?Qu¨¦ recordar?
Memoria en nuestro caso ha sido sin¨®nimo de una justicia pendiente, porque tal como ocurri¨® con los nazis, la dictadura chilena no solo asesin¨®, sino que se encarg¨® de borrar las huellas
La memoria puede tomar la funci¨®n de un ¨¢rbol en un bosque: orientarnos. Sin memoria, dejamos de tener identidad. Es un ¨®rgano inteligente, capaz de editar: borra lo que podr¨ªa confundir a ese que somos. En los sue?os se toma mayores licencias, y lo hace. El sue?o es la locura, ocurren todos los tiempos al mismo tiempo. No hay pasado: todo es actual. Pero al despertar podemos decir: eso ya pas¨®, para que un d¨ªa sea un comienzo y no una nostalgia.
?Qu¨¦ hacer con el pasado? ?Un monumento o un funeral? ?La memoria le ense?a algo al presente o nos hace doler? ?Qu¨¦ conviene recordar?
La memoria no es un mero rememorar, es un trabajo ps¨ªquico parecido al del duelo: reconocer lo perdido. Decir eso s¨ª pas¨®, y poder alg¨²n d¨ªa tambi¨¦n decir ya pas¨®. Pero no hay duelo perfecto, quedan residuos intratables, y con ellos cada quien hace lo que puede; algunos llevan los recuerdos incrustados en el cuerpo, otros los hacen met¨¢fora. Sobre eso no es justo andar opinando. A los 20 a?os del atentado de las Torres Gemelas, la madre de Bobby McIlvaine ¨Cun joven que por casualidad se encontraba en el lugar¨C dijo que lo segu¨ªa amando con la misma intensidad, pero que de a poco iba desprendi¨¦ndose de ¨¦l. Mientras que el padre, se obsesion¨® con las teor¨ªas conspirativas, y se tatu¨® en el brazo izquierdo ¨Cel mismo que le faltaba al cad¨¢ver de Bobby¨C una frase hallada en sus diarios. La madre lleva una pulsera con la misma frase.
Hacer algo con eso es tambi¨¦n un problema de los pueblos.
En el memorial de Auschwitz hay pelo, fardos de pelo humano. Hace algunos a?os el directorio deb¨ªa decidir qu¨¦ hacer con ¨¦l, conservarlo bajo condiciones de preservaci¨®n o permitir su deterioro org¨¢nico. Uno de los directores, el ¨²nico que fue un sobreviviente de los campos, dijo que no har¨ªan nada, porque cada generaci¨®n tendr¨ªa que hacerse cargo de qu¨¦ hacer con el mal que existe; y all¨ª yace su testimonio. Hay ruinas que conviene dejar activas y no convertirlas en museo. Porque el museo es la obsesi¨®n de la memoria en los tiempos sin historia. Como si recordar fuera un ejercicio trivial y una pedagog¨ªa para el presente, como si la historia ense?ara algo un¨ªvoco. La Primera Guerra no evit¨® la Segunda, no fue sino la bomba at¨®mica la que seguramente ha inhibido, hasta hoy, una tercera.
Hay muchas memorias. Una es literal: la de los soldados que vuelven traumatizados de la guerra, y replican una y otra vez el ?pum! Eso es padecer una memoria. Inflamar esa memoria puede convertir a los recuerdos en bestias. Hay otras formas m¨®rbidas de la memoria, cuando se exaltan para activar venganzas al servicio de conflictos presentes. David Rieff, cr¨ªtico ¨Cy criticado¨C de la memoria, se pregunta por qu¨¦ un Museo del Holocausto, como el de Estados Unidos, debe abrir el recorrido con una ostentosa muestra de nacionalismo norteamericano. ?Qu¨¦ tienen que ver esos s¨ªmbolos con la rememoraci¨®n de las v¨ªctimas? La memoria no es inocente. La canallada es su utilizaci¨®n pol¨ªtica.
Un totalitarismo puede quemar los libros, pero solo se deshace de la capa superficial de la memoria, porque la memoria habita en los o¨ªdos y se clava en el coraz¨®n. La memoria es afectaci¨®n, por eso enra¨ªza. Pero a la vez, es esa misma fuerza la que le quita, a diferencia de la historia, capacidad para contener las contradicciones. La historia enfr¨ªa lo que en la memoria arde. Algo que para una generaci¨®n puede ser memoria, para las siguientes puede ser una historia que relatar con mirada cr¨ªtica o indiferencia. Por eso hay ciertos eventos que, para bien o para mal, porque nunca se sabe en qu¨¦ pueden derivar, se mantienen activos; para no olvidar. Todo el asunto es no olvidar qu¨¦: no es lo mismo insistir en recordar a un enemigo para volverlo perpetuo, que no olvidar aquello de lo que la humanidad ha sido capaz. Lo primero es la v¨ªa al resentimiento, lo segundo, la posibilidad de advertirnos.
