La fractura de Chile?
El revisionismo hist¨®rico de la derecha perturba el 50? aniversario del sangriento golpe de Pinochet

Chile afronta los 50 a?os del sangriento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en un escenario de profunda fractura pol¨ªtica. El presidente, Gabriel Boric, al frente de un Gobierno integrado por una generaci¨®n de dirigentes muy j¨®venes forjados al calor de las revueltas callejeras estudiantiles, no ha logrado sumar a su mensaje de concordia a los partidos de la derecha y la extrema derecha. La crispaci¨®n pol¨ªtica, anclada en la discrepancia sobre el pasado dictatorial, lleg¨® a las calles en la v¨ªspera del aniversario del golpe de Estado. Boric se puso este domingo al frente de una marcha hacia la tumba de Salvador Allende, el presidente derrocado, y muerto por su propia mano en su despacho hace medio siglo. El momento, pensado para unir a los chilenos, no fue lo esperado.
Grupos de encapuchados destrozaron cristales del palacio de La Moneda y en el cementerio donde yace Allende violentaron el mausoleo dedicado al cuerpo policial de Carabineros y la tumba del senador Jaime Guzm¨¢n, relator de la Constituci¨®n que el dictador Augusto Pinochet leg¨®, como un lastre a¨²n vigente, a la democracia chilena. No se trat¨® de una multitud violenta, pero la presencia de peque?os grupos dispuestos a dinamitar cualquier consenso son la punta de un iceberg que oculta tensiones mucho mayores en una sociedad que no encuentra respuestas.
Las conmemoraciones de acontecimientos hist¨®ricos sangrientos, como lo fue el golpe de 1973, suponen momentos de reflexi¨®n. Medio siglo deber¨ªa de ser tiempo suficiente para lecturas reposadas que miren m¨¢s hacia el futuro que hacia el pasado. No ha sido el caso chileno. De hecho, han emergido discursos negacionistas del terrorismo de Estado. Sobran las pruebas de las atrocidades del r¨¦gimen pinochetista, que no solo prohibi¨® los partidos pol¨ªticos y cerr¨® el Congreso, sino que dej¨® un reguero de sangre con m¨¢s de 3.000 muertos y decenas de miles de presos pol¨ªticos, torturados y exiliados. Lo que fue una promesa de r¨¢pida transici¨®n hacia la democracia dur¨® 17 a?os. Como prueban las tensiones actuales, el legado pinochetista todav¨ªa perdura. La derecha acusa a la izquierda, en el Gobierno, de promover una lectura sesgada de la historia y aun achaca a Allende la responsabilidad de su propia ca¨ªda. Pinochet fue, seg¨²n esta mirada, la ¨²nica opci¨®n ante la deriva de Chile hacia el comunismo.
El Gobierno, en tanto, no ha sabido o no ha podido encontrar el consenso. Como resultado, Chile est¨¢ hoy partido en la condena a la barbarie pinochetista. La fractura va m¨¢s all¨¢ de las palabras y puede tener efectos graves. El texto constitucional avalado por el Ejecutivo en el primer intento de reforma fue derrotado rotundamente en las urnas por una sociedad que lo consider¨® demasiado escorado hacia la izquierda. Las discusiones por un segundo texto est¨¢n igualmente lastradas, pero esta vez por el dominio de la extrema derecha en el proceso. Lo que pueda esperarse de esta reforma no resulta demasiado alentador, y una nueva derrota en el refer¨¦ndum de ratificaci¨®n abrir¨ªa la puerta a una crisis de grandes dimensiones.
No quedan dudas de que Chile est¨¢ ante un momento crucial de su historia. Es hora de que abandone sus diferencias y se una en una lectura del pasado basada en aquellas cuestiones que no merecen discusi¨®n. No hay excusas para el terrorismo de Estado ni para la violencia, cualquiera que sea el origen. El pa¨ªs sudamericano debe mirar hacia el futuro con los valores de la democracia como bandera.
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