La imposible memoria com¨²n
Arag¨®n es el ¨²ltimo ejemplo de c¨®mo el rechazo a la ¡°memoria democr¨¢tica¡± es, junto con la Unidad (con may¨²scula) de Espa?a, el pegamento m¨¢s fuerte para las derechas, sean nacionalcat¨®licas, liberales o posfascistas
El malogrado Tony Judt empezaba uno de los libros que edit¨® se?alando con raz¨®n que todos los pa¨ªses tienen su s¨ªndrome de Vichy. Judt hac¨ªa referencia a los problemas de inserci¨®n del colaboracionismo con los ocupantes alemanes y con sus pol¨ªticas de ocupaci¨®n en la narrativa nacional francesa. Pero ese mismo s¨ªndrome, el de la digesti¨®n de los pasados de violencia, deportaciones, genocidios, guerras civiles o trasnacionales, est¨¢ presente en todos los pa¨ªses del continente. Y en todos genera conflictos de ¨ªndole simb¨®lica que a veces se trasladan a lo jur¨ªdico, como en los casos del genocidio de la poblaci¨®n armenia en Turqu¨ªa o en el del Holodomor, la gran hambruna ucrania, por no hablar de la falta de libre interpretaci¨®n en la Polonia de Ley y Justicia sobre el sistema de campos de exterminio o la colaboraci¨®n de polacos en el Holocausto.
Cada pa¨ªs europeo tiene su propia historia de violencia, y en todos se generan conflictos alrededor de sus historias p¨²blicas, que imposibilitan la existencia de relatos compartidos. No los hay en Francia, Dinamarca o B¨¦lgica sobre el colaboracionismo, ni en Italia, Grecia o los pa¨ªses que un d¨ªa fueron el Reino de Yugoslavia sobre sus guerras civiles de los a?os cuarenta. No hay un relato com¨²n en Portugal sobre el salazarismo y, pese a los notables avances de la historiograf¨ªa, en ninguno de estos pa¨ªses existe un relato compartido, contingente y cr¨ªtico sobre las violencias coloniales.
Tampoco en Espa?a sobre la Guerra Civil, como llevamos viendo tantos a?os. Posiblemente, esa sea una primera conclusi¨®n sobre los ya m¨¢s de cuatro lustros que llevamos desde que en 2000 se abriese la primera fosa com¨²n del actual ciclo de exhumaciones de v¨ªctimas del golpe de Estado del 36 y se plantease una narrativa alternativa a la del final de franquismo y la Transici¨®n democr¨¢tica: el de la ¡°memoria hist¨®rica¡± es un marco conceptual que ha generado dos leyes nacionales y un pu?ado de normativas auton¨®micas y municipales, que ha permitido financiar investigaciones, exhumaciones, homenajes y reparaciones simb¨®licas, pero que no ha logrado establecer un relato compartido, ni siquiera cuando se le ha a?adido, primero en Catalu?a y despu¨¦s en la norma estatal, el adjetivo de ¡°democr¨¢tica¡±.
Nunca hay una memoria compartida de los pasados de violencia. El ¨²ltimo ejemplo, en el Gobierno de Arag¨®n, es una demostraci¨®n palmaria. Lo primero que ha hecho la conjunci¨®n de gobierno de Partido Popular y Vox ha sido cargarse (por ¡°ideol¨®gica¡±) la ley auton¨®mica de memoria democr¨¢tica, una norma de una impecable pulcritud historiogr¨¢fica y constitucional, adem¨¢s de humanitaria, denostada por igual por todo el arco pol¨ªtico conservador. Sin embargo, en este asunto no ha sido el PP el que ha comprado los argumentos de la derecha radical. En cargarse la norma sobre memoria democr¨¢tica estaban de acuerdo desde hac¨ªa tiempo, porque comparten el mismo relato hist¨®rico, la misma narrativa e id¨¦ntica interpretaci¨®n del pasado.
