El ejemplo Bukele
O las democracias se dan cuenta de que no les alcanza con existir y mostrar su magn¨ªfico perfil heleno, o los Bukeles de este mundo se van a quedar con casi todo
No nos gusta saberlo, mucho menos decirlo: siempre hay un momento en que los pueblos aman a sus dictadores. O, dicho de otro modo: es muy dif¨ªcil hacerse dictador si no has conseguido que una parte significativa de tu pueblo deposite en ti grandes expectativas. Despu¨¦s tratamos de olvidarlo, porque el recuerdo nos humilla, pero es f¨¢cil saber que la barbarie del general Videla o el general Pinochet o el general¨ªsimo Franco o el cabo Hitler fue reclamada por millones, que tardaron a?os en dejar de vivarlos ¨Co nunca lo dejaron.
Esos millones los amaban, en general, porque emprend¨ªan tareas que les parec¨ªan necesarias y que los gobiernos respetuosos de la ley no realizaban: aniquilar una guerrilla o dos, eliminar a todo rojo ateo defensor de los trabajadores, borrar del mundo a los jud¨ªos, esas cosas. El se?or Nayib Bukele, el joven presidente de El Salvador, est¨¢ en ese momento.
El contexto es muy claro: ahora mismo el mundo ¨Cbuena parte del mundo¨C cree que los pol¨ªticos no sirven para nada. O peor: que sirven para enriquecerse, gozar de su poder, fornicar algo m¨¢s, enga?ar a millones con mentiras y promesas que nunca piensan concretar. Los pol¨ªticos son vistos, en general, como un mal necesario ¨Cy cada vez m¨¢s gente se pregunta por qu¨¦ eran necesarios. La democracia queda definida como un sistema de impedir, donde los pactos y arreglos entre esos ventajistas perpet¨²an los problemas reales. Ante ese tel¨®n de fondo que est¨¢ tocando fondo, aparece ¨Cdigamos, por ejemplo, en El Salvador¨C un se?or que realiza lo que dos o tres d¨¦cadas de pol¨ªticas no consiguieron. O, peor: lo que los pol¨ªticos de esas dos o tres d¨¦cadas agravaron hasta lo indecible.
El Salvador llevaba demasiado tiempo sometido al poder brutal de dos grandes grupos empresariales armados, organizados para obtener el m¨¢ximo beneficio econ¨®mico a cualquier costo ¨Csecuestros, asesinatos, extorsiones, tr¨¢ficos¨C, que llaman maras o bandas o pandillas. Sus gobiernos intentaron limitar ese poder con m¨¦todos diversos ¨Crepresi¨®n m¨¢s o menos legal, diversos pactos¨C y no pudieron. Y de pronto aparece este se?or y lo consigue. Su sistema es radical: impone la violencia ilimitada del Estado, construye prisiones gigantescas, detiene a unas 80.000 personas en pocos meses sin buscar pruebas de que sean culpables, acumula la mayor proporci¨®n de presos por habitante del mundo, exhibe con sa?a las condiciones crueles en que los amontona, los juzga en juicios arreglados de antemano ¨Cy, en unas semanas, las calles de su pa¨ªs vuelven a hacerse transitables y millones de personas que viv¨ªan en el temor de las pandillas recuperan vidas m¨¢s ¡°normales¡±.
Muchos nos indignamos, con raz¨®n: ha transformado El Salvador en una sociedad vigilada, donde su Gobierno puede reprimir a quien quiere c¨®mo se le ocurre, so pretexto de que podr¨ªa pertenecer ¨Co ¡°apoyar¡±¨C a aquellas bandas. Es intolerable, pero ha cumplido su objetivo y millones se lo agradecen y lo apoyan.
Nayib Bukele, ahora, tiene un nivel de aprobaci¨®n que pocos presidentes han tenido: tras cuatro a?os de dirigir uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres del hemisferio se le calcula entre el 80 y el 90 por ciento de entusiasmo. Y, por supuesto, pretende hacerse reelegir aunque la Constituci¨®n de su pa¨ªs no lo permita, porque tantos quieren que as¨ª sea ¨Cy que tenga cada vez m¨¢s poderes, ya que redundan en el ¡°bienestar general¡±. Y aparecen, por supuesto, en otros pa¨ªses de la regi¨®n pol¨ªticos que prometen pol¨ªticas semejantes y ciudadanos que las piden: el bukelismo avanza.
Bukele se ha vuelto un problema y un ejemplo. ?Las democracias no podr¨ªan conseguir esos resultados sin romper sus propias leyes? En general no lo han hecho. Entonces, ?cu¨¢nto pueden sobrevivir si no solucionan los problemas realmente urgentes? En ciertos pa¨ªses puede ser la violencia, el hambre o la marginaci¨®n o la inflaci¨®n en otros. ?Cu¨¢nto m¨¢s podr¨¢n mantener su prestigio, la ilusi¨®n de su necesidad, si no los remedian? Cuantas menos soluciones logren las democracias, m¨¢s sociedades reclamar¨¢n personajes como Nayib Bukele. El peligro, en realidad, no es Bukele y El Salvador; somos todos los dem¨¢s y nuestras impotencias. Con todo respeto por los ancestros fundadores: ya hay varias generaciones de ?americanos que creen que la democracia es un medio, no un fin. Si ese medio no sirve para llegar al fin, buscan otros medios ¨Cporque, de ¨²ltimas, el fin es lo que importa.
?Qu¨¦ les oponemos, qu¨¦ argumentamos? ?Que ese m¨¦todo autoritario pone en riesgo a todos los ciudadanos, que cualquiera puede ser encarcelado y sobre todo cualquiera que se oponga al Gobierno? Es as¨ª, sin duda ¨Cy es terrible¨C, pero la mayor¨ªa de los ciudadanos imagina que a ellos no les puede pasar porque ellos no se meten, que lo que quieren es vivir tranquilos y que con las pandillas no pod¨ªan y ahora s¨ª. Y s¨ª, es necesario denunciar a los Bukeles cuando avanzan sobre las libertades que deber¨ªamos tener ¨Cpero no sirve para nada. Esas libertades deben usarse para solucionar los problemas urgentes de los ciudadanos ¨Cy no para cantar su belleza indudable. O las democracias se dan cuenta de que no les alcanza con existir y mostrar su magn¨ªfico perfil heleno, o los Bukeles de este mundo se van a quedar con casi todo.
Ya: importa empezar ya. Quiz¨¢ nos queda algo de tiempo todav¨ªa ¨Cpero la palabra clave es todav¨ªa.
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