La complejidad de la memoria exige que sea pensada caso a caso. Hay momentos en que recordar es imperativo. Porque para olvidar, por lo menos debe haber antes, algo que recordar. Chile es ese caso.
El retorno a la democracia en Chile en 1990 se abri¨® con un eso pas¨®, pero no del todo. El retorno a la democracia fue uno donde a¨²n el susurro de los ochenta persisti¨® un tiempo m¨¢s. Creo que lo olvidamos -basta hacer el ejercicio de preguntar¨C que Pinochet se qued¨® ocho a?os m¨¢s como comandante en jefe del Ej¨¦rcito. Seguramente fue apremiante, ante las circunstancias, afirmar una democracia insipiente, sacrificando la b¨²squeda de justicia. Luego, la memoria se convirti¨® en una especie de palabra doble: exigencia e incomodidad. Memoria en nuestro caso no es solo recordar, sino que es un sin¨®nimo de una verdad y una justicia pendiente. Porque tal como ocurri¨® con los nazis, la dictadura chilena no solo asesin¨®, sino que se encarg¨® de borrar las huellas. Cuando el crimen es clandestino, ?qu¨¦ memoria es posible?
Pese a este olvido forzoso ¨Csumado a la forma de olvido que inauguraron los noventa en el mundo: la narcosis¨C la verdad se fue develando por su propia gravedad y desde luego, por quienes nunca desistieron la b¨²squeda de justicia. El pinochetismo fue cayendo, dir¨ªa, por la v¨ªa de la verg¨¹enza; incluso sus viejos colaboradores se desentendieron de su pasado. Pero algo no pod¨ªa concluirse, porque no solo quedaron ruinas de otro tiempo, sino ruinas activas: tumbas vac¨ªas de los desaparecidos. Despojar de la muerte a alguien no solo implica un duelo imposible para los cercanos, sino que deja algo roto para las generaciones siguientes. La destrucci¨®n de la democracia, como un parricidio, no es solo destruir al enemigo, porque destruye una genealog¨ªa, rompe el orden de un mundo, uno que cuesta generaciones recomponer. Recomponer requiere de un pacto que act¨²e como una puntuaci¨®n, como el punto desde el cual se arma y se sostiene un tejido. La justicia es esa clase de puntuaci¨®n.
La memoria no es lineal, no se va disipando con el tiempo. Puede actualizarse con ¨Cy para ¨C los conflictos del presente. Han pasado 50 a?os del Golpe, y Chile parece estar m¨¢s lejos que hace 20 de un pacto para el futuro (2013: 68% ¡°Nunca hay raz¨®n para dar un golpe¡±. 2023: 42% ¡°El golpe destruy¨® la democracia¡±). Posiblemente sea un s¨ªntoma de la falta de esa puntuaci¨®n, que la memoria pueda revitalizarse hoy, pero pasada por el cedazo de los conflictos actuales y a trav¨¦s de las herramientas actuales (que est¨¢n lejos de ser meros instrumentos): la ferocidad de las redes sociales. El presente ha despertado a viejos monstruos y a algunos reci¨¦n paridos, el pinochetismo ha cobrado una nueva vitalidad bajo la batalla de unas l¨®gicas actuales: las desmesuras de una parte del progresismo ¨Cque nunca se sabe si quieren hacer testimonio de s¨ª o comenzar un proyecto posible¨C y el ethos importado de una nueva marca transnacional: el trumpismo.
Recordar no es garant¨ªa de salud, al menos no de cualquier manera, tampoco la historia es pedagog¨ªa. La memoria es un trabajo que incluye al olvido. El olvido no es mera represi¨®n, tiene una potencia regeneradora, como el sue?o. A veces hay que irse a dormir ante una pelea que no tiene c¨®mo parar, y volver de otro modo sobre ella en la ma?ana. Y como el duelo, no todo es reparable, hay restos que nunca ser¨¢n digeridos, y son el testimonio, como el pelo humano en el Memorial, de que el mal no se borra, persiste, y que cada generaci¨®n est¨¢ obligada a lidiar con ello. Eso, podr¨ªa ser una memoria reflexiva.
Hay algo m¨¢s que vale la pena recordar. La insistencia de la vida. Como escribi¨® Wislawa Szymborska: ¡°La realidad exige que lo digamos bien claro: la vida sigue su curso (¡) Donde estaba Hiroshima de nuevo est¨¢ Hiroshima¡±. Por cierto, la frase de Bobby McILvaine que su padre se tatu¨® y su madre lleva en la pulsera es: el amor sigue andando. Confiemos en nosotros. A fin de cuentas, una patria en realidad nunca ha sido otra cosa que nuestras historias.
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