La mara?a patriarcal y el ¡°g¨¦nero¡±
No es f¨¢cil la relaci¨®n entre feminismo y democracia, que hoy tiene que adaptarse a unas sociedades muy plurales, atravesadas por grandes desigualdades econ¨®micas y con tradiciones culturales hist¨®ricamente antag¨®nicas
El feminismo se ha puesto de moda. Pero no puede ser una moda. Un conjunto de esl¨®ganes repetidos en las manifestaciones y las redes sociales. Un ingrediente que se a?ade para hacer ver que se est¨¢ al d¨ªa. Tampoco es una secta en la que se participa proclamando ¡°soy feminista¡± y te expulsan si no repites esta u otras jaculatorias, o cuestionas preguntas y respuestas aceptadas, o te censuran si no hablas en femenino plural o seg¨²n normas de ¡°paridad de g¨¦nero¡± reconocidas por la ONU y otros organismos internacionales.
El feminismo es libertad de pensamiento y de acci¨®n para no supeditarse a las distintas manifestaciones del patriarcado. Y un movimiento social que reivindica la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y mucho m¨¢s. Porque resquebraja esa ¡°estructura de larga duraci¨®n¡±, como dir¨ªa Fernand Braudel, en que se fundamentan todas las violencias y desigualdades. Por eso han defraudado las querellas entre las feministas, que se han manifestado entre los socios de este Gobierno, que se ha proclamado el m¨¢s feminista de la democracia, y con las que se definen ¡°radicales¡±. Y exigen una reflexi¨®n profunda.
La relaci¨®n entre feminismo y democracia no es f¨¢cil. Porque la democracia, tal como se formul¨® en Grecia y Roma, en Estados Unidos y en los Estados nacionales europeos, primero solo reconoci¨® como ¡°ciudadanos¡± a una minor¨ªa de varones adultos miembros de los ej¨¦rcitos que acumulaban patrimonios. En el siglo XX el feminismo consigui¨® ampliar el derecho de voto al conjunto de hombres y mujeres, y enriqueci¨®, as¨ª, una democracia que hoy se ha de adaptar a unas sociedades muy plurales, atravesadas por grandes desigualdades econ¨®micas y con tradiciones culturales hist¨®ricamente antag¨®nicas. En consecuencia, no se puede restringir a reivindicaciones espec¨ªficas. Ni encubrirlas con el anglicismo g¨¦nero.
La clave es la definici¨®n de patriarcado. La mayor¨ªa lo considera el sistema mediante el cual los hombres dominan a las mujeres. La considero reduccionista. Porque vincula la biolog¨ªa con el comportamiento atribuido a todos los hombres, como dominadores, en relaci¨®n con todas las mujeres, como v¨ªctimas. En el pasado, presente y futuro. Contradice, as¨ª, que, como Kate Millett dej¨® claro hace tiempo, no nacemos ¡°mujeres¡±, aprendemos a serlo. De la misma manera, los ¡°hombres¡± no nacen, aprenden a serlo. Y estos aprendizajes dependen de otros rasgos y capacidades, de la edad, la clase social, la cultura¡ que confluyen en las posiciones sociales en las que hemos nacido y vivimos. Y se pueden desaprender. Aunque como advirti¨® Arist¨®teles, ¡°es m¨¢s dif¨ªcil olvidar lo aprendido que aprender por primera vez¡±.
Adem¨¢s, esta definici¨®n asume como un dogma una hip¨®tesis simplista. Tener en cuenta la guerra, como hicieron Gerda Lerner y otras autoras, permite a?adir otros elementos. Porque las relaciones de dominio no son consustanciales a los seres humanos, ni las han practicado todos los pueblos, siempre y de la misma manera. Y dominar no es una tarea f¨¢cil. Es dif¨ªcil. Exige esfuerzos para desarrollar instrumentos. Materiales: armas, edificios. Y simb¨®licos: instituciones y representaciones para creer que hay que adaptar a este fin las relaciones entre los seres humanos y con el entorno. Los historiadores que exaltan a los varones adultos de los pueblos que han conquistado a otros, no los mencionan. Pero son fundamentales para formular otra hip¨®tesis razonable sobre la construcci¨®n hist¨®rica y perpetuaci¨®n del patriarcado.
Para dominar a otros pueblos hay que formar un ej¨¦rcito: transformar a los machos en guerreros capaces de matar y de morir matando. Y especializar a las hembras en la reproducci¨®n del colectivo para las nuevas necesidades. El mandato b¨ªblico relaciona esta doble tarea: ¡°creced y multiplicaos¡± y ¡°dominad la tierra¡±. Esta organizaci¨®n no puede ser obra s¨®lo de hombres ¡°omnipotentes¡±, ¡°viriles¡±. Ejercer violencia en el exterior, contra otros pueblos, y una vez conquistados, en el interior, requiere una organizaci¨®n violenta que ha tenido que ser resultado de alg¨²n pacto entre hembras y machos adultos. Para instruir a las criaturas en estas relaciones violentas. Ruth Benedict explic¨® que la ¡°dogm¨¢tica adulta¡±, arraigada en nuestra cultura, no la practican todas las sociedades.
El ¡°g¨¦nero¡± podr¨ªa designar el cabo heteronormativo arquet¨ªpico de la mara?a patriarcal. Pero en singular, esquiva la dualidad de los roles masculino y femenino. Al centrarse en las mujeres como v¨ªctimas y en los hombres como ¨²nicos responsables, acent¨²a el biologismo que dice cuestionar. Al encubrir las dimensiones adultas, etnoc¨¦ntricas y clasistas, impide comprender que la conquista de la Tierra exige tejer la trama extensa y compleja que subyace a la actual ¡°sociedad red global¡± y nos afecta seg¨²n las posiciones sociales en que hemos nacido y vivimos. Perpet¨²a, as¨ª, que unos colectivos se apropien de los recursos de la Tierra para ¡°vivir bien¡± a expensas de otros, y transmitan a sus descendientes ¡°leg¨ªtimos¡± los comportamientos y el bot¨ªn acumulado. Reproduce la diferencia fundacional entre ¡°herederos¡± y ¡°desheredados¡±. Minor¨ªas que despilfarramos y mayor¨ªas expoliadas. Por eso nos preguntamos con Donna Haraway, ¡°?con la sangre de qui¨¦n se crearon mis ojos?¡±.
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