Ese relato no es otro que el del ¡°revisionismo¡± hist¨®rico, que ven¨ªa a oponerse al nacimiento de la ¡°memoria hist¨®rica¡± y a modernizar las interpretaciones del r¨¦gimen sobre su propia historia, adapt¨¢ndolas al contexto de principios de siglo. Por eso, las explicaciones de la derecha radical contra la aprobaci¨®n de la actual Ley de Memoria Democr¨¢tica sonaban tan viejas: porque lo eran. Seg¨²n Vox, la guerra empez¨® en 1934 ¡ªla empez¨® el PSOE, por supuesto¡ª, nadie recuerda Paracuellos, el Valle de los Ca¨ªdos es un monumento de reconciliaci¨®n y los 25 A?os de Paz, una celebraci¨®n de concordia. De hecho, nada nuevo. El contenido no ha variado pr¨¢cticamente desde la historiograf¨ªa del r¨¦gimen hasta el relato de la derecha radical, pasando por el revisionismo. A este argumentario propio de un Ricardo de la Cierva redivivo (el gran historiador del r¨¦gimen, cuyo padre fue asesinado en Paracuellos y cuyo hijo, vasos comunicantes, fue quien difundi¨® el infame lema sobre Txapote), Vox a?adi¨® solamente que la norma ven¨ªa a imponer de manera ¡°estalinista¡± el pensamiento ¨²nico y a censurar la libre interpretaci¨®n del pasado ¡°oficial¡±. Es decir, solo a?adi¨® populismo desprejuiciado y catastrofismo fake al relato del revisionismo, sirvi¨¦ndolo despu¨¦s en p¨ªldoras lanzadas a las redes sociales.
De lo que se ha tratado siempre ha sido de construir memoria a costa de la historia. Pero ni la guerra empez¨® en 1934 ni nunca ha estado mejor estudiada la violencia revolucionaria, mejor incluso que en los tiempos de la Causa General. Gracias a la investigaci¨®n y a la interdisciplinariedad propias de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas conocemos m¨¢s y mejor ese pasado violento: las responsabilidades, cadenas de mando, tiempos y modus operandi de las violencias golpista y revolucionaria, los perfiles de los perpetradores, las especificidades de g¨¦nero, su extensi¨®n en forma de guerra irregular hasta 1952. Puede que ninguno de esos ejemplos destaque m¨¢s como profundamente falso que el del Valle de los Ca¨ªdos (hoy de Cuelgamuros). ?C¨®mo va a ser un monumento de reconciliaci¨®n aquel cuyo decreto inaugural del 2 de abril de 1940 proyectaba para ¡°los h¨¦roes y m¨¢rtires de la Cruzada¡± y al que se trasladaron de manera forzosa centenares de cad¨¢veres sin informar a sus familias, que ten¨ªan los mismos derechos a llorar a sus deudos que las de los muertos de la violencia revolucionaria? ?C¨®mo va a serlo la bas¨ªlica en la que el mismo General¨ªsimo quiso ser enterrado, tal como le dijo en 1959 a Diego M¨¦ndez, se?alando el hueco de su futura tumba: ¡°Y aqu¨ª, luego, yo¡±? ?C¨®mo va a serlo el lugar que el dictador ide¨® como un gran relicario de santos espa?oles, a la vez que se inhumaban cientos de cuerpos sin identificar, ni en t¨¦rminos de nombre ni de credo religioso?
Lo terrible de todo esto no es solo la oce¨¢nica ignorancia sobre el pasado: es la desprejuiciada falta de empat¨ªa que se desprende. Como consecuencia de su valoraci¨®n como ¡°ideol¨®gica¡± bajo esas premisas fundadas en falsos hist¨®ricos y memorias sin historia, uno de los efectos inmediatos de la derogaci¨®n de la ley auton¨®mica aragonesa puede ser la paralizaci¨®n de la b¨²squeda de desaparecidos en el que es, de hecho, el mayor cementerio de guerra en Espa?a. Que al hablar de la ¡°memoria hist¨®rica¡± el acento no se sit¨²e en la recuperaci¨®n para sus familiares de 10.000 personas en los ¨²ltimos 20 a?os o de los que podr¨ªan seguir recuper¨¢ndose (con todo lo que comporta de trabajo previo: investigaci¨®n, exhumaci¨®n, identificaci¨®n) sino en las dimensiones pol¨ªticas presentistas habla de la imposibilidad del relato com¨²n, al igual que en toda Europa. Pero tambi¨¦n habla de c¨®mo el argumentario de la nueva derecha calca el de la vieja derecha, porque en materia hist¨®rica no difieren absolutamente en nada.
Arag¨®n es el ¨²ltimo ejemplo de c¨®mo el rechazo a la ¡°memoria democr¨¢tica¡± es, junto con la Unidad (con may¨²scula) de Espa?a, el pegamento m¨¢s fuerte para las derechas, sean nacionalcat¨®licas, liberales o posfascistas. De c¨®mo lo simb¨®lico es materia siempre de conflicto. Pero detr¨¢s de lo simb¨®lico est¨¢ tambi¨¦n lo humanitario y lo cient¨ªfico. Y es ah¨ª donde la academia debe poner urgentemente su atenci¨®n, si no queremos que, a fuerza banalizaci¨®n y macarrismo desprejuiciado, nuestro particular s¨ªndrome de Vichy se convierta en un futuro cercano en una pandemia de memoria sin historia.
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