherente a la persistencia de la cultura patriarcal, y no como el desv¨ªo ocasional de unos malvados delincuentes. ¡°El feminismo nunca ha sido punitivista¡±, a?adi¨® la se?ora delegada, magistrada de profesi¨®n, ¡°y cuando una sociedad solo puede proponer una pol¨ªtica de m¨¢s penas es una pol¨ªtica de pena¡±. Por eso los castigos de prisi¨®n para los agresores sexuales fueron rebajados conscientemente en el proyecto; no fue un error t¨¦cnico, sino una decisi¨®n pol¨ªtica que pretend¨ªa y pretende incidir en la prevenci¨®n y reparaci¨®n del delito y la protecci¨®n a las v¨ªctimas moderando el punitivismo contra los agresores que frecuentemente ¡ªdicen¡ª salen de la c¨¢rcel m¨¢s violentos de lo que entraron, por lo que no se resuelve el problema de fondo. Esta concepci¨®n ideol¨®gica del feminismo no punitivo se enfrenta a la del feminismo liberal. Pero a la hora de reclamar pedigr¨ª sobre la defensa de los derechos de las mujeres no debe olvidarse que la Rep¨²blica aprob¨® el voto femenino a iniciativa de una diputada del Partido Radical y contra los deseos de la izquierda socialista. Estamos de cualquier modo ante un debate importante que la comunidad pol¨ªtica no puede entablar a base de llamar fascistas, machistas, feminazis o hist¨¦ricas a quien no piense como uno. Un debate que era preciso reclamar antes de decidir cambiar nada menos que el C¨®digo Penal sobre los delitos contra la libertad. Ahora se pretende volver al punto de partida deprisa y corriendo, sin discutir de nuevo el fondo de la cuesti¨®n, presos los portavoces socialistas del p¨¢nico electoral, que les arrastra a decir una enorme cantidad de tonter¨ªas y a buscar en la ministra de Justicia el necesario chivo expiatorio.
Los errores de la titular de Igualdad, cuya audacia juvenil la lleva a querer apoderarse en exclusiva del movimiento feminista, no pueden utilizarse para exculpar servilmente al verdadero responsable del embrollo. Estamos ante un Gobierno que propuso una ley redactada durante a?os, cont¨® con cantidad de informes previos y la aprobaron sin pesta?ear sus 23 integrantes, entre ellos tres que guardan en el armario las pu?etas de magistrado. No estamos ante un error t¨¦cnico, sino ante una decisi¨®n pol¨ªtica. Sus perversas consecuencias para la persecuci¨®n de los delitos de violencia de g¨¦nero durar¨¢n por m¨¢s que ahora la enmienden.
Legislar sobre la libertad sexual no es tarea f¨¢cil; no digamos garantizarla de forma integral como reza el pomposo lenguaje jur¨ªdico. En ese universo, el libre albedr¨ªo libra severas batallas contra el deseo, la pasi¨®n, la seducci¨®n, la libido, los temores sociales y las angustias religiosas. El tr¨¢gico final de Narciso, m¨ªtico pionero del narcisismo, cobra as¨ª actualidad. Ese hijo de los dioses fue fruto de una penetraci¨®n no consentida, lo que, seg¨²n Freud, le provoc¨® una disfunci¨®n psicol¨®gica que le llev¨® a enamorarse no tanto de s¨ª mismo como de aquel que le hubiera gustado ser. Si no se atiende como es debido a quienes padezcan semejantes desviaciones, las dos almas de nuestro Gobierno acabar¨¢n una en el infierno y la otra en el purgatorio.
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