Oppenheimer y Jap¨®n
Las heridas que dejaron las dos bombas at¨®micas siguen abiertas en un pa¨ªs que siempre ocult¨® y margin¨® a las v¨ªctimas de la radiaci¨®n, quienes recordaban un pasado que hab¨ªa empe?o en olvidar a toda costa
Oppenheimer, la pel¨ªcula de Christopher Nolan, se ha convertido en uno de los grandes ¨¦xitos cinematogr¨¢ficos del momento, una buena opci¨®n para las tardes de verano. La pel¨ªcula es larga y exhaustiva si vamos con la expectativa de conocer una historia m¨¢s, sin mayores pretensiones que evadirnos de la rutina cotidiana. En cambio, nos parecer¨¢ que no sobra ni el m¨¢s m¨ªnimo detalle, e incluso se nos har¨¢ corta, si nos interesa en detalle la vida de este f¨ªsico, considerado el padre de la bomba at¨®mica; el contexto y circunstancias hist¨®ricas y las consecuencias y repercusiones de su trabajo. A trav¨¦s del proceso de descr¨¦dito mediante juicio sumar¨ªsimo, ama?ado y sin pruebas, al que se vio sometido Oppenheimer, y que desemboc¨® en su exilio acad¨¦mico, por su libertad de expresi¨®n contra el poder establecido y sus simpat¨ªas con el partido comunista, se puede constatar una vez m¨¢s c¨®mo se comportan incluso los colegas m¨¢s pr¨®ximos ante este tipo de situaciones: reminiscencias del experimento de Milgram.
Otro fen¨®meno, nada nuevo, que podemos observar en esta pel¨ªcula es el sempiterno silencio y olvido que recae sobre las mujeres. Toda la pel¨ªcula gira en torno a Oppenheimer, Albert Einstein (?deber¨ªamos hablar m¨¢s de Mileva Maric y menos de Einstein?) y otros f¨ªsicos varones, con una marcada mirada androc¨¦ntrica. La figura de Lise Meitner, cient¨ªfica que descubri¨® la fisi¨®n nuclear que hizo posible la creaci¨®n de la bomba at¨®mica; la de Elda Emma Anderson, primera persona en obtener una muestra p¨²blica de uranio, y las de otras cient¨ªficas no aparecen y ni siquiera se las menciona. Seguimos sin rescatar a importantes mujeres de la ciencia y la cultura que pueden servir como referentes a futuras generaciones.
En el otro extremo del mundo, en Jap¨®n, hay una gran oposici¨®n a que la pel¨ªcula llegue a las pantallas de sus cines por considerarse irrespetuosa con las v¨ªctimas de las bombas at¨®micas de Hiroshima y Nagasaki. Una actitud m¨¢s que comprensible teniendo en cuenta que las heridas siguen abiertas y que no han pasado a¨²n ni dos generaciones. Todos los 6 de agosto vemos en los medios de comunicaci¨®n el respetuoso y sentido homenaje que Jap¨®n rinde en Hiroshima a sus v¨ªctimas, que hasta hace muy poco han seguido muriendo por las devastadoras consecuencias del bombardeo. Para conocer el horror de la bomba at¨®mica de primera mano nada mejor que leer el testimonio de Pedro Arrupe (1907-1991), bilba¨ªno de nacimiento, Yo viv¨ª la bomba at¨®mica. Considerado el h¨¦roe espa?ol de Hiroshima, estaba diciendo misa en esa ciudad en el mismo momento en que cay¨® la bomba, y all¨ª sigui¨® socorriendo a las v¨ªctimas, al pie de la destrucci¨®n, con muy pocos medios pero auxiliado por sus conocimientos como doctor en Medicina. En Jap¨®n, el fen¨®meno social y el consiguiente revuelo que ha causado esta pel¨ªcula, junto con la taquillera Barbie, se ha denominado Barbenheimer.
Qu¨¦ duda cabe de que ambas bombas causaron una de las mayores tragedias humanas de la historia, arrasando todo a su paso y devastando la vida y los sue?os de millones de personas y de familias. Tambi¨¦n es cierto que siempre hay que ver m¨¢s all¨¢ de la informaci¨®n cotidiana y profundizar en los hechos con el fin de esclarecerlos y arrojar luz para que no vuelvan a repetirse. Lo que no es tan conocido es el hecho de que Jap¨®n siempre ha ocultado y marginado ¡ªles negaron los cuidados m¨¢s b¨¢sicos y fueron tratados como apestados¡ª a las v¨ªctimas (hibakusha) de la radiaci¨®n, que quedaron muertos en vida con heridas y enfermedades cr¨®nicas, f¨ªsicas y mentales; situaci¨®n considerada como ¡°paz negativa¡± por el cient¨ªfico noruego Johan Galtung. A menudo se cancelan sibilinamente documentales sobre el tema o eventos u homenajes a estas v¨ªctimas. Recordaban un pasado que Jap¨®n se empe?aba en olvidar a toda costa, al menos a corto plazo, y eran inc¨®modas para sus objetivos m¨¢s inmediatos: resurgir de sus cenizas cual ave f¨¦nix y demostrar al mundo el milagro japon¨¦s que se llev¨® a cabo en los Juegos Ol¨ªmpicos de Tokio en 1964.
Y como en cada empresa tit¨¢nica y descomunal que emprende el ser humano, siempre hay que pagar un precio, siempre se deja algo por el camino. Y el milagro japon¨¦s no fue una excepci¨®n. Millares de familias crecieron con un padre ausente que trabajaba de sol a sol y que viv¨ªa en la empresa; millares de trabajadores fallecieron por el colapso cerebral que acarrea trabajar a destajo sin descanso alguno y por un mal entendido amor a la patria. Esta enfermedad tiene un nombre en japon¨¦s: karoshi, literalmente, muerte por exceso de trabajo, algo quiz¨¢ tan antiguo como la vida sobre la tierra y que nunca ha dejado de producirse. De hecho, la mayor¨ªa de las muertes en el actual Jap¨®n se producen por dicha causa o por el suicidio (80 personas al d¨ªa) al que aboca semejante callej¨®n sin salida.
Robert Oppenheimer tambi¨¦n pag¨® su precio. El precio de expresar libre y p¨²blicamente sus opiniones y dilemas morales sobre las armas nucleares. El precio de la envidia al convertirse en el cient¨ªfico m¨¢s famoso y recibir honores y cargos importantes tras la Segunda Guerra Mundial.
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